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Juegos de Guerra en el Mar Caribe

Washington y Moscú vuelven a medir fuerzas en el Caribe. La flota de EEUU se encuentra frente a un país caribeño como en Cuba en 1962 donde quedó atrapada... ¿Pasara lo mismo con otro país?


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En el lenguaje secreto del poder, la guerra se juega antes de estallar. Se ensaya en pantallas y algoritmos, en modelos virtuales donde los estrategas anticipan lo que después podría convertirse en tragedia. En esas salas situacionales —recintos blindados y sin ventanas— se despliega el mapa del mundo como un tablero vivo. Cada movimiento se analiza en tiempo real, sea que un dron penetra una frontera, una flota que cambia de rumbo, o una crisis financiera que podría convertirse en detonante político. Allí, los líderes no juegan con fichas ni dados, sino con vidas humanas hipotéticas, y con escenarios diseñados por supercomputadoras.


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El concepto no es nuevo. Durante la Guerra Fría, las grandes potencias crearon sus War Rooms, verdaderos laboratorios del apocalipsis donde se simulaban ataques nucleares, bloqueos marítimos o invasiones masivas. Era la época del cálculo humano de estrategas, psicólogos militares, y científicos sociales que proyectaban la mente del adversario para anticipar su conducta. Pero hoy, ese tablero ya no lo domina la mente humana, la comparte con la inteligencia artificial que ha entrado en el juego.

Los nuevos juegos de guerra se desarrollan en entornos digitales donde IA militares predictivas procesan millones de variables —climáticas, económicas, cibernéticas, emocionales— para anticipar reacciones antes de que acontezcan. Los algoritmos aprenden de cada simulación, corrigen patrones, predicen el comportamiento de ejércitos, gobiernos e incluso sociedades enteras. Algunos modelos ya integran análisis de lenguaje y de emociones para interpretar el tono de algún discurso presidencial o el estado de ánimo de una población frente a una crisis. En estos sistemas, el enemigo no siempre es otro país, a veces es una idea, una tendencia social, una desinformación que se propaga más rápido que cualquier misil a nivel mundial.

Las salas situacionales del siglo XXI ya no sólo observan el presente, predicen el futuro. Asesoran a los líderes sobre cuándo y cómo mover cada pieza. Si las antiguas potencias dependían de generales y espías, las actuales dependen de modelos predictivos y de redes neuronales capaces de simular guerras totales, sin disparar un solo tiro. Pero, paradójicamente, cada nueva simulación se convierte en una profecía que acerca el riesgo real de conflicto.

 

La sala situacional


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En medio de un clima internacional enrarecido, imaginemos en la sala situacional de la Casa Blanca donde el presidente de la nación A convocó a su consejo de seguridad a la sala situacional. Los expertos del departamento de guerra modelaban los escenarios globales, y el análisis situacional había mostrado una tendencia inquietante como es que si la nación Z continuaba su ofensiva sobre el país U, la escalada sería inevitable. Entonces, el presidente de A les comunicó que había decidido actuar. Esa misma noche, se comunicó con el presidente de Z a través de un canal cifrado. La conversación, aunque diplomática, reveló el pulso entre dos los egos históricos.

 

Diálogo I: La propuesta de A

 

Presidente de A: —“Sabemos que el conflicto con U no beneficia a nadie. Las pérdidas humanas, la crisis energética y la desconfianza internacional están afectando a todo el sistema global. Si tú, Z, das un paso hacia la paz, nosotros garantizaremos que se abra una vía de negociación segura. Estoy dispuesto a mediar personalmente.”

Presidente de Z: —“Paz, dices… Pero ¿qué clase de paz es esa donde uno de los bandos debe rendirse? U no negocia, obedece a tus intereses. Y tú lo sabes.”

Presidente de A: —“No busco rendiciones, busco equilibrio. La humanidad está agotada de amenazas. Deja de atacar a U y podremos hablar de respeto mutuo.”

Presidente de Z (en tono frío): —“El respeto no se mendiga, se impone. Y U está dentro de lo que históricamente consideramos nuestra zona de seguridad. No te metas en lo que no te pertenece…”, y Z cortó la comunicación.

