Reinventarnos sin perder lo humano
- Eduardo Frontado Sánchez
- hace 3 horas
- 2 Min. de lectura

En el mundo actual resulta urgente tomar conciencia de lo difícil que puede ser escoger una carrera. Cada vez es más común hacerlo pensando en la inmediatez o en los beneficios económicos, en lugar de escuchar la voz interior de la vocación.
La irrupción de la inteligencia artificial ha intensificado este dilema. Muchos temen que las máquinas sustituyan a los profesionales humanos. Sin embargo, conviene recordar que la inteligencia artificial es una herramienta tecnológica, no un reemplazo de la inteligencia, la creatividad ni la empatía humanas. Aunque los robots puedan realizar tareas como atender huéspedes en un hotel o ejecutar procesos automatizados, siempre será necesario el conocimiento y la supervisión del ser humano para que esas máquinas funcionen correctamente.
No creo que estemos frente a una sustitución, sino ante un complemento. Tal como aprendimos durante la pandemia del COVID-19, los seres humanos somos capaces de reinventarnos, y con nosotros también lo hacen nuestras profesiones. Los ámbitos cambian, se adaptan, y surgen nuevas oportunidades de acuerdo con nuestras necesidades e intereses.
La historia ya nos dio un ejemplo: durante la Revolución Industrial, muchos temían que las máquinas destruyeran el trabajo humano. Y, aunque el cambio fue profundo, la humanidad se adaptó y generó nuevos oficios, nuevas formas de producir y de pensar. Hoy atravesamos una encrucijada similar.
El gran reto actual es romper los paradigmas que nos atan a la idea de que debemos elegir una carrera solo por su rentabilidad o proyección inmediata. Debemos pensar a largo plazo, entendiendo que la vocación y la humanización son urgentes, más aún en un contexto dominado por la tecnología. La inteligencia artificial es solo una estación más en el viaje del progreso; mañana aparecerán otras innovaciones que volverán a desafiarnos, y nuevamente tendremos que reinventarnos.
Más que hablar de “sustitución”, deberíamos hablar de “experiencia”, de “recorridos” y de “vivencias”. Cada elección profesional se convierte así en una búsqueda de sentido, en una forma de aportar al bien común y de reafirmar aquello que nos hace humanos.
La tecnología abre puertas, pero también exige reflexión. Puede ayudarnos a mejorar, pero no puede reemplazar la pasión, la ética ni la sensibilidad que dan sentido a nuestro trabajo. Al final, el camino profesional lo construimos con nuestras acciones, con nuestra humanidad y con el deseo de crecer junto a los demás.
El ámbito profesional no debería vivirse como una obligación, sino como una pasión. La tecnología, con todo su poder, solo tiene valor si la usamos con propósito, con vocación y con sabiduría. Porque lo humano nos identifica y lo distinto nos une.


