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Miraflores o Miracielos


La crisis actual en Venezuela va mucho más allá de la publicación de unas actas de escrutinio. Foto: Archivo I21

En Venezuela existe una revolución socialista en el poder. Es algo obvio, pero con frecuencia lo obvio es lo más difícil de ver.


Las revoluciones socialistas suelen estar dispuestas a abandonar sus ideas socialistas originales, pero no el poder. Está en su naturaleza.


Sin embargo, la transitología política históricamente documentada indica que, en la inmensa mayoría de los casos, las formas pacíficas y democráticas de lucha son el pulso que hay que sostener para lograr con eficacia los cambios políticos efectivos y sustentables frente a

gobiernos de esas características.


Los votos son suficientes, si solo si, existe un liderazgo que teje con escrupuloso apego a la realidad, y en atención a la naturaleza del adversario, el curso de acción.


Muchos políticos venezolanos se parecen a celebridades del espectáculo. Son rehenes de sus audiencias. La función de la dirigencia no es sumarse a las corrientes de opinión dominantes, sino influir sobre ellas, para hacer, como decía Milton Friedman, lo políticamente imposible algo políticamente inevitable.


La Venezuela de los tres tercios


Un tercio vive del gobierno, otro tercio vive a pesar del gobierno y un tercer tercio aproximadamente emigró. Como este último tercio quedó electoralmente al margen de la votación presidencial, lo que está en desarrollo en nuestro país es cuál de los dos restantes inclinará el desenlace de esta severa crisis política. Por eso, el problema va mucho más allá de la publicación de unas actas de escrutinio.


Alvin Toffler, el gran pensador del futuro, afirmaba que la URSS se había desintegrado porque unas repúblicas ricas que producían, mantenían a las otras muchas que no

producían y que tenían menor desarrollo económico relativo.


La democracia es una solución aritmética para dirimir pacíficamente los conflictos en la sociedad. El que tiene más votos gana su derecho a gobernar. La minoría debe

aceptar esa regla de oro. Pero ninguna mayoría puede pretender imponerse, independientemente de su tamaño o cualidad sobre el resto de la sociedad. La democracia no es la dictadura de la mayoría. Sería un error aritmético pensar que 51% o más es igual a 100, o 49% o menos es igual a cero.


Existen también otros elementos a tomar en cuenta en este difícil juego venezolano. Si bien el mundo democrático occidental está a favor de la causa por la libertad en Venezuela, sin embargo, no hay que desestimar los apoyos internacionales que tiene el oficialismo y que durante muchos años fueron tejidos precisamente por Nicolás Maduro como Canciller de Chávez.


Por primera vez en la historia de los últimos 200 años, la supremacía económica del mundo occidental no es avasallante. Según datos del Banco Mundial, el PIB planetario, en virtud del fenómeno de la globalización económica, está repartido en partes casi idénticas entre las

democracias de occidente y los regímenes considerados como “iliberales” de Europa oriental, Euro-Asia y Asia, es decir, sistemas políticos caracterizados por la ausencia de

separación de los poderes públicos, concentración del mando en líderes fuertes, autoritarismo y opacidad institucional. China, Rusia, Turquía. Irán, Vietnam y otras tantas naciones con signo político similar tienen en conjunto economías poderosas, con enorme peso en las transacciones financieras y comerciales globales, poseedoras además de recursos naturales energéticos sumamente estratégicos. Este no es un dato despreciable y

le otorga al alineamiento de fuerzas internacionales en torno al conflicto venezolano una mayor complejidad.


En 1936, cuando la tremenda crisis política del post gomecismo, no se sabía si había más poder en Miraflores o en Miracielos, la esquina caraqueña en la que se localizaba la sede de la influyente Federación de Estudiantes de Venezuela (FEV). En muchos sentidos era verdad. Pero la responsabilidad de los actores políticos de entonces conjuraron la amenaza de guerra civil y se mantuvo la gobernabilidad. Nunca hay que olvidar que la democracia

es una forma de gobierno republicana y para que ella exista debe haber primero república.


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