Horas después, los drones de Z sobrevolaban U bombardeando con más intensidad que nunca. La estrategia de Z era clara: demostrar que no cedía ante la presión moral ni diplomática de A. Su lógica era psicológica: si mostraba debilidad, perdería no solo terreno, sino autoridad frente a su pueblo y sus aliados. Mientras tanto, los asesores de A y de Z, desde sus respectivas Salas Situacionales de Crisis, monitoreaban cada movimiento. La IA militar predijo que Z intensificaría los ataques para fortalecer su posición antes de cualquier negociación. Y así ocurrió…

Luego se convino un encuentro personal de los presidentes de A y de Z...


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Diálogo II: La reunión en Alaska

 

El encuentro tuvo lugar en Alaska, territorio elegido por su cercanía geográfica a las naciones A y Z, y su clima tan gélido como el ánimo de los presentes. Los presidentes de A y Z se miraron como dos jugadores veteranos que ya se conocen todas las trampas del otro. Detrás de ellos, los intérpretes y asesores aguardaban en silencio, observando cómo el hielo no estaba solo afuera, sino también entre las palabras.

Presidente de A: “Vinimos aquí para buscar un punto de equilibrio, no para repetir los viejos discursos. Si reducimos tensiones, todos ganamos. Nadie desea otra era de bloques ni una carrera armamentista sin sentido.”

Presidente de Z: “La historia no se repite, presidente A. Solo se ajusta. Y en este ajuste, cada nación debe proteger lo que considera suyo. No seremos nosotros quienes cedamos nuestra seguridad para satisfacer tus equilibrios.”

Presidente de A: “Seguridad, sí, pero no expansión. Cuando tus tropas cruzan fronteras, no estás defendiendo, estás avanzando. Y cuando lo haces con apoyo de desinformación y alianzas opacas, no puedes esperar confianza.”

Presidente de Z: “Confianza… ¿en quién? En ti, que rodeas mis fronteras con bases, con flotas, con sanciones que pretenden doblegar economías enteras. Hablas de paz, pero tu diplomacia es una pistola con silenciador.”

Presidente de A: “Y tú hablas de soberanía mientras alteras la de tus vecinos. Ambos sabemos que este diálogo no es entre amigos, sino entre sobrevivientes de una guerra que nadie ha declarado oficialmente.”

Presidente de Z (con una leve sonrisa irónica): “Entonces al menos coincidimos en eso. Nadie la ha declarado… todavía.”

Presidente de A: “Z, sabes perfectamente que no buscamos el conflicto, pero tampoco la sumisión. Si de verdad deseas estabilidad, demuestra que puedes detener tus acciones. Alaska podría ser el principio de algo.”

Presidente de Z: “Alaska solo es hielo, A. Y el hielo no florece. Tú quieres gestos, yo quiero garantías. Y si no las hay, este encuentro será recordado solo como otra escenografía para la prensa.”


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Se produjo un silencio. Ambos líderes permanecieron inmóviles, mirando más allá de la ventana con la exposición de los paisajes de Alaska, parecían observarlos con indiferencia. Los asesores tomaban notas, pero nadie escribía acuerdos. La reunión terminó sin comunicados de paz en U. Los dos mandatarios se levantaron al mismo tiempo, estrecharon las manos para las cámaras, y se marcharon por puertas opuestas. Alaska no cambió la temperatura del mundo. Solo la confirmó.

