¿Guardianes de la paz o arquitectos de la guerra?
- Vladimir Gessen

- 20 sept
- 15 Min. de lectura
Secretaría de Guerra y no de Defensa: ¿De resguardo a ataque? El verdadero sentido del nuevo nombre: El giro estratégico de la casa Blanca...

El cambio de nombre ordenado por Donald Trump no es una banalidad. No es un simple juego de palabras para llamar la atención ni una nostalgia por el pasado cuando en Washington existía un War Department. Es, en realidad, un viraje estratégico de los Estados Unidos. Los psicólogos subrayamos que el lenguaje nunca es inocente. Las palabras encuadran realidades y moldean conductas. Trump lo sabe. Al reemplazar la palabra “defensa” por “guerra”, asomó un mensaje de transformación que impacta en varios niveles a los altos mandos militares, tanto de los aliados que leen las señales de Washington, como de los adversarios que interpretan la expresión como una intención bélica. Este acto, que podemos llamar de “framing” o encuadre cognitivo, funciona como un disparador de comportamientos castrenses. Un ejército que se concibe como “defensivo”, resiste, preserva y mantiene. Una armada que se precisa en clave de “guerra” se prepara para avanzar, golpear y ocupar espacios. En psicología estratégica, pasar de la defensiva a la ofensiva significa dejar de pensar en términos de sobrevivir y comenzar a actuar con la idea de prevalecer.
Todo militar lo sabe, la defensa conserva la soberanía, pero rara vez otorga victorias. Lo máximo que se logra es no perder lo propio. En cambio, la ofensiva abre horizontes, conquista espacios y desplaza al adversario. En política con la ofensiva ocurre lo mismo, un congresista gana cuando ocupa la curul que otro pierde, un presidente triunfa cuando entra al Salón Oval y desplaza a su rival, quien tiene que despedirse…

Trump, al enviar este mensaje recuerda que en el tablero global no basta con resistir. La defensa suena a pasividad, la guerra evoca decisión. Es, en definitiva, una declaración psicológica de intenciones. Estados Unidos deja de concebirse como una fortaleza sitiada y se proyecta como un actor dispuesto a ir al ataque. Como en el ajedrez, no se gana protegiendo al rey, la victoria llega cuando se asume el riesgo, se ocupa el centro del tablero, y se pone en jaque y hace que el rey adversario caiga. Veamos la diferencia: No fue nada defensivo sino ofensivo, cuando se declara que EEUU aspira Groenlandia, Panamá o Canadá, como señaló Donald Trump desde el inicio de su presidencia. De hecho, ya desde ese instante la secretaria de defensa actúo como un departamento de Guerra. Tomemos el caso de la política antidrogas, antes del cambio de nombre de Secretaría de Defensa, la estrategia del Comando Sur era resguardar las fronteras de EEUU para que no entraran las drogas provenientes de Latinoamérica, inmediatamente después, ya como Secretaría de Guerra, se conforma una flota militar estadounidense, que va hacia las fronteras de los países en donde el narcotráfico produce o despacha las drogas hacia Estados Unidos, como Venezuela y México, para atacar a los carteles del narcotráfico. Esta flota que podría ser el renacimiento de la otrora Cuarta Flota de EEUU representa un contingente naval que incluye acorazado, fragata, portaviones anfibios, un ejército de 4 a 8 mil marines y fuerzas especiales, una movilización aérea de última generación con cazabombarderos F35, y componentes satelitales y de localización y espionaje, entre otros elementos, que configuran la fuerza castrense más poderosa que supera la de los distintos países que se encuentran en el Mar Caribe. Quizás los mexicanos se estén preguntando si esto tiene que ver con el cambio de nombre del Golfo de México por el de Golfo de América que también anunció Donald Trump...
