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Los nuevos escenarios en el Mar Caribe

Aunque la paz es lo razonable, la razón no está al mando: la política, el poder y los intereses decidirán el destino de la región


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El ascenso de la sombra naval

 

El cielo caribeño se ha teñido de una presencia poco vista en las últimas décadas: la llegada de una potente columna naval del portaviones USS Gerald R. Ford (CVN-78) y su grupo de combate asociado, desplegada por Estados Unidos para operar en aguas cercanas a Venezuela y Colombia. Este portaaviones nuclear constituye el núcleo de una escuadra que según comunicados oficiales incluyen al menos tres destructores de misiles guiados (clase Arleigh Burke) y otros navíos que actúan como escolta del portaaviones y submarinos, además de un ala aérea embarcada de entre 70 y 100 aeronaves. Al mismo tiempo, desde la isla de Puerto Rico ha establecido una fuerza aérea avanzada y tropas de infantería naval. En informes recientes se señala la presencia de al menos diez aviones de combate F‑35 Lightning II están estacionados allí, además de patrullas marítimas y drones de vigilancia y ataques con misiles. Las fuentes oficiales hablan de más de 6 000 tropas ya activas en la región caribeña bajo el mando de esta operación.

En suma, si se combinan las cifras —aproximadamente 10.000 militares se encuentran desplegados en Puerto Rico y en los buques de guerra que ya estaban en el Caribe desde hace semanas, y la flotilla naval que acompaña al portaaviones, estimada de forma conservadora en 6.000 marinos más— el total operativo se acerca a los 16.000 efectivos, respaldados por una fuerza aérea que excede los 75 aviones, incluyendo F-18, F-22 y al menos una decena de F-35, quizás más y más de una decena de buques de combate, donde convergen además de la flota, narcotráfico, control marítimo, misiles de largo alcance, drones, control satelital, imagen internacional y posibles escaladas.

Desde la perspectiva de la psicología política, esta acumulación impresiona, porque más allá de su potencia militar, transmite una señal simbólica de dominación del mar, del aire y del litoral. Funciona también como mecanismo de presión sobre los actores regionales, en particular el gobierno venezolano y el de Gustavo Petro en Colombia. Lo que nos lleva a varias preguntas en el trasfondo político militar: ¿qué tipo de escenario habilitan estos medios de proyección? ¿Difusión pacificadora, contención o preparación para intervención ampliada? En cualquiera de los casos, el hecho es claro, el Mar Caribe y el ahora denominado por el presidente Donald Trump “Golfo de América” se convierte nuevamente en el epicentro de una arquitectura naval de alta escala, y ese cambio de escala redefine la lógica de seguridad, de política regional y de percepción estratégica.

 

Del comunismo a los carteles: mutación del “enemigo”

 

Durante gran parte del siglo XX, la política de seguridad de Estados Unidos en el Caribe y América Latina se escribió bajo una narrativa clara: el enemigo era el comunismo. Nicaragua y Cuba concentraban los temores de Washington. La Revolución Cubana simbolizaba la expansión ideológica soviética en el hemisferio, y la Nicaragua sandinista era la evidencia de que ese modelo podía reproducirse en Centroamérica.


