¿Podemos ser felices a pesar de todo?
- María Mercedes y Vladimir Gessen

- 11 sept
- 17 Min. de lectura
La clave está en vivir con la felicidad como propósito central, y no en lo que acumulamos sino en lo que amamos, compartimos y agradecemos
¿Podemos ser felices, en medio de las sempiternas crisis? Pues sí… La humanidad ha vivido en crisis desde sus orígenes. Nuestros ancestros enfrentaron glaciaciones, hambrunas, epidemias devastadoras, guerras interminables y luchas constantes por la supervivencia. El mundo nunca ha sido un lugar “seguro” ni exento de amenazas. Y, sin embargo, la vida siguió abriéndose paso y, con ella, la capacidad humana de buscar y crear felicidad, objetivos que por cierto se encuentra en decenas de constituciones de distintas naciones.
Si miramos la historia en perspectiva, podemos afirmar que hoy la vida es menos peligrosa que antes. Los datos históricos muestran que las tasas de violencia, guerras y homicidios han disminuido a largo plazo (Steven Pinker en The Better Angels of Our Nature 2011). Cada vez más que nunca las personas tienen acceso a salud, educación, agua potable y seguridad relativa (Hans Rosling, en Factfulness 2018). La expectativa de vida global se ha multiplicado, de un estimado de 30 años de vida en el Paleolítico, a poco más de 40 en el siglo XIX, hasta superar los 73 años en la actualidad (World Health Organization, 2023).
Testimonio de Helena, 75 años, jubilada: "Mi bisabuela murió a los 42 años, y en mi familia decían que había vivido mucho para su época. Hoy yo tengo 75, y sigo caminando cada mañana, leo con mis nietos y hasta aprendí a usar internet para hablar con mis amigos. A veces pienso que pertenezco a una generación afortunada, porque en otro tiempo ya no estaría aquí. Ahora puedo disfrutar años que antes eran imposibles, y eso, para mí, es un regalo de felicidad." Análisis: En este caso, se ilustra con sencillez, cómo el aumento de la expectativa de vida no solo es un dato estadístico, sino una experiencia concreta que multiplica las oportunidades de sentido y de felicidad.
Disminución histórica de muertes por guerras y violencia
De tasas altísimas de muertes en la prehistoria, según estudios antropológicos, pasando por conflictos medievales y modernos, hasta los siglos XX y XXI, donde —a pesar de las guerras mundiales— la tendencia global ha sido a la baja. Hoy, las cifras son comparativamente muy reducidas, en torno al índice de muertes por cada 100.000 en promedio mundial.
Estos datos refuerzan la idea de que, aunque siempre hemos vivido en crisis, la humanidad ha logrado hacer la vida menos peligrosa, menos violencia, con una mayor longevidad y más recursos para cultivar la felicidad. Por supuesto, esto no significa que estemos libre de problemas. Pareciera que vivir ha sido, desde que aparecimos como especie, siempre crítico, y por ello estamos dotados de mecanismos instintivos de supervivencia. Hoy enfrentamos retos y desafíos existenciales como las desigualdades, tensiones geopolíticas, cambios climáticos y una hiperconexión digital que multiplica la ansiedad entre las dificultades de vivir sin olvidar las guerras regionales. Pero, al mismo tiempo, contamos con más y nuevas herramientas psicológicas, médicas, científicas y sociales, políticas y económicas que nos permiten afrontar estas dificultades con más recursos que nunca.
Por eso, lejos de ser ingenuos, hablar de felicidad en tiempos turbulentos es un acto de perspicacia histórica y psicológica. La evidencia científica y la experiencia clínica muestran que, en medio de la adversidad, la búsqueda consciente de la felicidad se convierte en un ejercicio de resiliencia, en una estrategia de supervivencia emocional y en el propósito vital más indispensable.
