¿Premio “nobel” de la guerra? ¿quién lo ganaría?
- Maria Mercedes y Vladimir Gessen

- 15 oct
- 21 Min. de lectura
Mientras EEUU cambia su nombre de Secretaría de Defensa por el de Guerra, ¿podríamos tener un premio para la conflagración? El Premio Nobel de la Paz y la ausencia de uno de la Guerra es una declaración psicológica que nos recuerda que nuestra supervivencia depende más de la conciliación que de la confrontación, pero sobran candidatos para este premio imaginario.
El lado oscuro del genio humano: Poder y destrucción
Si Alfred Nobel hubiese querido premiar no a quienes promueven la paz, sino a quienes perfeccionan el arte de destruirla, el siglo XX, y lo que va del XXI, tendrían una lista interminable de laureados. No serían inventores de la penicilina ni defensores de los derechos humanos, sino ingenieros del sufrimiento, estrategas del miedo, hombres que creyeron que la historia se escribe con cadáveres y no con ideas. Por suerte —y por culpa—, Nobel leyó su propio obituario en Le Figaro antes de morir. Lo llamaban “el mercader de la muerte” por haber inventado la dinamita… Avergonzado, decidió premiar la paz. Pero imaginemos por un instante que no lo hubiera hecho... que su fundación en Estocolmo otorgara cada diciembre un Premio “nobel” de la Guerra. ¿Quiénes lo habrían ganado desde 1910 hasta 2025?
Siglo XX: cuando la guerra se volvió industria
1910s: Káiser Guillermo II y la Gran Guerra: El siglo XX comenzó con uniformes nuevos, aunque viejas ideas. El Káiser Guillermo II soñaba con ser un Napoleón con bigote alemán. Y así estalló la Primera Guerra Mundial donde millones de jóvenes fueron enviados al frente para morir por metros de barro y por metros de orgullo. El “nobel” de la Guerra sería para él y su corte de generales, por transformar la política en matadero, y la gloria en fosa común. Por él, La humanidad descubrió que podía industrializar la muerte.
1920s: Mussolini, el inventor del fascismo: Mientras Europa enterraba a sus muertos, un periodista con delirios de grandeza inventó un método nuevo, la violencia organizada como espectáculo. Benito Mussolini convirtió el resentimiento en doctrina, la masa en ejército, y el grito en himno. Exportó el fascismo como si fuera una franquicia política. Fue el maestro de Hitler, el arquitecto del culto al líder, el precursor de todos los populismos autoritarios del siglo XX. Su “premio” sería por enseñar que el miedo puede disfrazarse de orden.
1930s: Hitler, el destructor mesiánico: Adolf Hitler no necesita presentación ni justificación. Fue el ingeniero del infierno moderno, el Holocausto, la guerra total, la propaganda como religión. Demostró —como advirtió Hannah Arendt— que el mal puede ser banal cuando se normaliza desde el poder. Su legado no fue solo la muerte de millones, sino el aprendizaje de que la obediencia ciega es más peligrosa que la maldad consciente. Ganaría el “nobel” de la Guerra eterno, por haber hecho del odio y la muerte una ciencia.
1940s: Hiroshima, Stalin y la guerra total
1941: Hideki Tōjō y el Imperio del Japón: El “nobel” de la Guerra del año del horror habría recaído en Hideki Tōjō y el Imperio del Japón, por el ataque sorpresa a Pearl Harbor que cambió el curso del siglo y desató la guerra con Estados Unidos.
En nombre del honor y la expansión imperial, Japón lanzó una ofensiva que destruyó la flota del Pacífico estadounidense y dejó más de 2.400 muertos en pocas horas. Detrás de la precisión militar se escondía la ceguera psicológica del poder en una mezcla de orgullo herido, paranoia nacional y mito de invencibilidad. El estratega naval Almirante Isoroku Yamamoto advirtió: “Durante seis meses dominaré el Pacífico, después no garantizo nada.” Y así fue. El ataque, que pretendía imponer respeto, desató el despertar del gigante norteamericano y selló el destino del Japón imperial. Aquel año, el “premio” simbólico de la destrucción tuvo nombre y fecha: 7 de diciembre de 1941, el día en que la guerra se volvió irreversible.
