Estados Unidos: La Fortaleza sitiada
- Vladimir Gessen
- hace 7 horas
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El nuevo plan de seguridad de Trump recoloca al país más poderoso en el escenario de la psicología del miedo convertido en estrategia...
La nueva Estrategia Nacional de Seguridad de Estados Unidos de noviembre de 2025, es un documento que refuerza el muro interpuesto entre EEUU y el mundo, y que revela la psicología profunda de una nación. También trae a la memoria el “Muro” de la Unión Soviética en Berlín, que llevo a Winston Churchill a decir: “Desde Stettin, en el Báltico, hasta Trieste, en el Adriático, ha caído sobre el continente un telón de acero”, y uno se pregunta: ¿Hoy que diría Churchill del muro americano —ahora como un estratégico corolario Trump— de la Doctrina Monroe?...
El punto esencial es que ninguna estrategia militar o geopolítica es neutra. Es siempre la proyección de quién la expresa, de sus miedos, sus pensamientos, opiniones, sus ideologías, sus fantasmas y sus obstinados deseos de permanencia. En este caso, la estrategia y el poder se expresan en clave de exclusión, y habla más de la fragilidad percibida que de la fuerza proclamada. Así, en el escrito se interpreta que las fronteras se convierten en murallas legales y emocionales, en defensas psíquicas antes que líneas geográficas, ya que la migración aparece narrada como invasión, no solo de personas sino de identidades. Además, los aliados son mirados con recelo, como si la confianza fuese ya un lujo estratégico, y los adversarios se transforman en enemigos irreductibles, figuras casi arquetípicas que justifican la consolidación de un aparato de poder cerrado, reactivo y profundamente ansioso ante la incertidumbre global, porque toda política fijada en un plan es también un discurso sobre el poder y sobre el cuerpo social (Michel Foucault, Defender la sociedad). La estrategia, en ese sentido, no solo ordena prioridades militares, sino que configura una narrativa sobre quién merece entrar, quién debe ser contenido, y quién será confrontado hasta la muerte, como hemos visto en el Caribe. Para nosotros, es un espejo escrito que refleja la angustia de una superpotencia que se siente amenazada por la erosión del orden que se quiere y que, ante ese vértigo, elige retraerse, endurecerse, y elevar la exclusión a categoría geopolítica.
América Latina como territorio simbólico
El implícito “Corolario Trump” a la Doctrina Monroe no es un hecho aislado, es la culminación de un largo linaje de interpretaciones, extensiones y distorsiones que han convertido a América Latina en algo más que un espacio geográfico. En la mirada estratégica de Estados Unidos, la región ha sido tratada como un “territorio simbólico”, un escenario donde Washington proyecta miedos, ambiciones, ansiedades y pulsiones de control. A veces las potencias construyen al “otro” no para describirlo, sino para ordenar su propia identidad (Edward Said Orientalismo, 1978). En el presente, asistimos a un fenómeno semejante, un “hemisferismo” donde América Latina es representada como espacio de vigilancia, contención o tutela, negando su pluralidad real. La región funciona como una resonancia psicológica que irradia aquello que Estados Unidos teme perder —hegemonía, control, cohesión interna— y porque necesita reafirmarse.
Esta construcción simbólica no surge con la presidencia de Trump, es más bien el resultado de una genealogía de corolarios que, a lo largo de más de un siglo, transformaron la Doctrina Monroe en una arquitectura emocional del poder estadounidense de algunos de sus jefes de Estado.
El Corolario Roosevelt (1904): la tutela del “padre protector”
Theodore Roosevelt afirmó que EEUU tenía el deber de “intervenir” en países latinoamericanos si estos actuaban de manera “irresponsable”. Esta formulación, altamente polémica, convirtió a América Latina en un territorio “infantilizado”, necesitado de guía y disciplina.
Historiadores muestran cómo este corolario justificó ocupaciones, protectorados y golpes de fuerza (Grandin, Greg, Empire's workshop, 1962). Pero más allá de lo militar, consolidó un arquetipo psicológico, el de Estados Unidos como padre protector y América Latina como hijo que debe ser corregido. Es la primera capa del territorio simbólico ya que considera que la región ya no decide, sino que se “decide por ella”.
