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Surge el Eje de China y Rusia mientras EEUU declina

El análisis indica que el mundo avanza hacia un eje tripolar donde Rusia y China junto a otros países le competirán la supremacía a EEUU


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El rediseño de un mundo

 

Los grandes giros de la política mundial, como la apertura a China impulsada por Richard Nixon y Henry Kissinger, logrando separar al Kremlin del centro de poder chino en Zhongnanhai (Beijin), como un eje comunista muy poderoso, o la estrategia de Ronald Reagan y George Bush padre para debilitar y finalmente terminar con la URSS, fueron hilos maestros que tejieron el orden global occidental del siglo XX. Hoy, ese diseño se desmorona. La reciente cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), realizada en Tianjin (China) los días 30 de agosto y 1° de septiembre de 2025, y el subsiguiente desfile militar efectuado ante la presencia de líderes mundiales, ofrece señales inequívocas de una repentina —y acelerada— constitución de un nuevo polo de naciones que podría ser determinante en el Mundo.

 

¿El nacimiento de un nuevo polo?

 

Los líderes más destacados en la cumbre en China del pasado 1° de septiembre actuaron como los focos mediáticos principales: Xi Jinping (China), Vladimir Putin (Rusia) y Narendra Modi (India), aunque este último mantuvo alguna distancia. En su intervención, Putin reivindicó la recuperación del "multilateralismo genuino" y el uso de las monedas nacionales en los intercambios, sentando las bases "políticas y socioeconómicas para la formación de un nuevo sistema de estabilidad y seguridad en Eurasia. Xi Jinping, por su parte, promovió una globalización más inclusiva basada en un “mercado de megaescala”.


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La presencia de Kim Jong Un en Beijing, en el desfile marcial —y amenazante— que siguió a esta cumbre, apuntala un gesto simbólico potente como es el naciente "eje de agitación" —Axis of Upheaval en inglés—, con una clara vocación estratégica y militar. Esta expresión usada en los medios internacionales describe la alianza simbólica y estratégica que se está consolidando entre China, Rusia, e Irán, sin descartar a Corea del Norte, con el eventual apoyo de otros países como India. En paralelo, Kim Jong-un, viajó a Pekín para participar en la parada castrense, reforzando la idea de una convergencia autoritaria y militar entre estos países. “Eje” remite al recuerdo del eje de la Segunda Guerra Mundial entre Alemania, Italia, y Japón, es decir, un bloque de poder alternativo al orden dominante. Upheaval o “trastorno” indica una alteración radical del orden mundial, un cambio que rompe equilibrios establecidos y genera incertidumbre. Esto indica que no se trata solo de cooperación económica o diplomática, sino de un polo geopolítico disruptivo, con capacidad de confrontar directamente a Estados Unidos y a Occidente. En términos psicológicos y políticos, el “eje del trastorno” es tanto una etiqueta mediática, como una narrativa estratégica, ya que busca describir el surgimiento de un frente de países que comparten intereses en desafiar la hegemonía occidental, aunque sus motivaciones internas sean diversas, tales como seguridad, supervivencia de sus regímenes, acceso a mercados, e independencia frente al dólar, entre otros motivos.

 

Estados Unidos y el despliegue de Trump

 

La cumbre se realizó en un contexto de creciente aislamiento estadounidense. Durante su segundo mandato, Donald Trump ha erosionado la confianza de Canadá, Europa y América Latina, sustituyendo la tradicional diplomacia de alianzas por una política basada en confrontación y repliegue.

Uno de los elementos más visibles de este aislamiento ha sido la guerra arancelaria. En 2025, Trump ha impuesto un arancel generalizado a las importaciones globales. Esta medida, aunque presentada como protección de la industria estadounidense, afectó severamente las cadenas de suministro, disparó los costos de bienes de consumo y generó represalias inmediatas de sus socios comerciales.

La Unión Europea respondió con contramedidas equivalentes, golpeando a sectores emblemáticos de EEUU. Canadá y México, socios del T-MEC, denunciaron la violación del tratado y llevaron el caso a paneles de arbitraje internacional, aumentando la tensión regional. En América Latina, la política arancelaria se sumó a la agresiva postura migratoria de Trump, lo que profundizó la distancia con gobiernos que históricamente buscaban mantener equilibrios con Washington.