1945 Harry Truman y el amanecer nuclear
La Segunda Guerra Mundial terminó con una explosión más luminosa que el sol. Harry S. Truman apretó el botón que abrió la era atómica. Hiroshima y Nagasaki se convirtieron en sinónimos de eternidad trágica. Se argumentó que las bombas “acortaron la guerra”, pero inauguraron una nueva, como fue la del miedo perpetuo. Truman recibiría el “nobel” de la Guerra por convertir la física cuántica en tragedia humana.
1950s: Stalin y el miedo como sistema
Joseph Stalin fue el dictador de la URSS, el hombre que industrializó el terror. Stalin uso el miedo como sistema y la guerra como destino, no solo fue el arquitecto del terror soviético, sino también el comandante en jefe de la guerra contra la Alemania nazi, tras haber firmado con Hitler el Pacto de No Agresión Germano-ruso en 1939. Cuando el Führer rompió el acuerdo e invadió la Unión Soviética en 1941, Stalin pasó de aliado táctico a enemigo mortal, dirigiendo la defensa con una mezcla de brutalidad y determinación. Bajo su mando, el Ejército Rojo logró vencer en Stalingrado y llegar a Berlín, pero al precio de millones de vidas. Su liderazgo fue el de un estratega sin piedad que sacrificó a su propio pueblo para derrotar al enemigo. Al final, emergió como vencedor de la guerra y señor del bloque comunista, demostrando que en su mente el poder y el miedo eran inseparables, y que la victoria militar también podía convertirse en una nueva forma de opresión. Mientras Occidente vendía libertad, él administraba la paranoia con burocracia. Así surgieron los purgados del Partido Comunista y en 1936 y 1938, ordenó ejecuciones masivas de sus antiguos compañeros revolucionarios como León Trotsky (asesinado en México en 1940 por orden de Stalin), Bujarin, Kamenev, Zinóviev, Tujachevski y miles de oficiales, intelectuales y militantes. La paranoia lo llevó a destruir la vieja guardia bolchevique que lo había acompañado en la revolución. Entre los militares y oficiales soviéticos purgó al 80% del alto mando del Ejército Rojo, debilitando la defensa nacional, justo antes de la invasión nazi. Para Stalin, el talento era peligroso si no se acompañaba de sumisión absoluta. En el caso de los campesinos del Holodomor, entre 1932 y 1933, la colectivización forzada provocó la hambruna de Ucrania, donde murieron entre 4 a 7 millones de personas. Durante la guerra y después de ella, Stalin deportó a pueblos enteros —chechenos, tártaros de Crimea, ingusetios, kalmukos, polacos y bálticos— acusándolos de colaborar con los nazis. Millones murieron en los trenes o en el exilio forzoso a Siberia y Asia Central. Estas deportaciones fueron limpiezas étnicas camufladas de castigo colectivo. El siglo aprendió con él que la represión también se puede planificar como un plan quinquenal.
1950s–1970s – De Mao a Pinochet: el siglo de los tiranos
Mao, el “gran timonel” del desastre: Mao Zedong quiso rehacer la historia desde cero, como si los siglos anteriores hubiesen sido un error. Su misión era convertir a China en una utopía comunista donde el Estado pensara por todos y la ideología sustituyera a la compasión. Con el llamado “Gran Salto Adelante” (1958–1962), Mao ordenó una revolución económica y agrícola que debía llevar al país al cielo socialista. El resultado fue el infierno ya que hubo entre 30 y 45 millones de muertos por hambrunas, trabajos forzados y ejecuciones. Ninguna bomba atómica mató tanto como la combinación de dogma, miedo y obediencia ciega. Después, para colmo, vino la Revolución Cultural (1966–1976), cuando millones de jóvenes —los “guardias rojos”— se convirtieron en inquisidores. El culto a Mao fue tan absoluto que su rostro se volvió omnipresente, en las paredes, en los billetes, en los pensamientos. Las universidades cerraron, los intelectuales fueron humillados, y la delación se convirtió en virtud patriótica. Psicológicamente, Mao encarna al utopista totalitario, ese líder que sustituye a la divinidad con su propia ideología y confunde el amor al pueblo con el deseo de controlarlo todo. Su “nobel” de la Guerra sería triple:por la guerra que provocó el hambre, la guerra contra la cultura, y la guerra contra los individuos. Mao no solo destruyó cuerpos, destruyó biografías, identidades y memorias. Y aun así, sigue siendo aun venerado por millones. Porque el poder absoluto tiene una extraña alquimia, convierte el miedo en admiración.
