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Una guerra fría de nueva generación se calienta

La humanidad vive en peligro por tres frentes de batalla: El Medio Oriente, el conflicto China-Taiwán y la guerra de Rusia a Ucrania

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La historia no siempre repite sus formas, pero sí sus impulsos subyacentes. Hoy, en pleno siglo XXI, el mundo parece reconfigurar sus polos de poder, no mediante grandes acuerdos diplomáticos multilaterales, sino a través de tensiones armadas regionales que —como fuegos dispersos— amenazan con incendiar el sistema internacional. Tres epicentros concentran la atención estratégica del planeta, a saber en el Medio Oriente, con la permanente posibilidad de un enfrentamiento directo entre Israel, Irán involucrando al Líbano y otros países árabes, a Estados Unidos y a las potencias aliadas, en el Estrecho de Taiwán, donde China consolida su avance hacia una reunificación forzada enfrentando a Taipéi y a Washington, y el tercer epicentro con la guerra de Rusia contra Ucrania, que se ha transformado en una prueba de resistencia y una probable conflagración indirecta entre Rusia y Europa con la OTAN, con la presencia todavía de EEUU. Estos tres frentes no son escenarios aislados. Son partes interdependientes de un tablero global en plena mutación y desarrollo.

Lo que ocurre en uno repercute en los otros. El reciente bombardeo estadounidense a las instalaciones nucleares de Irán ha reavivado los temores de una guerra abierta en el Golfo Pérsico. Lejos de buscar una escalada, Washington parece apostar por una disuasión quirúrgica, al tiempo que figuras influyentes como Donald Trump —actuando como mediador informal— tratan de lograr un alto al fuego inmediato entre Irán e Israel, buscando evitar un conflagración mayor. Y aunque el fuego cruzado continúa en forma de ataques limitados y enfrentamientos por terceros actores, el clima general es el de una tensa contención.

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Este 7 de julio, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu se reunió en la Casa Blanca con el alto mando político y militar estadounidense, en lo que muchos consideran la fase más delicada de las negociaciones recientes. Se busca un posible cese al fuego por 60 días con Hamás, mediado por Washington y con respaldo indirecto de Egipto y Catar. Esta tregua, de concretarse, no solo buscaría aliviar la catástrofe humanitaria en Gaza, después del criminal ataque a civiles por parte de Hamas, sino también contener un conflicto regional de mayor envergadura, donde Irán, Líbano, Siria y Yemen podrían entrar en juego de forma más activa.

Estamos, entonces, ante una configuración de contiendas interconectadas, donde los actores ya no luchan solamente por territorio, sino por estatus, legitimidad y poder simbólico... Hasta por conceptos religiosos y de fe. Lo que está en juego no es solo el equilibrio geopolítico, sino la narrativa del orden global, hoy disputada por bloques que ya no reconocen una única autoridad moral ni un árbitro confiable. El sistema internacional ha dejado de ser un conjunto de alianzas estables y se ha transformado en un mosaico de coaliciones volátiles, donde cada región actúa como espejo o contrapeso de las otras. En este contexto, la idea de paz como "ausencia de guerra" ha quedado obsoleta. La paz, hoy, es una coreografía precaria entre intereses cruzados, liderazgos fracturados y amenazas que se multiplican a velocidades tecnológicas.

Y aunque como observadores, ciudadanos del mundo y psicólogos deseamos profundamente la paz, debemos reconocer una verdad incómoda, la paz duradera entre Irán e Israel será inviable mientras ambos Estados mantengan la convicción existencial de que, para sobrevivir, deben anular o destruir al otro. Esta manera de pensar y de fijar las estrategias de confrontación total —alimentada por narrativas religiosas e ideológicas— impide cualquier reconciliación permanente y genuina. Mientras persista esa percepción de amenaza mutua como fundamento de identidad nacional, cada tregua será solo una pausa en una guerra más amplia y arraigada.