Testimonios de vida feliz, a pesar de todo
Marta, 45 años: “Superé un divorcio difícil cuando aprendí a agradecer lo que todavía tenía, a mis hijos, mi familia y mis amigos. Esa gratitud me devolvió el sentido de vivir.”
Carlos, 52 años: “En plena crisis económica, descubrí que mi bienestar no dependía del dinero, sino de mantener la esperanza y de compartir lo poco que tenía con mi familia.”
Gabriela, 29 años: “Cuando entendí que no podía controlar todo, empecé a ser más feliz. Me dedico a lo que sí depende de mí: mi actitud positiva.”
Los humanos ¿Buscamos felicidad?
La historia de la humanidad demuestra que hemos desarrollado recursos únicos para ser felices. Uno de ellos, es la capacidad de reír y compartir alegría, un rasgo biológico que poseen algunas especies y que la evolución reforzó porque aumenta la cooperación y la cohesión social. Estudios muestran que las ratas producen vocalizaciones ultrasónicas parecidas a la risa cuando juegan o son acariciadas (Jaak Panksepp, Affective Neuroscience, 1998). Asimismo, se ha documentado que chimpancés, bonobos y gorilas presentan expresiones faciales y sonidos equivalentes a la risa al retozar (Frans de Waal, The Ape and the Sushi Master, 2001). Incluso perros y delfines muestran conductas semejantes. Sin embargo, a diferencia de los demás animales, los seres humanos hemos llevado este impulso mucho más lejos porque no solo reímos o disfrutamos, sino que hemos hecho de la búsqueda de la felicidad un propósito consciente. Somos los únicos que, además del instinto de supervivencia, hemos elevado la felicidad a la categoría de sentido y propósito de vida.
Como psicólogos, estamos convencidos de que la felicidad no es una quimera, sino un horizonte posible. De hecho, es el sentido último de la vida.
La resiliencia de la humanidad
Testimonio de Kenji, 54 años, ingeniero civil: "Mi abuela vivió en Hiroshima. Siempre contaba que, después de la bomba, no había nada más que ruinas y silencio. Ella repetía que lo que le dio fuerza fue pensar: ‘Tengo que criar a mis hijos para que Japón vuelva a levantarse’. Con el tiempo, trabajó, estudió, y vio cómo la ciudad se llenaba otra vez de vida. Decía que la felicidad no era olvidar el dolor, sino tener un motivo para seguir adelante." Análisis: Kenji refleja cómo, incluso en medio de la devastación atómica, la resiliencia japonesa encontró en la felicidad el motivo como base para reconstruir la vida. La felicidad, en este caso, no consistió en negar el sufrimiento, sino en transformarlo en propósitos como criar, educar y contribuir a la reconstrucción de una nación entera.
Tras las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki en 1945, Japón quedó devastado con millones de fallecidos, ciudades reducidas a cenizas y un pueblo marcado por el trauma. Sin embargo, en pocas décadas la nación no solo reconstruyó su infraestructura, sino que se convirtió en una de las potencias económicas y tecnológicas más importantes del planeta hasta el día de hoy. Investigaciones en psicología cultural destacan cómo valores colectivos como la disciplina, la cooperación y el “gaman” o la capacidad de soportar lo insoportable con dignidad, fueron claves para esa resiliencia (Lebra, 1976). Esta historia muestra que incluso en las circunstancias más extremas, el ser humano puede reconstruir la vida y volver a generar condiciones para la felicidad.
Del mismo modo, judíos sobrevivientes del Holocausto enfrentaron una de las mayores atrocidades de la historia como fueron los campos de concentración, el exterminio masivo y el desarraigo absoluto. Sin embargo, muchos de ellos lograron rehacer sus vidas, fundar nuevas familias y contribuir a la construcción de comunidades prósperas en Israel, Estados Unidos y Europa y en otras latitudes.
