Religión de Constantino vive en el Vaticano
- Vladimir Gessen
- hace 1 hora
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El emperador romano transformó un credo perseguido en alma del Imperio: de religión romana a religión católica, del Sol Invictus a la Cruz, y de CĆ©sar a Papa, el politeĆsmo imperial no murió, mutó. Constantino āel verdadero primer Papaā aĆŗn vive en la Iglesia que heredó su poder y pasó de las legiones opresoras al reclutamiento de conciencias...
Constantino IĀ
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Flavius Valerius ConstantinusĀ (272ā337), fue el hijo del cĆ©sar Constancio Cloro y de Helena, proclamado ya emperador romano y consolidó su autoridad sobre Occidente y, tras aƱos de guerras civiles, se convirtió en soberano del imperio en 324. Constantino fue educado en la corte de Diocleciano, bajo la TetrarquĆa, un rĆ©gimen autoritario que pretendĆa restaurar la unidad del Imperio mediante un fĆ©rreo control polĆtico y religioso que ordenó la āGran Persecuciónā (303ā311 d.C.), la mĆ”s violenta contra los cristianos sumando destrucciones de iglesias, quema de escrituras y ejecuciones pĆŗblicas. Constantino formó parte del ejĆ©rcito imperial durante esas campaƱas, por lo que acató y fue cómplice pasivo del sistema que las ejecutaba. Constantino durante sus primeras campaƱas mantuvo oficialmente el culto pagano, venerando a Sol Invictus, su dios protector. A partir de la Batalla del Puente Milvio (312 d.C.), declaró su fe en el āDios católico y romanoā, pero no se bautizó sino hasta su lecho de muerte, en el 337 d.C. No obstante, su conducta siguió siendo despótica: Ejecutó a su propio hijo Crispo y a su esposa Fausta por intrigas palaciegas en el aƱo 326 d.C., apenas un aƱo despuĆ©s del Concilio de NiceaĀ (325). Este doble crimen, ocurrido en el momento de su mĆ”ximo poder, reveló el rostro despótico del emperador que ya habĆa abrazado oficialmente la fe católica y se habĆa declarado el Pontifex Maximus, lo que hoy es el Papa. Gobernó como un monarca absoluto, mezclando la autoridad del CĆ©sar con la del pontĆfice. Controló la Iglesia como parte del Estado, convocando y presidiendo el Concilio de Nicea (325), donde impuso unidad teológica para asegurar la unidad polĆtica. Todos los emperadores romanos posteriores a Constantino siguieron siendo Pontifex Maximus, hasta Graciano I, en 382 d.C⦠El apóstol Pedro, nunca fue Papa. El Canon 6 del Concilio de NiceaĀ reconoce al obispo de AlejandrĆa, al de AntioquĆa y al de Roma como autoridades regionales, y no universales, cuando Pedro ya llevaba aproximadamente 261 aƱos muerto al celebrarse el Concilio de Nicea. El Papado no es creación de Pedro, sino del Imperio Romano tardĆo en el mencionado concilio en 325 d.C. (Penguin, A History of Christianity, 2009)
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Del politeĆsmo al ĀæmonoteĆsmo?
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La conversión religiosa de Constantino fue, ante todo, un acto polĆtico y estratĆ©gico mĆ”s que un despertar mĆstico. El Imperio romano del siglo IV atravesaba una profunda crisis, como era la expansión que habĆa detenido su impulso económico, el ejĆ©rcito estaba sobredimensionado y costoso, las guerras civiles se multiplicaban, y el sentido de identidad romana se desmoronaba ante la diversidad Ć©tnica y cultural de los pueblos conquistados. En ese contexto, la religión tradicional āel politeĆsmo romano con su panteón jerĆ”rquico y sus ritos pĆŗblicosā habĆa perdido fuerza cohesionadora. Los cultos orientales, como el mitraĆsmo, competĆan por la fe de los pueblos, mientras el cristianismo crecĆa clandestinamente con una moral austera, una estructura comunitaria sólida, y una promesa de salvación universal. Los cristianos āaunque perseguidosā crecĆan de manera silenciosa. A inicios del siglo IV, los seguidores de Cristo ya se contaban por millones en Siria, Egipto, Grecia y Ćfrica del Norte (Rodney Stark, The Rise of Christianity, HarperCollins, 1996). Su fuerza no residĆa en templos ni ejĆ©rcitos, sino en una red comunitaria disciplinada, solidaria y universalista. Constantino comprendió que la religión de los perseguidos podĆa ser transformada en el nuevo eje de la legitimidad imperial. AsĆ, el emperador no adoptó la fe de los cristianos por humildad espiritual, sino porque intuyó su poder de cohesión social y moral (Ramsay MacMullen, Christianizing the Roman Empire, Yale University Press, 1984).