 

El contragolpe de A

 

Posteriormente, el presidente de A anunció más sanciones económicas contra Z. Congeló activos, suspendió exportaciones estratégicas y movilizó a sus aliados comerciales europeos. Pero esta vez Z no se inmutó. Había aprendido a sobrevivir fuera del sistema financiero dominado por A. Había construido alianzas paralelas, redes de suministro alternativas y una nueva arquitectura económica respaldada por sus socios en Asia X y N, en el Medio Oriente I, y en Latinoamérica V. Por ello, las sanciones que una vez paralizaban ahora solo irritaban. También, el presidente de A dio la orden de movilizar una flota entera hacia el Mar Caribe, argumentando que se trataba de maniobras contra el terrorismo y el narcotráfico. Pero todas las partes entendieron que la presencia de esos portaaviones y decenas de buques de guerra, submarinos, una fuerza área de más de cientos de aviones y helicópteros y drones de combate, con misiles de largo alcance, más un contingente militar de miles de marines y de fuerzas especiales, frente a las costas de V era una amenaza directa. Esta movilización no había ocurrido en el Caribe desde que el mundo estuvo en vilo ante la posibilidad de un enfrentamiento nuclear entre Washington y Moscú como lo fue la crisis de octubre de 1962 con la cuarentena en Cuba.

 

La reacción de V y el posible giro del tablero

 

El presidente de V, consciente de su vulnerabilidad, escribió un mensaje de emergencia a sus aliados. Envió mensajes cifrados a Z, X, N e I. Les pidió apoyo logístico y disuasivo. “Si A se atreve a cruzar el límite, necesitamos una respuesta coordinada”, dijo V. Viéndose desafiado Z, por la presencia de la flota de A frente a las costas de V, interpretó el gesto como una provocación directa. Activó su propio sistema de defensa y puso —en secreto— en alerta a sus fuerzas estratégicas. Y el vocero de Moscú señaló que: “En Z, estamos en contacto con nuestros socios. Estamos preparados para continuar respondiendo de manera adecuada a sus solicitudes, teniendo en cuenta las amenazas existentes y potenciales de nuestro aliado”. Por esto, La tensión ha estado en ascenso ya en el punto más alto en décadas.

Ese mismo día, en la noche, el presidente de A pareció vacilar, aunque no del todo. Pero anunció públicamente: “No atacaremos a V”.

 

Cuando el juego se volvió real


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Fue en octubre de 1962 cuando el mundo se asomó al abismo. Las imágenes aéreas obtenidas por un avión espía U-2 mostraron algo que Estados Unidos no podía tolerar, los misiles nucleares soviéticos siendo instalados en Cuba, a menos de 100 kilómetros de las costas de EEUU. El presidente John F. Kennedy, joven, sereno, pero consciente del riesgo, reunió a su Consejo de Seguridad Nacional. No podía permitirlo. Si aceptaba misiles enemigos tan cerca, EEUU estaría en peligro. Pero si los atacaba, desataría una guerra nuclear. La historia lo recordaría como el presidente que destruyó el mundo…  Del otro lado del planeta, en Moscú, Nikita Jrushchov veía la situación desde otra perspectiva. Había decidido instalar esos misiles no solo como defensa de Cuba —su nuevo aliado revolucionario— sino para equilibrar el poder nuclear frente a los misiles estadounidenses instalados en Turquía, apuntando hacia la Unión Soviética. Era una jugada de ajedrez geopolítico, si ellos podían apuntar desde el sur, ¿por qué no hacerlo desde el Caribe?

El 22 de octubre, Kennedy anunció al mundo su decisión, Estados Unidos impondría un bloqueo naval total a Cuba. No lo llamó “bloqueo”, sino “cuarentena”, para evitar que se considerara un acto de guerra. Ordenó que ninguna nave soviética pudiera acercarse a la isla sin ser inspeccionada. El mensaje era claro y escalofriante: si cruzan la línea, dispararemos…

En Moscú, Jrushchov respondió con tono desafiante: “Sus acciones son una agresión que empuja al mundo hacia el desastre nuclear.” Los misiles estaban listos. Los submarinos con misiles atómicos soviéticos en el Atlántico, también. Por trece días, el planeta contuvo el aliento.

 

El diálogo secreto


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En la madrugada del 26 de octubre, Jrushchov envió un mensaje subrepticio a Kennedy en una carta personal, emocional, escrita de su puño y letra, sin el tono burocrático del Kremlin: “Señor Presidente, si ustedes garantizan que no invadirán a Cuba ni apoyarán a quienes pretendan derrocar a su gobierno, nosotros retiraremos los misiles. Nadie desea la muerte de millones de inocentes.”

