¿Qué tal si te imaginas esto...?
- María Mercedes y Vladimir Gessen
- hace 10 horas
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Cuando queremos hacer algo primero lo imaginamos, acto divino que nos otorgó el Universo o Dios quién igual tuvo que imaginar lo que crearía...
La divina imaginación
La imaginación es la matriz donde se forman las intenciones profundas, la incubadora de lo que aún no somos y podría ser, y el primer territorio donde empieza a trazarse el camino que luego recorreremos. Somos la especie que inventó mundos internos en nuestra mente para entender el mundo externo, al Universo. Somos el reflejo simbólico del Cosmos imaginándose a sí mismo. La imaginación es el rasgo esencial del ser humano. Lo que nos hace diferentes de los animales, además del pensamiento. Pero no es una pieza cualquiera dentro del sistema cognitivo ya que es uno de sus niveles más complejos, integradores y exclusivos de nosotros, los humanos. Imaginar incluye todos los procesos mentales que permiten percibir, recordar, pensar, razonar, planificar, tomar decisiones, simbolizar y crear representaciones internas. La imaginación hace precisamente eso sobre cosas y situaciones que no están presentes o no existen, tales como imágenes internas, escenarios hipotéticos, mundos posibles, futuros simulados, conceptos abstractos, y todo esto es cognición en su estado más sofisticado. Otro aspecto y quizás el más destacado es que para vivir con propósito es indispensable imaginarlo, es un acto de conciencia porque antes de que un proyecto, un destino o un sentido puedan manifestarse en la vida real, deben existir en nuestra imaginación. Por eso, este aspecto —quizás el más decisivo— es que nadie puede fijar objetivos de vida si antes no los imagina. La imaginación es la matriz donde se forman las intenciones profundas, la incubadora de lo que aún no somos y el primer territorio donde empieza a trazarse el camino que luego transitaremos. La razón es, sin duda, una característica propia del ser humano, pero es la imaginación —ese poder silencioso y creador— el motor que siempre ha precedido y guiado el avance de la humanidad. Antes que la lógica, estuvo la visión. Antes que el pensamiento ordenado, estuvo la imagen interior que abrió su camino. Todo lo que hoy llamamos progreso nació primero como un acto de imaginación.
¿Qué nos dice la neurociencia?
Autores proponen que la imaginación no es un accesorio psicológico ya que se trata de una “función biológica vital” vinculada a la estructura del cerebro humano. Esto da soporte neurobiológico a la idea de que imaginar es parte central de la cognición humana, y no simplemente un subproducto cultural. Otros investigadores desarrollaron un instrumento (Hunter Imagination Questionnaire) para evaluar la imaginación en su totalidad incluyendo la recuperación episódica de memoria, visualización, simulación mental, navegación espacial y proyección futura. Mostraron correlaciones entre la “capacidad imaginativa” y los volúmenes cerebrales, hipocampo incluido. Esto valida a la imaginación como un constructo cognitivo complejo, relativamente cuantificable y anatómicamente correlacionado.
Otro estudio documenta las similitudes cerebrales entre recordar el pasado y “simular” el futuro, y la imaginación prospectiva. Desde esta perspectiva, imaginar no es una fantasía desligada, sino una extensión funcional de la memoria, fundamental para planificar, decidir, y proyectar. En cuanto al concepto de “episodic future thinking” (pensamiento futuro episódico), se ha encontrado que la capacidad de proyectar en la mente eventos personales futuros es clave para demostrar que imaginar futuros —no solo evocar el pasado— es una función humana estable, base para metas, planes, y proyectos de vida. Definitivamente, la imaginación vincula memoria, pensamiento divergente, planificación y creatividad.
Para nosotros, la imaginación es el motor del avance cultural, científico y artístico, y afirmamos que sin imaginar, no habría arte, ciencia ni civilización. La imaginación es la matriz de intenciones profundas, la incubadora de lo que aún no somos y un rasgo esencial de la humanidad, como generador del progreso, como creador de propósitos, y de desarrollo de la civilización.
¿Sin imaginación habríamos detectado a Dios o al Universo?
Hace entre 100.000 a 40.000 años ocurrió un fenómeno sin precedentes cuando el cerebro humano comenzó a simbolizar. Las pinturas rupestres, los rituales funerarios, la música primitiva, la aparición del lenguaje abstracto y la creación de mitos indican que la imaginación no fue una decoración cognitiva. El arte rupestre, los rituales y las primeras imágenes simbólicas son evidencia de un cambio cognitivo profundo.
