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¿Aunque hiperconectado cada vez estás más incomunicado?

Tenemos a todos al alcance de nuestra mano, y podemos contactarles en cualquier momento sin embargo miles de millones sienten la soledad

Podemos comunicarnos masiva y de forma permanente como nunca, y aun así, con frecuencia no encontramos a alguien que nos abrace y acompañe

 

La nueva soledad: un fenómeno silencioso del siglo XXI

 

La gran paradoja de nuestra época es que vivimos en una era de conectividad sin precedentes. Con un dedo podemos ver a nuestros seres queridos al otro lado del mundo, participar en conversaciones globales, recibir noticias en tiempo real desde cualquier rincón del planeta. Las plataformas digitales nos prometen compañía, inclusión y comunicación constante. Y, sin embargo, persiste una sensación incómoda: nos sentimos más solos que nunca. La tecnología ha logrado super conectarnos, pero no ha conseguido hacernos sentir emocionalmente unidos. ¿Es posible que, en esta carrera por estar siempre conectados, hayamos olvidado la profundidad del vínculo humano? ¿Podría ser que, rodeados de pantallas y mensajes, estemos experimentando una desconexión emocional sin precedentes?

 

¿Qué es esta nueva soledad?

 

En las últimas décadas ha emergido una forma de aislamiento profundamente ligada a las transformaciones culturales, tecnológicas y existenciales del mundo actual. No se trata solo de la ausencia de compañía física, sino de una soledad subjetiva, emocional y persistente, que afecta especialmente a las generaciones jóvenes. Esta forma de soledad —aunque invisible a primera vista— está siendo reconocida cada vez más como un fenómeno clínico relevante y, en algunos contextos, como un trastorno emergente del bienestar psicológico.

La soledad, en términos psicológicos, no equivale simplemente a estar solo. Se define como una discrepancia entre el nivel de conexión que una persona desea y el que realmente experimenta. La “nueva soledad” va más allá: es una forma de desconexión interna, aunque en un mundo hiperconectado.

A diferencia de la soledad tradicional esta soledad puede coexistir con miles de seguidores en redes, grupos de WhatsApp activos, Instagram, TikTok, X, Facebook, entre otras, y en entornos urbanos densamente poblados. Lo que está ausente no es la interacción, sino la intimidad emocional significativa, como es ser reconocido auténticamente, y que te perciban de verdad quién y cómo eres. Incluso, esta interacción con los demás alteran la propia forma como nos reconocemos, y el extremo es que nos convirtamos en quienes los demás quieren que seamos.

 

El caso de Juan Carlos


Un joven periodista de 25 años e inmigrante en España acude a su psicóloga a consulta.

Psicóloga: Buenos días, Juan Carlos, me alegra que hayas decidido venir. Cuéntame, ¿qué te ha traído hasta aquí?

Juan Carlos: (Silencio breve. Mira el suelo y luego a la ventana) No sabría decir exactamente… Supongo que es una especie de vacío. Una sensación constante de no pertenecer… de no estar enlazado con nada ni con nadie, a pesar de que, desde afuera, parece todo lo contrario.

Psicóloga: ¿A qué te refieres con “parece todo lo contrario”?

Juan Carlos: (Ríe con ironía.) Tengo miles de seguidores en mis redes. Publico cosas, recibo likes, comentarios… incluso a veces entrevistas. Soy periodista, estudié comunicación, escribo bien, y sobre temas importantes. Pero me siento absolutamente solo. Como si viviera en un monólogo infinito. Mi vida es como una conversación sin respuesta...

Psicóloga: Gracias por decirlo con tanta claridad. A veces el reconocimiento social no llena el espacio que deja la conexión emocional auténtica. ¿Desde cuándo te sientes así?

Juan Carlos: Desde que emigré, en realidad. Dejé Venezuela hace cinco años. Al principio todo era sobrevivir: conseguir papeles, empleo, adaptarme. Luego me fui consolidando, poco a poco. Pero nunca sentí que pertenecía realmente aquí. Ni allá tampoco. Es como si estuviera en tránsito perpetuo.