 

Medio Oriente: La partida nuclear silenciosa

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Diagnóstico al 7 de julio de 2025: De acuerdo a alta fuentes de análisis la inestable situación en el Medio Oriente ha superado las fronteras de lo imaginable y se ha adentrado en una fase de altísima volatilidad estratégica y emocional. La guerra en Gaza sigue activa, con episodios de violencia que se intensifican a pesar de las múltiples mediaciones, mientras los discretos ataques cruzados entre Israel y Hezbolá en el norte de Israel y el sur del Líbano continúan expandiendo el frente. Mientras desde Yemen, los hutíes mantienen su ofensiva con drones y misiles, enmarcados en una coalición informal de milicias respaldadas —directa o indirectamente— por Irán. En este contexto, el ataque “quirúrgico” y preventivo, con bombas de profundidad, de Estados Unidos contra las instalaciones nucleares de Irán, llevado a cabo hace semanas, ha marcado un punto de inflexión histórico. La Casa Blanca, al justificar su acción como una medida para impedir la proliferación atómica, también ha enviado un claro mensaje: No permitirá que Teherán se convierta en una potencia nuclear bajo un régimen teocrático hostil a Israel y Occidente. Pero el objetivo estratégico fue más allá como fue el de evitar una "israelización" del conflicto, es decir, impedir que Tel Aviv actúe de manera unilateral con armamento táctico de destrucción masiva, desatando una reacción en cadena regional.

Pensamos ante el riesgo de una conflagración total, el presidente Donald Trump solicitó públicamente un alto al fuego inmediato entre Irán e Israel, con respaldo tácito de algunos sectores del Pentágono y de la comunidad internacional. Este llamado, sorpresivamente, ha abierto una grieta en el muro del enfrentamiento. Benjamín Netanyahu, ha tenido que considerar una estrategia de contención militar y humanitaria a pesar del vil ataque de Hamas que inició la destrucción de Gaza. Egipto y Catar apoyan discretamente estas gestiones, sabiendo que un escenario bélico podría consumir sus propias fronteras si no se frena pronto la actual secreta y disimulada escalada.

Ratificamos que la estructura emocional y doctrinaria de este enfrentamiento limita cualquier optimismo desmedido. Por más que deseamos la paz, debemos advertir con franqueza que una paz auténtica entre Irán e Israel será imposible mientras ambos regímenes sigan creyendo que para existir deben destruir al otro. Esta percepción de amenaza existencial es una narrativa psicológica profundamente arraigada por generaciones, que se refuerza con cada ataque, cada muerte, cada discurso de odio. Es una guerra no solo de misiles, sino de creencias y significados.

 

Escenarios probables

 

1. Escalada controlada: Israel e Irán intensifican sus ataques indirectos a través de milicias aliadas (proxies), pero sin entrar en combate directo. Estados Unidos, aún sin desescalar completamente, opera como amortiguador estratégico, evitando una confrontación frontal. La probabilidad de este escenario es alta y ya —de hecho— está en curso, aunque bajo presión creciente.

 

2. Confrontación directa Israel-Irán: Este escenario se activaría si Irán cruza alguna de las líneas rojas de seguridad israelí —como un nuevo ataque masivo de misiles directamente hacia Tel Aviv o Haifa— o si Israel considera inevitable un ataque preventivo a gran escala sobre la infraestructura militar o nuclear iraní. La posibilidad de uso de armas tácticas nucleares por parte de Israel, en caso de sentirse acorralado, sigue presente aunque en el extremo de la disuasión. La probabilidad es media-baja en el corto plazo, pero en aumento si fracasan las actuales negociaciones del alto al fuego.

 

3. Involucramiento total de Trump y Putin: Rusia, aliado militar y diplomático de Irán y Siria, podría incrementar su apoyo logístico y de inteligencia, mientras que Estados Unidos se vería empujado a un nuevo frente militar en el Golfo Pérsico. Este escenario abriría un nuevo capítulo de la geopolítica global, donde las potencias nucleares jugarían con candela en un entorno densamente poblado y religiosamente polarizado. La probabilidad es baja, pero con riesgo exponencial si ocurre un error de cálculo o un evento no previsto de un ataque terrorista de escala.

 

4. Fuera de los escenarios: El mayor riesgo no proviene hoy de una declaración oficial de guerra, sino de los errores humanos, tecnológicos o interpretativos, amplificados por la descentralización bélica. Milicias autónomas, drones con IA, decisiones automatizadas de defensa aérea y sistemas de comunicación vulnerables hacen que cualquier chispa pueda convertirse en catástrofe.

 

China–Taiwán: La Hora del Dragón

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Diagnóstico al 7 de julio de 2025: La confrontación entre la República Popular China y Taiwán se ha convertido en el conflicto latente más estratégico del planeta. Beijing no ha ocultado que la “reunificación” de la isla es una prioridad histórica e ideológica de Estado, y Xi Jinping, en su tercer mandato, ha consolidado esa meta como parte de su legado personal. El objetivo simbólico es el año 2049, centenario de la fundación de la República Popular. Sin embargo, los movimientos en curso indican que el calendario podría acelerarse considerablemente.