Una noche antigua, hace miles de generaciones, una pequeña comunidad alrededor del fuego estaba en silencio. De pronto, uno mira hacia arriba y vio luces que no existían en la Tierra. Observó puntos inmóviles y otros que se mueven. Y mira en las noches que una esfera blanca cambia de forma con los días que pasan. También vio al amanecer una luz que trae una intensidad insoportable. Para cualquier otro animal, el cielo es solo una postal. Pero para el ser humano, ocurrió algo nuevo en la historia evolutiva porque la imaginación transformó lo que veían, en significado. Y ese acto fue monumental. Cuando aquella primera mente humana observó la Luna y el Sol, no se quedó en la percepción sensorial porque algo le decía “luz”, “movimiento”, “calor”, “cambio”, y a la par, su imaginación le indicó “presencia”, “poder”, “voluntad”, “misterio”, y “sentido.” Así la imaginación fue el primer contacto espiritual de la especie. Ella permitió que el humano pensara: ¿Quién puso esto allí y a nosotros aquí? ¿Por qué todo se mueve? ¿Qué quiere decir? ¿Quién es? ¿Quién soy?...
Mientras tanto y hasta el presente ningún animal se pregunta eso. Ninguno puede hacerlo. Porque las otras especies distintas al ser humano no poseen imaginación dentro de la cognición. En muchas culturas ancestrales, el Sol y la Luna fueron sus primeros dioses. Pero lo decisivo no fue el objeto imaginado. Es la función cognitiva que lo posibilitó, porque la humanidad se imaginó a sí misma dentro de un contexto cósmico. De pronto, el ser humano ya no era solo un cuerpo vivo en la Tierra. Era parte de un orden. Era parte de algo mayor, para entonces del cielo o del firmamento, hoy, del Universo. Su vida tenía relación con fuerzas invisibles. Estaba insertado en una historia más amplia que él. La imaginación abrió la puerta al sentido. Y el sentido abrió la puerta a lo divino.
El Universo nació primero como imagen interior
Antes de ser un concepto astronómico, de ser una ecuación, antes de ser ciencia… el Universo nació en la imaginación humana. Los primeros seres humanos imaginaron un cielo ordenado, un ritmo de días y noches, un ciclo de luz y sombra, un poder —hoy denominado las leyes universales— que lo organiza, y una vida más allá de lo visible. Esta imagen interior precedió por milenios a cualquier comprensión científica. Por eso el Cosmos no fue primero una noción física más bien fue una experiencia imaginada, espiritual.
Sin imaginación, no habría religión
No existiría tampoco ciencia ni cosmología. Sin imaginación, no habría científicos. Es la misma facultad la que creó los dioses, los mitos, las primeras cosmologías, las primeras explicaciones del origen, y también las primeras preguntas que dieron nacimiento a la ciencia. La imaginación fue como un primer telescopio, que Hans Lippershey —un fabricante de lentes alemán-holandés de Middelburg invento luego de imaginarlo— y que Galileo Galilei perfeccionó, también luego de imaginar cómo.
Cuando Carl Sagan decía que “somos una forma en que el cosmos se conoce a sí mismo”, hablaba desde la ciencia. Y en el momento que planteamos que “somos el reflejo simbólico del Cosmos imaginándose”, estamos hablando desde la psicología de la imaginación. Y ambas visiones coinciden, porque la imaginación humana es el espejo interno donde el Universo se vuelve consciente, sentido y nombrado.
Sin ese espejo, las estrellas serían solo puntos de luz. El Sol sería solo calor. La Luna solo un objeto reflejante. Y Dios no existiría como concepto humano. Porque lo divino —como lo cósmico— necesita de un cerebro capaz de imaginar. Y ese cerebro es únicamente humano y divino. La imaginación fue el primer acto de espiritualidad de nuestra especie. El puente que nos enlazó con lo infinito, con el Universo o Dios. A través de la imaginación el Universo entró en nuestra vida interior, y nosotros entramos en la conciencia del Universo.
¿Los animales pueden tener algún nivel de conciencia?
