top of page

Más que animales… ¡Somos humanos!

¿Los animales viven? Sí. Pero los humanos creamos, imaginamos y damos sentido y propósito al Universo que habitamos y a nuestra existencia...


ree

El salto humano fue mucho más que sobrevivir. Originamos el arte, la ciencia y el lenguaje, y nos hicimos conscientes de nosotros mismos. Podemos anticipar el futuro y trabajar deliberadamente por los objetivos y metas que diseñamos. ¿Los animales viven? Sí. Pero los seres humanos creamos, descubrimos e incluso inventamos escenarios que podemos alcanzar. Más aún, somos capaces de otorgar sentido y propósito tanto al Universo que habitamos como a nuestra propia existencia...


No negamos nuestra naturaleza animal

 

Más bien la reconocemos como cimiento y punto de partida. Pero afirmamos que la capacidad humana de preguntarse por su propio ser revela un brinco cualitativo, un salto evolutivo hacia la autoconciencia y la trascendencia simbólica. Ellos se adaptan al entorno, nosotros lo reinventamos o procuramos. No solo imitamos la naturaleza, sino que desarrollamos mundos que no existían antes de nosotros. Pintamos en cuevas cuando aún no sabíamos sembrar. Desde las primeras pinturas rupestres del Paleolítico —cuyo valor como expresión simbólica ha sido estudiado por arqueólogos como Jean Clottes (2016)— sabemos que el ser humano no solo habitaba el mundo, lo contemplaba, lo interpretaba y lo devolvía transformado en imagen. Allí, en ese primer gesto creador, comenzó la larga indagación sobre quiénes somos.

Trazamos símbolos antes de conocer la escritura. Moldeamos instrumentos musicales antes de fundar ciudades. Erguimos mitos, rituales, cantos y relatos cuando el fuego apenas era una conquista reciente. La creatividad humana no surgió del instinto de supervivencia, sino de una fuerza interior que se asombra, interpreta y transforma. Somos cultura porque no nos basta repetir lo dado, buscamos ampliarlo. Somos música porque necesitamos darle ritmo a la conciencia. Somos pensamiento porque la realidad, sin reflexión, nos queda incompleta. Somos ciencia porque intuimos que comprender es una forma superior de cuidar la vida. Si existe un Dios o un Universo omnisciente sería la fuente de todo el conocimiento, por lo que a más estudiemos, investiguemos y nos acerquemos a la ciencia, más entenderemos lo divino. Crear —y recrearnos— es el acto más profundamente humano. Allí radica la chispa que nos separó del resto de los seres vivientes, la capacidad de convertir la existencia en sentido, y en felicidad como un propósito de vida que cada vez más humanos lo hacemos nuestro.

 

Comentario de Martín D., 63 años. Historiador de la tecnología. Buenos Aires: “Cuando comprendimos que nuestra velocidad de pensamiento ya no alcanzaba para seguir imaginando y construyendo el futuro, hicimos lo que siempre hemos hecho desde que inventamos la rueda: crear herramientas que amplían nuestras capacidades. La inteligencia artificial es simplemente la última —y quizá la más poderosa— de esas extensiones de la mente humana. No la fabricamos para dejar de pensar, sino para poder pensar más lejos, más rápido y más profundo de lo que jamás permitieron nuestras limitaciones biológicas, claro que somos más que animales instintivos.”

 

La conciencia: el milagro cotidiano que nos distingue


ree

 

Del instinto, al ser conscientes, los humanos reinventamos el mundo y preguntamos por nuestro origen y destino. Así nació nuestra esencia…

 

Si la creación fue la chispa que nos separó del resto, la conciencia fue el fuego que comenzó a arder dentro de nosotros. No solo vivimos, sabemos que vivimos. Esta capacidad —la de mirarnos por dentro, interrogarnos, recordar, anticipar, imaginar y replantearnos quiénes somos— constituye uno de los mayores enigmas de la evolución. Mientras otras especies poseen formas básicas de memoria, aprendizaje o emoción, en el ser humano emerge algo radicalmente distinto, la autoconciencia reflexiva. Ian Tattersall (2012) sostiene que este salto de la conciencia humana no fue gradual, fue cualitativo. Surgió cuando el Homo sapiens adquirió la habilidad simbólica de representarse y a sí mismo en este mundo. Allí comenzó la filosofía antes de que existiera esa palabra. Por tener consciencia de nosotros mismos somos la única especie que se pregunta quién es. La única que contempla su muerte y construye ritos para reconciliarse con ella. La que se imagina futuros posibles y se siente responsable de ellos. La única que convierte el sufrimiento en poesía, la duda en ciencia y el asombro en religión.