El Corolario Lodge: la exclusividad hemisférica emocional
Henry Cabot Lodge llevó la doctrina a otra dimensión en su corolario: ningún país fuera del hemisferio podía tener influencia en América Latina, aunque los propios latinoamericanos la desearan, lo cual convirtió al continente hispanoamericano en una suerte de patrimonio emocional de Estados Unidos, en lugar de un socio, lo definió como una extensión de sí mismo. De esta manera, Latinoamérica deviene en un territorio simbólico en sentido posesivo, casi corporal como “lo nuestro”, “lo propio”, “lo que no puede tocarse” sin preguntarnos. Luego sería conocido como el “patio trasero de EEUU”.
Siglo XX: Corolario Kennedy y la Guerra Fría, el tablero del miedo
Durante la Guerra Fría, el miedo al comunismo transformó a América Latina en un tablero donde EEUU proyectaba sus paranoias ideológicas. No hubo un corolario decretado, pero sí de hecho con acciones de dominio con intervenciones en Guatemala (1954), en Brasil (1964), en República Dominicana (1965), en Chile (1973) y con la criminal “Operación Cóndor” que fueron justificadas como defensa de la seguridad hemisférica. (Stephen Rab, The Killing Zone, 2016). El continente funcionó como pantalla donde se reproducían los temores de Washington más que las realidades latinoamericanas. América Latina ya no era “niña”, ni “posesión”, pero se apreciaba como una amenaza, y un espacio peligroso. Se profundizó así un lugar donde Estados Unidos podía combatir contra sus propios fantasmas.
En la práctica, la doctrina Monroe provocó la defensa de las peores dictaduras de Latinoamérica, y no pudo impedir que el comunismo amaneciera con la revolución cubana. Antes y luego de la tiranía del general Augusto Pinochet los socialistas gobernaron en Chile, y más tarde llegó la revolución en Nicaragua. También en los años 60 bajo la misma doctrina Monroe el mundo estuvo al borde de la hecatombe nuclear con las crisis de los misiles nucleares en Cuba. A finales del siglo pasado, se hizo presente Hugo Chávez... Este fue el verdadero corolario de la Doctrina Monroe porque esta estrategia fallida lo hizo posible…
¿Doctrina Monroe en el siglo XXI?
En el siglo XXI aparecieron corolarios a la doctrina Monroe tácitos: Uno, el migratorio con tendencia defensiva que ve al sur como un flujo desestabilizador. Dos, el económico, con una oposición activa a la presencia de China, y tres, el de representación de Latinoamérica como el origen de amenazas transnacionales. Estos corolarios están transformando a la región en una frontera emocional, una geografía donde se dirimen tensiones internas de la sociedad estadounidense como las de identidad, cultura, seguridad, o de pertenencia. Distintos autores han advertido que los Estados modernos externalizan sus miedos hacia figuras externas para gestionar su propia ansiedad (Ulrich Beck, en La sociedad del riesgo). América Latina se convierte en esa figura externa. Al mismo tiempo en el amanecer del vigente siglo, Lula Da Silva, líder del izquierdista y radical “Foro de Sao paulo” toma el poder en Brasil en 2002 hasta 2011 y su partido gobierna por unos años más. Lula Da Silva regresa a la presidencia de Brasil desde el 2023 y actualmente es el presidente de los brasileños. También José Pepe Mujica, líder de los guerrilleros tupamaros fue presidente de Uruguay y Evo Morales de Bolivia.
Todo esto fue inducido por lo que representa la “doctrina Monroe y sus corolarios” para la mayoría de los latinoamericanos que la rechazan.
El Corolario Trump (2025): el retorno del mito imperial
La nueva Estrategia de Seguridad Nacional 2025, redefine al hemisferio como zona “propia”, reactiva a la presencia de China y Rusia, y es concebida como una barrera defensiva ante el caos global. Distintos medios como Infobae (7/12/2025), Al Jazeera (5/12/2025) y The Washington Post (5/12/2025) coinciden en que América Latina reaparece como territorio a controlar, no a comprender. De forma que lo simbólico adquiere su forma más pura porque la región pasa a funcionar como una pantalla donde EEUU proyecta su miedo a la pérdida de liderazgo global. Un artículo editorial del Council on Foreign Relations trata sobre la nueva estrategia de seguridad nacional de EEUU para priorizar el hemisferio occidental y destaca que el foco estratégico consiste en priorizar la migración, el comercio y la seguridad regional. En PBC News, Michelle L. Price de Associated Press indica que “La administración del presidente Donald Trump presentó una nueva estrategia de seguridad nacional que presenta a los aliados europeos como débiles y busca reafirmar el dominio de Estados Unidos en el hemisferio occidental”. Y en El País de España se publican informaciones señalando que Estados Unidos abre una nueva época de intervenciones en América Latina: “La nueva estrategia de seguridad nacional de Trump pone el principal foco geopolítico en el continente americano y reclama que contribuya a frenar la inmigración, el narcotráfico y el avance de China”. Definitivamente, este corolario no es una estrategia, parece más bien un psicodrama imperial.