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El Caribe era frontera geopolítica. La isla de Cuba, una cabeza de playa soviética. Nicaragua, un contagio. Con la caída de la Unión Soviética se derrumbó también esa gran narrativa. El comunismo dejó de ser la amenaza existencial. No hubo invasiones rojas. La victoria de Occidente fue proclamada y ampliamente celebrada. Desde entonces, una nueva fuerza emergía. Silenciosa, no ideológica. Sin discursos. Sin banderas. Con un poder corrosivo que no buscaba conquistar territorios para colocar una estrella, o un retrato en un palacio presidencial, sino capturar mentes, instituciones y mercados, como lo es el narcotráfico. Los enemigos se desplazaron. Ya no se señala a Cuba o Nicaragua. El foco se movió a Colombia y luego a Venezuela. Colombia, por sus selvas convertidas en grandes laboratorios, transformando productos agrícolas en economías criminales de escala global. Un narco-para-Estado que desbordó sus fronteras. Venezuela, por la creciente penetración de intereses ilícitos dentro del aparato militar y político, y por la transformación de su territorio en puente geoestratégico del crimen fue penetrada. Para los Estados Unidos el enemigo ya no estaría solo afuera, sino adentro de los Estados. Un giro brutal. De la lucha contra una ideología, se pasó a la guerra contra una industria transnacional que en América alcanza, además de Venezuela y Colombia, a México, Perú, Bolivia, Ecuador y, a la larga, a otros países centroamericanos y sudamericanos. De soldados uniformados, a redes invisibles. De una Guerra Fría, a una guerra caliente y permanente contra organizaciones sin patria. Estados Unidos, que alguna vez creyó haber triunfado sobre el mal ideológico, encontró un adversario más letal en su propia sociedad con la demanda interna de drogas. Una cultura con acceso casi ilimitado al dinero y un consumo masivo que financia a los carteles y fortalece su poder transnacional. El Caribe y Suramérica dejaron de ser el “patio trasero” donde se contenían revoluciones para convertirse en la autopista marítima y aérea de un mercado criminal. La geopolítica ya no giró en torno a banderas, sino en torno a rutas, puertos, corredores aéreos y marítimos. En este nuevo siglo, el Caribe dejó de oír consignas políticas y empezó a escuchar motores de lanchas rápidas, submarinos y aviones. Dejó de debatir modelos económicos, políticos y sociales, y comenzó a contar toneladas de cocaína. La guerra ya no es contra un sistema político. Es contra una economía mili-billonaria que compra conciencias, militariza bandas, y financia conflictos. El enemigo, en definitiva, dejó de tener rostro. Ahora tiene precio.

 

Escenarios actualizados que ya contempla Estados Unidos

 

La administración estadounidense ha diseñado, según comunicaciones públicas, pronunciamientos presidenciales, y movimientos militares observables, una secuencia creciente de opciones que van desde la acción selectiva en el mar, hasta la posibilidad de acciones terrestres, y de golpes dirigidos a líderes del crimen organizado. Les comentamos las tres líneas de escalamiento que hoy parecen estar sobre la mesa de planificación de Washington, con sus racionalidades, riesgos y efectos psicológicos y políticos.


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Escenario 1:  Intervenciones sobre centros de acopio y pistas aéreas

 

Estimamos un 60% de probabilidades a este escenario con acción limitada, además de los mortales ataques a embarcaciones con tráfico de drogas en el mar, habrá acciones aéreas y navales dirigidas a centros logísticos y de abastecimiento del narcotráfico en pistas clandestinas, hangares y centros de acopio ubicados en territorio colombiano o venezolano. También se ejecutarían contra aeronaves y embarcaciones identificadas como parte de las rutas del tráfico fuera o dentro del territorio de los países mencionados. Esta opción prioriza objetivos de tipo logístico y de interdicción, evitando —en teoría— enfrentamientos directos con fuerzas militares regulares, tal vez primero se de en Venezuela y luego en Colombia, aunque esto puede variar.De esta forma, se degradaría la capacidad operativa de las organizaciones criminales sin declarar guerra al Estado en cuestión. Se presentará la acción como defensa hemisférica contra una amenaza transnacional. Las primeras acciones de 2025 —ataques a embarcaciones sospechosas en el Caribe— demuestran el uso de esta modalidad. Los cuestionamientos sobre la legalidad internacional y la violación de la soberanía nacional seguirán provocando una reacción diplomática y pública adversa por parte de las naciones afectadas y por distintos países. Naciones Unidas y observadores internacionales ya han planteado reservas legales frente a ataques marítimos letales.