Desde inicios de 2025, China ha incrementado sus maniobras aéreas y navales en el estrecho de Taiwán, simulando bloqueos, ocupaciones de islas y ciberataques a infraestructuras críticas taiwanesas. En paralelo, ha desatado una campaña de desinformación masiva orientada a minar la confianza en el gobierno democrático de Taipéi, al exacerbar divisiones internas y promover narrativas de inevitabilidad histórica. A esto se suma una ofensiva diplomática para aislar aún más a Taiwán en organismos internacionales, y presionar a países aliados a través de acuerdos comerciales, préstamos e infraestructura bajo la Iniciativa de la Franja y la Ruta.

A nivel global, el avance militar ruso en Ucrania, la crisis en Medio Oriente tras el bombardeo estadounidense a Irán, y la creciente fatiga estratégica de Washington, pueden ser interpretados por Pekín como señales de debilidad de Occidente. En el pensamiento estratégico chino, estas condiciones podrían configurar una “ventana de oportunidad” geopolítica. Así, mientras Estados Unidos divide su atención en Europa y Medio Oriente, la región Indo-Pacífica queda expuesta a un reordenamiento forzado. No en vano, todo indica que el aparato militar chino ha sido reestructurado para operaciones anfibias, guerra electrónica y control del ciberespacio, todo centrado en el posible escenario taiwanés.

A nivel psicológico, el nacionalismo chino ha sido deliberadamente estimulado con la idea de que Taiwán es la última herida colonial por cerrar, y que no hacerlo equivaldría a la humillación histórica del Partido Comunista. Así, no se trata solo de una disputa territorial, ya que sería para Pekín, una lucha por legitimidad interna, por el orgullo nacional, y por redefinir el eje de poder en Asia-Pacífico.

 

Escenarios probables

 

1. Presión prolongada y bloqueo naval gradual: China evita la invasión directa, pero impone una estrategia de asfixia económica, tecnológica y logística. Declara zonas de exclusión aérea y marítima, ejecuta ciberataques quirúrgicos y mantiene un acoso constante que obstaculiza el comercio y la estabilidad interna de Taiwán. La probabilidad es alta. Este escenario ya está parcialmente en marcha, mientras Pekín lo considere una forma de erosión sin costo militar directo.

 

2. Invasión militar directa (2027–2030): Un el cambio político en Estados Unidos, con una presidencia menos comprometida con la defensa de aliados, o una sobrecarga de Washington en otros frentes globales, podría empujar a Xi Jinping a optar por una invasión relámpago. Esta implicaría misiles de precisión, paracaidistas, ciber interferencia y control informativo. La probabilidad es media, pero en crecimiento. El factor disuasivo sigue siendo el riesgo de guerra total con EEUU y Japón, aunque disminuye si Pekín percibe que el costo sería mayor que el beneficio estratégico.

 

3. Negociación forzada con cambio de régimen en Taiwán: Este escenario se basa en la infiltración política, chantaje económico y manipulación informativa. China promueve la división interna en Taiwán —entre los sectores proindependencia y los pragmáticos— mientras ofrece incentivos comerciales a empresarios y políticos para aceptar una solución “pacífica” que incluya un modelo de autonomía controlada. La probabilidad es alta si Estados Unidos reduce o diluye su apoyo estratégico y armamentista. La presión de Beijing ya ha dado frutos en sectores económicos taiwaneses.

 

4. Fuera de los escenarios, una advertencia clave es que Taiwán es el corazón global de la producción de microchips avanzados —particularmente a través de la empresa TSMC— lo que convierte este conflicto en un riesgo sistémico para la economía mundial. Cualquier interrupción en esa cadena de suministro afectaría la producción de vehículos, teléfonos inteligentes, satélites, armamento y computadoras en todo el planeta. Además, una invasión o anexión forzada por parte de China marcaría el inicio oficial de una Tercera Guerra Fría, enfrentando abiertamente los modelos autoritarios y democráticos.