Otros casos históricos de cambios de nombre los vimos en la Italia fascista de Mussolini (1922-1943), el órgano militar principal se llamó “Ministero della Guerra” (Ministerio de la Guerra). No se usó el término “Defensa” hasta después de la Segunda Guerra Mundial, cuando en 1947 Italia republicana creó el Ministero della Difesa. En la Alemania nazi, en el Tercer Reich, Hitler reorganizó en 1935 el “Reichswehrministerium” (Ministerio de la Defensa del Reich) denominándolo “Reichskriegsministerium” (Ministerio de la Guerra del Reich), donde marcaba con claridad el carácter ofensivo y expansionista de su régimen.
Estrategia: El legado de Sun Tzu y Clausewitz
Cuando hablamos de estrategia, en los altos estudios militares, no podemos evitar mirar hacia dos pensadores que, separados por más de dos milenios, aún dialogan en nuestras mentes. Sun Tzu y Carl von Clausewitz, ambos entendieron que la guerra nunca se reduce a cañones y soldados porque es, en esencia, un enfrentamiento de voluntades humanas y un ejercicio de psicología colectiva.
Sun Tzu, en el siglo V a.C., veía la guerra como un arte donde el ingenio superaba a la fuerza. Su máxima “vencer sin combatir” sigue siendo una lección vigente. El verdadero estratega, decía: gana antes de entrar en el campo de batalla. Corroe la cohesión del adversario, confunde su percepción, manipula sus emociones y desarma su moral. La preparación psicológica, el engaño, la flexibilidad y el dominio del terreno eran para Sun Tzu más decisivos que el número de tropas o la potencia de fuego. Desde su óptica, la guerra era una danza mental donde el más astuto doblegaba al más fuerte.
Clausewitz, en el siglo XIX, con su obra monumental —que no denominó “De la defensa”— sino De la guerra, avanzó en otra dirección, pero con una coincidencia esencial advirtiendo que la guerra es inseparable de la política y de la psicología. Su célebre frase, “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, marca el paso de lo bélico a lo estratégico. Para él, la clave residía en el centro de gravedad del enemigo, que no siempre era su ejército, sino la voluntad nacional de resistir. Quebrar esa voluntad era para él más importante que ocupar ciudades o infligir bajas. Clausewitz también prevenía que la “guerra absoluta” era un concepto teórico porque en la realidad, las pasiones del pueblo, los cálculos de los gobiernos y las limitaciones sociales frenaban el ímpetu total de la violencia.

Ambos coinciden en un punto que hoy resulta esencial como es que la guerra no es puramente militar. Es un fenómeno psicológico, político, social y económico. Es un teatro de percepciones donde se juega la confianza, el miedo, la moral y la narrativa. En palabras modernas, podríamos decir que tanto Sun Tzu como Clausewitz entendieron la guerra como un proceso de gestión de la mente colectiva.
Cuando Trump rescata el término “guerra”, se inscribe —consciente o no— en esta tradición. Sun Tzu habría visto en ese gesto un movimiento de acomodo de la estrategia, porque al nombrar “guerra”, ya condiciona al adversario y fortalece la moral propia. Clausewitz interpretaría que, con esta acción, se busca afectar la voluntad de aliados y rivales, proyectando una imagen de firmeza. En los dos casos, se confirma que los viejos maestros siguen vivos, y que la estrategia se juega tanto en los cuarteles como en la mente de quienes observan, deciden y luchan.
El Ajedrez: siempre ofensivo
El ajedrez, desde sus raíces persas hasta su exaltación en la escuela soviética, ha sido metáfora privilegiada del pensamiento estratégico. No es solo un juego, sino una representación figurada de la lucha de voluntades. En él, la ofensiva consiste en desplegar las piezas, ganar espacio y lanzar ataques que obligan al adversario a responder bajo presión. La defensiva, lejos de ser pasiva, implica la capacidad de resistir, acumular fuerzas, absorber el ímpetu contrario y preparar el momento propicio para el contraataque.
En términos de Sun Tzu, la defensa preserva, conserva lo esencial y desgasta al enemigo. En tanto que la ofensiva, en cambio, busca aprovechar el instante decisivo y transformar la energía acumulada en victoria. Para Clausewitz, la defensa era la forma más fuerte de la guerra porque ofrecía ventajas de posición y desgaste, pero advertía que, por sí sola, no podía resolver un conflicto ya que la victoria exige, tarde o temprano, pasar a la acción ofensiva.