A ello se añadieron decisiones polémicas. En México, la amenaza de enviar tropas contra carteles y la clasificación de estos como organizaciones terroristas extranjeras tensaron han tensado al límite la relación bilateral. Con Panamá, Trump llegó a declarar que Estados Unidos debía “retomar el control estratégico del Canal”, acusando a China de influir desproporcionadamente en su administración, lo que abrió un frente diplomático en conflicto (apnews.com).

 

El encuentro de Trump y Putin


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En este marco de tensiones, el encuentro en Alaska entre Trump y Putin el 15 de agosto de 2025 adquirió gran relevancia. Aunque no produjo acuerdos sustantivos, fue un triunfo propagandístico para Putin que apareció legitimado en el escenario internacional. Putin ya había presentado los entendimientos como una “puerta hacia la paz en Ucrania”, aunque en los hechos Rusia intensificó los ataques aéreos y con drones apenas días después.

El aislamiento actual de EEUU no solo responde a un repliegue diplomático, sino a una estrategia de confrontación económica que ha debilitado la interdependencia comercial construida durante décadas. Desde la perspectiva psicológica y geopolítica, Trump proyecta la narrativa de un país autosuficiente y protegido, pero el resultado es un Estados Unidos más vulnerable y menos influyente y, —por qué no decirlo— en decadencia. El contraste con la apertura estratégica de Nixon, Reagan y Bush padre no podría ser más evidente, donde antes se tejían puentes, hoy se levantan muros, no solo físicos sino también arancelarios y simbólicos.

 

La narrativa en juego: ¿“victimismo” o agresión?

 

En la cumbre de Tianjin, Vladimir Putin recordó el relato clásico del Kremlin donde la crisis en Ucrania no sería consecuencia de una invasión rusa, sino del “golpe de Estado de 2014” promovido por Occidente y de la posterior expansión de la OTAN hacia las fronteras rusas. Según Putin, Rusia se defiende de un cerco hostil, presentándose como la víctima de una conspiración global. Esta estrategia discursiva conecta con su afirmación reiterada de que la “operación militar especial” fue una reacción necesaria para preservar la seguridad nacional de su nación.

No obstante, la evidencia histórica y contemporánea contradice esa versión. En febrero de 2022, Rusia lanzó una invasión a gran escala contra Ucrania, violando el derecho internacional y anexando ilegalmente territorios como Crimea, Donetsk, Luhansk, Zaporiyia y Jersón. La ofensiva dejó miles de muertos, millones de desplazados y devastación en ciudades como Mariúpol y Bajmut.

 

El mecanismo psicológico del “victimismo”

 

Desde el punto de vista psicológico, el discurso de Putin se ajusta a lo que en análisis clínico se denomina narrativa de victimización proyectiva. Se trata de un mecanismo de defensa donde el agresor se reinterpreta como la víctima, justificando la violencia como respuesta inevitable. Esta inversión de roles busca generar empatía en aliados y culpabilidad en los detractores, erosionando la claridad moral del conflicto. En términos sociales, es un intento de movilizar a su población bajo el paradigma de la resistencia, en lugar de reconocer la propia agresión imperial.

Históricamente, los regímenes autoritarios han recurrido a estas narrativas de presentarse como víctimas para legitimar su expansión. En el caso de la Alemania nazi, se justificó la anexión de Austria y los Sudetes como defensa de las “minorías germanas”. Ahora, Moscú se presenta como guardián de los ruso-parlantes de Ucrania, pese a ser el arquitecto de una guerra devastadora. De esta forma se sustituye la verdad de los hechos por la percepción emocional. La pregunta clave no es solo si la narrativa de Putin es cierta o falsa —pues sabemos que es radicalmente cuestionable—, sino qué efectos produce. En el marco de la cumbre en China, esa autopercepción de víctima ofrece a Rusia un espacio para ganar legitimidad entre países que también sienten que Occidente los margina o amenaza. Así, ser víctima y la agresión dejan de ser opuestos ya que se funden en una estrategia híbrida de poder, donde el relato busca suavizar la violencia con una máscara que dice: Tuve la necesidad de hacerlo…