 

Comentario de Sofía V, 24 años, Estudiante de neurociencia. Bogotá: “El cerebro humano es un laboratorio de imaginación: crea música, teorías, religiones, arte. Podemos modelar el universo dentro de nuestra mente. Eso va mucho más allá del instinto.”

 

Para nosotros, la vida humana no se agota en lo que vemos ni en lo que medimos. Existe nuestra vida interior, vasta y profunda, donde conviven símbolos, recuerdos, intuiciones y preguntas que buscan unirse en un sentido coherente. Es allí donde los sueños dialogan con la razón y donde el misterio se convierte en guía silenciosa. Lo humano no puede reducirse a procesos biológicos ni a conductas repetidas ya que somos un tejido vivo entre lo consciente y lo inconsciente, una conversación permanente entre lo que sabemos, y lo que sentimos y lo que todavía no podemos nombrar. Y es precisamente en ese espacio interior donde descubrimos que somos algo más que animales, porque somos significado en busca de nosotros mismos. Martín Heidegger, desde la filosofía, llamó a este fenómeno Dasein que traduce al ser que no solo existe, sino que se sabe existente y, por ello, debe decidir qué hacer con su propia existencia. Y la psicología contemporánea coincide. Estudios en ciencias cognitivas (S. Dehaene, 2014; M. Gazzaniga, 2018) muestran que la mente humana no solo procesa información porque a la par crea narrativas, construye identidades, inventa significados, interpreta su propia vida como una historia en continuo devenir. Por ello creemos que esta conciencia profunda —este “mirar hacia adentro” que acompaña el “mirar hacia afuera”— es la que convierte a nuestra biología en biografía, y nuestra vida en proyecto. Porque no basta con vivir ya que necesitamos saber por qué vivimos, para qué, y hacia dónde y con quiénes lo haremos. Y es en esa búsqueda donde descubrimos que somos infinitamente más que instinto, somos sentido, memoria, posibilidad, conciencia.


ree

 

Comentario de Keiko T., 39 años, bióloga marina. Tokio: “Amo observar delfines y ballenas, son inteligentes, sensibles. Pero cuando miro a un ser humano creando arte o reflexionando sobre su origen, veo un salto evolutivo que ninguna otra especie cruza.”

 

A diferencia de otros seres vivientes, sabemos que sabemos. Vemos el mundo, pero también nos observamos a nosotros. Podemos hablar de nuestra historia personal, nuestros deseos, miedos, fracasos, y esperanzas. Podemos anticipar el futuro y reconstruir el pasado. Podemos preguntar, como lo hicieron Sócrates, Buda o Einstein, “¿Quién soy?” y “¿Qué o quién es este Universo que me contiene?” La autoconciencia transforma nuestra existencia en proyecto. Ningún otro animal organiza su vida alrededor de una visión del porvenir. Ninguno escribirá un diario íntimo, compondrá una sinfonía, debatirá sobre el sentido de la muerte o meditará sobre el origen del tiempo. Es en nuestro planeta, el privilegio de “ser semejantes” a lo divino.

 

Comentario de Alejandro R., 32 años. Ingeniero aeroespacial. Florida: “Trabajando en exploración espacial me convenzo cada día de que somos más que biología. La capacidad humana de imaginar lo imposible y luego construirlo es algo que trasciende cualquier explicación puramente animal.”