Kennedy lo leyó en silencio. Sabía que era una oportunidad, pero también un riesgo.

Al día siguiente, una segunda carta —más dura, escrita por el Politburó— llegó exigiendo algo adicional como era que Estados Unidos retirara sus misiles nucleares de Turquía. Era una condición humillante para Washington, pero la única salida posible para Moscú. Durante horas, en la Casa Blanca, se discutió cada palabra. Algunos altos generales pedían atacar de inmediato a la URSS. Kennedy, apoyado por su hermano Robert, comprendió algo más profundo, que la guerra no es solo estrategia, es psicología. Si Jrushchov sentía que no tenía salida, dispararía.

Así se conforma un acuerdo silencioso: El 27 de octubre, se realizó un intercambio de mensajes a través de un canal no oficial entre el embajador soviético Anatoly Dobrynin y Robert Kennedy. La negociación fue tensa, casi filosófica:

Robert Kennedy: “Mi hermano está dispuesto a comprometerse públicamente a no invadir Cuba, si ustedes retiran los misiles. Pero sobre Turquía… ese tema debe tratarse en silencio, sin declaraciones.”

En embajador Dobrynin: “El Premier necesita una garantía concreta. Si los misiles permanecen en Turquía, el pueblo soviético verá esto como una rendición.”

Robert Kennedy: “En unos meses, los misiles serán retirados. No lo anunciaremos, no lo negaremos. Pero así será. Esto no debe trascender. La historia juzgará a ambos por evitar el fin del mundo.”

Horas más tarde, Jrushchov envió su respuesta final por radio: “He dado instrucciones para desmontar los misiles de Cuba. Confío en que Estados Unidos cumplirá su promesa de no invadir la isla.”

El 28 de octubre, el mundo respiró. La guerra nuclear había sido evitada. Kennedy emergió como el héroe del autocontrol. Jrushchov, como el hombre sensato que también evitó la destrucción total. Y ambos, aunque lo negaron en público, habían sellado un pacto secreto: Los misiles estadounidenses de Turquía serían retirados discretamente seis meses después.

 

El precio oculto: Cuba

 

Pero en ese tablero de titanes, el gran perdedor fue el pueblo cubano. Fidel Castro, marginado de las negociaciones, se sintió traicionado por Moscú. Cuba quedó aislada, empobrecida, utilizada como ficha estratégica y luego abandonada a su suerte. El acuerdo garantizó que Estados Unidos no invadiría la isla hasta el día de hoy, lo cual también consolidó el poder de Castro, que convirtió esa promesa en un escudo para perpetuar su dictadura. Desde entonces, el pueblo cubano ha vivido bajo un régimen que se justificó durante décadas con el argumento del enemigo externo.

El “juego de guerra” que casi destruyó el planeta terminó por congelar la libertad de los cubanos. A cambio de la paz mundial, una nación entera quedó prisionera de la historia.

 

El juego de los otros en la sombra

 

X: el jugador silencioso


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X, la otra gran potencia que aparentemente se mantiene neutral, no lo es en absoluto. Su política es la paciencia. Deja que los demás se desgasten para después reconstruir el tablero a su favor. Así, X en sus centros de decisión, los estrategas hablan de “equilibrio asimétrico”, es decir permitir que Z ataque a U, pero que no triunfe, y permitir que A presione, pero que no domine. En teoría creemos que su estrategia consiste en mantener a los fuertes ocupados, y a los débiles dependientes. X ya ha comprendido que el poder del siglo XXI no reside solo en las armas, sino en la moneda y la energía. Por eso impulsa su divisa digital soberana en acuerdos bilaterales, fortaleciendo su independencia del sistema financiero de A. Por tanto, compra petróleo a V, esquivando las sanciones impuestas por A, y a cambio ofrece tecnología, créditos blandos y respaldo político. Con esa relación, X obtiene la energía que necesita para alimentar su expansión industrial y le otorga a V una red de oxígeno económico que desafía la hegemonía global del dólar. Mientras tanto, su flota asiática comercial sigue surcando los mares con su renovada “ruta de la tela” —ahora digital y marítima— vende no solo mercancías, sino influencia, conectividad y lealtades. La guerra de los otros se ha convertido en su mercado. Y cada crisis ajena, en una oportunidad para ampliar su poder silencioso buscando ser la primera potencia mundial.