Kim Il-sung: el patriarca del totalitarismo heredado: Fundador de Corea del Norte y creador del culto al líder, Kim Il-sung desató en 1950 la Guerra de Corea, que dejó más de tres millones de muertos y partió la península en dos. Convirtió al país en una teocracia sin dioses, donde su propia imagen sustituyó a lo divino. Inventó la doctrina Juche, basada en la autosuficiencia, pero su verdadero legado fue el miedo como cohesión nacional. Bajo su mando, la guerra no terminó y se volvió una identidad nacional. Su nieto, Kim Jong-un, heredó ese sistema y su psicología del poder absoluto, demostrando que el conflicto puede heredarse como si fuera un trono ya en tres generaciones. Kim nieto, ahora fabrica nuevas bombas nucleares y misiles hipersónicos con los que nos amenaza al mundo entero en cada desfile militar.
1960s: Lyndon B. Johnson y la guerra televisada: En Vietnam, la humanidad descubrió cómo se puede perder una guerra ganándola en los mapas. Johnson y sus estrategas medían el éxito por cuerpos enemigos. Pero la televisión transmitió en directo la pesadilla. Y todos vimos niños corriendo envueltos en napalm, aldeas arrasadas, soldados quebrados por dentro y monjes inmolándose. El “nobel” de la Guerra de esta década iría a la racionalidad sin conciencia, la que calcula la victoria sin mirar las tumbas.
1970s: Pol Pot, el utopista del exterminio: Pol Pot, el genocida camboyano creyó que podía crear el “hombre nuevo” borrando el pasado. Vació las ciudades, cerró las escuelas y transformó los campos en cementerios. Dos millones de muertos después, su sueño de pureza se volvió apocalíptico. El “nobel” de la Guerra le pertenece por demostrar que la ideología sin empatía es genocidio disfrazado de utopía. El dictador Pol Pot, cuyo verdadero nombre era Saloth Sar, devastó completamente su propio país: Camboya. Su impacto fue tan profundo que transformó a la nación en una de las mayores tragedias humanitarias del siglo XX, y su régimen desestabilizó toda la región del Sudeste Asiático.
1970s: Pinochet, el general que declaró la guerra a Chile: El 11 de septiembre de 1973, el general Augusto Pinochet bombardeó el palacio de gobierno: La Moneda, y derrocó al presidente Salvador Allende. Comenzó entonces una guerra interior la del Estado contra su pueblo. Más de 3.000 asesinados o desaparecidos, 30.000 torturados, y cientos de miles de exiliados. Pinochet convirtió la doctrina de seguridad nacional en psicología del terror. En nombre del “orden”, instauró un régimen que mezcló represión con neoliberalismo, crecimiento económico con decadencia moral. Fue detenido en Londres por orden del juez Garzón, símbolo de que la justicia puede tardar, pero no olvida. Su “nobel” de la Guerra sería por haber perfeccionado la represión tecnocrática, esa que sonríe mientras tortura.
1971-1979: El dictador africano del sadismo:
Idi Amin Dada gobernó Uganda con una mezcla de locura, sadismo y delirio mesiánico. Autoproclamado “Presidente Vitalicio” y “Rey de Escocia”, convirtió al país en un escenario de terror, dejando más de 300.000 muertos entre opositores, minorías y simples sospechosos. Expulsó a la comunidad asiática, destruyendo la economía, y transformó el Estado en su instrumento de paranoia. Su régimen fue una orgía de violencia y extravagancia, donde el poder se confundía con espectáculo y la crueldad con autoridad. Exiliado en 1979, murió impune, símbolo del tirano psicopático que hace de la muerte una forma de gobierno. Idi Amin Dada nunca fue acusado ante la Corte Penal Internacional, porque esta no existía aún. Sin embargo, sus crímenes están ampliamente documentados por informes internacionales y reconocidos como de lesa humanidad por la historiografía y el derecho internacional moderno.
1994: Kagame / Interahamwe / señores de la guerra de Ruanda: El genocidio de Ruanda de 1994, con más de 800.000 muertos en apenas cien días, no puede atribuirse a un solo hombre, aunque nombres como Paul Kagame o los líderes del movimiento Interahamwe marcaron su desarrollo y sus consecuencias. Fue una guerra tribal convertida en locura colectiva, donde vecinos asesinaron a vecinos con machetes, alentados por la propaganda del odio. Representó la enfermedad social del alma humana, cuando la identidad étnica se transforma en justificación para exterminar al otro. Más que una guerra, fue un espejo de cómo el miedo, la manipulación y la obediencia ciega pueden desatar el infierno en la Tierra. Representa la guerra tribal como enfermedad colectiva del alma y de la conciencia humana.
