¿Hacia dónde apunta la estrategia de Trump?
- Vladimir Gessen
- hace unos segundos
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La estrategia de Trump abre interrogantes: ¿es improvisación o cálculo? ¿Podrá justificarse su rumbo geopolítico en el tablero mundial?...
Trump no ha cambiado
El estilo sigue siendo el mismo, brusco, desafiante, disruptivo. Pero lo que hoy vivimos, en su segundo mandato, no puede analizarse como simple improvisación o capricho. Al contrario, parece una apuesta a redibujar el mapa del poder mundial. Mi pregunta es otra: ¿se trata de una verdadera estrategia —aunque oculta— que explica y hasta justifica sus acciones actuales?, o ¿estamos en problemas como la nación más poderosa que puede dejar de serlo?
Trump y Putin: La paradoja de la legitimidad
La reunión de Trump con Putin en Alaska fue un hito de esta nueva etapa. No hubo avances concretos sobre Ucrania, pero sí un resultado simbólico de enorme valor para Moscú y su mandamás. Putin apareció como un jefe de Estado legítimo en la escena global, gracias a Trump, quien hasta le tendió la alfombra roja. Para Ucrania, significó lo contrario, el debilitamiento, confusión y sensación de abandono. Para Europa, representó el desconcierto y la conclusión es que la OTAN y la Comunidad Europea ya no sabe si confiar en Washington o buscar sus propios caminos.
¿Puede haber algo positivo en esta situación? Sí, desde la lógica de la realpolitik, mantener un canal directo con el Kremlin podría reducir el riesgo de una escalada nuclear y abrir espacios de negociación. Pero el costo es enorme: Kiev paga la factura y Europa trata de reorganizar su defensa.
China y el eje del nuevo poder
Mientras tanto, China emerge como un gran ganador. Se alía con Rusia y Corea del Norte, y teje vínculos con Irán, e invita o invoca a la India y a más de 60 países a formar parte de otro eje de poder. Este bloque —que algunos analistas llaman CRINK— se consolida en la medida en que Estados Unidos se encierra en su unilateralismo. Lo incomprensible es que las tácticas de Trump, pensadas para debilitar a los rivales, en ocasiones termina dándoles más espacio para fortalecerse. El desfile militar en Beijing, con Xi, Putin y Kim en el palco, es una imagen clara de esto, y mientras Occidente duda, Oriente avanza con firmeza.
El eco de Kissinger
Trump nunca ha sido un académico, pero entendió —quizás inspirado por los encuentros con Henry Kissinger— que el poder global no se sostiene en instituciones, sino en equilibrios cambiantes entre potencias. La lógica de Kissinger fue siempre pragmática, negociar con quien tenga poder, reconocer su legitimidad y construir estabilidad sobre intereses compartidos, y no sobre ideales.
Esa es la impronta que hoy vemos en Trump, una política que desprecia las formas y privilegia la fuerza, que legitima a Putin porque lo necesita en el tablero, aunque para ello sacrifique a Ucrania y erosione a la Unión Europea.
La estrategia hacia Venezuela y Latinoamérica
Ha escalado más allá de lo simbólico. Con la actual administración de Trump, el Cartel de los Soles fue oficialmente designado como organización terrorista global por el Departamento del Tesoro de EEUU el 25 de julio de 2025, indicando su rol como apoyo logístico del Tren de Aragua y el cártel de Sinaloa. A su vez, el Tren de Aragua fue formalmente incluido en la lista de organizaciones terroristas por el Departamento de Estado el 20 de febrero de 2025. Estas decisiones marcan un antes y un después porque ya no se trata solo de sanciones, sino de una narrativa que coloca a estas organizaciones en la misma categoría que Al Qaeda o ISIS.
La estrategia de Trump avanza en varias líneas simultáneas como legitimar públicamente la narrativa del narcoterrorismo y negar a Nicolás Maduro su condición de interlocutor legítimo. También busca justificar los medios coercitivos de EEUU, aplicando desde sanciones extremas hasta operaciones militares, sin depender de organismos multilaterales lentos o bloqueados. Asimismo, trata de proyectar un liderazgo hemisférico, presentándose como el guardián de América Latina frente a la amenaza narcoterrorista, incluso mediante el despliegue de buques de guerra, infantes de marina y aviones cazas furtivos en el Caribe.