 

Proyección geopolítica futura si continúa la política de Trump

 

En el escenario que anticipamos durante una eventual continuidad de la presidencia de Trump, se abre ante nosotros un mundo más fragmentado y polarizado, con dinámicas de poder renovadas. Una de ellas sería el fortalecimiento de un polo euroasiático como alternativa al orden atlántico. La separación deliberada de Estados Unidos de Europa, combinada con tensiones comerciales, ha incentivado a China y Rusia a cimentar un bloque más cohesionado e influyente en Eurasia. Esta realineación refuerza la multipolaridad, debilitando el eje atlántico tradicional.

Otro escenario es el debilitamiento de EEUU por una diplomacia divisiva. La retirada gradual de Washington de sus compromisos multilaterales con la OTAN y con Europa —encabezada por políticas como "America First"— socava su liderazgo global. El legado institucional resultado de la Segunda Guerra Mundial con la ONU, y la OTAN, y la Conferencia de Bretton Woods en 1944 donde participaron 44 países aliados durante la Segunda Guerra Mundial, con el objetivo de diseñar un nuevo orden económico internacional para el período de posguerra. De allí surgieron el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF), hoy parte del Banco Mundial, el sistema monetario de paridades fijas y el que todas las monedas del mundo se fijaban respecto al dólar estadounidense, y este a su vez se respaldaba en oro a razón de 35 USD por onza, donde el dólar se convirtió en la moneda de referencia mundial pierde apoyo y credibilidad y tendrá consecuencias imprevisibles pero sin duda inconvenientes para la economía estadounidense.

Asimismo, se prevé la erosión de la cohesión y del liderazgo de Occidente, especialmente en Europa, ya que el continente empieza a asumir más responsabilidades en su propia defensa y política exterior, impulsada por la incertidumbre respecto a EEUU y la percepción de que debe actuar de forma independiente frente a amenazas como Rusia. La necesidad de autonomía estratégica y económica resuena con mayor urgencia en toda Europa, dada la posición de la Casa Blanca bajo Donald Trump. Entre las implicaciones políticas de la segunda administración Trump en la geopolítica global, China se encuentra en posición de aprovechar el panorama geopolítico emergente, buscando explotar las divisiones entre sus aliados occidentales tradicionales y expandir su influencia estratégica a nivel mundial. Además, vendrá el repliegue, fragmentación o adaptación de Latinoamérica ya que la región, históricamente dependiente de EEUU, podría encontrarse disgregada ante la falta de un liderazgo firme desde el norte. Alternativamente, algunos países podrían aproximarse al nuevo polo euroasiático en busca de puentes económicos y tecnológicos, con la iniciativa Franja y Ruta, y el financiamiento chino.

 

Un nuevo eje de tres

 

Este posible viraje hacia un mundo tripolar no es simplemente un nuevo arranque de realidades geopolíticas, sino una mutación de la consciencia política global. El Trump que cuestiona y desmonta alianzas no destruye solo instituciones, pulveriza la noción misma de solidaridad estructurada. En este contexto, el polo euroasiático se presenta como una respuesta pragmática, no necesariamente ideológica, a un Occidente dividido y golpeado por uno de sus constructores principales y aliado.

Europa, obligada a contemplar su autonomía, no solo debe reforzar sus ejércitos y tecnología, sino reconstruir el relato de su responsabilidad histórica. Latinoamérica, a su vez, podría enfrentar un dilema moral y estratégico como mantenerse en una órbita de proximidad emocional con EEUU, o más bien reinventarse a partir de nuevas interlocuciones. En este viraje la ruptura de la narrativa unificadora que sustentó la posguerra como fue la creencia en la comunidad liberal global. Hoy esa historia se deshilacha. Lo que emerge es un horizonte de equilibrios regionales, de alianzas móviles, y de visiones desplegadas que confrontan la estabilidad con la promesa —o el peligro— de redefinir el mundo desde una geopolítica sin centros claros.