1996: El conflicto del Congo: Especialmente en las regiones de Kivu e Ituri, ha dejado más de seis millones de muertos, convirtiéndose en la guerra olvidada del mundo. Enfrentamientos entre milicias, ejércitos extranjeros y grupos armados que se disputan minerales como el coltán —vital para la tecnología moderna— han condenado al país a una violencia interminable. Es una guerra sin rostro ni titulares, donde el sufrimiento se mide en silencio y la codicia global alimenta el ciclo de sangre. El Congo representa el colonialismo económico contemporáneo, donde la riqueza natural se convierte en maldición y el mundo prefiere no mirar. Desde 1996, tras la caída del dictador Mobutu Sese Seko, la RDC nunca logró consolidar un Estado funcional. Las Fuerzas Armadas Congoleñas (FARDC) están fragmentadas, corruptas y muchas veces actúan igual que las milicias. Decenas de grupos armados —como el M23, las ADF (Allied Democratic Forces) o los Mai-Mai— controlan territorios ricos en oro, coltán, cobalto y diamantes. Estos grupos explotan minas, esclavizan civiles, violan mujeres y niños, y financian su guerra con la venta ilegal de minerales. El poder central en Kinshasa ha sido incapaz o poco dispuesto a detenerlos.
1980s: Andrópov y Reagan: la paranoia con botones nucleares: Yuri Vladímirovich Andrópov fue una de esas figuras que, aunque breves en el poder, marcaron profundamente la psicología política de la Guerra Fría. Fue el jefe de la KGB, y gobernó la Unión Soviética poco antes de morir. Un hombre culto, lector de poesía, pero sin compasión. Creía que el mundo podía ser controlado desde un escritorio y que la disidencia era una enfermedad mental. Durante su mandato, un error de radar casi desató una guerra nuclear, solo la prudencia de un teniente la evitó.
Su antagonista, Ronald Reagan, Presidente de Estados Unidos entre 1981 y 1989, competía por demostrar quién podía destruir el planeta más veces. Fue el actor que convirtió la guerra en espectáculo. Transformó la Guerra Fría en una cruzada moral entre el “Imperio del Bien” y el “Imperio del Mal”. No fue un tirano, sino el director de la guerra ideológica: financió a los contras en Nicaragua, a los muyahidines en Afganistán y a regímenes autoritarios “anticomunistas”, mientras impulsaba una carrera armamentista que multiplicó el miedo global. Fue el creador y promotor del proyecto conocido como “La Guerra de las Galaxias”, nombre popular del programa de defensa espacial más ambicioso y polémico del siglo XX. Anunció la creación de la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE), conocida mundialmente como la Star Wars Initiative. El proyecto buscaba desarrollar un sistema capaz de interceptar y destruir misiles nucleares enemigos desde el espacio, utilizando satélites, rayos láser, sensores orbitales y tecnología antimisil. La idea era construir un escudo galáctico que protegiera a Estados Unidos de un ataque soviético, transformando la disuasión nuclear en una defensa tecnológica absoluta. Con su carisma, psicológicamente, encarnó al héroe narrativo del poder, aquel que actúa la guerra para evitarla, pero termina normalizándola en la mente colectiva. El equilibrio perfecto entre la sonrisa y el botón rojo. Ambos comparten este “nobel” simbólico: el del miedo como estrategia de nobel, la paranoia como equilibrio del mundo. Sin embargo, si existiera el “Premio “nobel” de la Guerra de los años 80, Reagan no lo compartiría con Andrópov porque al fin y al cabo logró con su guerra psicológica galáctica que el miedo desestabilizara al enemigo. Moscú creyó que Estados Unidos buscaba invulnerabilidad, y esa presión aceleró el colapso económico y el fin del régimen soviético.