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De la persecución al altar
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La conversión de Constantino en 312 representó un acto simbólico donde el emperador que hasta entonces veneraba al Sol InvictusĀ āsĆmbolo del poder y de la victoriaā cuando dijo, antes de la Batalla del Puente Milvio,Ā que tuvo una visión donde una cruz luminosa acompaƱada de las palabras in hoc signo vincesĀ (ācon este signo vencerĆ”sā). Por ello, ordenó pintar el sĆmbolo en los escudos de sus soldados y, tras su victoria sobre Majencio, se presentó como el elegido por el āDios Ćŗnicoā, integrando asĆ el monoteĆsmo cristiano en la ideologĆa del Estado imperial. Entonces, de perseguidor pasó a protector. El mismo poder que habĆa arrojado cristianos a los leones, ahora construĆa basĆlicas para ellos. El Edicto de MilĆ”nĀ (313) garantizó la libertad de culto y devolvió a la Iglesia sus bienes confiscados. Pero lo que nació no fue el cristianismo de las catacumbas, sino una religión imperial adaptada a la estructura del poder romano, con una organización jerĆ”rquica, centralizada y dogmĆ”tica āla curia Romanaā y esta nueva Iglesia se convirtió en āuna burocracia espiritual que reflejaba la administración del propio Imperioā (Peter Brown, The Rise of Western Christendom, Blackwell, 1996). Sin embargo, este acto no fundó una āIglesia cristianaā como tal, sino que pronto se consolidarĆa bajo la denominación de Iglesia Católica, Apostólica y Romana. El tĆ©rmino de católicaĀ ādel griego katholikós, āuniversalāā Constantino lo elevó a rango imperial. La palabra apostólicaĀ ālegitimabaā la sucesión directa de los apóstoles, mientras el tĆ©rmino romana afirmaba la unión entre la nueva fe y la sede del poder polĆtico. āConstantino no creó el cristianismo, pero lo convirtió en una institución romana, con obispos equivalentes a magistrados, y concilios semejantes al senadoā (Henry Chadwick, The Early Church, Penguin Books, 1967).
De esta forma, la religión de los mĆ”rtires se transformó en una religión de Estado. El emperador, que hasta poco antes participaba en los ritos paganos y los sacrificios al Sol Invictus, se convirtió en el āobispo de los obisposā. En el Concilio de NiceaĀ (325 d.C.), convocado y presidido por Ć©l, fijó la ortodoxia teológica del cristianismo imperial, a saber: la divinidad del Hijo, la condena del arrianismo y la redacción del Credo niceno, fundamento doctrinal de la nueva Iglesia.
El cambio fue tan profundo que equivaldrĆa a imaginar que, si los nazis hubieran ganado la II Guerra Mundial, dos siglos despuĆ©s de haber conquistado Europa, el lĆder del entonces Tercer Reich adoptara a la religión judĆa como doctrina oficial del imperio nazi. Esa analogĆa ilustra la magnitud del giro ideológico porque el poder que habĆa crucificado al propio Cristo, y perseguido a sus seguidores se proclamaba ahora su protector y toma para sĆ, su religión. Pasó de perseguidor a pontĆfice, de opresor a fundador de una religión imperial, Constantino inauguró la simbiosis entre trono y altar. āRoma no se convirtió al cristianismo, fue el cristianismo el que se romanizóā (H. Trevor-Roper, The Rise of Christian Europe, Thames & Hudson, 1965). Y esa romanización cristalizó en un nombre que lo decĆa todo: Iglesia Católica, Apostólica y Romana, la nueva religión del Imperio y del Estado, y el nuevo rostro espiritual del poder.
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La iglesia se lanza al mercado, en Nicea
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Constantino convocó en el aƱo 325 d.C., el Primer Concilio EcumĆ©nico de Nicea, celebrado en Bitinia, cerca de su residencia imperial. Reunió a mĆ”s de trescientos obisposĀ de todo el Imperio, desde Siria hasta Hispania. Constantino seleccionó a quĆ© obispos invitaba, quiĆ©nes serĆan reconocidos como legĆtimos y, sobre todo, bajo quĆ© condiciones podĆan deliberar. Las invitaciones fueron emitidas por decreto imperial, firmadas por su cancillerĆa, y la comida y hospedaje de los asistentes fueron financiados con fondos del Estado (Eusebio de Cesarea, Vita Constantini, III, 6ā7). TambiĆ©n Ć©l, el emperador, costeó los gastos del viaje, presidió las sesiones, moderó las disputas y promulgó las decisiones del concilio. El historiador Eusebio de Cesarea āsu contemporĆ”neo y biógrafoā describe a Constantino sentado en un trono dorado, vestido con manto pĆŗrpura, mientras los obispos lo rodeaban en actitud reverente (Vita Constantini, III, 10ā15).