Como psicólogo destaco que el modelo estratégico estadounidense —que dependió históricamente de coaliciones, estructuras de seguridad y diálogo ideológico— camina hacia la soledad. La arquitectura que Nixon y Reagan edificaron se desmorona si EEUU se retrae. Igualmente, los mecanismos de contención históricos se ven desplazados por simbolismos fuertes, convergencia autoritaria y una diplomacia escénica.

Este nuevo polo —China, Rusia, India, Irán, Corea del Norte, Asia Central— no es meramente geográfico, sino mental porque se trata de un modelo que altera las coordenadas de legitimidad, soberanía y poder global. Nos sitúa, como humanidad, ante un dilema profundo como sería optar por un mundo multipolar donde el poder se refracta en nuevos equilibrios, y que induce a cambiar radicalmente de polo.

 

El triunvirato


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La dinámica internacional actual ya no se organiza en torno a la bipolaridad como en la Guerra Fría, ni a la unipolaridad, propia de la hegemonía estadounidense tras la caída de la URSS., sino hacia una competencia triangular con polos relativamente autónomos. Estos serían China, Rusia y EEUU.

China se consolidará como potencia económica global y líder de nuevas instituciones financieras y comerciales, proyectando influencia a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta en Asia, África y América Latina. El liderazgo de Xi Jinping busca posicionar a su país como el arquitecto de un nuevo orden inclusivo y euroasiático, como mostró la última cumbre.

Rusia aunque con limitaciones económicas, mantiene un peso estratégico por su arsenal nuclear y su capacidad de proyección militar, además de su rol como proveedor energético. Putin utiliza las narrativas de “victimismo” y resistencia frente a Occidente para cohesionar un bloque de apoyo en Eurasia, con aliados como Irán, Corea del Norte y socios circunstanciales como India.

Estados Unidos y Occidente, aún es la mayor potencia militar y financiera, pero se encuentra debilitada por políticas internas divisivas, tensiones con sus aliados y una política exterior de repliegue bajo Trump. Algunos medios como The Wall Street Journal señalan que Trump está “desmantelando el orden mundial que Estados Unidos construyó tras 1945”.

El triunvirato no será un equilibrio perfecto entre tres potencias, pero sí una dinámica triangular donde cada polo limita y condiciona a los otros. Por una parte Eurasia como bloque, donde la convergencia China-Rusia, con apoyos de India, Irán, el BRICS y países de Asia Central, configura un contrapeso real al orden del atlántico.

El sur global en disputa lo conformarían África y América Latina, con vínculos crecientes con China y Rusia, y se adaptarán a ser, de meros espacios de influencia de Occidente, y pasarán a ser actores de negociación con el eje tripolar.

Otra consecuencia es el debilitamiento de EEUU porque la retirada de Washington de alianzas históricas abre el espacio para otros centros de poder.

En suma, el “viraje tripolar” refleja el tránsito hacia un sistema internacional más inestable, donde tres polos —Washington, Beijing y Moscú— se disputarán el centro de gravedad político, económico y militar del mundo en el largo plazo, pero mientras, tanto China como Rusia, se mantendrán aliados con el apoyo de otras naciones, frente a EEUU y estimulándole situaciones difíciles para afrontar, por intermedio de otros países, como Irán o Corea del Norte.

En total los países que sigan o sean aliados a China y Rusia son más de 5 mil 350 millones de ciudadanos: el 66.1 % de la población actual del mundo en 2025. Esta es la realidad que nos debe hacer pensar a los ciudadanos estadounidenses.

 

Un mundo en encrucijada

 

En el ínterin, China y Rusia consolidan el eje que se alimenta del resentimiento y la exclusión, y que proyecta un relato alternativo al de Occidente. Beijin ofrece el sueño de una globalización sin tutelas, en tanto que Rusia despliega la retórica del “victimismo” frente a su agresión, e Irán y Corea del Norte, completan el cuadro con su desafío simbólico al orden liberal. E incluso India, con sus reservas, aparece en el escenario como un actor que se balancea entre los polos, buscando su propio lugar en este mundo turbulento. Europa, por su parte, comienza a despertar de su letargo y comprende que debe asumir la defensa de sí misma, aunque aún carece de la cohesión suficiente. Latinoamérica, siempre atrapada entre gigantes, oscila entre la fragmentación y la tentación de alinearse con los nuevos centros de poder que ofrecen financiamiento, tecnología e infraestructura, aunque a menudo bajo condiciones asimétricas.