 

Proyección estratégica de los actores clave del Indo-Pacífico

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Japón se perfila como la punta de lanza defensiva de Occidente en Asia. Su alianza con Estados Unidos ha sido fortalecida bajo el nuevo Tratado de Seguridad Integrada 2024, permitiéndole operar conjuntamente con la Séptima Flota en caso de crisis. Tokio también ha aprobado reformas constitucionales para ampliar su capacidad ofensiva, y ha desplegado misiles antibuque en las islas Nansei, que apuntan directamente a los corredores de acceso naval de China hacia Taiwán. Japón teme que si Taiwán cae, sus propias islas más occidentales serían las próximas. Al norte, Japón juega un papel crucial desde las islas Ryukyu y Okinawa, donde se han desplegado misiles antibuque de largo alcance, radares avanzados y presencia conjunta de fuerzas estadounidenses y japonesas. Este arco defensivo protege el flanco noreste de Taiwán y bloquea un posible avance de Pekín hacia el Pacífico norte.

 

Corea del Sur sigue muy de cerca la situación en Taiwán y mantiene acuerdos de inteligencia compartida con Japón y EEUU, preparados para actuar si el conflicto escala regionalmente. Seúl ha comenzado a reorientar parte de su estrategia hacia el mar del Este y el Estrecho de Taiwán. Tiene intereses económicos vitales en el Estrecho, y teme que una guerra allí afecte su suministro tecnológico. Si bien mantiene una relación ambigua con China, cualquier acción militar directa de Pekín sobre Taiwán obligaría a Corea del Sur a alinearse con Estados Unidos, especialmente si Pyongyang decide aprovechar la coyuntura para escalar su propia tensión.

 

Australia ha dejado de ser un actor periférico para convertirse en un baluarte estratégico occidental en el Pacífico Sur. Con bases renovadas en Darwin y Perth, y bajo el pacto AUKUS (Australia–Reino Unido–Estados Unidos), Canberra ha comenzado a adquirir submarinos de propulsión nuclear y tecnología cibernética avanzada. Sus bases en el norte del país han sido reacondicionadas para recibir bombarderos B2 y fuerzas rotativas estadounidenses. Si China bloquea Taiwán, Australia sería clave para asegurar las rutas alternas de abastecimiento y contener la expansión naval de Pekín hacia el Pacífico transformándose en un pilar central del cerco defensivo estadounidense en el Pacífico Sur, e integrándose plenamente a la arquitectura defensiva en torno a Taiwán.

 

Mapa geoestratégico descriptivo del conflicto en el Indo-Pacífico

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Japón, Corea del Sur y Australia: Estos tres aliados no son simples observadores, forman los vértices de un triángulo estratégico de disuasión que puede frenar —o escalar— una eventual confrontación en torno a Taiwán. La estabilidad del Indo-Pacífico dependerá en buena medida de su capacidad para actuar con rapidez, coordinación y firmeza frente a las provocaciones chinas. En un mundo donde las guerras ya no se declaran, sino que se ejecutan en fases invisibles —desde el ciberespacio hasta los mercados financieros—, esta región asiática será el escenario de la arquitectura global del siglo XXI. En términos políticos, Xi Jinping se ha presentado a sí mismo como heredero de una tradición milenaria: "la Hora del Dragón", que no solo lo involucra como líder comunista moderno, sino como quien restaurará el esplendor histórico de China frente a un siglo de humillación extranjera. Por ello, hablar de esta hora es evocar el momento de despertar de esa potencia dormida como señalara Napoleón, que ahora, al decir de Jinping está lista para reclamar su lugar como centro del mundo.

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El mar de la China Meridional es hoy uno de los espacios más militarizados del planeta. En su extremo norte se encuentra el litoral continental de China, que ha convertido la isla de Hainan en un poderoso centro naval con capacidad de proyección regional. Desde allí, y mediante la militarización progresiva de las islas Paracelso y las Spratly —territorios en disputa con países del sudeste asiático—, China ha desplegado bases aéreas, radares, misiles antibuque y sistemas defensivos que le permiten ejercer un control operativo parcial del tráfico marítimo estratégico.

Frente a esta proyección se sitúa Taiwán, al otro lado del Estrecho. Rodeada de zonas de exclusión aérea y marítima temporales que Pekín activa en ejercicios regulares, la isla democrática vive bajo un cerco táctico cada vez más estrecho, que incluye bloqueos informáticos, interferencias satelitales y presiones comerciales. En los últimos meses, los buques de su Armada han ensayado maniobras de cierre total del Estrecho de Taiwán, al tiempo que se intensifican los vuelos de cazas y bombarderos chinos que cruzan la línea media del estrecho, considerada durante décadas un límite informal.

Hacia el este y sur, Taiwán se conecta con una red de aliados clave como Filipinas, que ha reafirmado su alianza con Estados Unidos, permitiendo el acceso a bases navales, y con Vietnam y Malasia, que mantienen una postura de alerta frente a las reclamaciones territoriales chinas e igualmente, en el Océano Pacífico Occidental, con las bases norteamericanas en Guam, y donde patrullan regularmente submarinos nucleares estadounidenses.