¿Por qué la Doctrina Monroe y sus corolarios fracasaron?
Desde que el Presidente James Monroe firmó la doctrina que lleva su nombre, distintos autores como Juan Gabriel Tokatlian, en su artículo “The End of the Monroe Doctrine”, en 2009, sostuvo explícitamente que la idea original de la doctrina Monroe quedó obsoleta frente a la globalización y los cambios geopolíticos. Lars Schoultz, en “A History of U.S. Policy toward Latin America”, en 1998, describe históricamente cómo la Doctrina Monroe y sus extensiones practicaron intervenciones, dominación financiera y militar, y relaciones desiguales con países latinoamericanos, lo que implicó rechazo, dependencia persistente y resentimientos. Greg Grandin —en análisis contemporáneos y reseñas de su obra— ha planteado la persistencia de patrones intervencionistas e imperialistas en la política de EEUU hacia América Latina, describiendo cómo estas políticas produjeron consecuencias estructurales negativas para la soberanía y el desarrollo regional. La propia historia documentada del Corolario de Roosevelt —la primera gran extensión intervencionista de la Doctrina Monroe— muestra cómo ese principio permitió ocupaciones, intervenciones militares y ocupaciones territoriales en la primera mitad del siglo XX. Otra recopilación académica analiza el impacto histórico de la doctrina, su uso para legitimación de intervenciones, y las consecuencias negativas para los países latinoamericanos.
En América Latina en general se piensa que los Estados Unidos confundieron hegemonía con legitimidad, sustituyeron diplomacia por tutela, generaron resentimiento y esta animosidad permitió la apertura de puertas a otras potencias, lo que a su vez, proyectaron miedos estadounidenses en sociedades que tenían dinámicas propias. La Doctrina Monroe produjo inestabilidad, desconfianza y ciclos de intervención. El problema ahora es que el “hemisferismo 2025” repite esa fórmula.
Estados Unidos dejó de invocarla abiertamente después de la Segunda Guerra Mundial —y especialmente desde los años 1990— por una combinación de factores históricos y estratégicos que hicieron que la doctrina resultara contraproducente, anacrónica e incluso contradictoria con los intereses globales de Washington. La Doctrina Monroe se suspendió —formalmente y en la práctica— porque era incompatible con el derecho internacional. Porque obstaculizaba el liderazgo global de EEUU, y generaba rechazo político y diplomático. No correspondía a la realidad del poder mundial de fin del siglo pasado ni del siglo actual. América Latina dejó de aceptar un tutelaje paternalista. El mundo se volvió más multipolar e interdependiente. La seguridad ya no depende de territorios, sino de redes globales. No obstante, el caso es que la nueva estrategia de seguridad nacional de EEUU con el corolario Trump, prioriza y revive, sin matices, la peor versión del siglo XX, en un intento de reconstruir control en un continente que ya no está dispuesto a aceptarlo.
América Latina como espejo, no como sujeto
La no tan “nueva” estrategia no describe a América Latina. En realidad representa los deseos del actual gobierno de los Estados Unidos. La región aparece como la metáfora donde Washington intenta reafirmar un orden que se le escapa desde un espejo donde busca ver su grandeza perdida. Todos los corolarios de una manera u otra conforman una misma narrativa continua donde la América Latina es tratada no como región, sino como símbolo. Pero los símbolos no obedecen órdenes. Las naciones reales exigen respeto, autonomía y soberanía. Por eso, esta estrategia —como todas sus antecesoras— está destinada al fracaso, porque cada uno de los países de Latinoamérica son actores que finalmente quieren mirarse a sí mismo. Estados Unidos debería comenzar a definir estrategias distintas con Brasil, México, Argentina, Chile, Venezuela, Colombia, Perú, y con cada una de las naciones del hemisferio porque, aunque muchos analistas estadounidenses no parecen darse cuenta de que estos países son distintos, social, económica y políticamente y cada uno tiene su propia estrategia en relación a Europa, China, Rusia y Estados Unidos, y cada uno de ellos hace su juego en el tablero mundial.