El sentido de la felicidad
Viktor Frankl, psiquiatra sobreviviente de Auschwitz, plasmó en (El hombre en busca de sentido, 1946), cómo incluso en medio del horror, se podía conservar una libertad interior al elegir la actitud frente al sufrimiento. Su testimonio y su logoterapia, es una escuela de psicoterapia fundada por él en los años 40 con la idea de que la motivación más profunda del ser humano no es el placer —como proponía Freud— ni el poder —como sugería Adler—, sino en la búsqueda de un sentido de vida. Para la psicología positiva el vivir con un propósito y la búsqueda de la felicidad son más fuertes que la desesperanza. Los principios fundamentales de la logoterapia son: Uno, la voluntad de sentido porque el motor esencial del ser humano es encontrar un motivo a su existencia, incluso en condiciones extremas. Dos, la libertad interior de elegir porque, aunque no podemos controlar lo que nos sucede, sí elegir la actitud con la que respondemos. Tres, el sentido del sufrimiento hace que el dolor inevitable puede transformarse en una oportunidad de crecimiento si se le otorga un significado, y cuatro, la autotrascendencia ya que el sentido de la vida se encuentra más allá de nosotros, en las causas, los valores, en las personas que nos rodean, en la humanidad o en las ideas y planes hechos realidad, que nos trascienden.
Testimonio de Samuel, 70 años, sobreviviente de guerra; "Perdí a mi familia en la confrontación, pero elegí no perder mi humanidad. Hoy, al contar mi historia a los jóvenes, siento que mi sufrimiento tiene un sentido." Análisis: Samuel refleja la esencia de que el sentido es la clave que permite transformar el trauma en legado y esperanza.
¿Qué entendemos por felicidad?
No hablamos de un subidón de euforia permanente, sino de un equilibrio dinámico que se construye y se reajusta a lo largo de la vida. En psicología contemporánea, este equilibrio integra al menos tres planos interdependientes —biológico, psicológico y trascendente— y se expresa tanto en bienestar subjetivo o el sentirse bien cuando se vive con propósito (Diener, 1984; Ryff, 1989; Ryan & Deci, 2001).
En la dimensión biológica es el cuerpo que sostiene la mente. El organismo no es un telón de fondo, es el sustrato de la experiencia emocional. El descanso insuficiente deteriora la regulación afectiva y eleva la reactividad al estrés por lo que dormir bien mejora el ánimo y la empatía social (Ben Simon & Walker, 2018). La actividad física habitual reduce el riesgo de depresión y ansiedad y mejora el afecto positivo (Schuch et al., 2018; Cooney et al., 2013). En la nutrición, patrones como la dieta mediterránea y el mejoramiento dietético han mostrado beneficios en síntomas depresivos y calidad de vida (Sánchez-Villegas et al., 2009; Jacka et al., 2017). En la neurobiología del vínculo personal y social, se ha demostrado que los sistemas neurológicos favorecen y premian la calma, la afiliación y la confianza (Feldman, 2012; Kok & Fredrickson, 2010). El mensaje del cuerpo es claro, cuidarlo es cuidar la mente.
En la dimensión psicológica son claves: la conciencia, la emoción y la resiliencia. El bienestar se aprende y se entrena. A través de la autoconciencia y con objetivos autodeterminados, cuando nuestras metas se alcanzan y satisfacen necesidades florecen la motivación y el bienestar (Deci & Ryan, 2000). La gestión emocional y las emociones positivas y agradables ensanchan repertorios cognitivos y conductuales y construyen recursos a largo plazo (Fredrickson, 2001). Las Relaciones significativas y la calidad de los vínculos predice salud y satisfacción vital a lo largo de décadas (Waldinger & Schulz, 2010-2023). Además, la integración social se asocia con menor mortalidad (Holt-Lunstad et al., 2010). La adaptación nos permite adaptamos a ganancias y pérdidas. Perseguir solo el placer inmediato conduce al fenómeno conocido como “cinta hedónica” (Brickman & Campbell, 1971; Brickman et al., 1978), donde toda ganancia se vuelve rápidamente insuficiente. De allí la importancia de cultivar hábitos intencionales —como la gratitud cotidiana o los actos de generosidad— que generan bienestar más duradero que los fugaces picos de euforia (Lyubomirsky, Sheldon & Schkade, 2005).
