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Privatización de ganancias, socialización de pérdidas


Privatización de ganancias, socialización de pérdidas. Imagen de 7706992 en Pixabay

Venezuela exhibe dramáticos contrastes. Desde hace varias décadas ha sido el paraíso de políticos personalmente exitosos, pero con desempeños públicos desastrosos. Otro tanto puede decirse de cierto sector privado mercantilista, que exhibe prosperidad material individual, pero que conducen empresas muy poco competitivas. En otras palabras, empresarios que capturan renta, pero no crean valor.


Tenemos mucho tiempo viendo desfilar y alternándose en el poder a distintas élites políticas y económicas que han sabido arreglárselas para usurpar los beneficios rentísticos que durante casi medio siglo dispensaron sucesivas bonanzas y al mismo tiempo transferir a la base social los gigantescos costos resultantes de su ineficiencia y corrupción. La consigna de semejante despropósito es: “para nosotros la privatización de las ganancias, para el pueblo la socialización de las pérdidas."


El país demanda una visión de mayor aliento y ambición. Una suerte de nuevo manual de procedimiento público, que produzca resultados positivos en el corto, mediano y largo plazo.


En una ocasión, un alto funcionario chavista deslenguado, que se desempeñaba en las finanzas públicas, poco tiempo antes de separarse de su cargo, dijo con tono solemne que la revolución bolivariana había tenido muchos éxitos sociales, pero pocos éxitos económicos. ¡Qué maravilla! descubrió el agua tibia el señor. Ahora constatamos que tales logros sociales no eran otra cosa que el espejismo de una burbuja de consumo, inflada con el sobre ingreso fiscal recibido de los hidrocarburos durante la primera década del presente siglo. Tal burbuja se pinchó y nos retrocedió a las verdaderas dimensiones que tiene una economía puramente extractiva mal acostumbrada a consumir sin producir.


El buen juicio nos indica que debe haber un gobierno limitado, pero con músculo allí donde se demanda la acción de las instituciones públicas. Tenemos un Estado inmenso, que hace mucho de lo que no debe y deja de hacer lo que debería. Los venezolanos le dimos demasiado poder y dinero a los políticos.


El demacrado rostro que exhibe en el presente la república, nos hacen parecer remotos los tiempos en que Venezuela fue un lugar de intensa movilidad social. Hubo un país en donde los padres veían a sus hijos vivir mejor que ellos. Una nación en la cual gran parte de sus élites se educaban en el sistema público de enseñanza, que se levantó como el primer exportador de petróleo del planeta, que su banca central emitía dinero sólido, que no se depreciaba, donde la inflación era una curiosidad de otras latitudes. Una economía nacional que experimentó crecimiento sostenido durante décadas, por encima de Alemania Francia Canadá, EE.UU y con un instituto de los seguros sociales que daba envidia.


Nuestro país llegó a tener suficientes jueces y fiscales para administrar y dispensar justicia oportuna, donde un agente policial de punto nos garantizaba solaz o transitar sin temor. ¿En qué ruta esa promesa se extravió?


Atenazados estamos por líderes de enorme rapacidad, que siguen capturando la renta nacional, administrando en nuestro nombre los bienes y activos de la república para provecho de sus economías privadas. No hace falta una revolución, hace falta una devolución o una reparación de lo mucho que nos quitó la rapacidad de unos pocos.


En buena medida existe una minoría burocratizada, que con o sin uniforme, ejerce el abuso y posee irritantes privilegios de casta política, gremial o empresarial. Pero en paralelo hay una vasta cantidad de compatriotas que son víctimas del abuso, que no poseen privilegios, ni los solicitan, y que apenas si se enteraron de la existencia de una riqueza petrolera. En ese enorme sector hay venezolanos pobres, pero también hay y otros que fueron más afortunados, que pudieron progresar de manera lícita y honesta. Venezolanos de centro, de derecha y de izquierda, que les agrada el socialismo y a otros muchos que no; de tendencia chavistas, independientes y de oposición. A todos ellos los une la natural aspiración, no de ser iguales, sino de estar mejor.


Se requiere la constitución de un consenso nacional de reemplazo. Uno que identifique la auténtica razón de nuestro sostenido fracaso como nación de las últimas 4 décadas.











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