¿Sientes el bien y el mal en tu mente?
- María Mercedes y Vladimir Gessen
- hace 42 minutos
- 16 Min. de lectura
¿El Universo con su luz y sombra son dos caras del Creador? Y, tú ¿estás en positivo o negativo? ¿Tiendes a ser bueno o a veces menos bueno?
El rostro oculto del Creador: ¿El bien y el mal cohabitan?
Una vez visitamos una comunidad inuit, término correcto para referirse a los pueblos originarios del Ártico canadiense, de Groenlandia y de Alaska. En una pequeña aldea, rodeada de hielo, nieve y silencio, observamos una escultura tallada en piedra. Se trataba de un rostro humano al frente, del cual sobresalía el relieve de una cara de águila en la parte superior izquierda, por lo que le preguntamos al guía: —¿Qué representa esta figura?, y nos respondió con serenidad: —Es el rostro del Creador.
Intrigados, insistimos: —¿El Creador tiene dos caras?
El guía sonrió y dijo: —No dos... tres… Al girar la escultura, vimos en su parte posterior inferior otro rostro, humano también, pero con una expresión adusta. —¿Y quién es? —le preguntamos...
—Es el rostro oculto —respondió— el lado sombrío del Creador.
Para esta comunidad, Dios tiene una cara humana bondadosa y luminosa, una cara animal —el águila— que representa la vida instintiva, y una cara humana sombría, que simboliza su aspecto negativo. La idea no nos sorprendió. En distintas religiones del mundo encontramos concepciones similares. En el hinduismo, los dioses poseen múltiples manifestaciones, algunas protectoras, otras destructoras. Y en el cristianismo, la Santísima Trinidad reúne tres rostros divinos —Padre, Hijo y Espíritu Santo— aunque el mal, en este caso, se coloca aparte, como una criatura rebelde, el Diablo. Pero ¿y si el mal no estuviera separado? ¿Y si el Universo —el mismo que nos contiene— fuera una totalidad en la que coexisten, como en aquella escultura inuit, las tres caras del Creador, la positiva, la vital y una neutra que equilibra el bien y lo no tan bueno?
El Todo
Para nosotros, el Universo no es una lucha entre dos fuerzas opuestas, sino una totalidad viva donde lo positivo y lo negativo cohabitan. A través de la escultura inuit que muestra las tres caras del Creador —la luminosa, la instintiva y la oculta— sus autores nos invitan a replantear nuestra visión de Dios y del Diablo. La ciencia, la psicología y la filosofía convergen para revelar que el Creador sería el propio Universo, una conciencia cósmica que contiene dentro de sí, tanto la luz como la sombra, la creación y la regeneración. Como advirtieron Spinoza, Einstein y Hawking, podemos pensar que no hay un Dios fuera del Cosmos y que el Universo es su propia causa y su propio sentido. La expansión creciente que vemos en el Universo demuestra que las fuerzas constructivas prevalecen sobre las destructivas, y que la evolución —física y espiritual— es la expresión más alta del propósito divino.
Dios y el Diablo no son seres como nos lo han pintado ni están enfrentados. Más bien son rostros de una misma Conciencia Universal. Lo positivo y lo negativo son polos de una misma energía que sostiene la existencia y el destino del Universo —y de la humanidad— y se trata de seguir expandiendo la luz que equilibra su propia sombra.
Comentario de Sofía, 22 años. Estudiante de Psicología, Buenos Aires: “Nunca había pensado que el bien y el mal fueran parte del mismo proceso. Me ayudó a aceptar mis contradicciones: somos luz aprendiendo a brillar.”
El Creador como totalidad dual
El Universo parece hablarnos en el lenguaje de los opuestos, como la luz y la sombra, la creación y la transformación, la atracción y la repulsión, todas son expresiones de una misma realidad dinámica. Desde la física moderna sabemos que todo campo posee polaridad. Los polos positivo y negativo no son enemigos porque ambos se necesitan. Como en los imanes donde los polos iguales se repelen y los opuestos se atraen, generando la tensión que mantiene la estructura. Del mismo modo, los campos magnéticos cósmicos atraviesan galaxias enteras, extendiéndose más allá de sus límites visibles. La astrofísica actual sostiene que esos campos existen en toda el tejido universal, incluso en los espacios intergalácticos. Si el Cosmos tiene polaridad, entonces la dualidad es inherente al Creador.