Testimonio de Julián, 31 años "Cada vez que me compraba un teléfono nuevo sentía que, al fin, iba a estar satisfecho. Pero a las pocas semanas ya lo veía como algo común y empezaba a pensar en el próximo modelo. Me di cuenta de que nunca alcanzaba la felicidad, solo un entusiasmo pasajero que se esfumaba." Análisis: Este relato ejemplifica la “cinta hedónica”: la tendencia a que los logros materiales o los placeres inmediatos pierdan rápidamente su poder de generar bienestar. Por eso, lo que sostiene la felicidad no son los objetos o las experiencias efímeras, sino los hábitos intencionales como la gratitud o los actos prosociales.
En la dimensión de trascendencia el quid del asunto lo comparten el sentido, el servicio y la comunidad. Más allá del “me siento bien”, la felicidad madura exige un propósito, ya que tener un sentido vital se asocia con mejor salud mental y física y menor mortalidad (Baumeister et al., 2013; Boyle et al., 2009). La espiritualidad y la participación en comunidades de valor —sean seculares o religiosas— suele relacionarse con mayor bienestar y conductas saludables (VanderWeele, 2017). Las experiencias de trascendencia y de asombro reducen el exceso de atención en uno mismo y, en cambio, amplían el sentido de conexión con los demás, estimulando actitudes de cooperación y solidaridad y elevando el bienestar (Keltner & Haidt, 2003), además abre una orientación como el vivir de acuerdo con valores que nos trascienden.
Es evidente que cuando el cuerpo, la mente y el propósito están alineados, aumentan la satisfacción vital, la salud y la resiliencia. Esa es la diferencia entre “buscar sentirse bien” y construir una vida con propósito de felicidad.
Cómo alcanzar la felicidad en la vida cotidiana
Una vez fijada como propósito de vida la felicidad se cultiva día a día. Para lograrla algunos caminos clave son el autoconocimiento, preguntándonos con honestidad qué necesitamos para estar en paz y bienestar. Ayuda reconocer nuestras emociones y lograr su control. Recordemos que la neurociencia demuestra que los vínculos con otros son el mayor predictor de bienestar (Harvard Study of Adult Development, 2017). Debemos practicar la gratitud y agradecer lo que tenemos. Habitar el presente contrarresta la insatisfacción crónica, porque nos libera de la trampa de vivir anclados al pasado o ansiosos por el futuro. Practicar la atención plena nos permite reconocer el valor de lo que ya tenemos, descubrir su belleza en lo cotidiano y experimentar gratitud incluso en medio de las dificultades. De este modo, el presente deja de ser un simple tránsito y se convierte en el espacio real donde la felicidad puede florecer. Y por último tener un propósito vital, cuando nuestras acciones responden a un “para qué”, la vida adquiere coherencia. Y si el propósito de vida es ser feliz, al responder cómo lo serías surgirán todos los objetivos y metas para lograrlo.
Testimonio María, 42 años, contadora: "Siempre corría de una reunión a otra, pensando en lo que aún me faltaba hacer. Un día, en medio de tanto estrés, decidí simplemente detenerme y respirar, y sentí un alivio extraño, como si el mundo se hubiera detenido un instante. Desde entonces practico unos minutos de atención plena cada día, y descubrí que la felicidad también puede estar en esos momentos simples." Análisis: María nos muestra cómo el acto de habitar el presente permite contrarrestar la insatisfacción crónica. La práctica de la atención plena —mindfulness— ayuda a romper la cadena de ansiedad por el futuro y de rumiación por el pasado, ofreciendo un acceso directo a la calma y a una felicidad cotidiana.
¿Qué causa la infelicidad?