Lo que emerge no es solo un nuevo mapa de poder, sino un cambio de conciencia global. La humanidad entra en un terreno donde las narrativas pesan tanto como los ejércitos, donde hacerse la victima puede encubrir la agresión y donde las alianzas son más inestables que las certezas. El peligro es una escalada que conduzca a guerras regionales, incluso a choques de gran escala. Pero también existe una oportunidad como es que esta tensión nos obligue a repensar la cooperación mundial, a rediseñar instituciones y a recuperar el valor de la palabra sobre la imposición de la fuerza.

Como psicólogo sostengo que afrontaremos guerras psicológicas por la legitimidad, entre quienes se presentan como agredidos, como protectores, y como agresor. En esta lucha de percepciones se juegan las emociones colectivas de miles de millones de ciudadanos, la confianza de pueblos enteros, y el rumbo mismo de la civilización.

Este siglo ya no será definido por un solo imperio ni por la hegemonía de una ideología. Será determinado por nuestra capacidad de gestionar el conflicto sin destruirnos, de convivir en la diversidad de polos, de asumir la incertidumbre como condición de nuestra era. La historia nos enseña que las crisis son también oportunidades. La pregunta es si esta vez tendremos la madurez de transformar la confrontación en un nuevo pacto de convivencia. Porque, al final, no se trata solo de geopolítica, sino de humanidad. Y lo que está en juego no es el poder de una nación sobre otra, sino la posibilidad de que todos sigamos existiendo en paz en este planeta compartido.

Estamos presenciando la transformación más profunda desde la Segunda Guerra Mundial. Si continúa la lógica de Trump, el planeta no se dirigirá hacia un orden estable ni hacia una paz negociada, sino que se precipitará en una era de imprecisión tripolar, un tiempo en el que cada alianza puede quebrarse y cada gesto diplomático encender una chispa de guerra. Estados Unidos, al erigir muros arancelarios y migratorios, no solo se separa de sus aliados, se repliega sobre sí mismo, ignorando la memoria de sus más grandes aciertos. Se abandona la audacia de Nixon, que supo abrir la puerta a China para evitar un eje comunista imbatible, se desprecia la lucidez de Reagan, que contuvo y contribuyó junto con Gorbachov a que desapareciera la URSS sin provocar un cataclismo nuclear. De igual forma se olvida la visión de Bush padre, que construyó consensos en la posguerra fría. Esa herencia de grandeza, que una vez convirtió a Washington en arquitecto del orden mundial, hoy se dilapida en nombre de una narrativa de fuerza que esconde, en el fondo, un temor existencial, como es que el miedo de una potencia que siente resbalar entre sus dedos el liderazgo de la historia.

Y si ese temor se convierte en política de Estado, el resultado no será un nuevo equilibrio, sino un abismo histórico, donde lo que está en juego ya no es solo la supremacía de una nación, sino el destino mismo de la civilización humana… Si desea darnos su opinión o contactarnos puede hacerlo en psicologosgessen@hotmail.com... Que la Divina Providencia Universal nos acompañe a todos…


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Puede publicar este artículo o parte de él, siempre que cite la fuente del autor y el link correspondiente de Informe 21. Gracias.

 

© Fotos e Imágenes Gessen&Gessen y El nacional


 

Apéndice: El nuevo polo que se configura en torno a China, Rusia, India y sus socios estratégicos representa aproximadamente 5 mil millones 356 millones de seres humanos, es decir, más de dos tercios de la población mundial (estimada en unos 8.100 millones en 2025, según la ONU).