Europa y el mito de la decadencia
La “nueva” estrategia de Trump presenta a Europa como una civilización al borde de su disolución bajo el peso de la migración. Este relato evoca la vieja tesis donde las culturas se conciben como organismos que nacen, crecen, envejecen y mueren (Oswald Spengler, Decadencia de Occidente, 1918). Pero aquí no estamos ante un diagnóstico cultural, sino ante una narrativa política diseñada para justificar la desconfianza hacia los aliados.
La exigencia de elevar el gasto militar europeo al 5% del PIB no surgió de la solidaridad estratégica, sino de la imposición. En esta mirada, Europa dejó de ser la socia y se convierte de hecho en una especie de paciente enfermo que necesita disciplina externa. La “nueva” estrategia de EEUU nos recuerda cuando hace más de un siglo en 2019 Paul Valéry, advertía sobre esa tendencia a describir a Europa como un cuerpo agotado, incapaz de sostener su propio destino. La estrategia de 2025 retoma ese imaginario no para cuidarlo, sino para intentar subordinarlo igual que a Canadá, intentando que los aliados se conviertan en carga, y la cooperación, en obediencia. En nuestra opinión un craso error estratégico.
Asia y la línea roja
En Asia, la estrategia desplaza el equilibrio hacia una lógica de confrontación abierta, definiendo a China como rival sistémico y a Taiwán como frontera moral y geopolítica. Al trazar “líneas rojas” cada vez más rígidas, Washington convierte el estrecho de Taiwán en el epicentro de una competencia donde cualquier gesto —una visita diplomática, un ejercicio militar, un acuerdo tecnológico— puede interpretarse como provocación. La región deja así de ser un espacio de cooperación económica para transformarse en un tablero de advertencias cruzadas, donde el riesgo no proviene solo del poder militar, sino de la psicología del error, del cálculo equivocado que puede desencadenar una escalada no deseada.
Una estrategia correcta hacia China no debería repetir la confrontación frontal de 2025 ni tampoco limitarse al pragmatismo táctico de Nixon y Kissinger. La clave estaría en una doctrina de coexistencia competitiva, donde Washington reconozca que China no puede ser contenida pero sí encauzada mediante acuerdos de estabilidad estratégica, reglas tecnológicas compartidas, y mecanismos de gestión de crisis. Ni capitulación ni guerra fría, dando la bienvenida a un marco de estrategias de equilibrio responsable, capaz de reducir riesgos, preservar la autonomía de Taiwán y evitando que la rivalidad derive en una ruptura del orden global.
Rusia y la luz verde
Llama la atención que en la “nueva” estrategia, la posición hacia Rusia marca un giro notable respecto a documentos anteriores, tanto en forma como en énfasis. Rusia no es definida como enemigo directo ni como principal oponente a diferencia de las estrategias anteriores, en el texto estratégico de 2025 Rusia no aparece como un adversario declarado de Estados Unidos, ni como el principal rival en la competencia global. En vez de ello, el documento omite críticas duras y explícitas a Moscú, y no emplea un lenguaje de confrontación directa. Según expertos, Rusia queda “suavizada” en la retórica y no se presenta como amenaza existencial en el mismo grado que en estrategias previas. El enfoque en gran potencia se ha desplazado más hacia China y hacia prioridades hemisféricas o internas que hacia la contención de Rusia.
El texto de la estrategia menciona el objetivo de “reestablecer la estabilidad estratégica” con Rusia, sugiriendo cooperación diplomática, y un enfoque menos confrontativo y más orientado a la gestión de relaciones complejas. Moscú a su vez ha señalado que esta descripción “acuerda en gran medida con la visión de Rusia”, una reacción muy inusual considerando décadas de antagonismo estratégico entre ambos países. A pesar de que Vladimir Putin ha señalado su respaldo al régimen de Nicolás Maduro en medio de la controversia y enfrentamiento de Estados Unidos con Venezuela. La última llamada fue justo al escribir este artículo el 11 de diciembre de 2025
Asimismo, en cuanto a Ucrania, el documento no mantiene el mismo énfasis en la confrontación directa con Moscú como “amenaza existencial”, ni sitúa la guerra de Ucrania en el núcleo de la competencia estratégica global, desplazando en cambio el foco de política exterior hacia otras prioridades.