El sufrimiento es inevitable, pero la infelicidad permanente casi siempre nace de trampas que nosotros mismos alimentamos. Una de ellas es la comparación constante, que hoy se multiplica en las redes sociales y nos hace sentir que todos son más felices que nosotros, disminuyéndonos significativamente. También, el rencor y el resentimiento nos encadenan al pasado, y las culpas no resueltas nos impiden avanzar si no aprendemos a perdonar, incluso a nosotros mismos. Vivir solo para competir o acumular nos desconecta de lo esencial y deja un vacío difícil de llenar. El resentimiento nos puede llevar a una forma de vida infeliz, y en el extremo opuesto del bienestar. Existir sin propósito o actuar de forma automática no ayuda a ser feliz.
Testimonio Andrés, 27 años, diseñador gráfico: "Cada mañana lo primero que hacía era abrir Instagram. Veía las fotos de mis amigos viajando, estrenando cosas o sonriendo, y yo me sentía cada vez más pequeño. Empecé a pensar que mi vida no valía nada. Un día decidí cerrar la aplicación por un tiempo y me sorprendí al descubrir que lo que realmente me hacía feliz era compartir con mis seres queridos, con amigos o compañeros de trabajo directamente u online, y es lo más valioso que tengo." Análisis: Este caso nos indica cómo la comparación constante alimenta la insatisfacción y la infelicidad crónica. Solo cuando recuperamos la conexión con lo esencial —relaciones auténticas, momentos simples— rompemos la ilusión de que “los otros son más felices” y encontramos un sentido propio.
La felicidad como brújula existencial
Podemos alcanzar el éxito profesional, acumular riquezas o recibir reconocimiento social, pero si todo ello no se traduce en un bienestar integral, la sensación de vacío persiste. Lo muestran los estudios donde vemos que más allá de cierto umbral económico, la relación entre dinero y felicidad se debilita, y lo que realmente marca la diferencia es la calidad de las relaciones humanas, el sentido vital y el compromiso con algo más grande que uno mismo (Diener y Seligman, 2004).
No es una idea nueva. Hace más de dos mil años, Aristóteles habló de la eudaimonía, que no consistía en placeres pasajeros, sino en vivir en armonía con la virtud y el propósito. Para él, la vida buena era aquella en la que los actos cotidianos se alineaban con un ideal ético y con la realización de las potencialidades humanas.
La psicología positiva contemporánea ha confirmado esta intuición clásica. Otra evidencia de que la felicidad es sostenible surge más del sentido de comunidad y de la contribución al bien común que de logros individuales aislados (Diener, 1984; Diener & Seligman, 2002).
Podríamos narrarlo en términos cotidianos cuando una persona puede obtener un ascenso soñado o comprarse una casa nueva, pero si sus vínculos están rotos, si vive en soledad o sin un propósito que lo trascienda, esos logros pronto se marchitan. Por el contrario, alguien que dedica tiempo a cultivar relaciones auténticas, que encuentra satisfacción en el servicio, la creatividad o la espiritualidad, alcanza un bienestar que resiste las pruebas de la adversidad. En definitiva, hacer de la felicidad el eje central de la vida no es un lujo ni un ideal ingenuo. Es reconocer, con la filosofía y con la ciencia, que el verdadero motor de la existencia no está en lo que acumulamos, sino en cómo vivimos, a quién amamos, y qué huella dejamos en los demás. La felicidad no es una casualidad ni un privilegio: es una disciplina consciente. No depende de lo que poseemos, sino de cómo cultivamos la gratitud, el amor y el sentido que le damos a cada instante de la vida (Gessen & Gessen, Maestría de la Felicidad, 2024).