Los animales no poseen imaginación simbólica. Hoy sabemos, gracias a la etología, la neurociencia comparada y la psicología experimental, que algunos animales poseen conciencia de sí mismos, o conciencia del otro, algún nivel de inteligencia práctica, cierta memoria de largo plazo, eventual comunicación compleja, hasta emociones profundas, e incluso, cierto grado de planificación. Así, un cuervo puede preparar herramientas. Un elefante puede recordar rutas y llorar a sus muertos. Un chimpancé puede engañar a otro y deducir intenciones. Pero hay un límite infranqueable: Ningún animal crea un mundo interno alterno. Ningún animal imagina un escenario inexistente. Ni simboliza lo imposible. Determinados animales anticipan consecuencias, pero no imaginan futuros figurados. O perciben la muerte, pero no imaginan la eternidad. Los animales divisan el bosque, pero no imaginan a Dios y no conjeturan hablando con Él. La imaginación humana es una “segunda realidad” paralela que solo existe dentro de nosotros, y forma parte de la arquitectura cerebral exclusiva del Homo sapiens. En este punto entra lo que hoy es una clave científica central: Las Neuronas “rosehip”, un tipo de célula cerebral, solo existen en los humanos, no están presentes en ratones ni en primates, se ubican en la capa más evolucionada de la corteza, en la capa uno, sitio de la cognición, razón y pensamiento. Regulan finamente la actividad de las neuronas piramidales y funcionan como micromoduladores de alta complejidad. Igualmente, el cerebro humano no solo es más grande, es también diferente al de otras especies. Las neuronas rosehip son como interruptores de precisión que permiten la integración de información altamente abstracta, conexiones conceptuales complejas, pensamiento asociativo, representación simbólica, simulación de escenarios, y la autorreflexión. Por lo que aunque la ciencia aún no les asigna una función cognitiva específica, es perfectamente razonable para nosotros hipotetizar que estas neuronas rosehip podrían ser parte del circuito neurobiológico que permite la imaginación simbólica que es exclusivamente humana y lo planteamos como hipótesis formal.
La intuición humana y la intuición animal: dos mundos distintos
A primera vista, pareciera que tanto humanos como animales “intuyen” cosas, como cuando un perro percibe el miedo de otro ser, o un caballo anticipa un peligro, o un delfín reconoce intenciones. Pero cuando analizamos su estructura cognitiva más profunda, descubrimos que estamos hablando de dos fenómenos muy diferentes. La intuición animal es biológica e instintiva. En los animales, lo que solemos llamar “intuición” es en realidad una lectura rápida de señales sensoriales. Se trata de una memoria emocional innata con patrones de supervivencia con predicción de comportamientos en su grupo y respuestas automáticas programadas por evolución.
No existe simbolización, ni abstracción. No hay significado trascendental. Los animales “intuyen” lo inmediato como el peligro, la comida, la jerarquía e intenciones básicas.
La intuición humana es simbólica, conceptual y metacognitiva e implica símbolos, abstracciones, pensamiento implícito, conexiones inconscientes entre ideas, detección de patrones conceptuales, anticipación de futuros, y la comprensión instantánea de sentidos profundos. De manera que la intuición humana opera en un universo mental que los animales no poseen, y puede revelarnos una verdad moral, un destino personal, la solución a un problema matemático, un descubrimiento científico, una idea filosófica, una percepción estética, y un presentimiento existencial. Por ello, Einstein hablaba de “comprensiones instantáneas sin razonamiento consciente” o señalaba que: “La imaginación es más importante que el conocimiento”, en una entrevista en 1929 a The Saturday Evening Post. También expresó que “el conocimiento es limitado. La imaginación abarca el mundo”, o que “La intuición es un don sagrado y la mente racional es su sierva fiel”, citado en “Ideas and Opinions” en 1954. Einstein claramente creía que la intuición era la fuente primaria del descubrimiento científico: “Creo en las intuiciones e inspiraciones… Me habría sorprendido si me hubiera equivocado… Recurro libremente a mi imaginación. La imaginación es más importante que el conocimiento. El conocimiento es limitado. La imaginación rodea el mundo.” en uno de sus planteamientos más profundos sobre la diferencia entre la racionalidad como una herramienta y la intuición como fuente creadora. También creía que la intuición podía guiar su pensamiento hacia nuevos descubrimientos que podrían ser más tarde verificados por la experimentación. Einstein afirmó claramente que las grandes teorías físicas no nacen del cálculo, sino de un salto intuitivo previo. Primero —según su sabia filosofía— se intuye, y luego se demuestra.