Psicóloga: Es muy común entre quienes han vivido un proceso migratorio. El desarraigo no solo es geográfico. A veces también corta vínculos afectivos profundos. ¿Tienes amistades estables aquí en España?

Juan Carlos: Algunas… sí. Pero superficiales, casi todas. Con mis padres hablo por videollamada cada tanto. Salgo con alguna chica de vez en cuando. Pero ni me imagino formando una familia, casándome o teniendo hijos. Siento que no tengo espacio para eso. O quizás… que no tengo raíces para ofrecer nada firme.

Psicóloga: ¿Esa decisión de no tener hijos o casarte es algo que has pensado profundamente o más bien una reacción a tu experiencia de vida actual?

Juan Carlos: Buena pregunta. La verdad es que lo he pensado bastante. Y no es que esté en contra… Pero no lo veo como algo que me dé sentido. He visto tantas relaciones rotas, tantos padres ausentes, tantos hijos naciendo en medio del caos. ¿Para qué repetir lo mismo?

Psicóloga: Eso suena como un pensamiento protector. Como si temieras que acercarte demasiado a alguien implique perderte, o repetir patrones dañinos. ¿Puede ser?

Juan Carlos: (Suspira.) Sí… Creo que sí. Además, siento que si desapareciera, nadie se daría cuenta realmente. Excepto quizás mis padres. Pero aquí, en este país, en esta vida… solo soy un perfil más.

Psicóloga: Tu historia, tu sensibilidad, tu capacidad de reflexión… son valiosas. No eres solo un perfil. Aquí, ahora, estás siendo escuchado. Y quiero que este espacio sea eso… un lugar donde puedas empezar a reconectar contigo mismo sin máscaras ni expectativas externas. ¿Te parece si comenzamos así?

Juan Carlos: (Su expresión se suaviza por primera vez.) Sí… me parece bien. Por eso estoy aquí…

 

Estrategia terapéutica

 

En la primera sesión, la psicóloga identifica que Juan Carlos no está atravesando una depresión clínica, sino una soledad existencial profunda, ligada a factores estructurales como la migración, y la desconexión familiar. También a contextos culturales como el individualismo contemporáneo, y a mecanismos de defensa personal para evitar vínculos profundos.

Como psicóloga, la profesional define una estrategia con Juan Carlos que se basa en tres aspectos complementarios. El primero es la validación emocional y construcción de un vínculo seguro. La psicóloga se convierte de esta forma en un primer espacio de conexión significativa. Practica una escucha activa sin juicio, validando la experiencia interna del joven. Este vínculo terapéutico es, para él, la primera relación donde puede expresar su vacío sin disfrazarlo de éxito o ironía. El objetivo es que Juan Carlos experimente que ser vulnerable no implica ser débil ni rechazado, sino humano. El segundo elemento es que a través de preguntas abiertas y reflexiones suaves, la psicóloga no califica ni se pronuncia directamente sobre sus decisiones de no casarse ni tener hijos, sino que lo invita a hacerse preguntas a sí mismo: ¿son elecciones conscientes o reacciones a heridas no procesadas?... El propósito es abrir espacio a la ambivalencia emocional y fomentar la autocomprensión más allá del discurso racional.

En tercer lugar, la psicóloga busca la reconstrucción del sentido de pertenencia y del proyecto vital de Juan Carlos. Una vez abierto el deseo de “no vivir como espectador”, la terapeuta comienza a trabajar con él en acciones concretas de reconexión, como cultivar una amistad sincera, redescubrir pasiones no ligadas a lo profesional, iniciar un diario personal, o contactar con personas de su comunidad migrante. Es decir, comportamientos que se hacen “de cara al público”, no necesariamente desde la autenticidad interior. Para ello Juan Carlos tendrá que relacionarse sin máscaras, sin necesidad de representar un personaje como “el que logró salir”, “el fuerte”, o “el que ya se adaptó”. Juan Carlos debe permitirse estar en contacto auténtico, con vulnerabilidad, emoción real y escucha genuina, y reencontrándose con personas de su comunidad para apoyarse mutuamente como seres humanos, no solo para narrar éxitos o disimular fracasos.