El resultado inicial fue un golpe directo cuando el 2 de septiembre de 2025, un barco vinculado al Tren de Aragua fue atacado en el sur del Caribe, con un saldo de 11 presuntos miembros muertos. El vicepresidente J.D. Vance lo presentó como un acto legítimo de contraterrorismo provocando reservas en el Senado. Paralelamente, Washington continúa un despliegue militar alrededor de Venezuela y ha ofrecido una recompensa de 50 millones de dólares por Maduro, reforzando la imagen presidencial de la Casa Blanca como un verdugo del narcoestado. Al asociar al régimen venezolano como narcoterrorista, Trump modifica las reglas del juego, dado que Maduro deja de ser tratado como jefe de Estado por EEUU, y pasa a la categoría de criminal global como otrora se hizo con el general Manuel Antonio Noriega en Panamá. Todo ello creando un contraste notorio con la deferencia que mostró hacia Putin en Alaska.
Si Trump cruza el umbral
El siguiente paso sería un salto cualitativo con ataques de precisión con misiles o municiones guiadas sobre campamentos, o en pequeñas poblaciones, controlados por el ELN u otras guerrillas narcotraficantes en estados fronterizos de Venezuela, laboratorios de droga, o pistas clandestinas hacia el Caribe. Washington justificaría estos ataques en las designaciones de 2025: el Tren de Aragua y el Cartel de los Soles como organizaciones terroristas globales. Bajo esta lógica, Venezuela no sería un Estado agredido, sino un santuario de terroristas que legitima la “autodefensa ampliada” de Estados Unidos. Lo cual crea una trampa de soberanía al gobierno de Nicolás Maduro porque ante un misil que caiga en el país, aunque fuera en contra de narcotraficantes, Caracas enfrentaría una disyuntiva, como sería defender la soberanía, pero que al hacerlo pudiera interpretarse como defender a guerrilleros extranjeros y/o a las redes narcotraficantes. Por el otro lado, no responder, implica el costo político de admitir que había blancos válidos y que el Estado no controlaba esas zonas.
Por su parte, Maduro ya movilizó tropas costeras y fronterizas y denunció un complot de derrocamiento. Sin embargo, se crea una matriz difícil de evitar porque cuanto más muestre músculo frente a Washington, se corre el riesgo de ser considerado como una defensa más visible de alguna cohabitación del régimen con actores armados irregulares en su territorio.
Además, un ataque exitoso y televisado de algún campamento guerrillero o narcotraficante enviaría un inquietante mensaje a México, Bolivia, Perú y Ecuador, entre otros países: si sus gobiernos no actúan con firmeza contra los cárteles, Washington puede hacerlo en nombre de la seguridad hemisférica. Así, lo que comenzó como interdicción marítima se transformaría en operaciones letales, un salto cualitativo que reconfigura la lógica regional de cómo combatir al narcotráfico. La guerra contra la droga de Ronald Reagan se convertiría en una realidad en las manos de Trump.
¿Por qué la flota al sur del Caribe?
El despliegue estadounidense cumple tres misiones, la primera imposibilitar las rutas marítimas del narcotráfico que salgan de distintos países comenzando por Venezuela. Segundo, sostener una amenaza creíble con golpes de precisión sobre establecimientos logísticos en el país o transportes por tierra, mar o aire. El tercer término busca disuadir aventuras bélicas por parte de Caracas en el Esequibo.
La fuerza militar incluye: portaaviones con ala aérea embarcada, cazabombarderos de última generación F-35, aviones de alerta temprana, helicópteros artillados, cruceros y destructores AEGIS con misiles SM-2/6 y Tomahawk de largo alcance, y hasta submarino nuclear de ataque para interdicción y reconocimiento. Un grupo anfibio con más de 2.000 Marines listos para incursiones o rescates. En total, cuentan con hasta 8 mil soldados, ahora con base de operaciones en Puerto Rico. Aeronaves P-8 Poseidón y drones ISR para vigilancia continua. Mas la guardia Costera para interdicción legal en altamar. El teatro operacional ya está activo y el ataque del 2 de septiembre lo confirmó, y días después aviones venezolanos sobrevolaron a un destructor estadounidense, generando una tensa advertencia del Pentágono, quien advirtió sobre una próxima vez, si esto ocurre.
La otra pata de la disuasión: Guyana y el Esequibo
El auge petrolero de Guyana ha colocado al Esequibo en el centro de la disputa. Con elecciones recientes en Georgetown, Washington reiteró su respaldo inmediato de la flota a la soberanía guyanesa. El despliegue militar en el Caribe funciona también como un paraguas protector frente a eventuales “hechos consumados” de Caracas en la zona en reclamación. El secretario de Estado de los Estados Unidos, y a la vez, el Asesor de Seguridad nacional del presidente Trump, Marco Rubio, declaró que si Venezuela atacara Guyana o pusiera en riesgo a ExxonMobil, sería “un día muy malo”, “una semana muy mala”, y “no terminaría bien”. Como parte de su visita a Guyana, Rubio firmó un memorando de entendimiento con Guyana para intensificar la cooperación en seguridad, intercambio de inteligencia y operaciones militares conjuntas. Ya se han realizado ejercicios militares conjuntos entre la Armada de EEUU y la Fuerza de Defensa de Guyana, en aguas internacionales y en la Zona Económica Exclusiva de Guyana.