Exclusividad absoluta: ningún animal puede imaginar a Dios
El animal vive, el humano trasciende. El animal percibe, el humano simboliza. El animal recuerda, el humano imagina el infinito. El animal teme la muerte, el humano también, pero miles de millones imaginan e intuyen con certeza sobre una vida después. Al mismo tiempo, la imaginación permitió que el Universo se contara a sí mismo a través de nosotros. Somos la especie que inventó mundos internos para entender el mundo externo. La imaginación no es un adorno mental. Es la estructura más sagrada del Homo sapiens. Es el punto donde biología, psicología, conciencia de nosotros mismos y del Universo se abrazan. Y en el centro de todo esto está la convicción de que la imaginación es el rasgo esencial del ser humano y el camino hacia lo que el Universo es y será.

La imaginación como interfaz con lo trascendente
Aquí entramos en lo más profundo porque el ser humano no solo imagina lo que no existe, sino que también imagina lo eterno. Todas las religiones, filosofías y visiones espirituales nacen de la imaginación simbólica. Pero esto no significa que la espiritualidad sea ficción. Expone que la imaginación es el único instrumento que tenemos para percibir aquello que no se capta con los sentidos. Así como el ojo percibe la luz, la imaginación percibe el misterio. De alguna forma fue visualizado por sabios y científicos. Albert Einstein creía en el Dios de Spinoza. Baruch Spinoza veía a Dios en la totalidad del Universo. Carl Jung observaba imágenes arquetípicas que emergen del inconsciente. Pierre Teilhard de Chardin hablaba de la evolución hacia la conciencia unificada. David Bohm intuía un orden implicado, y Erwin Schrödinger sospechaba que existía una sola conciencia compartida. La imaginación humana no solo crea mundos internos. Es el puente con el Universo que nos creó.
Al final…
… es entonces cuando comprendemos algo inmenso de nosotros mismos, casi sobrecogedor, que en cada uno de nosotros habita la misma chispa creadora que dio origen al tiempo, a la vida y al Universo. La imaginación —esa voz silenciosa que nos habla desde adentro— no es un lujo mental, ni un adorno evolutivo, ni un capricho poético. Es el eco más íntimo de la creación. Cuando imaginamos, tocamos el instante primero, regresamos al origen y participamos del mismo acto con el que el Universo se desplegó. Por eso, la imaginación humana conmueve, porque es divina. Porque es cósmica y es el puente secreto entre lo que somos y lo que podemos llegar a ser. Sin imaginación no habríamos descubierto el fuego, ni inventado el símbolo, ni soñado con los dioses, ni levantado ciudades, ni escrito música, ni preguntado por el sentido de la vida. Sin imaginación nada habría ido más allá de lo visible. La humanidad sería apenas biología… pero nunca ciencia, ni historia. La imaginación es el primer templo del ser humano, el santuario interior donde lo infinito se asoma a nuestra mente y nosotros nos asomamos al corazón del Universo.
Mírate… Tú, que lees estas palabras, eres descendiente de aquellos primeros humanos que un día alzaron la vista y creyeron ver más que un cielo. Vieron luces, movimiento y significado. Y ese día nació el Universo en la conciencia humana y como experiencia espiritual. En ese instante nacimos nosotros como especie. Hoy, cada vez que imaginas tu futuro, tu propósito o tu destino, repites ese gesto sagrado. Cada vez que sueñas, reconstruyes la obra del Cosmos. Cada vez que visualizas quién puedes llegar a ser, estás creando la arquitectura de tu vida con el mismo poder que se mueven las galaxias. Porque ese es, en el fondo, el mensaje más profundo de todo esto, como es también que el Universo imaginó al ser humano… así como el ser humano puede alcanzar a imaginar al Universo. Y en ese diálogo —único, irrepetible y divino— la humanidad encuentra su verdadero sentido universal…
Que en estas fiestas decembrinas te encuentres feliz en unión a tus seres queridos, con el corazón en calma y los sueños despiertos. Que puedas abrazar lo que amas, rememorar lo que te sostiene y abrir espacio para lo que anhelas. En medio de las luces y la alegría, son nuestros deseos que descubras momentos de ternura, de gratitud, de esperanza y que imagines tu futuro y el de tu familia. Desde aquí, te deseamos unas felices celebraciones… y que los próximos tiempos te regalen motivos para imaginar, crear y volver a creer… Si quieres profundizar sobre la imaginación, consultarnos o conversar con nosotros, puedes escribirnos a psicologosgessen@hotmail.com. Hasta la próxima entrega…
María Mercedes y Vladimir Gessen, psicólogos.
(Autores de “Maestría de la Felicidad”, “Que Cosas y Cambios Tiene la Vida” y de “¿Qué o Quién es el Universo?”)
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