 

Atributos que revelan nuestra singularidad

 

La historia humana es una expansión progresiva de capacidades que, aunque nacen en la naturaleza, la desbordan y la reinterpretan. Cada civilización, cada mito y cada avance científico son la huella de un ser que no se conformó con sobrevivir, sino que aspiró a significar. Como han mostrado autores como Ernst Cassirer (1944), Clifford Geertz (1973) y Terrence Deacon (1997), lo que nos define no es solo la anatomía, sino la capacidad simbólica y la construcción de sentido, fuerzas que reorganizan nuestra experiencia del mundo. Entre estas habilidades destacan, uno, la imaginación simbólica con la que podemos convertir una piedra en herramienta, un trazo en palabra, un sonido en emoción, un número en teoría. Cassirer definió esta cualidad como la esencia de Homo symbolicus, el ser que vive tanto en un entorno físico como en un Universo de símbolos creados por sí mismo. Dos, la espiritualidad porque somos la única especie en la Tierra que concibe lo sagrado, que intuye lo divino, que dialoga con lo invisible. Mircea Eliade (1957) documentó en diversas culturas que el ser humano estructura su mundo desde la diferencia entre lo sagrado y lo profano, revelando una necesidad transbiológica de trascendencia.

 

Comentario de Marie D., 71 años Escritora, París: “A mi edad comprendo que la grandeza humana está en narrarse la vida. No conozco ningún animal que necesite convertir su existencia en historia para comprenderla.”

 

El tercer atributo es la búsqueda de trascendencia, en virtud de que no aceptamos que la vida sea solo biología, buscamos propósito, legado, continuidad. Viktor Frankl (1946), desde la psicología existencial, sostuvo que el ser humano se realiza en la medida en que encuentra un “para qué”, incluso en condiciones extremas. Cuatro, la ética para distinguir entre el bien y el mal, incluso cuando elegir nos cueste. La antropología moral contemporánea (Michael Tomasello, A Natural History of Human Morality, 2018) muestra que la cooperación, la reciprocidad y la justicia emergen no solo como mecanismos evolutivos, sino como decisiones conscientes orientadas por ideales. Cinco, la capacidad de amar conscientemente, no solo de cuidarnos o por supervivencia de la especie, más bien porque también decidimos querer, perdonar y acompañar. Desde la psicología humanista, autores como Carl Rogers (1961) demostraron que el amor, entendido como aceptación profunda del otro, es una construcción deliberada que excede el instinto. Seis, la fe en lo que aún no existe al creer en futuros posibles, en utopías, en mundos mejores. Yuval Harari en Sapiens, afirma que la humanidad se organiza alrededor de “realidades imaginadas”, relatos compartidos que permiten crear instituciones, sociedades complejas y proyectos civilizatorios.


ree

 

Siete, la curiosidad cósmica ya que los humanos somos capaces de imaginar otras formas de vida en el Universo y de preguntarnos si estamos solos. Stephen Hawking (1996–2010) insistió en que esta inquietud no es un pasatiempo intelectual, sino una extensión natural de nuestra búsqueda de origen y destino. El físico se preguntaba: ¿Por qué estamos aquí? ¿Podemos sobrevivir? ¿Sabremos cómo comenzó todo? ¿Existe Dios? ¿Habrá vida en otros lugares? Y en un momento señaló que le era más fácil pensar que el Universo pudo crearse sólo: “El origen del universo no necesita un agente creador externo”, dijo. Lo cual para nosotros fue un dato fundamental porque convierte al Universo en el Creador, o Dios. Reflexiones sabias que se adentran en lo que significa para los humanos preguntarse sobre el origen y el destino de sí mismos, de la Tierra, del Cosmos, del Universo. Lo cual nos lleva al atributo ocho, la capacidad de concebir lo divino y no como una respuesta fácil, sino como intuición profunda de que existe un orden, una inteligencia o una conciencia mayor que nos trasciende. Esta inquietud, presente en todas las culturas, ha sido analizada por neurocientíficos como Andrew Newberg (2010), quienes sugieren que la espiritualidad es una dimensión constitutiva de la identidad humana.

 

Comentario de Aisha Al., 50 años. Psicóloga clínica. Amán, Jordania: “En terapia descubro cada día que somos animales, sí, pero animales capaces de reinventar su identidad, desafiar su destino y buscar sentido en lo invisible. Esa es nuestra verdadera diferencia.”