Así, tanto en el tablero como en la historia, la defensa es siempre un medio transitorio y la decisión se alcanza solo cuando se asume la iniciativa, la ofensiva. El ajedrez nos recuerda que toda estrategia, aun la más prudente, tiende inevitablemente al ataque.

El mensaje: Del eufemismo a la crudeza estratégica
Jurídicamente, la orden presidencial permite usar “Department of War” y “Secretary of War” en comunicaciones públicas y documentos no estatutarios, el cambio pleno de nombre requerirá una acción del Congreso. El Mensaje interno que envía la Casa Blanca crea identidad y doctrina. Hacia adentro, el gobierno reafirma a las fuerzas armadas como instrumento de poder ofensivo, no solo de protección. El término “guerra” opera como anclaje de una identidad que pasa del guardián al guerrero. Eso altera las prioridades culturales, el entrenamiento, las reglas de empeñamiento y las cadena de mensajes. El señalamiento explícito de una “warrior ethos” que está codificado en el Soldier’s Creed (Credo del Soldado) es el código del guerrero y busca moldear la psicología del combatiente, dándole un sentido de propósito superior, y reforzando la cohesión del grupo.
El Mensaje externo es de disuasión y de advertencia. Hacia fuera, Washington comunica que no se esconderá tras eufemismos y que asume la iniciativa. Es una jugada estratégica que sacrifica la docilidad del lenguaje para ganar espacio psicológico como es el elevar la percepción de voluntad y riesgo. En clave clausewitziana, busca impactar el centro de gravedad del adversario —la voluntad— y, en clave de Sun Tzu, vencer primero en la mente. El problema obvio es que toda señal de dureza disuade y, a la vez, puede escalar si no se acompaña de control narrativo y canales diplomáticos. Los medios han destacado la intención de “ir a la ofensiva”.
El tercer mensaje es el político-electoral al recrear el mito de renacimiento. En casa, la semántica de “guerra” conecta con esta promesa y se trata de recuperar el orgullo, una claridad moral y la voluntad de victoria de los seguidores de MAGA. Es el storytelling político para “nombrar” y reordenar emociones colectivas como el orgullo nacional, el desagravio, y el deseo de reparación para consolidar su base electoral. La respuesta inmediata fueron aplausos y alguna resistencia dentro del propio Partido Republicano como el senador Rand Paul.
Los principios y los elementos de la Estrategia
En este marco, el reemplazo del término “Defensa” por “Guerra” en la institucionalidad estadounidense altera la arquitectura misma de la estrategia, la estratagema y de las tácticas de Estados Unidos. La estrategia ya no se concibe como la preservación del orden frente a amenazas, sino como la proyección deliberada de fuerza para alcanzar objetivos políticos más allá de las fronteras. La estratagema, en este contexto, deja de ser un recurso marginal y se convierte en el rostro público de una política que asume la franqueza del ataque, con operaciones psicológicas, campañas de disuasión explícita y maniobras diplomáticas más duras. Y las tácticas —el cómo se combate en cada escenario— se subordinan a esa mentalidad ofensiva, priorizando sistemas de armas de ataque sobre los defensivos, despliegues en regiones lejanas, o cercanas como en el Mar Caribe, y en los ejercicios que simulan ya no solo resistir, sino penetrar y dominar, como el reciente caso de la lucha contra los carteles de la droga, donde claramente se ve la acción de un departamento de Guerra y no uno de defensa.

En otras palabras, el cambio de nombre redefine los hilos invisibles de la guerra porque transforma la forma en que se planifica, se engaña y se combate, enviando al mundo un mensaje inequívoco de que Estados Unidos piensa no solo como defensor y sustentador de su territorio, sino como un actor dispuesto a usar la guerra como herramienta central de su política y ganar espacios.