 

Escenario 2: Escalada a objetivos militares y de “respuesta”

 

Con una probabilidad estimada en 25 %, las primeras acciones se harían en Venezuela o Colombia. Si los ataques de EEUU a instalaciones de carteles de las drogas, se responde —con fuego o medidas militares por parte de las fuerzas armadas de Venezuela o de Colombia y que el Pentágono juzgue como hostiles— como ataques a unidades navales o aeronavales estadounidenses, o el uso de sistemas antiaéreos contra aeronaves, buques o drones estadounidenses, EEUU podría atacar las instalaciones militares del país en cuestión, tales como unidades de baterías antiaéreas, aeródromos, depósitos de armas o comandos militares que protejan las instalaciones o las rutas de tráfico de drogas en ese país. Esta fase ya aparece mencionada como posible por voceros estadounidenses y políticos cuando hablan de “land action y la necesidad de degradar capacidades estatales que facilitan el tráfico. Esta acción de EEUU buscaría neutralizar la capacidad de resistencia estatal para asegurar el control de rutas marítimas y aéreas, y enviar una señal de disuasión. Este salto cualitativo hacia un conflicto entre Estados, conlleva riesgo de víctimas militares y civiles en territorio soberano, colapso del diálogo diplomático, y potencial involucramiento de aliados regionales o actores extrarregionales como China, Rusia e Irán y Brasil. La escalada aumenta la probabilidad de una respuesta militar más amplia o de un conflicto prolongado como ocurrió en Irak, Siria o Afganistán. Observadores y la prensa han señalado que la retórica y los despliegues actuales abren esta vía si se producen incidentes.

 

Escenario 3: Operaciones de “decapitación” de los carteles

 

La probabilidad es de menos del 15 %, con golpes selectivos de muy alta intensidad, en misiones dirigidas a eliminar o capturar a cabecillas de organizaciones criminales —a través de operaciones especiales, ataques quirúrgicos o asesinatos selectivos— tanto en mar como en tierra. Esta alternativa ha sido explícitamente evocada en discursos políticos recientes que llaman a “ir por los jefes”, y aparece como la fase más agresiva de la campaña. EEUU trataría de destruir el mando y la coordinación de las organizaciones criminales para provocar su desarticulación operativa como efecto disuasorio y simbólico de gran impacto mediático.

Este escenario implica una elevadísima complejidad legal y política en relación a la soberanía y el derecho internacional, con un alto riesgo de respuesta violenta por estructuras criminales o por fuerzas que se sientan amenazadas. También surgen posibilidades de fragmentación de carteles en facciones más violentas. Y por el otro lado, una fuerte erosión de la legitimidad internacional si las operaciones no se justifican con evidencia abierta. La experiencia histórica muestra que la eliminación de líderes puede momentáneamente reducir la capacidad operativa, pero también puede inducir a una mayor violencia y reconfiguraciones criminales como ocurrió en Afganistán.

 

Riesgos transversales

 

La narrativa en Estados Unidos que presenta estas acciones como “guerra contra el narcotráfico” puede generar apoyo nacional, pero también fracturas políticas en cuanto al congreso y los tribunales estadounidenses, así como severas críticas internacionales sobre legalidad. El congreso y la opinión pública son variables que pueden condicionar la profundidad de la intervención.

En cuanto a las reacciones venezolanas y colombianas, incluso acciones limitadas pueden ser utilizadas por país atacado para consolidar apoyo interno presentando una narrativa de agresión externa, lo que dificulta cambios políticos internos. En Colombia o Venezuela, la percepción de amenaza y la presión migratoria podrían endurecer posturas políticas y militares.

 

Escenario de negociaciones


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En un escenario de negociación con pocas probabilidades de éxito, Lula da Silva intenta abrir una rendija diplomática en medio del creciente riesgo de confrontación en el Caribe. Durante su reunión con Donald Trump en Malasia, Lula se ofreció a ejercer como mediador entre Estados Unidos y Venezuela, precisamente cuando el despliegue de buques de guerra y los posibles ataques mortales contra los carteles narcotraficantes han elevado la tensión al máximo, señalando que sería mucho mejor que Estados Unidos dialogara con cada país, para que se hiciera una acción conjunta. Aunque el argumento de Lula apunta a una cooperación institucional y multinacional como salida racional al conflicto, la realidad operativa y política indica que este camino tiene bajas oportunidades de impedir la escalada, dado que la lógica actual se inclina hacia la fuerza y la disuasión militar —y eventual acción— más que hacia la negociación de una salida. No obstante podría abrirse un diálogo simbólico pero sin efecto real.