1990s: Los Balcanes y el regreso del genocidio a Europa: Europa juró que “nunca más”, después de la II Guerra Mundial. Pero en los Balcanes repitieron la historia y fue con limpieza étnica, campos de concentración, y violaciones masivas. Slobodan Milošević demostró que el nacionalismo mal curado es una infección recurrente. Srebrenica fue el espejo de Auschwitz cincuenta años después. Fue acusado en 1999 por el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (TPIY) —creado por la ONU en 1993— por crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad y genocidio, cometidos durante las guerras de Croacia (1991-1995), Bosnia (1992-1995) y Kosovo (1998-1999). Las acusaciones incluían asesinatos masivos, deportaciones forzadas, persecución racial y uso sistemático del terror. El “nobel” de la Guerra de esta década sería para este personaje que murió El 11 de marzo de 2006, Milošević murió en su celda de La Haya a los 64 años, oficialmente por un infarto de miocardio. Algunos medios rusos y sus abogados afirmaban que fue asesinado para silenciarlo antes del veredicto. Ciertos forenses occidentales señalaron que Milošević pudo autoadministrarse una dosis de medicamentos peligrosos para morir antes de una condena inevitable.
2000s: El médico que envenenó a su paciente: Bashar al-Assad, Un oftalmólogo heredó el poder y decidió curar a su país con bombas. Bombardeó hospitales, gaseó a civiles y cercó ciudades hasta que fallecieran de hambre. Su guerra mató más que una pandemia y desplazó a más de trece millones de personas. Siria se convirtió en el espejo más cruel de la deshumanización contemporánea. El “nobel” de la Guerra le corresponde sin duda porque fue el dictador que confundió gobernar con castigar y asesinar. Al-Assad ya no está en el poder. En diciembre de 2024 el régimen colapsó, salió de Siria con destino a Rusia donde vive asilado, según despachos y resúmenes oficiales
2023: Racismo en Sudán: Particularmente en Darfur, el régimen de Omar al-Bashir llevó a cabo entre 2003 y 2010 una de las limpiezas étnicas más atroces del siglo XXI, con más de 400.000 muertos y millones de desplazados. Enfrentando una rebelión local, el gobierno respondió con una política de exterminio, con bombardeos indiscriminados, aldeas arrasadas y violaciones masivas cometidas por las milicias Janjaweed, armadas y financiadas por el propio Estado. Fue un genocidio patrocinado oficialmente, donde la ideología del poder se impuso sobre la vida humana. Al-Bashir se convirtió en el primer jefe de Estado acusado por la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra y de lesa humanidad, aunque durante años gozó de la impunidad que brinda la geopolítica. Darfur sigue siendo un recordatorio de que, incluso en la era de los derechos humanos, la barbarie aún se firma con sello oficial.
2010s: La religión como bomba: Si la Edad Media tuvo cruzadas, el siglo XXI tuvo atentados suicidas. Osama bin Laden convirtió la fe en exhibición y el suicidio en arma global. El 11 de septiembre no solo derrumbó las torres, sino que derrumbó certezas. Desde entonces, el mundo vive bajo la vigilancia, y la seguridad cuesta más que la libertad. Su “nobel” de la Guerra es el de la teología del odio, y del fanatismo que promete el paraíso matando inocentes. Osama bin Laden fue ajusticiado en Abbottabad, Pakistán, el 2 de mayo de 2011, poco después de la 1:00 a. m. hora local (4:00 p. m. hora del este) por una unidad de operaciones especiales del ejército de los Estados Unidos, bajo las órdenes de Barack Obama.
2020s: Putin y el retorno del imperio
Cuando creíamos que el mapa de Europa estaba cerrado, Vladimir Putin decidió reabrirlo con sangre. Invadió Ucrania con la nostalgia del zar y la frialdad del espía. Resucitó la guerra imperial, las amenazas nucleares y la censura total. Su “premio” sería por devolvernos al siglo XIX con tecnología del XXI. Y junto a él comparte el premio, Hamas, la criminal organización terrorista que convierte la tragedia palestina en un culto al martirio, donde los niños mueren dos veces, en la guerra y en la propaganda y el adoctrinamiento. En la mañana del 7 de octubre de 2023, Hamas desencadenó una ofensiva masiva contra Israel, considerada una de las más mortíferas en décadas. Murieron alrededor de 1.200 personas, principalmente civiles, y unos 251 fueron secuestrados como rehenes. Como respuesta, Israel lanzó una campaña militar en Gaza, provocando una devastación amplia, miles de muertos palestinos y desplazamientos masivos. El conflicto resultante también generó una negociación de alto el fuego y un intercambio de prisioneros: el 13 de octubre de 2025, Hamas liberó los últimos 20 rehenes vivos como parte de un acuerdo que liberó también más de 1.900 prisioneros palestinos por parte de Israel.