En Nicea se establecieron tres pilares fundamentales del catolicismo imperial, entre ellos la divinidad del Hijo, afirmando que Jesucristo es āde la misma sustanciaā (homoousios) que el Padre y se estableció el Credo Niceno, la primera profesión de fe universal, que definirĆa la ortodoxia cristiana durante siglos. Nicea no solo resolvió una disputa teológica sino que instituyó la alianza definitiva entre el imperio y la iglesia (Henry Chadwick. The Church in Ancient Society, Oxford University Press, 2001). Constantino, al convocar y presidir aquel concilio, actuó no como un simple mecenas de la Iglesia, sino como su mĆ”xima autoridad terrenal. De hecho, en una carta posterior, Ć©l mismo se autodenominó āEpiskopos ton ektosā āliteralmente, āobispo de los obisposā en los asuntos del mundoā (Eusebio, Vita Constantini, IV, 24). Un Papa, puesā¦
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QuiƩn fue el primer Papa
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En la prĆ”ctica, Constantino asumió el papel de mediador supremo entre la Iglesia y el Estado, entre lo espiritual y lo temporal. Por eso muchos historiadores consideran que Constantino fue el primer Papa real, no en sentido litĆŗrgico, sino polĆtico y funcional (Paul Veyne, Quand notre monde est devenu chrĆ©tien, Albin Michel, 2007). Ćl fue quien dio forma jurĆdica, organizativa y dogmĆ”tica al cristianismo que se expandirĆa bajo la bandera de Roma. Su autoridad fue tan absoluta que, tras Nicea, continuó dirimiendo controversias eclesiĆ”sticas ācomo en el caso del cisma donatista en Ćfrica del Norteā y dictando leyes que favorecĆan a la Iglesia. En el 321 decretó el domingo (dies solis) como dĆa oficial de descanso, fusionando el calendario solar romano con la liturgia cristiana. En el 325 prohibió los sacrificios privados a los dioses romanos, y hacia el final de su vida ordenó la construcción de grandes basĆlicas como San Juan de LetrĆ”n y la iglesia del Santo Sepulcro en JerusalĆ©n.
Desde una perspectiva psicológica podrĆamos decir que Constantino encarnó la figura arquetĆpica del rex-sacerdosĀ o el rey-sacerdote que fusiona el poder terrenal y el divino. Y, al hacerlo, inauguró una forma de liderazgo espiritual-polĆtico que definirĆa la historia de Europa durante milenios.
La āReligión de Constantinoā nació, por tanto, de una fusión entre fe y poder. Fue una āgenialidadā polĆtica perversa transformar a los antiguos enemigos del Imperio en su columna espiritual, convertir la cruz en estandarte de las legiones, y reinterpretar el mensaje de los perseguidos como mandato divino de un nuevo orden universal. Desde ese momento, Roma dejó de ser pagana, pero el cristianismo dejó tambiĆ©n de ser rebelde. Nació un poder teocrĆ”tico que dominarĆa Europa durante mĆ”s de mil aƱos.
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¿Quién crucificó a Jesús?
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El Imperio āa partir del siglo IVā impulsó y consolidó la idea de que el pueblo judĆo fue responsable de la muerte de JesĆŗs, y lo hizo con fines polĆticos y teológicos. Pero este proceso fue gradual, y profundamente malĆ©volo, un mecanismo de transferencia de culpa que sirvió para unificar al nuevo catolicismo imperial romano en torno a un enemigo comĆŗn y, a la vez, desvincular a Roma de la ejecución real de Cristo, que históricamente, y con absoluta certeza, fue un acto registrado del poder romano. JesĆŗs de Nazaret fue ejecutado por orden del prefecto romano Poncio Pilato āaunque se lavara las manosā hacia el aƱo 30 d.C., bajo el cargo de sedición contra el Imperio. La crucifixión era un castigo tĆpicamente romano, reservado a esclavos y rebeldes. āNo hay duda alguna de que fue el poder imperial el que mató a JesĆŗs; los judĆos no tenĆan autoridad para crucificar a nadieā (John Dominic Crossan, Who Killed Jesus?, HarperCollins, 1995). A pesar de ello, en los siglos siguientes, la responsabilidad polĆtica romana fue progresivamente borrada del relato teológico, reemplazada por la acusación contra los judĆos.
En el aƱo 325, el mismo Concilio de Nicea que condenó el arrianismo tambiĆ©n desvinculó oficialmente la Pascua cristiana del calendario judĆo, decisión impulsada personalmente por Constantino, quien escribió: āNo debemos tener nada en comĆŗn con el pueblo homicida de su SeƱorā (Carta de Constantino a las Iglesias, citada por Eusebio, Vita Constantini, III, 18ā20). Esa frase marca el inicio del antisemitismo institucional católico. A partir de allĆ, se prohibió la observancia del sĆ”bado, se desacreditó la circuncisión, y se persiguieron comunidades judĆas bajo el argumento de su āculpa ancestralā. La acusación de āpueblo deicidaā se convirtió en uno de los pilares del catolicismo medieval. Padres de la Iglesia como Juan Crisóstomo escribió: āViven para ser testigos de su propia desgracia, para que el mundo vea en ellos el castigo divino.ā (Adversus Iudaeos, HomilĆa I, 1ā2). AgustĆn de HiponaĀ desarrolló la āteorĆa del testimonioā (witness doctrine), segĆŗn la cual Dios preserva a los judĆos no para exaltarles, sino para que sean testigos de las Escrituras y de su propio castigo, y TambiĆ©n JerónimoĀ (Patrologia Latina/42 - Wikisource), escribieron sermones en los que los judĆos eran retratados como testigos errantes del castigo divino. Su dispersión por el mundo fue interpretada como prueba de su culpa. De esta manera, la nueva Iglesia heredera del Imperio mantuvo una narrativa que, durante mĆ”s de 1500 aƱos, justificó persecuciones, expulsiones, guetos y pogromos. Desde las Cruzadas (siglo XI) hasta la Inquisición, e incluso el antisemitismo moderno, esa teologĆa del odio tuvo su raĆz en el catolicismo imperial que Constantino institucionalizó. āEl antisemitismo católico no nació en los Evangelios, sino en la corte de Constantinoā (Jules Isaac, JĆ©sus et IsraĆ«l, 1948)
El Imperio romano necesitó culpar al pueblo judĆo para consolidar su nueva religión de Estado. Fue una ignominia polĆtica, pero tambiĆ©n una manipulación moral que cambió el curso de la historia. Al liberar a Roma de la culpa y cargarla sobre los judĆos, el poder imperial convirtió la redención en propaganda, y la fe en dominio. Desde entonces, la cruz, de la crucifixión romana, sustituyo al verdadero sĆmbolo cristiano de amor y sacrificio como era el pez, y se transformó en estandarte de poder y persecución en las cruzadas. Y esa sombra āesa falsificación históricaā seguirĆa proyectĆ”ndose durante siglos sobre la conciencia de Occidente.