Si en este caso Estados Unidos acepta, de forma pública, sostener conversaciones con Brasil sobre el tema venezolano, a modo de gesto diplomático hacia Lula tendría una probabilidad estimada del 60 al 70%. Pero pensamos que se realizarían una o dos reuniones técnicas de bajo nivel entre equipos de Justicia o Cancillería, pero sin alterar la dinámica militar y operativa en el Caribe. Washington mantendría la presión y las interdicciones continuas. Caracas utilizaría este diálogo como propaganda interna, alegando que su posición está siendo escuchada, aunque sin concesiones sustanciales. Este escenario permite que todos los actores “salven la cara”, pero no cambia el rumbo del conflicto ni detiene la posibilidad de escalada.


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Por otro lado, si la mediación brasileña logra pausar temporalmente algunos ataques en tierra mientras se realiza una ronda más amplia de conversaciones multilaterales con Colombia, México o el CARICOM como invitados, esta pausa solo se sostendría si Venezuela presenta resultados verificables contra organizaciones criminales dentro de su territorio, y la renuncia del gobierno, que ya ha manifestado que es inaceptable.

Si Brasil lograra —lo menos probable— instalar una mesa estable y permanente entre Estados Unidos y Venezuela, con una agenda concreta de acciones como la interdicción marítima coordinada, trazabilidad química de drogas, y el control de pistas clandestinas, además incluirían que Washington evite ataques en tierra siempre que Caracas cooperara con inteligencia verificable in situ por la DEA.

La realidad, para que esto ocurra, sería necesario un giro psicológico y político muy profundo, ya que EEUU deberían asumir que la guerra contra el narcotráfico no puede ganarse sin la cooperación de varías naciones hispanoamericanas, y que la fuerza sin negociación puede llevar a una crisis regional de consecuencias impredecibles, lo cual no es la postura histórica política y militar que ha mantenido Estados Unidos. Por ello, consideramos que es el escenario menos probable en el contexto de militarización creciente.


El CARICOM


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La Comunidad de países del Caribe, está integrada por un grupo de naciones y territorios soberanos que, a pesar de su diversidad cultural, lingüística y geográfica, comparten una misma visión de integración regional: Antigua y Barbuda, Bahamas, Barbados, Belice en Centroamérica, Dominica, Granada, Guyana, Haití, Jamaica, el territorio británico de Montserrat, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, junto con Surinam en el extremo norte sudamericano, y Trinidad y Tobago. El 18 de octubre emitieron declaraciones en relación con el conflicto y los ataques que se están desarrollando en su área. Los jefes de Gobierno de los países que lo conforman reafirmaron su compromiso de ver la región como una “Zona de Paz, en el contexto de los ataques de Estados Unidos contra embarcaciones en aguas caribeñas y del despliegue militar estadounidense. En esa declaración, CARICOM subrayó “la importancia del diálogo y el compromiso hacia la resolución pacífica de disputas y conflictos”, además de reiterar su apoyo a la soberanía y la integridad territorial de los países de la región. También, CARICOM instó a que los esfuerzos contra el narcotráfico y el comercio ilegal de armas se realicen “a través de la cooperación internacional y de conformidad con el derecho internacional”.

En la matriz actual de decisiones de Washington, la opción diplomática no es la primera carta, sino un seguro reputacional, es decir, una forma de decir que se intentó negociar antes de actuar más duro. Brasil y el CARICOM ofrecen una salida con lógica de paz y de instituciones, pero la inercia estratégica se inclina al uso de fuerza. La realidad indica que la mediación brasileña no frena la escalada, solo podría ralentizarla, si acaso, durante un breve lapso de ensayo diplomático.