Baruch Spinoza lo intuyó en el siglo XVII al afirmar que Deus sive Natura —Dios o la Naturaleza— porque para este sabio, Dios y el universo es la misma cosa. No existe un Dios fuera del Universo: el Universo es Dios. Siglos después, Albert Einstein retomó esa idea al manifestar: “Creo en el Dios de Spinoza, que se revela en la armonía de lo que existe”. Y a finales del siglo XX, Stephen Hawking le dio una formulación científica cuando en su Breve historia del tiempo propuso que el Universo puede ser autocontenido, sin necesidad de un Creador externo, porque sus leyes internas bastan para explicar su origen y evolución. En otras palabras, el Creador es el propio Universo, que se creó a sí mismo, con sus fuerzas positivas y negativas, su orden y su caos.
El equilibrio entre creación y lo contrario
La ciencia ha mostrado que el Universo mantiene un equilibrio delicado entre fuerzas opuestas. Si la gravedad —fuerza de atracción— dominara totalmente, todo colapsaría en un punto. Si la energía de expansión fuera absoluta, la materia jamás se condensaría en estrellas o planetas. Lo que permite la existencia es la tensión equilibrada entre ambos extremos. Investigaciones muestran cómo la energía oscura —una fuerza expansiva— y la materia oscura —una fuerza atractiva— interactúan como polos opuestos que mantienen la dinámica del Universo, donde todos sus componentes se encuentran en equilibrio, como en el ying y el yang uno de los principios filosóficos más profundos y universales del pensamiento oriental, especialmente del taoísmo chino. Son dos fuerzas complementarias que explican la dinámica del Universo, la vida y la psique humana. No son enemigos ni opuestos irreconciliables, sino polaridades interdependientes donde cada uno existe gracias al otro, y juntos forman cierran el círculo.
Así también, en la psicología humana, Carl Gustav Jung nos enseñó que el desarrollo del ser requiere integrar la sombra. La negación de la oscuridad interior genera desequilibrio, y su aceptación y comprensión producen crecimiento. El Universo, como una mente cósmica, no elimina su parte negativa, la transforma. Los agujeros negros —supuestos símbolos de la destrucción— en realidad reciclan materia y energía que luego reaparece como nueva creación. Las supernovas, al desaparecer, siembran los elementos de los que nacerán nuevos soles, planetas y seres vivientes. La muerte no existe en el Cosmos es solo otro nombre de vida: la regeneración.
Comentario de Rosa Elena, 71 años. Abuela y creyente, Caracas: “Toda mi vida recé buscando a Dios en el cielo. Ahora lo encuentro en mí. Comprendí que su luz también brilla en nuestras sombras.”
La conciencia humana como espejo del Universo
El ser humano repite en miniatura el mismo patrón cósmico. Llevamos dentro la dualidad desde que nacemos, instintivamente aparece el llanto y la sonrisa, somos rabia y alegría, bondad y agresión, compasión y egoísmo, creación y pasividad. No hay persona totalmente buena ni totalmente innoble. Lo que hay es una conciencia de elección. Pero, si ampliamos la mirada, comprendemos que Dios y el Diablo no son entes externos, sino símbolos de la totalidad interior. El bien y lo no tan bueno son expresiones de la energía vital que nos habita.
Comentario de Javier, 45 años. Ingeniero, Madrid: “Siempre vi a Dios y al Diablo como enemigos. Luego comprendí que ambos son fuerzas del mismo Universo y parte del equilibrio divino.”
Es como la campana de Gauss, existen pocas personas totalmente buenas —hasta santas— en un extremo de la curva de la campana, y otras totalmente negativas en el otro extremo, pero la mayoría se ubica en la normalidad, en la media, en el centro o el promedio, entre el bien absoluto y su contrario.
Comentario de Camila, 38 años. Docente y madre, Bogotá: “Entendí que educar no es imponer el bien, sino enseñar a elegirlo. Como nos comportamos y aprendemos en casa vale más que cualquier discurso moral.”