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ĀæY Pedro?... El verdadero fundador de la Iglesia cristiana
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Los Evangelios y los Hechos de los ApóstolesĀ relatan que Pedro, discĆpulo de JesĆŗs, desempeñó un papel fundamental en la primera comunidad cristiana de JerusalĆ©n, junto a Santiago y Juan. SegĆŗn la tradición, habrĆa viajado a Roma durante el reinado de Nerón (54ā68 d.C.) y murió martirizado en las persecuciones ejecutado por losĀ romanos, y su muerte forma parte de la gran persecución de cristianos bajo el emperador, posterior al incendio de Roma (64 d.C.). Sin embargo, no existe evidencia documental contemporĆ”nea que pruebe que Pedro fundó una institución eclesiĆ”stica organizada o estableció allĆ una āsede apostólicaā.
Pedro fue un predicador carismƔtico, no un administrador, fue un testigo de fe, no un fundador institucional (Bart D. Ehrman (Peter, Paul, and Mary Magdalene: The Followers of Jesus in History and Legend, Oxford University Press, 2006).
Durante los primeros tres siglos del cristianismo, las comunidades cristianas fueron esencialmente autónomas, guiadas por presbĆteros y obispos locales. No existĆa una autoridad central ni una jerarquĆa uniforme. En realidad, la Iglesia primitiva fue un mosaico de iglesias, las de JerusalĆ©n, AlejandrĆa, AntioquĆa, Ćfeso, y Roma⦠Cada una con su propio acento teológico, litĆŗrgico y cultural, āLa diversidad doctrinal era tan grande que hablar de āuna sola Iglesiaā antes del siglo IV resulta anacrónicoā (Elaine Pagels, The Gnostic Gospels, Random House, 1979).
La figura de Pedro fue usada simbólicamente para legitimar el poder de Roma siglos despuĆ©s. El famoso pasaje de Mateo 16:18 āāTĆŗ eres Pedro, y sobre esta piedra edificarĆ© mi Iglesiaāā fue reinterpretado en clave institucional para justificar la primacĆa papal. Pero esa lectura tomó forma polĆtica solo tras el Concilio de Nicea (325 d.C.). Fue allĆ donde el emperador impuso una unidad doctrinal, definió un credo comĆŗn y estableció la estructura jerĆ”rquica que transformó un movimiento espiritual en un organismo imperial. Pero, el entonces obispo de Roma āen ese momento, Silvestre Iā gozaba de prestigio por ser el sucesor simbólico de Pedro, y por residir en la antigua capital del Imperio, pero no presidió el concilio, quien sĆ lo hizo fue el propio emperador Constantino.
El emperador actuó como āinstrumento de la Providencia divinaā al organizar la Iglesia (Vita Constantini, IV, 24ā36). Pero mĆ”s que un instrumento divino, fue un estratega polĆtico. Su objetivo era unificar el Imperio bajo un solo Dios y un solo emperador, eliminando las divisiones internas del cristianismo y convirtiendo la religión en una herramienta de cohesión del Estado.
En el aƱo 380, bajo el emperador Teodosio I, el catolicismo niceno āel de Constantino, no el de Pedroā fue declarado religión oficial del Imperio mediante el Edicto de TesalónicaĀ (Cunctos populos), promulgado junto a Graciano y Valentiniano II. Este edicto ordenaba que todos los sĆŗbditos del Imperio profesaran la fe āque Pedro transmitió a los romanosā, pero, paradójicamente, la estructura que sostenĆa esa fe que era la misma que mató al apóstol, era romana, y no apostólica. En ese momento nació oficialmente la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, que respondĆa a un modelo imperial, el de un Papa como emperador espiritual, un cuerpo clerical jerarquizado como burocracia sagrada y oficial, y una liturgia fastuosa heredera del ceremonial bizantino. āLa Iglesia que surgió del catolicismo constantiniano fue mĆ”s una rĆ©plica del Imperio que una continuación de la comunidad de JesĆŗs, una religión del poder, y no de la pobrezaā (Karen Armstrong, A History of God, Valentine Books, 1993).