2023: Etiopía (Tigray): la guerra silenciada por la pandemia: Entre 2020 y 2023, mientras el mundo miraba al COVID-19, Etiopía libraba una guerra brutal en la región de Tigray, dirigida por el primer ministro Abiy Ahmed, ¡premio Nobel de la Paz en 2019! Enfrentado a las fuerzas rebeldes tigrayas, su gobierno desató una ofensiva que dejó decenas de miles de muertos, desplazamientos masivos y denuncias de crímenes de guerra. El panel que otorga el Premio Nobel de la Paz dijo que el primer ministro etíope, Abiy Ahmed Ali, quien ganó el honor en 2019, tiene una "responsabilidad especial" de poner fin al derramamiento de sangre en curso en la región de Tigray. "Como primer ministro y ganador del Premio de la Paz, Abiy Ahmed tiene una responsabilidad especial de poner fin al conflicto y contribuir a la paz", dijo el jueves 13 de enero de 2022, Berit Reiss-Andersen, presidenta del Comité Noruego del Nobel. En pleno siglo XXI, una guerra contemporánea se libró en silencio, ocultada por la pandemia y la indiferencia internacional, recordándonos que incluso los laureados con la paz pueden ganar —sin cámaras— su propio Premio “nobel” de la Guerra.
Un caso aparte: el héroe que amó la guerra
Winston Churchill encarna la paradoja del siglo XX: salvó al mundo, de Hitler, pero nunca dejó de amar la guerra. Su oratoria y su temple fueron decisivos para resistir el nazismo, que sin él, Europa quizá habría sucumbido. Sin embargo, detrás del héroe se escondía el imperialista convencido, el hombre que consideraba a los pueblos coloniales inferiores y a la guerra una extensión natural de la política. Como primer ministro británico, dirigió con valentía la defensa de Londres durante el Blitz, pero también fue responsable de bombardeos masivos sobre ciudades alemanas y japonesas, y de decisiones coloniales que costaron cientos de miles de vidas. Su papel en la hambruna de Bengala (1943), donde murieron más de tres millones de indios mientras Gran Bretaña exportaba arroz, sigue siendo una mancha moral en su legado. Churchill despreciaba la independencia de India, defendía el dominio blanco y veía el Imperio como misión civilizadora. Psicológicamente, representó el arquetipo del guerrero intelectual, el hombre que encuentra su identidad en la batalla. En su mente, la guerra era una vocación y la historia, un campo de batalla moral donde él debía ser protagonista. Por eso, cuando la victoria llegó en 1945, Churchill perdió las elecciones: la sociedad quería paz, pero él solo sabía liderar en la conflagración, y los ingleses lo sabían.
2025: Los nuevos aspirantes al “nobel” de la Guerra:
El año 2025 no necesita candidatos: una buena parte de la humanidad entera se está postulando. Vivimos una guerra que no siempre tiene trincheras, pero sí víctimas. Los frentes se multiplican: Ucrania sigue ardiendo, Israel e Irán se preparan para la guerra bíblica: el Armagedón, en tanto que en Gaza y el Líbano se destruyen bajo el terror de Hamas y Hezbolá respectivamente, África bajo confrontación en distintos países, Taiwán y el Mar de China laten como minas de tiempo. En otra dimensión nos topamos con las redes sociales —esa nueva artillería— que fabrican odio a la velocidad de la luz.
Así, mientras Hamas persiste en su doble crimen: asesinar y esconderse detrás de inocentes, mientras Israel responde con una fuerza que borra ciudades enteras, nadie gana. Todos pierden. Y en el ínterin, Putin continúa su cruzada imperial con misiles disfrazados de historia. A la vez, nuevas potencias ensayan sus músculos digitales, porque la próxima guerra no será por territorios, sino por datos, mentes y conciencia...