La expansión cósmica y la prevalencia de las fuerzas positivas
Fíjense en esto, de algo tan negativo como una superexplosión nuclear, del más grande estallido del Universo emergió la vida. Y desde ese mismo instante del Big Bang, el Universo no ha dejado de expandirse. Una super destrucción provocó lo más grande creado: ¡Al Universo!... Si la destrucción hubiese dominado, el cosmos no habría nacido, se habría desintegrado hace eones. Pero la expansión continúa, y sigue generando estrellas, sistemas, vidas, y conciencias.
La evidencia científica —y también la intuición espiritual— sugiere que las fuerzas creadoras y positivas predominan sobre las destructivas. Lo que evidencia que el equilibrio no es neutral ya que se inclina hacia la construcción y el crecimiento. El propósito universal —o divino, si así lo llamamos— parece ser, el seguir creando. Así, los humamos ya superamos los 8 mil millones de seres, donde el amor, el conocimiento y la vida en compañía de los otros han permitido sobrevivir al odio y a la violencia, en un Universo donde igualmente las energías de cohesión y expansión superan a las de aniquilación. Todo indica que el Creador —el Universo— continúa su obra y su creación, y nosotros también.
La síntesis: el Universo como Creador y conciencia
En nuestro libro ¿Qué o quién es el Universo?, sostenemos que el Universo es un Ser viviente, consciente de sí mismo, una Conciencia Universal que contiene todo cuanto existe, tanto lo visible como lo invisible, lo material y lo espiritual, lo constructivo y lo destructivo. Las religiones, al antropomorfizar a Dios y al Diablo, los separó. Inventó dos rostros opuestos —uno luminoso y otro infernal— y así se perdió la visión del Todo.
El Creador no tiene enemigos, sino que Él mismo contiene su sombra. La dualidad no es un error, sino el principio de su equilibrio. Cada estrella que nace y cada agujero negro que traga luz, cada acto de bondad y cada impulso demoledor, son expresiones de un mismo Ser. La moral humana, al dividir el Cosmos en bien y mal, reflejó su propio proceso de aprendizaje. Pero la conciencia madura comprende que el bien y el no tan bueno, son polos de una misma corriente universal.
La luz que se expande en el Universo
El Universo —el Creador desde el Big Bang— contiene en sí todas las fuerzas, las positivas y las negativas, luminosas y oscuras, como una sola entidad viva. Pero las fuerzas creadoras, las que unen y expanden, prevalecen. Esa es la razón por la cual el Cosmos no se contrae, sino que crece. Y del mismo modo, la conciencia humana —parte de esa totalidad— tiende, a pesar de sus caídas, hacia la expansión del amor, la comprensión y la luz.
En algún momento se perdió la visión de que el Creador es el Universo mismo, con todo dentro de Él, creador y transformador, y con lo bueno y lo no tanto. El Universo continúa su obra de generación. Su dirección es la evolución, la complejidad, la conciencia. Por eso concluimos que las fuerzas positivas prevalecerán, que la creación vence a la destrucción, que la luz avanza en el corazón del Cosmos, y que el Creador —el Universo— se sigue ampliando. Y dentro de Él, nosotros también.
La energía atómica: la chispa divina entre creación y destrucción
Si en alguna manifestación de la materia podemos contemplar la dualidad de lo positivo y lo negativo, esa es la energía atómica. En el centro de cada átomo —en su núcleo diminuto y casi invisible— late una potencia capaz de destruir o de crear universos. La energía nuclear es, en esencia, la expresión más concentrada de la fuerza cósmica que anima a las estrellas. Estas, a su vez, desde hace 13 mil 800 millones de años, arden gracias a reacciones de fusión atómica que transforman el hidrógeno en helio, liberando luz y calor que hacen posible la vida. Nuestro Sol, convierte en cada segundo, unos cuatro millones de toneladas de materia en energía. Sin ese proceso —ausente ese fuego nuclear permanente— no existiría la Tierra, ni el oxígeno, ni nosotros. En la vastedad del Cosmos, la energía atómica es la firma luminosa del Creador. Como lo es el acto perpetuo de convertir la materia en radiación, la masa en vida, y lo físico en conciencia.