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De un solo Dios a tres en uno: la romanización del monoteĆsmo
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Constantino comprendió un principio de psicologĆa polĆtica y religiosa que pocos han entendido tan bien, los pueblos no cambian de fe, cambian de forma.Ā La religión no se impone por decreto, sino por sĆmbolos familiares. Cuando el emperador decidió adoptar el cristianismo como eje espiritual del Imperio, supo que no podĆa destruir de un golpe la sensibilidad politeĆsta de Roma, heredera de siglos de dioses, diosas, lares y penates. Por eso su estrategia fue fusionar lo nuevo con lo antiguo, revestir el monoteĆsmo cristiano con estructuras, rituales y figuras que evocaran la riqueza simbólica del viejo credo romano. Lo que emergió fue una religión āmonoteĆsta en teorĆa, pero politeĆsta en la prĆ”cticaā (Will Durant, Caesar and Christ, Simon & Schuster, 1944). āConstantino no destruyó los templos, los rebautizó. No prohibió los Ćdolos, los transformó en imĆ”genes de santos, no eliminó las fiestas paganas, las hizo católicas.ā
En el plano doctrinal, el punto de inflexión y donde un politeĆsmo disfrazado comenzó, fue el Concilio de Nicea (325 d.C.), donde ābajo la autoridad romanaā se fijó el dogma de la SantĆsima Trinidad, es decir un solo Dios, pero en tres personas distintas: Padre, Hijo y EspĆritu Santo. En la religión romana clĆ”sica, el triunvirato divino por excelencia era la TrĆada Arcaica, adorada en el templo principal del Capitolio de Roma, JĆŗpiter representaba el poder soberano y espiritual (el PadreĀ celestial). Marte encarnaba la fuerza militar y la expansión (el Hijo guerrero, activo en el mundo). Y Quirino, antiguo dios de la comunidad civil y de los ciudadanos, simbolizaba el espĆritu colectivo, la vida interior de Roma (el EspĆrituĀ del pueblo). Esta trĆada era una teologĆa de Estado, una ātrinidad polĆticaā que reflejaba la armonĆa entre autoridad, acción y comunidad. Cuando el catolicismo romano adoptó su propia Trinidad, el pueblo romano ya tenĆa grabado en su inconsciente colectivo este patrón tripartito.
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El nuevo politeĆsmo
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Aunque el propósito teológico de la āSantĆsima Trinidadā era resolver las disputas sobre la naturaleza de una triple deidad, en la prĆ”ctica esa formulación introdujo una multiplicidad divina dentro del monoteĆsmo. Nicea transformó la simplicidad del Dios de JesĆŗs en un sistema metafĆsico de tres hipóstasis āuna palabra que considera loĀ abstractoĀ oĀ irrealĀ comoĀ algoĀ realā algo inteligible solo para los teólogos y conveniente para los emperadores (Hans Küng en The Catholic Church: A Short History, Random House, 2001).
Este dogma permitió un paralelismo psicológico con el politeĆsmo romano, donde antes se veneraba a JĆŗpiter, Marte o Venus, ahora se adoraban aspectos distintos de una misma divinidad. La idea de ātres en unoā facilitaba la transición mental del politeĆsmo al catolicismo imperial. Y, en los siglos siguientes, la incorporación de imĆ”genes, reliquias y santos patronos consolidó esa continuidad cultural. La veneración a los santos funcionó como una transposición del antiguo culto a los dioses locales. Cada ciudad romana tenĆa su protector divino, y la nueva Iglesia asignó a cada comunidad un santo patrono. Cada oficio tenĆa su deidad tutelar. El catolicismo constantiniano instituyó un santo correspondiente y de esta manera San Jorge reemplazó a Marte, Santa LucĆa a Diana, San NicolĆ”s al dios Hermes, y asĆ sucesivamente. āEl culto a los santos fue la continuación católica del paganismo cĆvico. Las tumbas de los mĆ”rtires se convirtieron en los nuevos templos de la Roma católica.ā (Peter Brown, The Cult of the Saints, University of Chicago Press, 1981).
Constantino, astuto polĆtico, no abolió la religión romana, la absorbió.Ā Conservó su iconografĆa ālas imĆ”genes, los altares, las procesiones, el incienso, las vestimentas sacerdotalesā y les dio un nuevo significado. De ese modo, la nueva fe no se sintió extraƱa, sino familiar. Incluso el calendario litĆŗrgico católico se superpuso al romano, la fiesta del Natalis Solis InvictiĀ (25 de diciembre), celebración del Sol invencible, se transformó en la Natividad de Cristo.
El resultado fue una sĆntesis psicológica sin precedentes. El pueblo romano pudo mantener su necesidad de intermediarios celestes y figuras protectoras, mientras el emperador consolidaba su papel como vicario de Dios en la Tierra. āLa transición fue menos una conversión que una reconfiguración cultural: los viejos dioses cambiaron de nombre, no de funciónā (Ramsay MacMullen, Christianity and Paganism in the Fourth to Eighth Centuries, Yale University Press, 1997).
La religión de ConstantinoĀ fue, en esencia, una metamorfosis polĆtica del politeĆsmo en monoteĆsmo imperial. Un solo Dios legitimaba al emperador, pero mĆŗltiples santos, vĆrgenes y patrones mantenĆan viva la emoción religiosa del pueblo. La cruz sustituyó al Ć”guila imperial, pero la psicologĆa del poder y la necesidad de mediadores entre el hombre y lo divino siguieron siendo las mismas. āConstantino romanizó el cristianismo. No fue Roma la que se cristianizó, sino el cristianismo el que se volvió romanoā (Paul Veyne, Quand notre monde est devenu chrĆ©tien, Albin Michel, 2007).