 

Quienes son los actores de la eventual configuración del nuevo escenario

 

Los líderes más destacados en la cumbre en China del pasado 1° de septiembre fueron Xi Jinping (China), Vladimir Putin (Rusia) y Narendra Modi (India), aunque este último mantuvo alguna distancia conceptual respecto a Rusia, y también sobresalió Kim Jong-un en el desfile militar que cerró este encuentro mundial. No obstante, el espectro de asistentes fue mucho más diverso. Estuvieron presentes líderes de una amplia geografía euroasiática, como los miembros plenos de la OCS: Kazajistán (presidente Tokáev), Uzbekistán (Mirziyóev), Kirguistán (Japarov), Tayikistán (Rakhmon), Pakistán (primer ministro Shehbaz Sharif), Irán (presidente Pezeshkian), Bielorrusia (Lukashenko), además de China, India y Rusia.

También estuvieron estados observadores y socios del diálogo como Turquía (Erdogan), Egipto (primer ministro Madbouly), Camboya (Hun Manet), Maldivas (Muizzu), Laos (Thongloun Sisoulith), Myanmar (Min Aung Hlaing), Vietnam (Phạm Minh Chính), Mongolia (Khürelsükh), Nepal (KP Sharma Oli), Azerbaiyán (Aliyev), Armenia (Pashinyan), Turkmenistán (Berdimuhamedov), y Malasia (Anwar Ibrahim).

A la par, representantes de Organizaciones internacionales y figuras invitadas como el secretario general de la ONU, António Guterres, participó en calidad de invitado especial, reforzando el carácter global de la convocatoria.

Este variado elenco de participantes evidencia una ambiciosa reconfiguración euroasiática que va más allá de los ejes tradicionales, estableciendo un polo no-occidental con inclinaciones regionales y globales.

Igualmente, aunque no formaron parte de la cumbre, otros actores globales se encuentran estrechamente vinculados a estas dinámicas emergentes. Así es el caso de los países del BRICS que aunque estuvieron ausentes en la OCS —Brasil, Sudáfrica e Indonesia— siguen compartiendo plataformas de cooperación con China e India. En particular, Indonesia se incorporó al bloque BRICS en enero de 2025, mientras que Egipto, Etiopía, Irán y Emiratos Árabes Unidos ya lo habían hecho en años anteriores, lo que subraya una expansión de ese polo global.

Por otra parte Corea del Norte, aunque no se reporta una presencia formal en la cumbre OCS, la visita de Kim Jong-un en China para la parada militar posterior a la cumbre confirmó una solidaridad simbólica con Beijing y Moscú.

En África, además de Egipto —ya adherido al BRICS— una serie de países mantienen vínculos económicos y políticos crecientes con China. Entre los más destacados están Kenya, que ha recibido ayudas de China en trenes y puertos; Zambia, cuyo ferrocarril Tazara está siendo remozado con financiación de Beijing; Nigeria, que busca inversiones en manufactura e infraestructura energética; Sudáfrica, con una relación comercial robusta y presencia de empresas chinas del sector eléctrico; Argelia, con megaproyectos ferroviarios y de construcción impulsados por capital chino; Ghana, receptor de importantes inversiones y sede de la oficina regional del Fondo de Desarrollo China-África; y Guinea Ecuatorial, que ha visto inversiones destacadas en infraestructura portuaria, eléctrica y exploración petrolera.

En Latinoamérica, aunque la influencia china no proviene del escenario formal de la OCS, varios países desarrollan alianzas estratégicas con China a través de la Franja y la Ruta, inversiones tecnológicas, agroindustriales y financiamiento multilateral. Entre ellos se encuentran Brasil, cuyo comercio con China duplica al que mantiene con EE.UU.; Chile, Argentina, Perú, Ecuador, México, Uruguay, y Venezuela, todos con “asociaciones estratégicas” o acuerdos de colaboración preferencial en construcción, energía, tecnología o infraestructura. Además, Colombia se ha sumado recientemente a la Iniciativa de la Franja y la Ruta, mientras que países como Guatemala, El Salvador y República Dominicana participan indirectamente. Cuba y Nicaragua se encuentran coaligados políticamente con China y Rusia. estadounidenses. (VG)


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