 

I: el agitador invisible


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La nación I, que actúa desde la penumbra ideológica y estratégica, no necesita declarar guerras para ganarlas. Su poder reside en las redes de influencia religiosa, cultural y tecnológica que ha cultivado durante décadas, y en la capacidad de operar mediante terceros. En la práctica más reciente, I ha apoyado a V suministrándole tecnología y drones —una cooperación que, según reportes, incluye transferencia de diseños y asistencia técnica para producción local en V— y ha colaborado con X y Z en cadenas de suministro que ayudan a esquivar las sanciones económicas de occidente.

La táctica de I consiste en pelear por delegación: financiar, entrenar y armar milicias aliadas, y grupos proxy que golpean los intereses de A sin que I aparezca oficialmente como beligerante. Ese modo de operar reduce la exposición directa y multiplica la presión sobre los rivales a través de actores locales e independientes. Paralelamente, I mantiene esfuerzos secretos —diplomáticos y científicos— destinados a acceder o desarrollar capacidades nucleares, un programa que sus adversarios observan con creciente alarma, y que complica cualquier acuerdo de seguridad regional. Esa ambición tecnológica se combina con una ofensiva cibernética, y de desinformación que ha demostrado ser una herramienta efectiva para desestabilizar sin declarar guerra abierta. Finalmente, I puede canalizar apoyo a V a través de organizaciones denominadas terroristas y otras redes afines, actuando como facilitadores logísticos y políticos, en la sombra. De ese modo, I logra influir en regiones distantes sin exponerse al costo directo de la confrontación, y convierte las alianzas asimétricas, en su principal instrumento de proyección de poder.


N: el aprendiz impredecible


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N juega otro tipo de partida, la de la amenaza emergente y simbólica. Cada vez que el tablero global se tensa, realiza una prueba de misiles “defensiva”. Su poder no radica en la cantidad, sino en la irracionalidad percibida. Los analistas de A y Z temen menos su arsenal que su psicología, ya que su líder que no teme a la destrucción y por ello es más peligroso que mil misiles. Sus mensajes pueden parecer erráticos, pero su estrategia es clara, obtener atención, concesiones y legitimidad. En el fondo, N sabe que sin la guerra de los grandes, él no existiría como actor relevante.

 

Juego de guerra en el Caribe: Hipótesis

 

La tensión alcanzó su punto máximo. Los satélites registran movimientos en tiempo real, los drones sobrevuelan las aguas calientes del Caribe y los buques navegan tan cerca a V, que bastaría un error humano o una mala interpretación para encender la chispa. Concibamos que en las salas situacionales de A y Z, los líderes observan a través de pantallas cifradas, mientras sus inteligencias artificiales evalúan miles de escenarios por segundo. Pero, al final, la decisión no la tomaran las máquinas, sino los hombres, con su orgullo, su arrojo o su miedo y su necesidad de poder. En ese contexto se desarrolla la siguiente conversación hipotética entre los presidentes de A y Z, un intercambio que pretende evitar una guerra…


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Presidente de A: “Retiraremos nuestra flota del Mar Caribe frente a V, si tú detienes los ataques sobre U. No pido confianza, pido sensatez. Ambos sabemos que nuestras inteligencias artificiales ya han simulado cómo terminaría una escalada: no habría vencedores, solo ruinas.”

Presidente de Z: “Tu propuesta es razonable en apariencia, pero incompleta. No basta con que retiremos nuestras fuerzas de U si tú mantienes amenazada y con sanciones a V, nuestro aliado. Quiero garantías. Si detengo las operaciones, el régimen actual de V debe permanecer intacto, sin intentos de desestabilización, ni apoyo a la oposición. Ese es mi requisito.”