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De la Trinidad al poder
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La genialidad mezquina polĆtica de Constantino no terminó con su conversión ni con el Concilio de Nicea. Su verdadero legado fue haber creado un modelo de gobierno religioso que sobrevivió al propio Imperio. Una estructura piramidal en la que el poder divino se reflejaba en el orden jerĆ”rquico. Al igual que en la Trinidad Arcaica habĆa un Padre, un Hijo y un EspĆritu subordinados en armonĆa, en la nueva Iglesia habĆa un Emperador, un Papa y un clero bajo una misma autoridad espiritual. La teologĆa servĆa como metĆ”fora del poder.
Tras Nicea, Constantino continuó interviniendo activamente en los asuntos eclesiĆ”sticos. Convocó sĆnodos, resolvió disputas entre obispos y nombró cargos religiosos. En la prĆ”ctica, actuó como el sumo pontĆfice del catolicismo āel tĆtulo que, en la religión romana, correspondĆa al Pontifex Maximus, jefe del colegio sacerdotal romanoā y con ese gesto, absorbió la función religiosa del emperador romano dentro de la nueva fe. A partir de entonces, el soberano no solo representaba la autoridad polĆtica, sino tambiĆ©n la divina. Su cronista y apologista, lo exaltó como āel nuevo MoisĆ©sāĀ y āvicario de DiosāĀ (Vita ConstantiniĀ (IV, 24ā36), y lo describe dictando decretos sobre la disciplina eclesiĆ”stica y presidiendo concilios como el Papa.
Tras su muerte, en 337 d.C., sus sucesores heredaron ese modelo. El emperador de Oriente se convirtió en el basileus kai hiereusĀ (ārey y sacerdoteā), mientras los obispos y patriarcas quedaban subordinados al trono imperial. Este sistema, conocido como cesaropapismo, caracterizó al Imperio bizantino. El emperador designaba a los patriarcas, convocaba concilios y vigilaba la ortodoxia. Justiniano I (527ā565) promulgó leyes eclesiĆ”sticas en su Corpus Iuris CivilisĀ y declaró que su misión era āarmonizar el Imperio y la Iglesia como cuerpo y almaā.
En Occidente, sin embargo, cuando la autoridad imperial se debilitó tras las invasiones bĆ”rbaras del siglo V, fue la Iglesia de Roma la que asumió el papel de heredera del orden imperial. Los Papas ocuparon el vacĆo de poder y gobernaron territorios, administraron justicia y enviaron embajadores como antiguos cónsules. León I, en el siglo V, se autoproclamó āVicarius Christiā y negoció directamente con Atila, el rey de los hunos, mientras el Imperio agonizaba. Desde entonces, el pontĆfice romano pasó a ser el emperador virtual de Occidente. Esa estructura jerĆ”rquica, inspirada en la ontologĆa divina, consolidó un sistema vertical donde la obediencia al Papa equivalĆa a obedecer a Dios.
A partir del siglo VIII, con la Donación de ConstantinoĀ āun documento apócrifo redactado probablemente en el siglo VIII, pero āatribuidoā al propio emperadorā, la Iglesia de Roma legitimó su poder temporal alegando que Constantino habĆa cedido al Papa Silvestre I el control sobre Roma y el Occidente. Aunque el texto fue posteriormente declarado falso por Lorenzo Valla en el siglo XV, durante siglos sirvió de base jurĆdica para justificar el poder papal. āEl mito de la Donación fue el contrato espiritual entre el cetro y la tiaraā (Richard Krautheimer en Rome: Profile of a City, 312ā1308, Cambridge University Press, 1980). De este modo, el papado nació de la sombra de Constantino, como prolongación simbólica de su autoridad. La Iglesia heredó el aparato administrativo del Imperio con las provincias convertidas en diócesis, gobernadores en obispos, templos en basĆlicas, leyes imperiales en cĆ”nones eclesiĆ”sticos. Roma no cayó, se transfiguró en Vaticano. La Iglesia constantiniana no fue la victoria de Cristo sobre Roma, sino la victoria de Roma en nombre de Cristo. (Peter Brown, The Rise of Western Christendom, Wiley-Blackwel). En otras palabras, la religión de ConstantinoĀ fue el puente entre el Imperio romano y la civilización católica. De su alianza entre trono y altar surgieron tanto el esplendor bizantino como la teocracia medieval. Y el Papa, mĆ”s que sucesor de Pedro, fue sucesor del CĆ©sar.