 

Consulta psicológica, segunda sesión

 

Psicóloga: Me alegra verte de nuevo. ¿Cómo te sentiste después de la última sesión?

Juan Carlos: Fue raro, pero bien… Sentí que, por primera vez en mucho tiempo, alguien me escuchaba de verdad. No solo lo que digo, sino… lo que me pasa por dentro.

Psicóloga: Eso es muy importante. A veces lo que más necesitamos es exactamente eso: ser escuchados sin juicio. ¿Hubo algo que pensaste después y quisieras compartir hoy?

Juan Carlos: Sí… Estuve pensando en lo que dijiste sobre la “conexión humana”. Y me di cuenta de que, en el fondo, sí la deseo. No sé si en forma de pareja o de familia… pero sí anhelo sentirme parte de algo. Tener a alguien a quien contarle el día sin tener que editarlo como para parecer feliz.

Psicóloga: Ese es un deseo profundamente humano. Y también una señal de que estás empezando a mirar dentro de ti con más honestidad. ¿Crees que podríamos trabajar en construir ese “algo” del que te gustaría formar parte?

Juan Carlos: Sí… Me gustaría entender cómo dejar de vivir como espectador. Quiero aprender a habitar mi vida, no solo a narrarla para los demás.

Psicóloga: Eso que acabas de decir es una clave muy poderosa. Vamos a trabajarlo juntos.

Objetivo de la psicóloga: Que Juan Carlos pase de la soledad defensiva, a una conexión auténtica consigo mismo y con otros, sin necesidad de replicar modelos familiares, pero abriendo espacio a vínculos más íntimos y significativos.

 

¿Cómo se presenta la nueva soledad?

¿Cuáles son sus síntomas y manifestaciones? La sensación de vacío existencial o de estar actuando en automático. La falta de propósito o la pérdida de motivación pese a logros visibles. La hipervigilancia social, como comparase constantemente en las redes y la sensación de inferioridad o invisibilidad. La ansiedad relacional como la dificultad para crear vínculos profundos por temor al abandono, la dependencia o el rechazo. Una despersonalización leve, al percibirse a sí mismo como un “personaje” en lugar de persona. Igualmente, al evitar compromisos afectivos estables como una pareja, la familia, o participar con comunidad más allá de las redes sociales, todo bajo la idea de una “libertad”, cuando en realidad puede haber miedo a la de ser uno mismo, y a la intimidad.

 

¿Por qué afecta especialmente a las nuevas generaciones?

 

Este fenómeno tiene raíces múltiples, que no tienen que ver directamente con los adelantos tecnológicos, cómo sí la crisis de vínculos humanos en hogares fragmentados, o la pérdida de figuras de referencia, de apego o modelos de identificación de personas significativas que sirven como patrones de conducta, guía emocional o moral, y que influyen en la construcción de la identidad, la autoestima y la conducta de un individuo.

Por el otro lado, la hiperconectividad superficial en las redes sociales que promueven la apariencia sobre una autenticidad que, en buena parte de los casos, no lo es.

Otra causa es la cultural dado que en las redes, donde los jóvenes han sido encaminados para destacar, pero no para conectar emocional y realmente con los demás. Agreguemos las migraciones masivas y el desarraigo cultural, social o afectivo, así como el modelo de autonomía radical que impone el ideal de “no necesitar a nadie”.

 

Nuevas conceptualizaciones

 

Aunque la soledad en sí misma no es un trastorno mental, la psicología contemporánea empieza a reconocerla como un factor de vulnerabilidad central en el desarrollo de otros cuadros clínicos como la depresión, ansiedad generalizada, trastornos del sueño, trastornos alimentarios o el consumo problemático de sustancias. La American Psychological Association (APA) y la British Psychological Society han comenzado a integrar el concepto de “distrés por soledad crónica” dentro de la evaluación clínica, especialmente en adolescentes y jóvenes adultos. Algunos autores proponen ya su clasificación como parte de los trastornos relacionales emergentes, tal como lo sugiere la investigadora Michelle Lim en su trabajo con la Australian Coalition to End Loneliness (2022).