Presidente de A (tras una pausa): “Pides demasiado. No puedo comprometerme a proteger un régimen que contradice todo lo que decimos defender. Sin embargo… entiendo que si no hay seguridad para ti, tampoco hay acuerdo para mí. Lo pensaré.”

Presidente de Z: “Piénsalo, A. Porque si no aceptas, lo que hoy es una hipótesis se convertirá en un hecho. Y cuando eso ocurra, ni tus flotas ni tus discursos podrán contener lo que vendrá.”

La conversación cesó y sobrevino el silencio… El canal se cerró y ambas salas situacionales quedaron envueltas en la penumbra azul de los monitores. La inteligencia artificial de A calculó que aceptar la condición de Z podría estabilizar temporalmente el conflicto, pero también legitimar un régimen autoritario. Z, por su parte, sabía que había lanzado una propuesta imposible, un reto disfrazado de negociación. En la superficie, el mundo vio calma, pero en el fondo, el tablero sigue ardiendo. Cada palabra intercambiada no era solo diplomacia, sino psicología de la guerra: medir la resistencia emocional del adversario, empujarlo hacia el límite, y observar si parpadea… Esta hipótesis de escenario de guerra es una advertencia a tomar en cuenta…

 

Cuando el juego se traslada a tu país

 

Si usted, querido lector, siente que en su país podría repetirse un escenario como sucedió en Cuba, debe mirar más allá de las banderas y los discursos. La historia enseña que las grandes potencias e imperios no se han movido generalmente por principios, sino por intereses. Sus decisiones suelen disfrazarse de moral, pero están guiadas por la geopolítica, la economía, y la necesidad de preservar su influencia e intereses. A veces prometen libertad, pero no termina así. Otras, dicen defender la paz mientras comercian con la guerra. Por eso, ningún pueblo debe esperar que su liberación venga de ellos. La libertad nunca se concede, se conquista. Y el despertar de una nación no ocurre en los palacios, sino en la conciencia de sus ciudadanos. Cuando los pueblos entienden que solo los ciudadanos —y no los imperios— son quienes deben escribir su destino, comienza el verdadero cambio.

Las constituciones del mundo, nacidas del dolor y del sacrificio, suelen reconocer un principio sagrado, el derecho a la resistencia moral, política y civil, y a la autodefensa contra de tiranías y dictaduras. Ese derecho no es un llamado a la violencia, sino un recordatorio moral de que ningún poder está por encima de la dignidad humana. Gandhi nos enseñó que la resistencia frente a la injusticia no solo es un derecho, sino una obligación moral. En Hind Swaraj (1909), escribió: “La desobediencia civil se convierte en un deber sagrado cuando el Estado se vuelve ilegítimo o corrupto...”

Recordemos que cuando un gobierno olvida que sirve al pueblo, el pueblo tiene el deber de recordárselo. Los juegos de guerra entre potencias seguirán existiendo, con misiles o con algoritmos, con ejércitos o con información. Pero la verdadera partida se juega dentro de cada nación —en la mente y en la conciencia de su gente— porque es allí, donde vencemos al temor, y es donde empieza la historia que todavía podemos escribir.

La historia demuestra que el poder no tiene memoria, pero los pueblos sí. Y aunque las naciones repitan sus juegos de guerra bajo nuevos nombres, la conciencia humana sigue siendo el único territorio donde puede nacer la paz verdadera. He visto demasiadas veces cómo los líderes se envuelven en banderas mientras esconden sus miedos, y cómo los pueblos, cansados del engaño, terminan encontrando en sí mismos la fuerza que creían perdida. La libertad no se mendiga, se despierta, se organiza y se defiende. Y cuando los hombres y mujeres de un país lo deciden, ningún imperio —ni externo ni interno— y ningún juego de guerra, puede detenerlos… Si desea darnos su opinión o contactarnos puede hacerlo en psicologosgessen@hotmail.com... Que la Divina Providencia Universal nos acompañe a todos…

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Puede publicar este artículo o parte de él, siempre que cite la fuente del autor y el link correspondiente de Informe 21. Gracias. © Fotos e Imágenes Gessen&Gessen

 


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