Testimonio de Rosa, 62 años, maestra jubilada: "En mi juventud pensé que la felicidad era tener un título, un buen sueldo y una casa propia. Alcancé todo eso y, sin embargo, me sentía vacía. Hoy sé que la felicidad no está en lo que acumulamos, sino en las personas con quienes compartimos la vida y en el propósito de ser felices que nos mueve a levantarnos cada mañana." Análisis: Aquí se confirma lo que la filosofía antigua y la psicología contemporánea sostienen en el sentido de que la felicidad sostenible nace de los vínculos, y del sentido y de la contribución. Sus palabras ratifican el GPS existencial que apunta siempre al amor, y hacia un propósito de felicidad más que hacia la acumulación de bienes.
¿Podemos ser optimistas hoy?
La respuesta es sí. La historia humana está marcada por catástrofes y, al mismo tiempo, por la capacidad de superarlas. Tras las grandes guerras, las pandemias, las hambrunas o las crisis económicas, las sociedades han sabido reconstruirse, reinventarse y volver a generar esperanza. La resiliencia no es una excepción, sino una de las constantes más poderosas de nuestra especie.
Después de la devastación de la Segunda Guerra Mundial, Europa y Japón resurgieron de las ruinas para convertirse en sociedades prósperas. Tras la pandemia de la gripe española en 1918, el mundo entró en una era de innovaciones sociales y científicas, y en tiempos recientes, la pandemia del COVID-19 mostró no solo la vulnerabilidad humana, sino también la capacidad de solidaridad global y de avances médicos sin precedentes.
La investigación psicológica ha demostrado que el optimismo realista funciona como un factor protector ante la adversidad, favoreciendo la salud mental y física (Carver et al., 2010). Incluso cuando los contextos son adversos, quienes mantienen una actitud esperanzada presentan mejores niveles de resiliencia y bienestar.
El World Happiness Report 2024 señala que los países que se declaran más felices son Finlandia, Dinamarca, Islandia y Suecia y confirma un hallazgo a nivel social: Los países con graves dificultades climáticas, y sin ser los más ricos o poderosos, mantienen altos niveles de satisfacción vital cuando cuentan con fuertes redes de apoyo y de cohesión social, confianza interpersonal, y solidaridad comunitaria. Dicho de otra forma, la felicidad no depende únicamente de la ausencia de problemas, sino de la calidad de nuestros vínculos y de la capacidad de elegir nuestra actitud frente a las pruebas de la vida.
Por eso, en un mundo que nunca dejará de tener desafíos, el optimismo no es ingenuidad, sino un ejercicio consciente de resiliencia. Ser optimistas y felices hoy significa reconocer las dificultades, pero también afirmar que tenemos más recursos que nunca —científicos, sociales, emocionales y espirituales— para enfrentarlas.
Testimonio de Antti, 39 años, profesor finlandés: "Cuando viajo y digo que soy de Finlandia, la gente siempre me recuerda que estamos en el primer lugar del índice de felicidad. Y me preguntan: ¿qué los hace tan felices? Yo no creo que se trate de no tener problemas; también tenemos inviernos largos, impuestos altos y desafíos como cualquier país. Lo que sí tenemos es confianza y sabemos que, si me enfermo, el sistema de salud me cuida; si pierdo mi trabajo, no me quedo solo; y si necesito ayuda, puedo contar con mis vecinos. La felicidad aquí no es euforia, es saber que no estás solo." Análisis: Antti refleja la clave que confirma que la felicidad no surge de la ausencia de dificultades, sino de la confianza social, el apoyo mutuo y la solidaridad comunitaria. Finlandia encarna cómo los vínculos y la cooperación pueden sostener altos niveles de bienestar incluso en contextos exigentes. Sí podemos mantener una actitud de optimismo y de ser felices, la mayor parte de nuestras vidas…
La felicidad es posible aquí y ahora
En medio de las incertidumbres y desafíos del mundo, la felicidad no depende de que la realidad sea perfecta ni de que todos los problemas desaparezcan. Resulta, sobre todo, de la fuerza de nuestra conciencia, de la calidad de nuestros vínculos y de nuestra capacidad de amar y de agradecer lo que tenemos. La vida nos recuerda constantemente que el dolor es inevitable, pero también que el sufrimiento puede transformarse en aprendizaje y sentido. Por eso, la felicidad no es un privilegio reservado a unos pocos, sino una práctica posible para todos, siempre que prestemos atención al cuidado del cuerpo, en la serenidad de la mente y en la generosidad del corazón. Convertir la felicidad en el propósito fundamental de la existencia no es un acto cándido, sino profundamente consciente. Es reconocer que estamos aquí no solo para sobrevivir, sino para vivir con plenitud y esperanza, para dejar huellas de bondad en quienes nos rodean y para descubrir que, en los momentos más simples —una conversación, un abrazo, un instante de silencio—, se esconde la posibilidad de sentirnos plenos. La felicidad, en definitiva, no es un destino lejano, sino un camino que se recorre cada día. Aquí y ahora, en lo que hacemos, en lo que elegimos y en cómo miramos la vida, es donde está siempre al alcance de nuestras manos.