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El inicio de la infame confesión
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Aunque Constantino no creó el sacramento, sĆ sembró la idea del perdón institucionalizado. En la religión romana, la redención era un acto privado o ritual, y en el catolicismo imperial, comenzó a verse como un acto regulado por la Iglesia heredera del Imperio, y por la autoridad del Cesar. El emperador Constantino abolió los sacrificios donde se ofrecĆan animales, frutos, incienso o incluso vidas humanas para aplacar a los dioses, y mantener el orden cósmico. AsĆ era el lenguaje del poder, el pueblo ofrecĆa, el sacerdote intermediaba, y el dios ācomo el emperadorā otorgaba el perdón. Constantino los sustituyó por un culto no sangriento, el de la EucaristĆa, que conmemora el sacrificio de Cristo de una vez y para siempre. Sin embargo, el cambio no fue solo teológico, fue psicológico y polĆtico. El Imperio abandonó el sacrificio fĆsico, pero necesitaba un nuevo mecanismo para que el imperio se mantuviera informado, practicara la obediencia moral y la cohesión espiritual del pueblo. AsĆ, siglos despuĆ©s, cuando el penitente se arrodillaba frente al confesor, repetĆa simbólicamente un gesto antiguo, el del sĆŗbdito que se postra ante el CĆ©sar pidiendo clemencia y dando información.
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La Iglesia de Roma: el Imperio que no murió
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Cuando en el aƱo 476 d.C. cayó Rómulo AugĆŗstulo, el Ćŗltimo emperador de Occidente, el trono quedó vacĆo, pero no el poder. La administración imperial, las leyes, las costumbres y la lengua latina continuaron vivas dentro de la Iglesia católica, que habĆa heredado, siglos antes, la estructura jerĆ”rquica de Roma. Las antiguas provincias se transformaron en diócesis, los gobernadores en obispos, y el senado en concilios. Roma no pereció, cambió de nombre. Su autoridad dejó de ser militar para volverse espiritual (Edward Gibbon, The Decline and Fall of the Roman Empire,Ā 2004). El Papa, sucesor simbólico del CĆ©sar, asumió la doble misión de preservar la unidad y la civilización. Donde antes marchaban legiones, ahora marchaban misioneros, donde antes se imponĆa la ley con la espada, ahora se difundĆa con la cruz o posteriormente con el Santo Oficio y la Santa inquisición.
La Iglesia mantuvo el latĆn como lengua sagrada, adoptó el derecho romano como base del derecho canónico, y conservó el tĆtulo de Pontifex Maximus, que habĆa sido uno de los mĆ”s antiguos cargos religiosos de los emperadores. En la iconografĆa, el Papa aparece entronizado con vestiduras pĆŗrpuras y tiara triple, sĆmbolo de su dominio sobre el cielo, la tierra y el purgatorio, lo que es una continuidad simbólica del poder universal que proclamaban los CĆ©sares. āEl catolicismo romano fue el vehĆculo por el cual la cultura del Imperio sobrevivió a su ruina polĆtica. La Iglesia fue la Roma que perduró en el alma de Europaā (Christopher Dawson, en Religion and the Rise of Western Culture, 1950).
En los siglos siguientes, mientras las invasiones bĆ”rbaras destruĆan las ciudades y las rutas imperiales, el papado se convirtió en el centro del orden y la continuidad. Monasterios y catedrales se transformaron en los nuevos foros romanos, donde se copiaban manuscritos, se administraba justicia y se educaba a las Ć©lites. El Papa Gregorio Magno (590ā604) reorganizó la Iglesia con precisión administrativa romana, enviando misioneros a Britania y al norte de Europa con la misma disciplina con que antiguamente Roma enviaba legiones.
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Roma eterna: de la urbe imperial a la urbe espiritual
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La Iglesia de Roma heredó tambiĆ©n la psicologĆa del poder imperial, la noción de ordoĀ (orden), auctoritas (autoridad) y disciplina. En la mentalidad romana, el poder no era solo dominio, sino paxĀ āla paz impuesta por el orden universalā. De ahĆ que la Pax RomanaĀ se convirtiera en la Pax Christi, y el ideal de Roma āun solo mundo bajo una sola leyā pasara al catolicismo: una fides, una ecclesia. āLa Iglesia no reemplazó a Roma, la continuó. Fue el alma de un cuerpo muerto que siguió caminando por siglos. (Henri-IrĆ©nĆ©e Marrou, DĆ©cadence romaine ou antiquitĆ© tardive?, 1949). PodrĆa decirse que el inconsciente colectivo romano necesitaba perpetuarse. La Iglesia fue la gran transfiguración de ese inconsciente porque reemplazó los dioses por santos, los templos por basĆlicas, los emperadores por papas, y la conquista por evangelización. El alma imperial encontró asĆ su inmortalidad bajo el signo de la cruz.
SĆ, la Iglesia de Roma es la heredera del Imperio romano. No solo conservó su idioma, su derecho, su jerarquĆa y su diplomacia, sino tambiĆ©n su vocación de universalidad. La Urbs AeternaĀ no cayó, cambió de trono y de sĆmbolo.
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El Vaticano vestigio del imperio romano
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A pesar de las revoluciones, las repĆŗblicas y la modernidad, la Santa Sede siguió actuando como un Estado heredero del Imperio romano. El Vaticano, fundado formalmente en 1929 por el Tratado de LetrĆ”nĀ entre PĆo XI y Mussolini, no es solo un microestado religioso, es la culminación jurĆdica de una continuidad milenaria.