 

Líneas temporales potenciales: detonantes y ventanas

 

En ejecución: Intensificación de interdicciones marítimas con ataques selectivos contra embarcaciones sospechosas y aumento de patrullaje desde Puerto Rico y buques presentes. Señal: incremento comprobable en el número de strikes navales/ aéreos y comunicados del Pentágono.

A muy corto plazo (semanas): Ataques en territorio venezolano y/o colombiano en instalaciones de acopio y de distribución de drogas y pistas o aeropuertos clandestinos de donde salen aviones con drogas. Señal: el primer ataque.


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A corto plazo (condicionado): Si existe respuesta estatal como fuego antiaéreo, ataque a aviones, drones, misiles o fuerzas especiales en ataques a instalaciones de tráfico de drogas, existe la probable y anunciada autorización para golpear instalaciones militares seleccionadas de las fuerzas militares oficiales. Señal: comunicados de cierre de espacios aéreos, movilización de fuerzas desde buques a objetivos terrestres, órdenes de despliegue de bombarderos o apoyo logístico adicional.

Medio plazo (De 3 a 12 meses): Operaciones de inteligencia convergentes que podrían sostener la autorización de misiones de captura/neutralización de líderes, lo que requiere coordinación legal e inter-agencias. Señal: aumento de actividad de fuerzas especiales, movimientos discretos de personal, solicitudes de cooperación a terceros países.

 

Umbrales de escalada

 

1. El número de ataques a embarcaciones por semana. La línea de base actual es de ataques esporádicos, varios desde septiembre. Alerta amarilla cuándo pase de dos ataques por semana, y alerta roja: con más de cinco ataques por semana.

2. Composición naval en la zona: buques, submarinos, destructores, portaviones.

La línea base es la presencia de ocho buques adicionales y un Carrier Strike Group anunciado. La alerta amarilla será confirmación de submarino operativo en aguas cercanas. Y la alerta roja, la llegada efectiva del portaaviones USS Gerald R. Ford y su flota de apoyo.


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3. El despliegue aéreo de los B-52, B-1 y B-2 y de fuerza militar en Puerto Rico, con la línea base de los reportes de la presencia de los F-35 y drones MQ-9 y aviones espías P-8. La alerta amarilla es el incremento de plazas logísticas y repostaje de bombarderos. La alerta roja será la movilización de alas adicionales (F-22/F-18) o declaratoria de ejercicios con fuego real en el portaviones nuclear ya en el Mar Caribe.

En estos momentos, existen señales de acompañamiento político que se observan en Washington y en la prensa mundial, como las declaraciones que normalizan el uso de fuerza mortal. Donald Trump ha anunciado la intensificación de ataques contra narcotraficantes, incluyendo lenguaje explícito sobre “matar” objetivos vinculados al tráfico de drogas, —“Creo que simplemente vamos a matar a quienes traen drogas a nuestro país. ¿De acuerdo? Los vamos a matar”— y ha dicho que no necesita una declaración de guerra del Congreso para actuar contra los cárteles.

 

Más allá de Colombia y Venezuela

 

La concentración de fuerzas en el Caribe no parece temporal ni exclusivamente dirigida a un único objetivo nacional. Pensamos que las evidencias públicas y el movimiento de portaviones, escoltas, aviones de patrulla y de combate sofisticados, más tropas sugieren una voluntad de permanencia operativa y de refuerzos en la región, una columna naval significante (USS Gerald R. Ford y su grupo de ataque) y una dotación aérea y logística en puntos como Puerto Rico, indican que Washington desea mantener capacidad de proyección por un periodo prolongado. Esa presencia ya excede la lógica de una operación puntual contra una red específica y se parece más a una estratégica regional que a un simple operativo antinarco de corto aliento. Lo que abre inmediatamente una pregunta operativa y política: si la narrativa oficial es enfrentar carteles y posiciones logísticas en aguas y territorios vinculados primero en Venezuela, ¿por qué detenerse allí?...  La respuesta práctica es doble. Por un lado, la interdicción marítima en el Caribe y el pacífico atacan rutas concretas, lo que explica su prioridad. Por otro lado, la lógica del mando militar sería escalonar la campaña militar y podría, en la práctica, moverse hacia otros territorios donde la amenaza es mayor y la infraestructura criminal sean detectadas, como sería el caso de Colombia que es quien produce la mayor cantidad y el mayor tráfico de drogas hacia México y los Estados Unidos. Esa movilidad geográfica de la acción sigue la continuidad del objetivo, como es degradar la cadena de suministro y comando del narcotráfico, cualquiera sea su ubicación.