Transformación de los principios de la estrategia
El giro semántico de “Defensa” a “Guerra” tampoco es neutro ya que desplaza el énfasis de los principios estratégicos clásicos hacia una lectura más ofensiva. El principio de la Unidad del objetivo ya no será solo proteger la integridad nacional, sino ampliar influencia y proyectar poder más allá de las fronteras. La Concentración de fuerzas se priorizará la capacidad de golpear primero en teatros externos, relegando la defensa territorial a un segundo plano. En relación a la Economía de medios se reinterpretará no como ahorro de recursos, sino como optimización para sostener una ofensiva prolongada. Referido a las Maniobras se acentuarán la movilidad expedicionaria y el despliegue global de fuerzas rápidas de ataque. El principio de la Sorpresa adquirirá centralidad con el uso de armas hipersónicas, drones autónomos y ciberataques preventivos. El principio de la Seguridad se entenderá más como negación de capacidades enemigas que como resguardo pasivo. La Flexibilidad se traducirá en preparación para intervenciones simultáneas en distintos frentes. Y la Moral militar pasa de ser la cohesión a la narrativa del “ethos guerrero”, exaltando la ofensiva como una virtud nacional.
Reconfiguración de los elementos de la estrategia
Cada uno de los componentes estructurales de la estrategia se verá igualmente alterado: Los Objetivos, del resguardo del territorio y la disuasión nuclear se pasa a metas expansivas como asegurar supremacía tecnológica, acceso a recursos estratégicos y predominio en alianzas. En cuanto a los Medios se privilegiará la inversión en sistemas ofensivos —misiles de alcance intercontinental, flotas expedicionarias, armas espaciales— sobre los escudos defensivos. Los Métodos y los Planes ya no girarán en torno a resistir, sino a penetrar, neutralizar y dominar. El paradigma de “operaciones de guerra híbrida” y de “multi-domain operations” se convierten en el eje central. En cuanto al Tiempo se buscará la iniciativa permanente, acortando el ciclo entre preparación y acción para no dejar espacio a la respuesta del adversario, y en el Espacio de la acción, la geografía deja de ser el suelo patrio ya que el escenario se redefine como global, con teatros de operaciones desde el Ártico hasta el Indo-Pacífico, o en cualquier parte que se fije alguna estrategia, ahora ofensiva. En el elemento sobre Voluntad y moral ya no se tratará solo de sostener la resiliencia defensiva, sino de cultivar en la población y las fuerzas armadas una disposición ofensiva, legitimando la guerra como instrumento natural de la política.
Debemos tomar en cuenta que, frente a los conflictos mundiales, la estrategia estadounidense hasta ahora se ha presentado como defensiva, al apoyar a gobiernos aliados o suministrar armas a terceros países para que resistan agresiones externas. Ese ha sido el patrón dominante, actuar de manera indirecta y bajo el discurso de la defensa. Pero el panorama cambia radicalmente si el país asume una estrategia abiertamente ofensiva. Una cosa es respaldar a un socio para que se proteja, como ocurre en el caso de Ucrania, donde la entrega de armamento se justifica bajo la narrativa de frenar los ataques rusos con sistemas de defensa. Otra, muy distinta, sería pasar a dotar a ese mismo aliado de armas concebidas no para resistir, sino para atacar directamente a Rusia. Ese giro alteraría no solo la naturaleza del conflicto, sino el equilibrio internacional, y elevaría de manera exponencial el riesgo de una confrontación directa entre Estados Unidos y Rusia, es decir, entre dos potencias nucleares. Lo que hasta ahora se explica como contención, pasaría a convertirse en una escalada de carácter ofensivo con consecuencias imprevisibles para la paz global.
La estrategia en lo pequeño también cambia
Desde lo más pequeño, la cadena de mando y las comunicaciones se ven afectadas cuando el título oficial cambia en letreros, memorandos y ceremonias, también se modifican los metacontratos para describir los acuerdos implícitos, no escritos, que guían las relaciones entre personas o instituciones, sobre misión y riesgo porque un cambio de nombre de “Defensa” a “Guerra” altera todo en lo cotidiano, porque redefine lo que se espera de soldados, ciudadanos o aliados. Ahora prevalecerá proyectar fuerza sobre el protegerse a sí mismos.