En 2023, un informe del National Institute for Health and Care Excellence (NICE) del Reino Unido propuso incluir la soledad persistente en los factores de riesgo psicosocial que deben evaluarse en el primer contacto clínico, al igual que el duelo, el trauma infantil o el abuso.

La nueva soledad no se ve. No se expresa con lágrimas ni se detecta con facilidad. Pero está allí, en silencios prolongados, en la ansiedad sin causa, en la desconexión afectiva de jóvenes brillantes que no encuentran sentido en el mundo que habitan.

No se trata de “patologizar la soledad”, sino de comprender que el ser humano necesita vínculos reales para florecer. La psicología contemporánea tiene hoy el reto de crear espacios de conexión terapéutica, comunitaria y educativa, donde los jóvenes puedan aprender nuevamente a habitarse y habitar el mundo con otros.

Porque no basta con enseñar a producir, a destacar o a competir. Hoy más que nunca, necesitamos enseñar a sentir, compartir y construir vínculos sanos, como base de una salud mental ciertamente humana.

 

El auge de la soledad en la era de la hiperconexión 

Varios estudios alrededor del mundo confirman lo que muchos ya sospechamos: la soledad va en aumento, incluso entre quienes parecen estar permanentemente conectados.

En Estados Unidos, una encuesta de 2021 del Proyecto Making Caring Common de la Universidad de Harvard reveló que el 36% de los estadounidenses —incluyendo al 61% de los adultos jóvenes y al 51% de las madres con niños pequeños—experimentan una “soledad seria”.

En el Reino Unido, el gobierno designó en 2018 a la primera ministra para la Soledad, luego de que un informe parlamentario concluyera que más de 9 millones de personas se sienten solas con frecuencia o siempre, situación calificada como una “crisis de salud pública”.

En Europa, el Centro Común de Investigación de la Comisión Europea reportó en 2022 que la soledad más que se duplicó durante la pandemia de COVID-19, y que aún afecta a hasta un 25% de la población en algunos países, incluso después del fin de las restricciones. En 2022 el mismo centro científico de la UE, en estudios sobre la soledad a escala de la UE,  revela que de media, el 13 % de los encuestados afirma sentirse solo la mayor parte o la totalidad del tiempo durante las últimas cuatro semanas, mientras que el 35 % afirma sentirse solo al menos parte del tiempo. Estas cifras desafían la lógica tecnológica. No estamos faltos de conexiones, sino quizás de conexiones significativas.

 

Hiperconectividad digital y desconexión emocional

 

La psicóloga y socióloga Sherry Turkle, en su obra Alone Together (MIT, 2011), sostiene que la tecnología está modificando no solo la forma en que nos comunicamos, sino lo que esperamos de las relaciones. Los dispositivos nos ofrecen la ilusión de compañía sin las exigencias de la intimidad. Escribimos en lugar de hablar, reaccionamos en lugar de reflexionar, nos vamos en lugar de quedarnos.

Un estudio de la Universidad de Pensilvania (2018) demostró una relación causal entre el uso intensivo de redes sociales y el aumento de sentimientos de depresión y soledad. Los participantes que limitaron su uso de redes sociales a 30 minutos diarios mostraron reducciones significativas en síntomas depresivos y de soledad.

A esto se suma el efecto de “comparar y desesperar”, en el que los usuarios, al ver los momentos más felices y editados de la vida de los demás, terminan sintiéndose inadecuados, invisibles o desconectados.

 

La soledad como problema de salud pública

 

La soledad no es solo un sentimiento, sino también un factor de riesgo médico.