Sin embargo, cuando el ser humano descubrió el poder oculto en el átomo, su primera reacción fue emular su destrucción. El 6 de agosto de 1945, la humanidad liberó por primera vez la energía nuclear no para crear, sino para aniquilar. La bomba de Hiroshima, y luego la de Nagasaki, convirtieron la luz de las estrellas en un infierno terrenal. El descubrimiento que luego revolucionó la medicina, la energía limpia o la exploración del espacio, fue usado como instrumento de muerte. El ser humano había despertado la chispa divina, pero no su conciencia. Desde entonces, la energía atómica simboliza el dilema central de nuestra especie. Somos capaces de crear como los dioses, pero también de hacernos daños a nosotros mismos. Y, sin embargo, de esa contradicción brota la esperanza porque el mismo poder que devastó estas ciudades puede hoy iluminar naciones enteras, curar enfermedades, y generar electricidad, o incluso alimentar sondas que viajan más allá del sistema solar. La energía atómica, no tiene moral en sí misma, aunque refleja la intención de quien la utiliza. En el corazón del átomo, como en la conciencia humana, cohabitan la luz y la sombra, la semilla de la vida y el germen de lo contrario. Su potencial creador depende del grado de conciencia con que se maneje. Así como el Sol —una colosal planta nuclear natural— sostiene la existencia de la vida en el Sistema Solar, el ser humano está llamado a transformar su poder en energía constructiva. Porque la lección de la física y de la historia es la misma, la energía del Universo es sagrada, pero solo florece cuando está guiada por la conciencia.
Los átomos: el equilibrio entre positivo, negativo y neutro
En la base misma de toda la existencia, en lo más pequeño y esencial, el Universo vuelve a repetir su ley fundamental, como es la coexistencia de los opuestos en equilibrio. El átomo —que constituye toda la materia— es el microcosmos donde se equilibran las partículas negativas, positivas y las neutras. El físico Niels Bohr, uno de los fundadores de la mecánica cuántica, dijo que “la contraposición de los opuestos es una característica esencial de la naturaleza”. En cada átomo, los protones cargados positivamente y los electrones de carga negativa giran en torno a un núcleo en una danza continua de atracción y repulsión. Sin embargo, el secreto de la estabilidad no reside en ellos, sino en los neutrones, partículas sin carga eléctrica que equilibran las fuerzas opuestas y evitan que el átomo colapse. Podríamos decir que los neutrones son los mediadores del Universo, las fuerzas silenciosas que permiten la armonía entre lo positivo y lo negativo, entre la luz y la sombra. En términos cósmicos, representan las energías neutras que sostienen la estabilidad universal. En términos psicológicos, simbolizan la conciencia reflexiva, esa capacidad humana de observar los propios extremos —amor y odio, creación y regeneración— sin dejarse arrastrar por ellos.
Comentario de Andrés, 29 años. Artista visual, Santiago de Chile: “La metáfora del átomo es perfecta, la energía puede crear o deshacer. Debemos recordar que la elección es humana, y la conciencia, divina.”
Si en el átomo faltaran los neutrones, el núcleo se desintegraría. Si en la mente humana faltara el discernimiento, el equilibrio moral y emocional se perderían. Así, tanto en la materia como en la conciencia, la neutralidad es el principio del equilibrio. Los protones y electrones podrían compararse con las fuerzas del bien y las fuerzas negativas. Los neutrones, en cambio, serían la sabiduría que las mantiene en diálogo.
La física moderna, desde Bohr hasta Werner Heisenberg, nos enseña que la materia no es estática, sino una tensión constante entre las fuerzas contrarias. Esa tensión no destruye, crea estructura, movimiento y vida. Y la ciencia va más allá y señala, sobre las leyes de la física, “cuán inteligentes somos para haberlas descubierto, pero... cuán inteligente es la naturaleza para crearlas”, reconociendo la propia inteligencia del Universo. Como en el cosmos, donde las galaxias se sostienen entre fuerzas opuestas, y como entre los humanos, donde las pasiones se transforman en conciencia cuando son comprendidas, el átomo revela el misterio universal de que la existencia depende del balance entre lo positivo, lo negativo y lo neutro. En esa triple estructura microscópica se oculta una lección cósmica, que el Creador no es solo luz ni solo sombra, es también ese punto neutro, ese instante de equilibrio donde los opuestos se reconcilian para que la vida continúe.