Riesgos de la estrategia del “misil pedagógico”
En primer lugar, los daños colaterales para EEUU es que un ataque misilístico, o algún poco probable bombardeo, podrían cohesionar apoyos a Maduro, no solo de Nicaragua o Cuba, sino que podrían entusiasmar a China, Rusia e Irán y Corea del Norte a continuar su apoyo con equipos militares a Venezuela, como ya lo ha hecho antes, advirtió el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, el 12 de noviembre de 2024. Esta unidad del autoritarismo mundial usaría el caso Venezuela para intentar blindar con equipos bélicos a Caracas, así como la OTAN ha apoyado a Ucrania.
Dos, otro riesgo es la internacionalización del conflicto podría integrar a grupos armados en otras latitudes que responderían en terceros países. Tres, el cuestionamiento legal en tribunales internacionales y en Naciones Unidas porque la ausencia de un mandato multilateral del organismo alimentaría acusaciones de intervencionismo. Por último, el “efecto llamada” —en el que una acción o medida adoptada por un Estado genera un incentivo indirecto que atrae, estimula o multiplica comportamientos similares en otros actores— presiona a otros gobiernos a actuar, bajo la amenaza de incursiones externas.
La nueva doctrina de EEUU
Si La Casa Blanca y el Pentágono deciden apretar el gatillo sobre un objetivo en Venezuela, no será un “evento aislado”, será una doctrina. Puede funcionar como shock disuasivo de corto plazo, pero también puede generar una guerra de baja intensidad, móvil, mediatizada y sin un final claro. Lo que hoy es el Caribe, mañana puede encender hasta nueve fronteras simultáneas. Porque un conflicto en esta cuenca marítima no queda aislado ya que se proyecta hacia el Atlántico con Europa, hacia el Pacífico con China, hacia el Ártico con Rusia, hacia el Medio Oriente con Irán, hacia África con el terrorismo yihadista, hacia América del Sur con Venezuela, hacia Centroamérica con los carteles, hacia México con la frontera más caliente del mundo, y hacia nuestro propio territorio estadounidense con la polarización interna. Un incendio en el Caribe puede convertirse en un fuego cruzado global, donde ninguna frontera esté a salvo. La historia enseña que las guerras no se limitan al lugar donde empiezan, sino que se expanden como ondas sísmicas que alcanzan todos los continentes
La fuerza, sin un marco político claro, es pólvora al viento, hace ruido, pero rara vez construye paz.
El dilema
El panorama es contradictorio: EEUU legitima a Putin, pero hace lo contrario con Maduro. Pienso que más bien debió compararlos. Nuestra propuesta hacia Venezuela es un nuevo gobierno como señalé en una carta dirigida a Miraflores y al Alto Mando militar. Trump acerca a Rusia a la mesa de negociación, pero arrincona a Venezuela como enemigo absoluto. Fortalece indirectamente a China con sus giros, pero a la vez intenta contenerla con sanciones. Todo esto puede ser visto como parte de una estrategia coherente porque de esta manera busca romper el viejo orden liberal internacional y reconstruir uno nuevo basado en relaciones bilaterales duras, de fuerza a fuerza, sin mediaciones ni organismos internacionales. Pero, la pregunta sigue abierta: ¿es esto un proyecto de estadista o un experimento peligroso? Desde la política real, se entiende. Desde la ética, es más difícil de justificar. Porque mientras Trump juega su partida mayor, Ucrania se desangra, Europa se debilita, y surge un nuevo eje de poder con China y Rusia a la cabeza, mientras Venezuela se convierte en el campo de prueba de una nueva diplomacia del choque.
En este segundo mandato, Trump está aplicando lo que podríamos llamar la doctrina del “caos estratégico” que intenta legitimar a quien le conviene, demonizar a quien le estorba, y usar la disrupción como herramienta de dominio.
Con Maduro se trataría, de acuerdo con Trump y Marco Rubio, de desarticular un narcoestado que se asocia al terrorismo. ¿Se justifica todo esto? Quizá sí, desde la mirada fría de los intereses nacionales de Estados Unidos. Sin embargo, la historia nos recuerda que el caos como método rara vez trae estabilidad duradera, recordemos Corea, Vietnam, Afganistán, Siria o Irak. Y el riesgo es que, en lugar de reposicionar a Estados Unidos como centro de un nuevo orden, termine acelerando la consolidación de un bloque rival ya en ascenso que lo desafíe en todos los frentes, incluido el de Venezuela.