Finalmente, los Estados Unidos operan como el eje de esta red. Con presencia militar, naval, satelital y de inteligencia en toda la región, Washington mantiene una estrategia de disuasión flexible, aunque no reconoce formalmente a Taiwán como Estado independiente, pero lo respalda política y militarmente como “socio estratégico no oficial”. La presencia de portaaviones, submarinos, bombarderos B-52 y tropas rotativas en la región no deja lugar a dudas, cualquier intento de invasión a Taiwán sería interpretado como un desafío directo al equilibrio geopolítico del Indo-Pacífico.

 

Ucrania: El techo de la resistencia occidental

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Diagnóstico al 7 de julio de 2025: La guerra en Ucrania ha dejado de ser una guerra por territorio y se ha convertido en una guerra por el alma de Europa. Rusia no se conforma con retener las regiones ocupadas de Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón. Su objetivo real es reconfigurar el orden de seguridad del continente y restaurar —bajo una narrativa neozarista y antioccidental— un cordón geopolítico de influencia desde el Báltico al mar Negro. Vladimir Putin no solo busca controlar Ucrania, sino debilitar de forma permanente el papel de la OTAN, la UE y Estados Unidos como garantes del equilibrio europeo.

La línea del frente, que se extiende desde el Dniéper hasta las afueras de Járkov, se ha congelado en términos territoriales, pero continúa activa con bombardeos, drones, sabotajes e incursiones selectivas. Moscú ha fortalecido sus defensas en las zonas ocupadas y las ha incorporado de facto a su mapa administrativo. Ucrania resiste, pero con un costo monumental. Con ciudades destruidas, millones de desplazados, una economía en emergencia permanente y una población exhausta. Kiev sobrevive gracias al flujo constante de armamento occidental, pero esa ayuda está hoy bajo amenaza. Desde inicios de 2025, los signos de fatiga en las democracias occidentales se han vuelto más visibles. Protestas por el gasto militar, cambios de gobierno en varios países de Europa central, y una polarización política creciente en Estados Unidos —con un Trump fortalecido en la Casa Blanca— han cuestionado la continuidad del apoyo a Ucrania. Una negociación “de facto” o una congelación del conflicto sin victoria ucraniana se ha convertido en una posibilidad real. Trump, por su parte deshoja la margarita, un día cancela más armamentos para Zelensky, Otro día ofrece más misiles patriot a Ucrania.

Putin, por su parte, apuesta al tiempo y al desgaste del adversario. Con los ingresos energéticos estabilizados gracias a acuerdos con China, India e Irán, y con un aparato represivo eficaz dentro de Rusia, el Kremlin está preparado para mantener una guerra de posiciones durante años, si esto implica la rendición por cansancio del bloque occidental.

 

Escenarios específicos para Ucrania

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1. Guerra prolongada con línea de frente establecida, como ocurrió en Corea. La situación es un estancamiento territorial sin avances significativos, pero con enfrentamientos crónicos y sin acuerdo de paz formal. Ucrania queda como Estado semipartido, Rusia consolida sus ganancias, y el conflicto se convierte en una “zona congelada” que alimenta tensiones durante décadas. La probabilidad es muy alta. Es el escenario más estable y más peligroso, porque normaliza la violencia.

 

2. Colapso interno en Ucrania o reducción del apoyo occidental: Si la guerra se extiende sin logros visibles, el cansancio interno en Kiev y el giro político en EEUU o Europa pueden llevar a una negociación desigual, forzada por falta de recursos. La probabilidad es Media-alta entre 2025–2026, especialmente por la política aislacionista de Donald Trump.

 

3. Desestabilización rusa desde dentro: Un escenario en el que una crisis política o económica interna —provocada por sanciones, malestar social o divisiones en la élite— genere una transición inesperada en el Kremlin, tipo 1991 o incluso 1917. La probabilidad es baja, pero de impacto crítico si llegara a ocurrir.

 

4. Advertencia clave: Si Ucrania cae, se fragmenta o se ve obligada a negociar perdiendo soberanía, el mensaje para el mundo será devastador. Representaría que las potencias autoritarias pueden cambiar fronteras por la fuerza si son pacientes y persistentes. Sería el principio del fin del orden nacido tras la Segunda Guerra Mundial. La disuasión se volvería irrelevante. Las reglas perderían su fuerza. El precedente quedaría escrito y podría repetirse en otros lares.