Comentario de Ernesto, 67 años. Físico retirado, Ciudad de México: “Desde la física cuántica hasta la cosmología, todo confirma que los opuestos no se destruyen, se equilibran. En eso la Ciencia y la conciencia al fin dialogan.”
El Universo sigue expandiéndose
Nada lo detiene. Ni el tiempo, ni la oscuridad, ni el miedo. La energía que lo impulsa —la misma que arde en las estrellas, y que vibra en los átomos— continúa su danza infinita. Y en esa expansión, que es también la de nuestra conciencia, el Creador se reconoce a sí mismo. El bien y lo negativo no son enemigos, son los dos polos de un mismo corazón cósmico. Uno se regenera para dar espacio al otro que construye, uno se apaga para que el otro ilumine. La vida —como la materia— respira en esa alternancia de los polos contrarios. Cada átomo que se deshace libera la energía que da forma a otra existencia.
El Universo no castiga ni premia. Aprende. Y al hacerlo, nos enseña que lo divino no está en lo perfecto, sino en el equilibrio. No en la ausencia de lo negativo, sino en la capacidad de transformarlo en positivo. Porque incluso la oscuridad tiene un propósito… hace visible a la luz.
Quizás, como escribió Einstein, “Dios no juega a los dados con el Universo”, pero sí compone una sinfonía de polaridades donde cada nota, cada átomo, cada vida y cada conciencia contribuyen a la melodía total. Y en esa partitura infinita, los humanos —átomos pensantes del Creador— somos a la vez intérpretes y oyentes de la gran música del Universo o Ser Supremo. Por eso, a pesar de los errores, las guerras, las caídas y las sombras, creemos en la expansión. Creemos en el impulso creador que prevalece en el Cosmos. Creemos en la conciencia que, como el Universo, se abre paso hacia más amor, más comprensión y más luz. El Creador —el Universo— no ha terminado su obra. La sigue esculpiendo con galaxias, con átomos y con conciencias. Y mientras exista una sola chispa de su energía, y de seres capaces de amar, la expansión continuará. Porque la finalidad del Universo no es la de terminar su existencia, sino la creación infinita de sí mismo. Y nosotros, sus hijos y sus reflejos, somos parte de esa expansión de luz que, desde el origen, busca conocerse, reconocerse, y amarse en todo lo que existe. Lo positivo y lo negativo cohabitan en el Universo, pero la luz siempre halla el modo de crecer. Porque el Universo no destruye, se transforma, se expande… y nos incluye.
Psicología de las religiones
Ustedes se preguntarán que tiene que ver la psicología con estos conceptos religiosos del bien y el mal. Muchos indagan por qué los psicólogos —profesionales de la mente y de la conducta— nos atrevemos a hablar de temas que tradicionalmente pertenecen a la religión, la filosofía o la teología. La respuesta es sencilla y aguda a la vez porque todo lo divino, lo moral, y lo cósmico se refleja en la psique humana.
Desde que aparece el concepto del inconsciente colectivo, comprendimos que los mitos, los símbolos religiosos y las figuras del bien y del mal no son solo creencias externas, se convirtieron en arquetipos universales que habitan en cada individuo. El ser humano no proyecta dioses y demonios al azar, algunos los crearon porque los necesitaban para entender sus propios opuestos interiores como el amor y el odio, el miedo y la esperanza, la paz y la rabia, lo positivo y lo negativo, o la luz y la sombra. “El proceso de encuentro de una persona con su propia sombra —como diría Jung— coincide con el encuentro simbólico con Dios y el Diablo (Psicología y religión, 1940).