 

Somos algo más…


ree

 

Hemos creado las artes: la pintura, la escultura, el dibujo, el grabado, la arquitectura en su dimensión artística, la cerámica y la porcelana, la fotografía sublime, el arte digital y la multimedia visual, porque necesitamos expresar lo que el cuerpo no alcanza a decir. También aprendimos a vestirnos y hasta decorarnos para diferenciarnos, para crear una personalidad, o simplemente para enfrentar los cambios climáticos. Somos conocimiento porque buscamos comprendernos y comprender el mundo. Poseemos un lenguaje que nos permite hablar, escribir, narrar, crear símbolos y compartir universos enteros con otros —como subraya Noam Chomsky, el lenguaje es una herramienta creadora que nos abre mundos posibles.

Logramos ver a los dinosaurios que vivieron hace 230 millones de años, y creado infinidad de fabulas a través de la cinematografía. Y ahora, todo cuanto ocurre en el extraordinario mundo de la comunicación total. Sin mencionar todo cuanto avanzamos en transporte a todos los niveles del presente.

Podemos soñar y, al despertar, interpretar esos sueños como si fueran mensajes de nuestro interior más profundo, y somos capaces de crear fantasía, mundos imaginarios que no existen en la naturaleza pero que transforman la realidad, la embellecen y la proyectan hacia aquello que todavía no es, pero que podría ser.

Ningún otro ser viviente en este planeta ha mirado al cielo para preguntarse por su origen ni ha construido telescopios para buscar hermanos de creación en otras galaxias. Esa capacidad de combinar ciencia, imaginación y esperanza resume la singularidad humana, somos criaturas que buscan sentido en un Universo que aún estamos aprendiendo a comprender.

 

Comentario de Enrique R. 58 años. Coronel retirado. Madrid. “Lo único que nos queda de los animales, es la agresividad del instinto de proteger la comida, del instinto de supervivencia propiamente dicho, como son las guerras, pero a diferencia de los animales cada vez son menos los humanos que se enfrentan para procrear o defender su territorio, y más los humanos que hacen suya la causa de la paz,”

 

La música: el latido que nos distingue

 

La música es otra señal luminosa de nuestra humana singularidad. Ningún otro animal sobre la Tierra transforma el ritmo en lenguaje emocional, ni el sonido en arquitectura espiritual. Aunque algunas especies responden a patrones sonoros o imitan vocalizaciones, pero solo el ser humano compone, interpreta, evoluciona estilos, y convierte la vibración en un relato afectivo y colectivo. Desde las flautas neandertales de hace 60 mil años, hasta el presente la música ha sido la vía por la cual expresamos sentimientos, emociones, y palabras. Como sugieren Steven Mithen (2005) y Aniruddh Patel (2008), la música no nació como adorno, sino como un modo primario de comunicación emocional, cohesión social y exploración estética. Para nosotros, es la prueba de que poseemos un sentido interno del tiempo y de la armonía —un “pulso” profundamente humano que organiza nuestra experiencia del mundo. La música es memoria, identidad, comunidad y trascendencia. Es el lenguaje donde la biología se vuelve espíritu. Ninguna otra especie lo hace para recordarse quién es ni compone para imaginar lo que puede llegar a ser.

 

Comentario de Samuel O., 44 años. Médico cardiólogo. Lima: “Cada vez que escucho el corazón humano, siento que late algo más que músculo. Late historia, memoria, sueños. Ningún animal carga consigo semejante peso de significado.”

 

Surgen más interrogantes


ree

 

¿Somos simplemente animales evolucionados por azar, como sugiere la lectura estrictamente darwiniana? ¿Somos criaturas capaces de trascender nuestra propia biología? ¿Somos seres humanos “en redes de significado que hemos tejido”? ¿O acaso nos sentimos como los dioses, cuando repetimos que fuimos “creados a su semejanza”, ese eco teológico presente en el bíblico Génesis, y reinterpretado por teólogos contemporáneos como Karen Armstrong (2005)?...