La psicología del miedo
Desde la psicología política, lo que emerge en esta estrategia es una edificación del miedo. El miedo deja de ser una reacción y se convierte en principio organizador del orden estratégico. Cuando el miedo se institucionaliza, pulveriza la confianza, erosiona la pluralidad y prepara el terreno para formas más duras y excluyentes de poder (Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, 1973). Eso es precisamente lo que transmite la “nueva” estrategia de 2025 donde no se habla de puentes, sino de trincheras, no de cooperación, sino de murallas, no de diversidad, sino de una homogeneidad vigilada. Es la traducción política de una ansiedad cultural profunda, la de la dificultad de aceptar que el mundo contemporáneo es interdependiente, híbrido y cambiante. Así, la estrategia de 2025 revela menos la fortaleza de Estados Unidos que su incapacidad momentánea de imaginar el poder sin recurrir al miedo como brújula.
La fortaleza está sitiada
La Estrategia Nacional de Seguridad de 2025 es, en última instancia, un relato sobre una fortaleza sitiada. Estados Unidos se imagina rodeado de enemigos y responde con muros, ejércitos y doctrinas. Pero la verdadera inseguridad no proviene de fuera, pensamos que proviene de adentro, de la dificultad de aceptar la pluralidad del mundo y de reconocer que la interdependencia es la condición de nuestra época. Como en las tragedias griegas, el intento de escapar al destino puede conducir precisamente a él. Al levantar muros, Estados Unidos se aísla, al desconfiar de sus aliados, se debilita, al confrontar sin diálogo, se acerca al conflicto que dice querer evitar. La seguridad, entendida como exclusión, es un mito. Y como todo mito, revela más sobre los temores de quien lo enuncia que sobre la realidad que pretende describir.
Al final…
… y a pesar de este desacuerdo con la estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos presentada por el presidente Trump, donde da prioridad al hemisferio occidental, hablo también como estadounidense, como alguien que ama profundamente a su país y que sabe que Estados Unidos puede ser mucho más que una fortaleza sitiada. Hemos demostrado, una y otra vez, que la grandeza no nace del miedo sino de la confianza en nuestra capacidad de transformar el mundo sin destruirlo. No deseo un país atrincherado, crispado, mirando al planeta como si fuera un campo de amenazas. Deseo un país que recuerde su mejor tradición, la de construir, no la de aislarse. Porque la verdadera seguridad —la única seguridad que perdura— no se alcanza levantando muros, sino tendiendo manos. No se conquista con exclusión, sino con cooperación inteligente. Y en ese horizonte, América Latina no es un problema que resolver, es un socio que se debe fortalecer, un espacio de futuro compartido, un sitio donde podemos ver —no nuestros temores— sino nuestras posibilidades. Si Estados Unidos quiere un siglo de estabilidad, prosperidad y paz, debe abandonar la inercia imperial y asumir una vocación hemisférica de desarrollo compartido. Debemos ayudar a que México, Centroamérica, el Caribe y Sudamérica prosperen con dignidad y autonomía, no por altruismo, sino porque su bienestar es también el nuestro en Estados Unidos. Como enseña la economía contemporánea, los hemisferios no se protegen con la fuerza, sino con riqueza distribuida, innovación conjunta y movilidad social real.
Imaginemos otra estrategia, una que mire al Hemisferio Occidental no como un patio trasero ni como un territorio vigilado, sino como un ecosistema de prosperidad, con Canadá, Estados Unidos, México y toda América Latina engranados en cadenas de valor, en infraestructura compartida, en energía limpia interconectada, en educación superior regional, en tecnología desarrollada entre iguales. Una estrategia donde la pregunta no sea “¿cómo contener?”, sino “¿cómo crecer juntos?”. Donde la seguridad no dependa del miedo, sino de la expansión de la esperanza.