2025: Netanyahu: el estratega del miedo y la paradoja
Benjamín Netanyahu es una de las figuras más influyentes, polémicas y duraderas de la política contemporánea. Líder del Estado de Israel durante más de tres lustros, ha ejercido el poder con la mente de un estratega brillante y el instinto de un sobreviviente político. Su legado combina la eficacia de la seguridad con la incapacidad de alcanzar la paz, y la fortaleza del Estado con la fragilidad de la convivencia. Para gran parte del pueblo israelí, Netanyahu ha sido el garante de la defensa nacional en un entorno hostil. Para muchos palestinos y observadores internacionales, en cambio, representa la perpetuación de una guerra sin final, donde la fuerza reemplaza al diálogo. Su doctrina ha sido la de la disuasión permanente para evitar la derrota manteniendo al enemigo siempre bajo presión. Pero esa estrategia convirtió la excepción en norma y la amenaza en instrumento de cohesión. Psicológicamente, Netanyahu encarna el arquetipo del líder racional pero prisionero del miedo. Consciente del trauma histórico de su pueblo, gobierna desde la prevención y la sospecha. Ha hecho del peligro una identidad y de la memoria del Holocausto un marco simbólico de legitimación política. Su mayor logro —la seguridad— es también su mayor tragedia, porque al garantizar la defensa, consolidó una paz imposible. En el balance histórico, Netanyahu no es un tirano ni un déspota clásico, sino algo más inquietante, es el administrador de un conflicto eterno, hasta religioso, el político que domina el arte de resistir sin resolver. Así no puede juzgársele con los parámetros de Putin o Hamas, sino con la lupa de la paradoja ética, que es la de un líder que protege a su pueblo mientras lo condena a vivir bajo un estado emocional de guerra perpetua. Y sin embargo, en 2025, cuando la historia repartió simbólicamente su irónica presea de la guerra, Netanyahu perdió este hipotético “Premio “nobel” de la Guerra, porque este año, la distinción —si así pudiera llamarse— recayó en Vladimir Putin y Hamas, por haber llevado al mundo al borde de la conflagración global y del horror moral, aunque hoy, por fin, la historia dio un respiro. Se firmó el acuerdo de paz en el Medio Oriente y fueron entregados los rehenes. Lo que durante meses pareció imposible se hizo realidad: Israel y Hamás firmaron un pacto que devuelve a la región —aunque sea por un tiempo— la palabra “esperanza”.
2025: Irán quiere que Israel desaparezca
A Irán lo preside el Ayatolá Alí Khamenei. Como Líder Supremo de la República Islámica de Irán (desde 1989 hasta la actualidad, 2025). Es la máxima autoridad política y religiosa del país, por encima del presidente, del parlamento y de las fuerzas armadas. Por esto, controla directamente la Guardia Revolucionaria, el aparato de inteligencia y las decisiones clave de política exterior, especialmente el apoyo a las guerrillas Hezbollah en el Líbano, Hamas en Gaza y los hutíes en Yemen, extendiendo el fuego del fanatismo por todo el Medio Oriente. También, es el jefe absoluto del desarrollo nuclear. Su poder proviene del principio teocrático de la Velayat-e Faqih —el gobierno del jurisconsulto— que le otorga el mando supremo sobre la nación y la interpretación de la ley islámica. Irán asimismo ha lanzado misiles contra Israel, y ha prometido públicamente su desaparición, y ha insistido en avanzar hacia la bomba nuclear, no como disuasión, sino como amenaza. Por promover la guerra con Israel, recibiría, sin dudas, el Premio “nobel” de la Guerra. Y mientras el mundo celebraba este 13 de octubre de 2025, la firma del acuerdo de paz impulsado por Trump —con Israel, Estados Unidos, Canadá, los países árabes, asiáticos y europeos como protagonistas— Irán no firmó. La historia lo recordará no por la paz que negó, sino por el miedo que sembró.
Los no incluidos
No agregamos en esta lista de los premiados por guerrear, a los dictadores ya fallecidos Fidel Castro y al Generalísimo Francisco Franco, “caudillo de España por la Gracia de Dios”, que era su título, no por falta de razones o de víctimas políticas en sus respectivos regímenes, sino porque, en términos comparativos, otros líderes de su tiempo sobrepasaron en escala, crueldad y sistematicidad las atrocidades cometidas bajo sus mandatos. Durante las décadas en que ambos gobernaron y ejercieron sus dictaduras autoritarias con fusilados, o con el uso del garrote vil, y la represión extrema sumada a la censura, en otras latitudes el mundo fuimos testigo de otras dictaduras genocidas, con políticas de exterminio masivo como el Holocausto nazi bajo Hitler, las purgas estalinistas en la Unión Soviética, el terror maoísta en China, la guerra en Vietnam o el genocidio camboyano de Pol Pot. Estos otros regímenes mencionados llevaron a cabo crímenes de masas y limpiezas étnicas de tal magnitud que devastaron poblaciones enteras. En la jerarquía del horror histórico, estos encarnaron la barbarie en su forma más absoluta.