El episodio de hostilidades verbales entre el Presidente de Colombia y la administración estadounidense añade una dimensión crítica porque la política y la diplomacia condicionan la posibilidad práctica de actuar en suelo colombiano. Si el gobierno colombiano se revela antagonista, como ya ocurrió en declaraciones públicas que han tensado la relación, cualquier operación unilateral en Colombia tendría una respuesta similar a la de Venezuela. Los mismos informes muestran que las autoridades de Washington no descartan actuar si identifican buques o nodos en los que aparezcan nacionales colombianos o si estiman que la cooperación oficial es insuficiente. En la práctica, entonces, la posibilidad de ataques en Colombia existe, pero su viabilidad depende de condiciones políticas y de inteligencia precisas.


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¿Y México?

 

México ocupa un lugar distinto en esta ecuación porque es hoy la fuente principal de precursores y síntesis de fentanilo que alimentan la crisis de mortalidad por opiáceos en Estados Unidos. La diferencia operacional es clara porque gran parte del fentanilo se produce y se trafica por rutas terrestres hacia EEUU por donde igualmente llega la mayor cantidad de cocaína, y no por rutas marítimas del Caribe. Por tanto, una campaña naval masiva en el Caribe tiene una eficacia limitada sobre la cadena de producción de fentanilo en México y el tráfico de cocaína. Eso no impide que Washington intensifique presiones sobre México —diplomáticas, policiales e incluso de inteligencia— pero una intervención directa similar a la que se aplica en el mar no encaja con la geografía del problema. Si México está en la agenda de prioridades de Washington por la amenaza del fentanilo, y la estrategia de la Casa Blanca es la guerra contra las drogas y el terrorismo —y ya declaró organizaciones terroristas a carteles mexicanos— no podemos descartar que lo que pase en Venezuela y Colombia acontecerá en México.

 

La (Cuarta) Flota del Caribe


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Más allá de Venezuela, es probable que esta fuerza estadounidense permanezca en el Caribe durante meses o años. Su presencia responde a una estrategia de presión regional, no exclusivamente a un episodio puntual.  La opción de atacar en Colombia existe, pero su activación depende de la relación política, de pruebas de involucramiento y del cálculo costo-beneficio de hacerlo sin el consentimiento del Estado colombiano.

México es un objetivo estratégico por el fentanilo, pero la naturaleza del problema mexicana requiere respuestas diferentes a una campaña naval en el Caribe. Pero no descartamos que las fuerzas armadas estadounidenses actúen en su territorio con permiso del gobierno mexicano, o quizás sin su autorización como ocurrió en Pakistán, una nación nuclear, en la incursión para ajusticiar a Osama Bin Laden: El 1 de mayo de 2011, EEUU llevó a cabo la operación conocida como Operation Neptune Spear en un complejo en Abbottabad, Pakistán, que culminó con la muerte de bin Laden. Según la organización jurídica American Society of International Law (ASIL), el gobierno paquistaní no dio su consentimiento previo al ingreso de fuerzas estadounidenses, lo que constituyó una acción unilateral no autorizada en su territorio. Por último, no podemos olvidar que Estados Unidos ya atacó y destruyó, con bajas humanas, dos lanchas sospechosas de narcotráfico en el Pacífico, frente a la costa colombiana hace días, así como hace horas cuatro lanchas en el Indo-Pacífico oriental, fueron eliminadas con al menos 14 fallecidos en la acción. Estos hechos demuestran que la llamada “guerra contra las drogas” ya no se dirige contra un solo país: es una campaña de alcance verdaderamente global. A la presidenta de México Claudia Sheinbaum, le decimos: Señora presidente, por favor… ¡Remember This!...