Como estadounidenses, mi esposa María Mercedes y yo nos negamos a aceptar que la única narrativa posible sea la del conflicto. Creemos —profundamente— que podemos elegir otra. Podemos elegir ser arquitectos de paz y no guardianes del miedo. Podemos elegir un hemisferio que avance unido, donde cada país prospere en sus propios términos y donde Estados Unidos deje de proyectar sus sombras para empezar, por fin, a proyectar su luz. Porque la seguridad verdadera no es un muro: es un nosotros. Y el destino de nuestro hemisferio —desde Alaska hasta la Tierra del Fuego— depende de que tengamos el valor, la madurez y la inteligencia de construirlo juntos. Ese es el país que deseamos junto a nuestra familia y a millones de compatriotas americanos. Esa es la América que aún podemos ser. Y ese es el futuro que, como ciudadanos y como seres humanos, hemos estado comprometidos a defender… Si desea darnos su opinión o contactarnos puede hacerlo en psicologosgessen@hotmail.com... Que la Eterna Providencia Universal nos acompañe a todos…

(Coautor junto a su esposa María Mercedes Gessen del libro ¿Qué o Quién es el Universo?), el cual le invitamos a leer, y disponible en Amazon.
Puede publicar este artículo o parte de él, siempre que cite la fuente del autor y el link correspondiente de Informe 21. Gracias. © Fotos e Imágenes Gessen&Gessen
Apéndice: El mito de la seguridad absoluta
La nueva estrategia se presenta como una promesa de invulnerabilidad total. Se evoca —en clave casi teológica— la idea de una “Cúpula Dorada” capaz de proteger el territorio frente a cualquier amenaza, un ejército invencible, una economía reindustrializada y blindada contra el exterior, y un pueblo cohesionado en torno a una identidad que debe ser preservada más que debatida. La historia demuestra que la seguridad absoluta es un espejismo, y que las potencias que han perseguido ese ideal han terminado debilitando precisamente aquello que intentaban defender. En la teoría estratégica contemporánea, autores de la Escuela de Copenhague, han mostrado que cuando un Estado convierte la seguridad en un eje casi ontológico —cuando el “aseguramiento” transforma todo desafío en amenaza existencial— termina restringiendo libertades, erosionando alianzas, y generando un clima permanente de excepcionalidad (Buzan et al., Security: A New Framework for Analysis, 1998). La búsqueda obsesiva de protección produce así menos seguridad, no más. Del mismo modo, en estudios advierten que las aspiraciones maximalistas de seguridad suelen derivar en errores estratégicos, sobre-expansión militar y percepciones distorsionadas del riesgo. Y en un análisis clásico, desde el realismo estructural, se insiste en que ningún sistema internacional se permite la hegemonía sin contrapesos. Toda potencia que intenta blindarse por completo provoca mecanismos de equilibrio —internos y externos— que terminan limitando su poder (Kenneth Waltz, Theory of International Politics, 1979).
Ahora bien, más allá de la geopolítica, esta estrategia revela una psicología profunda del miedo a la pérdida de identidad, a la disolución cultural y a la interdependencia global. En el psicoanálisis se explica cómo las pulsiones defensivas suelen convertirse en neurosis cuando el sujeto exagera sus mecanismos de protección ante una amenaza percibida. En esta estrategia esa neurosis deja de ser individual y se convierte en doctrina de Estado. La obsesión por una seguridad total funciona entonces como una defensa maníaca frente al cambio. Como un intento de sostener una identidad nacional en un mundo en transformación acelerada, donde ninguna frontera —ni física ni psicológica— puede garantizar la estabilidad absoluta. Los Estados modernos enfrentan amenazas y riesgos que no pueden contenerse mediante fortificaciones, muros o ejércitos, porque provienen de sistemas globales: clima, mercados, pandemias, tecnología. Pretender blindarse es desconocer la estructura interdependiente global del siglo XXI. En este sentido, esta nueva estrategia no es solo un plan estratégico, porque pasa a ser un acto psicológico colectivo, un ritual de percepción de invulnerabilidad que intenta conjurar el miedo mediante la ilusión de control absoluto. Pero, como enseñan los mitos y las teorías críticas de la seguridad, cuando una nación confunde poder con impermeabilidad, corre el riesgo de repetir el destino de Ícaro: cuanto más cerca del sol, más frágiles se vuelven las alas y se pueden quemar.