En 2025, los galardonados también serían múltiples: Los gobiernos que mienten más que dialogan. Las corporaciones que lucran con las armas, los algoritmos y la desinformación. Los fanáticos que matan en nombre alguna deidad o de la patria. Y los ciudadanos indiferentes que, mirando pantallas, creen que la guerra es solo una noticia más. En este nuevo siglo, la guerra se volvió una emoción programada, una corriente eléctrica que viaja por redes, drones y discursos. Los ejércitos ya no necesitan invadir, basta con dividir. Si en 2025 existiera el Premio “nobel” de la Guerra, el ganador podría ser cualquier humano, por la obstinación de buena parte de la humanidad en repetir los mismos errores, por preferir el poder al diálogo, y por no entender aún que la paz no se firma, se educa, se construye y se siente. Después de un siglo de “nominados”, la conclusión es clara… La guerra no se extingue con tratados, sino con conciencia. Mientras algunos líderes busquen enemigos, la humanidad olvida su reflejo. El verdadero desafío no es conquistar la Tierra, sino dominar nuestra sombra. Porque unos de los enemigos que más muertes ha causado se llama ignorancia, y lleva el rostro de la humanidad que niega este nombre.
Hoy hablamos de un Premio “nobel” de la Guerra. No para ironizar, sino para denunciar con lucidez y compasión el sinsentido que hemos normalizado. Porque cada guerra, detrás de los discursos y de las banderas, tiene el mismo rostro, el de un niño que no entiende por qué huye, el de una madre que entierra lo que más ama, el de un soldado que solo obedece, o el de un anciano que recuerda que ya lo vivió y que nada cambió. No hay paz posible sin verdad. No hay verdad posible sin memoria. Y no habrá humanidad posible mientras el dolor del otro no duela también a todos. Por ello te invitamos colega y a los soñadores de todos los países a acompañarnos en esta denuncia. No contra un enemigo externo, sino contra la indiferencia que habita en alguna parte de la conciencia colectiva. Acompáñennos a exaltar a la razón, a la empatía, al diálogo y a la educación como los verdaderos premios que merece la humanidad. Y, sin embargo, después de tanto horror y desencuentro, aún queda esperanza: El mundo ha sido testigo de un hecho impensable: Israel, Palestina, Canadá, varios países árabes, europeos y asiáticos, junto a Estados Unidos, firmaron un acuerdo de paz para el Medio Oriente… No es el fin de los conflictos porque uno de los bandos en pugna no estuvo involucrado en el trato: Irán. No obstante, sí puede ser el comienzo de una nueva conciencia global, donde los pueblos descubren que la paz no es una utopía, sino la única estrategia viable para sobrevivir. Quizás esta vez —después de que tantas confrontaciones merecerían el “nobel” de la guerra— la humanidad haya aprendido que la reconciliación también puede ser heroica… Porque aún es tiempo de comprender que la paz no se hereda… se aprende, se practica y se siente. Y si la guerra se ha vuelto un hábito, que nuestra respuesta sea convertir la paz en una cultura viva, permanente, tan cotidiana como respirar, o como una noticia en primera página, una civilización que entienda que somos una sola humanidad…
¿A quiénes le darías tú el premio “nobel” de la guerra?, nos lo puedes decir o si quieres profundizar sobre este tema, consultarnos o conversar con nosotros, escribiéndonos a psicologosgessen@hotmail.com. Hasta la próxima entrega… Que la Divina Providencia del Universo nos acompañe a todos…
María Mercedes y Vladimir Gessen, psicólogos. (Autores de “Maestría de la Felicidad”, “Que Cosas y Cambios Tiene la Vida” y de “¿Qué o Quién es el Universo?”)
Puede publicar este artículo o parte de él, siempre que cite la fuente de los autores y el link correspondiente a Informe 21. Gracias. © Fotos e imágenes Gessen&Gessen e informe 21


















Some users search for comparison between general and platform-specific content, and may encounter queries like porn pornhat. Evaluating platform quality, user interface, and safety options helps decide if it’s reliable. Always choose sites with secured encryption and clear policies to reduce risks associated with malware or intrusive tracking online.
An onlyfans subscription allows fans to access exclusive content from creators for a recurring fee. Subscription models vary, and creators may offer bundles, discounts, or limited-time promotions. Subscribing directly supports the creator’s work and provides a more personalized and interactive experience for fans seeking unique content.