Desde la psicología, Carl Gustav Jung (1959) sostuvo que la experiencia humana está atravesada por una dimensión simbólica que nos impulsa a buscar sentido más allá de la pura supervivencia. Y desde la neurociencia actual, Antonio Damasio (2010) ha mostrado que la conciencia es un proceso emergente que integra emoción, memoria, lenguaje y proyección del futuro, algo que no observamos en el mismo grado en otras especies. Como psicólogos y observadores atentos de la condición humana, afirmamos algo con modestia, pero con firmeza: ¡Somos algo más que animales! Habitamos la frontera entre la biología y el misterio, entre la materia y el sentido, y entre el instinto y la conciencia reflexiva.

 

Comentario de Liam T, 27 años. Fotógrafo documental. Sídney. Australia: “He visto animales sobrevivir; he visto humanos buscar sentido incluso en medio del dolor. Esa búsqueda —esa necesidad de trascender— no la he encontrado en ninguna otra especie.”

 

El Universo dentro de nosotros

 

Y, sin embargo, todo esto —la creatividad, la conciencia, la ética, la música, la espiritualidad— sería apenas un preludio si no reconociéramos la verdad más deslumbrante porque el Universo no solo nos contiene… también nos habita. Cada átomo de nuestro cuerpo ha viajado por miles de millones de años, han sido estrellas, nebulosas, polvo cósmico, hasta encontrar refugio en esta forma humana que ahora se pregunta por su origen. Comprenderlo transforma la mirada. No somos extraños en un cosmos indiferente, somos una expresión del Universo que despertó para contemplarse a sí mismo. Ese despertar —frágil, luminoso, azaroso y sagrado— nos concede una responsabilidad que ninguna otra especie ha llevado sobre los hombros, el ser guardianes de la vida, portadores del sentido, y constructores de futuro. Por eso, decir que somos algo más que animales es una invitación ética. La conciencia que nos distingue no es una corona, sino un llamado. Si podemos imaginar otros mundos, ¿cómo no esforzarnos por dignificar este? Si podemos concebir lo divino, ¿cómo no honrar la vida que late en todas partes? Si tratamos de comprender el Cosmos, al Universo ¿cómo no cuidar este pequeño hogar azul que nos lo ha dado todo? Porque en cada ser humano conviven dos fuerzas, el animal que aprendió a sobrevivir y el ser consciente que aprende a trascender. Entre ambos se despliega la aventura más hermosa de nuestra especie, como lo es el convertir la vida en significado y el tiempo en propósito. Somos anatomía, sí, pero también somos memoria, belleza, pensamiento, amor, ciencia, imaginación y esperanza, y conformamos al Universo quien también está presente dentro de nosotros. Somos átomos y partículas como todo en el Universo pero conscientes. Somos vida que se interroga. Somos animales, sí, pero animales que levantan la mirada hacia lo infinito —concepto solo humano y divino— y nos atrevemos a preguntarle quién es... Y en ese gesto —humilde y grandioso a la vez— el Universo encuentra su propia voz. Y nosotros, cada vez más, comprendemos que somos parte de Él… y Él es parte de nosotros…

Son nuestros deseos que durante el nuevo año te encuentres más consciente de tu luz, de tu fuerza y de la inmensa capacidad que tienes para crear sentido en tu vida. Ojalá cada día te recuerde que eres más que instinto, que eres imaginación, memoria, ternura, inteligencia y trascendencia. Que el año que comienza te regale claridad para mirar dentro, para reinventarte y la serenidad para abrazar lo que amas. Desde nuestro corazón al tuyo, te deseamos unas felices fiestas y un luminoso año nuevo… y si quieres profundizar sobre el tema que tratamos hoy, consultarnos o conversar con nosotros, puedes escribirnos a psicologosgessen@hotmail.com. Hasta la próxima entrega…

ree






 

 

Puede publicar este artículo o parte de él, siempre que cite la fuente de los autores y el link correspondiente. Gracias. © Fotos e imágenes Gessen&Gessen

 

Comentarios


21

¡Gracias por suscribirte!

Suscríbete a nuestro boletín gratuito de noticias

Únete a nuestras redes y comparte la información

  • X
  • White Facebook Icon
  • LinkedIn

© 2022 Informe21

bottom of page