Y ahora qué…
Para responder ¿qué va a hacer Trump? Debemos evaluar cómo toma las decisiones dependiendo de su forma de ser…
Aunque Trump aparenta improvisar, su imprevisibilidad es una táctica. Es el clásico caso del “madman” en psicología política, mostrarse irracional para generar temor y ventajas en la negociación. El presidente ha aplicado elementos de esta estrategia en su diplomacia y comercio (Schwartz, Security Studies, 2023), aunque analistas señalan que ese comportamiento también acarrea costos domésticos y vulnerabilidad internacional (McManus, Foreign Affairs, 2025), y genera alarma entre aliados que describen su estilo como una "doctrina de la imprevisibilidad" (The Guardian, junio 2025). McManus sostiene que la estrategia del madman tiene sus límites porque un líder impredecible o aparentemente irracional, aunque sí puede generar ventajas en negociaciones internacionales, arriesga su credibilidad interna y genera vulnerabilidad mundial. Cuando un presidente se muestra demasiado errático, puede perder respaldo doméstico y también alentar a adversarios a probar hasta dónde llega la supuesta irracionalidad, como ocurrió con anteriores presidentes. En el caso de Trump, es posible que la táctica haya funcionado parcialmente en escenarios puntuales, pero ha deteriorado la confianza de aliados como de los votantes estadounidense, y aumentando la desaprobación de su gestión como han mostrado las encuestas.
Trump es un maestro del mensaje emocional con extraordinarias habilidades de comunicación. Comprende que en la era de la hiperconexión, la narrativa importa más que los hechos. No pretende convencer desde la razón, sino arrastrar desde la emoción. Así logra movilizar multitudes, pero también las divide en bandos irreconciliables.
Otra circunstancia, es que para Donald Trump la disrupción o la ruptura no es un accidente, sino una estrategia de dominación. En suma, Trump no puede entenderse solo como un político, sino como un fenómeno psicológico colectivo. Encarna la rabia, el miedo y la frustración de millones que sienten que Estados Unidos perdió su centralidad en el mundo. Su estrategia geopolítica es, al mismo tiempo, un reflejo de su personalidad.
Lo que viene…

Como psicólogo, periodista y ciudadano estadounidense, no puedo dejar de sentir una honda preocupación. Los próximos tres años serán decisivos. No sé si podremos ganar. Podemos terminar perdiendo aliados, acelerando la formación de bloques rivales, y debilitando nuestra democracia desde dentro, porque la polarización interna es tan peligrosa como los enemigos externos.
¿Qué deberíamos hacer? Primero, entender que la estrategia de confrontación tiene límites. No basta con sembrar desconcierto, hace falta construir confianza. Necesitamos aliados sólidos como lo era Canadá y Europa. Segundo, reconocer que vivir en crisis no da ventajas permanentes, ya que puede volverse contra nosotros si destruye nuestra convivencia, y si deja a la ciudadanía atrapada en un mar de desinformación. Tercero, Trump debe usar su enorme capacidad de comunicación no para convocar, para unir a un pueblo que necesita creer de nuevo en sí mismo, y en su papel en el mundo si permanece junto, uno al lado del otro. Si Donald Trump no cambia de estrategia, si logra sus objetivos podría pasar a la historia como el presidente que reconfiguró el orden mundial desde la fuerza. Pero también corre el riesgo de ser recordado como quien debilitó las bases de la libertad y precipitó el ascenso de China y Rusia. Tomando en cuenta que además, con el apoyo de estas dos potencias, se consolidan Corea del Norte e Irán, y se unirán junto a un bloque de países del BRICS, como India, Sudáfrica y Brasil y otras naciones que sumadas aglutinarán al 66,1 % de la población mundial. Si esto se consolida Estados Unidos terminará de perder su liderazgo económico, político y social mundial.
Hoy, más que nunca, necesitamos que el liderazgo actual combine realismo con ética, firmeza con cooperación, y poder con sabiduría. Como psicólogo y como ciudadano, me temo que la línea entre estrategia y desorden se ha vuelto demasiado delgada. Y me pregunto, con la ansiedad de un padre —y abuelo— que piensa en el futuro de sus hijos y nietos: ¿será Trump capaz de transformar el caos en un nuevo orden, o quedaremos atrapados en un laberinto del que no podamos salir?... Si desea darnos su opinión o contactarnos puede hacerlo en psicologosgessen@hotmail.com... Que la Divina Providencia Universal nos acompañe a todos…

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