Desde la psicología moderna y la neurociencia sabemos que la espiritualidad y la moral son funciones psíquicas reales, asociadas a regiones del cerebro como el córtex prefrontal, el sistema límbico y las redes de empatía. Estudios han demostrado que la experiencia de lo sagrado tiene correlatos neurológicos concretos (Andrew Newberg y Eugene D’Aquili, Why God Won’t Go Away, 2001). Por tanto, la expresión del bien y el mal es una experiencia psicológica —religiosamente aprendida— que altera nuestra conciencia, porque lo correcto, en términos científicos, sería la expresión “lo positivo y lo negativo” y que ambos operan dentro de nosotros para hacernos mejores. Hablar de Dios y del Diablo no significa para nosotros invadir el terreno de la teología, sino explorar la dimensión más profunda de la mente humana. Porque ella no solo percibe, recuerda o piensa, sino que también busca el sentido. Y esa búsqueda —o necesidad de comprender por qué existimos, qué es lo bueno y qué lo no tan bueno, y saber hacia dónde vamos— es, esencialmente, una búsqueda psicológica. Así, hablar del Universo, de lo positivo y de lo negativo no es un acto teológico, sino una investigación sobre la conciencia de la humanidad. Si el Universo es el Creador, como sostenemos, entonces cada ser humano —como parte de esa totalidad consciente— es un reflejo de ello. Comprender la dualidad cósmica es entender nuestra propia estructura psíquica. Y en ese sentido, la psicología se convierte en un puente entre la ciencia y la espiritualidad, entre el cosmos exterior y el universo interior. Por eso debemos hablar de estos temas porque no hay conciencia propia si no vemos al Universo al cual pertenecemos como una suprema providencia universal, o las leyes de la naturaleza, o parámetros que lo rigen. Providencias que alguien creó.
Comentario de Laura, 54 años. Terapeuta, Miami: “La unión entre psicología y espiritualidad es necesaria. La sombra no se elimina, se integra. Y eso, al final, es sanación.”
Positivo, negativo y neutro
Son tres notas de una misma melodía universal. Tras este viaje por la conciencia, la materia y el espíritu, comprendemos que no hay frontera entre lo humano y lo divino, solo grados de luz. La vida —como el Universo— no se divide entre vencedores y vencidos, entre fe y ciencia o “el mal y el bien”. Todo es parte del mismo pulso creador que late en los átomos, en los soles, en los corazones. Cada acto de amor, de cooperación o de simple bondad cotidiana —un abrazo, una palabra amable, un gesto de comprensión— es una chispa que expande la luz del Universo. Y cada sombra, cada error o caída, es también parte de su perfección dinámica, ya que es la oportunidad de volver a empezar, y de transformar la energía negativa en conciencia luminosa.
Comentario de Daniel, 16 años. Estudiante de secundaria, Lima: “No sé si creo en Dios, pero sí en el Universo. Saber que también tiene oscuridad me hace sentir parte de algo real, no perfecto… pero vivo.”
Si el Universo continúa su expansión es porque la energía positiva aún lo impulsa. En cada ser humano habita la memoria del Big Bang, la chispa sagrada que puede crear o transformarse, amar u odiar, pero que en su esencia más profunda desea construir, evolucionar, comprender y —y ni más ni menos— ¡crear vida!...
El Creador —ese Universo consciente que nos contiene— sigue creciendo a través de nosotros. Somos sus neuronas, sus partículas, sus emociones y sus pensamientos. Y, cada vez que elegimos el interés mutuo sobre la indiferencia, la cooperación sobre el egoísmo, el diálogo sobre la violencia, ayudamos al propio Creador a reconocerse, a completarse, y a seguir la expansión universal.
Quizás el sentido último de nuestra existencia sea ese, participar en la expansión de la luz. Ser, cada uno, un pequeño átomo de conciencia que equilibra los dos polos, y que al hacerlo sostiene el orden del Cosmos. Así, al mirar el cielo o al mirarnos por dentro, descubrimos que el rostro de Dios —con todas sus caras, humanas y divinas, luminosas en las mañanas, y oscuras cada noche— no está fuera sino dentro de nosotros. Y en su mirada infinita, el Universo nos sonríe… porque sigue aprendiendo a amar porque a través de nuestras manos que crean y de nuestros corazones que perdonan, Él se reconoce. Cada gesto de luz que brota en la oscuridad es Su manera de recordarnos que aún está vivo en nosotros y nosotros en Él… Si quieres profundizar sobre este tema, consultarnos o conversar con nosotros, puedes escribirnos a psicologosgessen@hotmail.com. Hasta la próxima entrega… Que la Divina Providencia del Universo nos acompañe a todos…
María Mercedes y Vladimir Gessen, psicólogos. Autores de “Maestría de la Felicidad”, “Que Cosas y Cambios Tiene la Vida” y de “¿Qué o Quién es el Universo?” (Disponibles en Amazon).
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