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Luego la firma del Concordato en Roma, el 20 de julio de 1933, entre la Alemania presidida por Hitler y en la Santa Sede Pio XII, reguló, por primera vez en la historia, las relaciones entre la Iglesia católica y el Estado nazi. AsĆ, hasta el dĆa de hoy la estructura diplomĆ”tica vaticana refleja la organización imperial ya que tiene nuncios equivalentes a embajadores, una SecretarĆa de Estado como cancillerĆa, tribunales, guardias, y una red global de representación que ningĆŗn otro Estado posee. (John L. Allen Jr., All the Popeās Men: The Inside Story of How the Vatican Really Thinks, Doubleday, 2004)
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El poder espiritual como continuidad geopolĆtica
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Hoy podemos afirmar con rigor histórico y psicológico que la Iglesia de Roma es la heredera viva del Imperio romano. Roma no desapareció, se sublimó. El cetro se transformó en bĆ”culo, la pĆŗrpura en sotana, el Senado en Concilio, y la legión en congregación. La autoridad moral del Papa conserva el eco de la autoridad del imperio romano. Constantino creyó construir una religión que unificara un imperio y, sin saberlo, erigió un modelo que aĆŗn gobierna en mil cuatrocientas millones de conciencias, sus sĆŗbitos. Pero luego de una historia oscura donde solo citamos la Santa Inquisición, los procesos a Giordano Bruno, Galileo Galilei y Baruch Spinoza, la venta de indulgencias, y distintos delitos y crĆmenes, como la quema de supuestas brujas en Europa, la participación eclesiĆ”stica en persecuciones contra herejes y disidentes, los abusos cometidos en misiones coloniales, el encubrimiento sistemĆ”tico de pederastia clerical, el saqueo de riquezas indĆgenas bajo justificación religiosa, los juicios por blasfemia que anularon vidas enteras, la censura intelectual del Ćndice de Libros Prohibidos, y los excesos mortales de las Cruzadas, la condena a las mujeres, legitimando la conquista y evangelización forzosa, la condena a la libertad de conciencia del Papa PĆo IX y elĀ antisemitismo teológico durante 15 siglos⦠vemos ahora en los Ćŗltimos tiempos, y en el presente ese mismo modelo milenario que muestra grietas profundas. La autoridad espiritual de la Iglesia se ha visto severamente erosionada por escĆ”ndalos de abuso sexual cometidos por sacerdotes y obispos, encubrimientos sistemĆ”ticos y conexiones turbias con redes financieras opacas. Investigaciones judiciales en diversos paĆses han revelado casos de lavado de dinero, nexos con organizaciones criminales e incluso ingresos procedentes del narcotrĆ”fico, que han comprometido la credibilidad moral del Vaticano y de su Banco, el Instituto para las Obras de Religión.AsĆ, la āheredera del Imperioā carga hoy con el peso de sus propias sombras, las del poder que quiso redimir al mundo, pero terminó reproduciendo, dentro de sus muros sagrados, las mismas corrupciones humanas que el imperio romano jamĆ”s pudo purificar. Y si la Iglesia del Vaticano no emprende una profunda renovación Ć©tica y espiritual āuna verdadera transformación institucional o conversión profundaā correrĆ” la misma suerte que el imperio romano, simplemente terminando de convertirse solo en una historia del pasado.
Pero el desafĆo contemporĆ”neo para mi esposa MarĆa Mercedes y para quien escribe ācomo psicólogos y como observadores de la conciencia humanaā es preguntarnos: Āæseguimos obedeciendo al viejo emperador que busca controlarlo todo, o nos atrevemos a crear una nueva conciencia, libre de dogmas, abierta al Universo? La Religión de ConstantinoĀ fue el intento de unificar la Tierra bajo un solo Dios. Hoy, la humanidad podrĆa intentar algo mĆ”s grande como es reconocer que ese Dios es el mismo Universo del que somos parte, sin templos de piedra ni jerarquĆas de poder, sino con una conciencia universal que nos incluye a todos.
La verdadera creencia divina, la que no cae, ya no estĆ” en el Vaticano ni en los palacios de mĆ”rmol. EstĆ” en el espĆritu humano de cada quien que busque sentido y trascendencia. Cada uno de nosotros es heredero de ese imperio invisible, el de la vida interior que todavĆa construye, conquista y ora. Porque como dijimos alguna vez, el Universo no solo nos contiene, tambiĆ©n nos piensa. Y quizĆ”s āsolo quizĆ”sā se cumpla el sueƱo eterno de que el hombre descubra que su autĆ©ntico poder no estĆ” en gobernar el mundo, sino en gobernarse a sĆ mismo, y comprender que la Divina Presencia del Universo estĆ” en la iglesia mĆ”s cercana a ti mismo, la que estĆ” en tu propio cuerpo. SĆ, querido lector, dentro de ti⦠Si desea darnos su opinión o contactarnos puede hacerlo en psicologosgessen@hotmail.com... Que la Eterna Providencia Universal nos acompaƱe a todosā¦

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(Coautor junto a su esposa MarĆa Mercedes Gessen del libro ĀæQuĆ© o QuiĆ©n es el Universo?), el cual le invitamos a leer, y disponible en Amazon.
Puede publicar este artĆculo o parte de Ć©l, siempre que cite la fuente del autorĀ y el link correspondiente de Informe 21. Gracias. Ā© Fotos e ImĆ”genes Gessen&Gessen
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