En la planificación y adquisiciones del equipamiento castrense lo ofensivo tenderá a priorizar la proyección de fuerza sobre capacidades puramente defensivas. Así, en materia de misiles, se otorga prioridad a los sistemas de ataque dirigidos contra el enemigo, por encima de los misiles defensivos diseñados para responder a agresiones de terceros.
El enfoque de las alianzas se modifica, pues la crudeza del término “guerra” actúa como disuasivo frente a los rivales, pero al mismo tiempo inquieta a los aliados que suelen preferir la ambigüedad estratégica, por lo que se requerirá una diplomacia compensatoria y la necesidad de una disciplina estratégica para evitar errores de cálculo.
Al nominar “guerra”, clarifica intenciones pero también contrae el repertorio porque hace más costoso retroceder, rigidiza la opinión pública y puede dificultar coaliciones amplias. Por cierto, si es solo un saludo a la bandera la designación de Guerra y no se va a fondo en el cambio de estrategia, una militarización de guerra simbólica no hará a Estados Unidos más fuerte sino más bien lo debilitaría.
La guerra psicológica

Así se llama el conjunto de operaciones diseñadas para influir en las emociones, pensamientos y conductas de un adversario, debilitando su voluntad de luchar y quebrando la cohesión de su sociedad o de sus fuerzas armadas. Es una operación militar destinada a influir en el estado mental del enemigo a través de medios no combativos. Busca vencer la mente antes que el cuerpo, y se apoya en la propaganda, la manipulación de la información, rumores, intimidación, símbolos, operaciones encubiertas y mensajes dirigidos a desmoralizar al enemigo o a movilizar a la propia población.
Como doctrina militar formalizada, la guerra psicológica comenzó a consolidarse en el siglo XX. En la Primera Guerra Mundial (1914-1918) los imperios europeos descubrieron que los panfletos, los altavoces y la prensa eran armas tan importantes como la artillería. Gran Bretaña creó en 1914 la Wellington House, oficina secreta de propaganda para influir en la opinión pública internacional. Alemania, por su parte, usó panfletos aéreos para intentar quebrar la moral francesa y británica.
En la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) la guerra psicológica se convirtió en un frente decisivo. En la Alemania nazi, Goebbels y su Ministerio de Propaganda, perfeccionó la manipulación masiva de emociones y el uso de la radio como arma. En el Reino Unido se creó la Political Warfare Executive (PWE) en 1941, especializada en propaganda y operaciones psicológicas contra la moral alemana. En Estados Unidos, en 1942 se fundó la Office of War Information (OWI) y desarrolló unidades de Psychological Warfare Branch dentro del ejército, especialmente en campañas en Italia y Francia. La URSS usó intensamente la propaganda de resistencia, exaltando la defensa de la “Madre Patria” y demonizando al invasor.
Durante la Guerra Fría (1947-1991) la guerra psicológica se institucionalizó. EEUU, en 1951 creó el Psychological Strategy Board, y luego la United States Information Agency (USIA), que coordinaba mensajes hacia el bloque soviético. En las fuerzas armadas, surgieron unidades de PSYOP (Psychological Operations), integradas al U.S. Army Special Forces. La URSS desarrolló la doctrina de la “Maskirovka” (engaño estratégico) y el aparato de propaganda global a través de la KGB, Radio Moscú y publicaciones en países aliados. La China maoísta, desde la guerra civil (1927-1949) usó “trabajo político” en el ejército como forma de cohesión y propaganda, luego institucionalizado en la doctrina del Ejército Popular de Liberación.

En las guerras posteriores como en Vietnam, Afganistán e Irak, EEUU desplegó intensivamente PSYOP, usando radios locales, panfletos y mensajes televisivos para influir en la población.