 

El mundo ante el umbral del desorden sistémico

 

Los tres frentes activos —Medio Oriente, Taiwán y Ucrania— no son crisis aisladas. Son síntomas de un mismo proceso histórico de la fragmentación del orden internacional posterior a 1945 y el debilitamiento del marco normativo que lo sostenía. Ya no vivimos en un sistema bipolar ni unipolar, sino en un mundo multipolar inestable, donde la fuerza comienza a sustituir al derecho, y donde las potencias emergentes —como China, Rusia e Irán— desafían sin disimulo la autoridad de Occidente.

El garante histórico del equilibrio global, Estados Unidos, atraviesa una crisis de confianza y de dirección estratégica, desgastado por décadas de sobre extensión militar, polarización interna, y una sociedad que duda si aún le corresponde liderar o replegarse. La Unión Europea actúa con vacilaciones, y la ONU ha sido neutralizada por el veto geopolítico. En este vacío de autoridad, cada potencia marca su territorio como puede, sea con misiles, tratados bilaterales, influencia digital o campañas de desinformación.

Nos encontramos, pues, ante un nuevo tipo de guerra sistémica que no es global en su forma clásica, pero sí en su efecto acumulativo. Se libra por partes, en múltiples geografías, escalas y tecnologías, y tiene como blanco final la definición misma del poder, la legitimidad y la verdad. En vez de una Tercera Guerra Mundial tradicional, enfrentamos una Tercera Guerra Fría fragmentada y multidimensional, con repercusiones incluso más impredecibles.

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La sombra nuclear

 

Hay una línea que, hasta ahora, no ha sido cruzada. Pero está más cerca que nunca. Me refiero al uso de armas nucleares tácticas, esas ojivas de menor potencia —comparadas con Hiroshima— pero con un efecto psicológico devastador y una carga simbólica irreversible. Rusia, frente a una derrota humillante o una amenaza a Crimea, podría activar su doctrina de “escalada para desescalar”, es decir, utilizar una bomba táctica para forzar una negociación en sus términos. Israel, si se sintiera acorralado por un ataque masivo coordinado desde Irán y sus proxies, podría contemplar el uso de una ojiva táctica como último recurso disuasivo. China, aunque no ha insinuado tal posibilidad, observa el efecto de cada disuasión nuclear con precisa atención.

Si uno de estos actores rompe el tabú, aunque sea con una detonación “limitada”, el umbral psicológico de la humanidad habrá sido traspasado. Ya no hablaremos de amenazas ni de hipótesis. La lógica de contención que sostuvo la paz nuclear desde 1945 se derrumbaría en segundos.

Las consecuencias no serían solo geopolíticas. Se quebraría el contrato implícito de que hay un límite que ninguna potencia está dispuesta a cruzar. El miedo volvería a instalarse en cada capital, en cada ciudadano, en cada generación. Se reactivaría la carrera armamentista en el mundo entero. Y, quizás lo más preocupante sería que el uso de lo impensable se volvería, con el tiempo, tolerable.

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Como profesional del comportamiento humano y comunicador debo decirlo sin adornos, una bomba nuclear táctica no es “menor” que una estratégica. Lo que destruye no es solo territorio, destruye el sentido de límites éticos, la noción de humanidad compartida, la confianza en la razón. Por eso, el verdadero reto de nuestro tiempo no es solo evitar guerras, sino evitar el acostumbramiento a lo insoportable, y recordar que, mientras exista esa sombra, toda la civilización estará de pie sobre una cornisa de cristal.

Como psicólogo y comunicador, lo más preocupante no es la guerra en sí, sino la naturalización del conflicto como condición permanente. Se banaliza la muerte, se asume la fragmentación, se sustituye la reflexión por la reacción. Nos acostumbramos al miedo. Y eso, más que las armas, es lo que erosiona la conciencia de las civilizaciones. El desafío de nuestra época no será solo evitar una catástrofe nuclear o contener una invasión. Será reaprender a vivir con diferencias sin que ellas nos arrastren al abismo, reconstruir instituciones globales desde una legitimidad compartida, y recordar que la paz —como el respeto— no es una herencia asegurada, sino una tarea cotidiana. Porque si no somos capaces de imaginar un mundo distinto, terminaremos viviendo en las ruinas del que dejamos morir.

Si deseas profundizar, comentar o consultar sobre este tema puede conectarme en psicologosgessen@hotmail.com. Nos vemos en la próxima entrega.

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