Testimonio de Luis, 44 años, maestro venezolano: "En mi país la vida no es fácil, los salarios son bajos, la inflación no perdona y la inseguridad a veces asusta. Pero cuando llega el domingo y nos reunimos todos en casa de mi madre, la mesa se llena de risas, de música y de comida compartida. En esos momentos siento que no nos falta nada. La felicidad para nosotros está en la familia, en los amigos y en saber que, aunque falte mucho, siempre tenemos a alguien que nos sostiene." Análisis: Este relato muestra que incluso en medio de crisis económicas y sociales, la red familiar y comunitaria actúa como fuente de resiliencia y felicidad. Tal como destacan los estudios comparativos, en regiones con dificultades materiales la solidaridad interpersonal se convierte en el motor principal del bienestar subjetivo.
La felicidad que ya habita en nosotros
La felicidad no siempre se revela en los grandes logros, sino en lo pequeño que a menudo damos por sentado. Está en el olor del café recién hecho al amanecer, en la luz que atraviesa la ventana y anuncia un nuevo día, en la complicidad de una mirada compartida, en la risa inesperada que desarma la tristeza. Cada instante puede convertirse en un refugio de plenitud si aprendemos a detenernos y a reconocerlo.
La psicología contemporánea lo confirma: prácticas como la gratitud, la atención plena y el saboreo consciente de las experiencias incrementan de manera sostenida el bienestar subjetivo (Lyubomirsky, Sheldon & Schkade, 2005; Kabat-Zinn, 2003).
En definitiva, la felicidad no es esperar a que todo esté bien para sonreír. Allí, en lo cotidiano, se siembra la felicidad más auténtica y duradera, la que nos recuerda que vivir es mucho más que sobrevivir, es tener la valentía de ser felices. No depende de lo que nos falta. No está en lo que acumulamos, sino en lo que compartimos y en cómo amamos, porque la riqueza verdadera se mide en vínculos y no en posesiones. La felicidad es disciplina, conciencia y esperanza y se cultiva como un hábito, se cuida como una planta y se defiende como un derecho de la conciencia. El amor es el GPS que orienta la felicidad, nos enseña a disculpar, a agradecer y a encontrar sentido incluso en medio de la tormenta. Al final, la felicidad se enciende en la ternura de un abrazo, en la complicidad de una mirada, en la certeza de que amar y ser amados es el mayor sentido de la vida… Si quieres profundizar sobre este tema, consultarnos o conversar con nosotros, puedes escribirnos a psicologosgessen@hotmail.com. Hasta la próxima entrega… Que la Divina Providencia del Universo nos acompañe a todos…
María Mercedes y Vladimir Gessen, psicólogos. (Autores de “Maestría de la Felicidad”, “Que Cosas y Cambios Tiene la Vida” y de “¿Qué o Quién es el Universo?”)
Puede publicar este artículo o parte de él, siempre que cite la fuente de los autores y el link correspondiente. Gracias. © Fotos e imágenes Gessen&Gessen


















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