En la actualidad
Rusia ha ampliado el concepto a la llamada “guerra híbrida”, donde la desinformación en redes sociales y la manipulación digital son parte central de la estrategia como en el caso de la intervención en Ucrania y las campañas electorales en Occidente. China, por su parte, ha creado su doctrina de “Guerra de los Tres Frentes” (2003): psicológica, mediática y legal (xinli zhan), que guía gran parte de su proyección geopolítica actual. Mientras Corea del Norte usa amenazas nucleares y espectáculos militares como instrumentos psicológicos más que tácticos.
La guerra psicológica, nacida en la filosofía estratégica de Oriente, formalizada en las guerras mundiales y perfeccionada en la Guerra Fría, hoy es un campo indispensable de todo ejército moderno. Estados Unidos, Rusia, China y Corea del Norte —cada uno a su modo— la consideran un pilar estratégico. Lo decisivo ya no es solo destruir al enemigo en el campo de batalla, sino quebrar su voluntad de resistir y condicionar sus percepciones.
En psicología estratégica, la guerra psicológica defensiva busca preservar la moral propia, blindar a la población frente a la propaganda enemiga y sostener la cohesión interna mediante narrativas de resistencia, como ocurrió en la URSS durante la “Gran Guerra Patria” o en el Reino Unido con los mensajes de Churchill frente a los bombardeos nazis. En cambio, la guerra psicológica ofensiva pretende quebrar la voluntad del adversario antes de combatir, inocular miedo, sembrar confusión y erosionar la confianza en los líderes contrarios. Así lo hicieron los nazis con su radio y panfletos en la Segunda Guerra Mundial, o Estados Unidos en la Guerra del Golfo de 1991, cuando difundía mensajes radiales dirigidos a soldados iraquíes para que desertaran. El paso de lo defensivo a lo ofensivo significa, en términos psicológicos, dejar de proteger la mente propia para entrar a colonizar la mente del enemigo.
Advertencia

El mundo ha entrado en una zona de penumbra donde el ajedrez puede ser sustituido por la realidad. Las palabras abren caminos tan peligrosos como los misiles. Llamar “guerra” a lo que antes era “defensa” no solo eleva la retórica, sino que reconfigura la psique de Estados Unidos a lo que eran los imperios y altera el equilibrio de las naciones. Estados Unidos, al asumir sin ambages la lógica de la ofensiva, corre el riesgo de transformar la disuasión en escalada, y la prudencia estratégica en una deriva que nos acerque a un abismo.
Sun Tzu nos recordó que la victoria suprema es vencer sin combatir, y Clausewitz advirtió que la guerra es un acto subordinado a la política y a la razón. Ignorar estas lecciones milenarias es jugar ajedrez con dinamita en lugar de piezas. En el tablero global, cada movimiento se amplifica, cada palabra se convierte en acción, y cada gesto puede ser leído como preludio de una conflagración que nadie podrá controlar.
Hoy la humanidad contempla, cómo un simple cambio semántico puede reordenar prioridades, doctrinas y voluntades. Es el recordatorio de que los imperios caen no solo por exceso de fuerza, sino por exceso de confianza en ella. Si “defensa” protegía, la nominación de departamento de “guerra” empuja hacia la intemperie de lo irreversible.
Y si el nombre crea destino, el destino que dibuja la “Secretaría de Guerra” no es otro que el de la confrontación abierta. El desafío que enfrentamos es inmenso, quizás el más grande de nuestra era. O la razón logra imponerse sobre la retórica, guiando con serenidad y prudencia los pasos de la humanidad, o será la elocuencia sin freno, convertida en acción, la que termine escribiendo la historia con tinta de fuego y el sonido de espadas acompañada por el estruendo de los misiles. Si la voz de la sensatez se acalla, si dejamos que los discursos sustituyan a la reflexión, la humanidad entera podría descubrir —cuando ya sea demasiado tarde— que este tablero nunca tuvo una casilla de escape. Entonces la partida estará sellada, y no habrá ya posibilidad de defenderse… Si desea darnos su opinión o contactarnos puede hacerlo en psicologosgessen@hotmail.com... Que la Divina Providencia Universal nos acompañe a todos…

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