¿Panamá?

 

Sobre la inquietud acerca del Canal de Panamá y la retórica de “tomarlo” que puso sobre la mesa el propio Donald Trump: la vulneración o toma física del Canal sería un salto de orden estratégico y legal radical. Existen instrumentos jurídicos, tratados y una fuerte reacción internacional ante cualquier intento de usurpar la administración soberana del Canal. La retórica de Trump, documentada en discursos y declaraciones públicas, ha planteado la idea de “recuperarlo” en términos enfáticos. Sin embargo, en la práctica, una ocupación del Canal implicaría consecuencias diplomáticas y militares globales, con costos enormes para la legitimidad estadounidense y la estabilidad del comercio mundial. Dicho de otro modo, la frase puede cumplir un papel político doméstico y de presión narrativa, pero su ejecución sería extremadamente improbable debido a las implicaciones legales, económicas y geopolíticas. No obstante, como estratega no puedo ignorar que al menos está planteado para el comandante en jefe de las fuerzas armadas estadounidenses.

 

La razón no está al mando

 

Creo que la única solución real al narcotráfico consiste en atacar simultáneamente la producción y el consumo, bajo un plan mundial coherente y coordinado. No podemos seguir exponiendo la vida de nuestros marines y soldados ni vertiendo sangre en plantaciones y rutas de tránsito mientras los mercados consumidores permanecen intactos. La estrategia global debe transformarse porque basta de “guerras contra las drogas” al estilo de Ronald Reagan, una ilusión costosa que no produjo resultados sostenibles. Recordemos que en Afganistán donde a través de dos décadas enviamos a 800 mil marines para hacer la guerra a los terroristas, en este caso a los talibanes al final le devolvimos el poder, y lo peor: Afganistán bajo control de Estados Unidos no se pudo eliminar la producción de los opiáceos o sus derivados como la heroína, o el fentanilo, sino por el contrario llegó a producir el 90 % de la producción mundial de opio ilícito que incluye la heroína y el fentanilo que inunda nuestras calles. Así tras décadas de fracaso ha quedado claro que no se erradica un problema social con cañones ni se cura una adicción con cárceles. Es tiempo de sustituir la lógica de la confrontación por la inteligencia de la prevención, educación, salud pública, tratamientos de adicción y programas de desarrollo económico alternativo. Solo una política que combine coerción selectiva, justicia efectiva y políticas de reducción de demanda tendrá posibilidades reales de éxito.

Hoy, en el corazón del Mar Caribe, se libra un combate que no solo ocurre entre buques, radares y misiles, sino dentro de la mente humana. Estados Unidos mueve sus piezas como quien despliega la razón estratégica, mientras Venezuela responde desde el instinto de supervivencia política. Colombia observa con miedo y orgullo herido. Brasil intenta mediar con la serenidad del diplomático que recuerda que el conflicto puede devorarlo todo. CARICOM suplica por una Zona de Paz que nadie parece escuchar. México en silencio rezagado, pero esperando lo peor. Panamá, preocupada y no es para menos. Y en esta tormenta, emerge una verdad psicológica inevitable: el poder, cuando se siente amenazado, no escucha argumentos, escucha amenazas. La paz es más razonable, pero la razón no está al mando… Si desea darnos su opinión o contactarnos puede hacerlo en psicologosgessen@hotmail.com... Que la Divina Providencia Universal nos acompañe a todos…

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Puede publicar este artículo o parte de él, siempre que cite la fuente de los autores y el link correspondiente de Informe 21. Gracias. © Fotos e Imágenes Gessen&Gessen


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