Según estudios dirigidos por Julianne Holt-Lunstad (Brigham Young University), la soledad crónica aumenta el riesgo de muerte prematura en un 26%, un riesgo equivalente al de fumar 15 cigarrillos al día. También está asociada con enfermedades cardiovasculares, deterioro cognitivo, debilitamiento del sistema inmunológico y depresión. En 2023, el Cirujano General de Estados Unidos, Vivek Murthy, emitió un informe titulado Nuestra epidemia de soledad y aislamiento, calificándola como uno de los mayores desafíos de salud pública actuales.

 

Un nuevo síntoma: no querer casarse ni tener hijos

Un fenómeno creciente entre las nuevas generaciones está estrechamente ligado a esta desconexión emocional como es el declive del interés por el matrimonio y la paternidad o maternidad.

En Estados Unidos, el Pew Research Center informó en 2021 que más del 44% de los adultos jóvenes entre 18 y 34 años no están casados ni viven en pareja, y que muchos de ellos no tienen planes de hacerlo. Además, un 56% de hombres jóvenes y un 46% de mujeres jóvenes aseguran no tener interés en tener hijos.

Un estudio conjunto de las universidades de Stanford y Columbia (2023) identificó causas como la inseguridad económica, el miedo a la soledad dentro de la pareja, y la desconfianza en la estabilidad emocional de las relaciones modernas.

En Europa, el fenómeno es aún más marcado: Italia y España tienen algunas de las tasas de natalidad más bajas del mundo, y el European Social Survey revela una creciente preferencia por modelos de vida individual o redes afectivas flexibles.

 

Migraciones humanas masivas y nuevas soledades

 

Otra causa importante del aumento de la soledad contemporánea tiene que ver con el crecimiento sostenido de las migraciones humanas. Millones de personas han abandonado sus países de origen por guerra, persecución, pobreza o cambio climático, generando un desarraigo profundo.

Según el World Migration Report 2024 de la Organización Internacional para las Migraciones OIM, más de 281 millones de personas viven fuera de su país de origen, la cifra más alta registrada. Casos como la crisis de refugiados sirios y afganos, la invasión rusa a Ucrania o el éxodo venezolano (más de 9 millones) evidencian este fenómeno.

El Centre on Migration, Policy and Society (Oxford) ha documentado altos niveles de soledad, ansiedad y trastornos emocionales en migrantes, incluso con inserción económica. El programa de investigación de Stanford sobre migraciones globales coincide: el trauma del desplazamiento forzoso, especialmente en mujeres y adultos mayores, genera un quiebre emocional persistente. La soledad del migrante combina esperanza de futuro con pena por los vínculos perdidos. También una buena parte piensa que lograron lo que buscaban, pero no tienen con quién compartirlo.

 

Hacia una nueva cultura de la presencia

 

Debemos pasar de la cantidad de interacciones a la calidad del encuentro humano. El vínculo significativo requiere atención y tiempo. Las escuelas y entornos laborales pueden integrar programas de educación emocional, diálogo auténtico y construcción comunitaria. También es necesario rediseñar la tecnología como puente hacia la intimidad, no como sustituto.

No vivimos solo una crisis de aislamiento, sino una crisis de sentido en nuestras relaciones. Lo que nos aísla no es la carencia de otros, sino la ausencia de sentirnos vistos y valorados. Estar conectados no es estar en línea. Es estar emocional y humanamente presentes. Porque al final, no importa cuántos conocemos, sino cuán profundamente nos conocemos.

 

Volver a la tribu

Si alguna vez te has sentido solo en medio de una multitud, si una noche te dormiste con el teléfono en la mano, pero vacío por dentro… queremos decirte algo: No estás roto. Lo que te falta no es una App nueva ni más seguidores. Lo que necesitas —y que todos necesitamos— es volver a conectar desde la emoción humana. Porque así hemos sobrevivido desde siempre. Desde las cuevas más remotas de la prehistoria, nuestros ancestros no lograron enfrentar los peligros del mundo por ser fuertes individualmente, sino por algo mucho más poderoso, se tenían los unos a los otros. Porque, frente al frío, al miedo, al hambre o a la muerte, la tribu era refugio, fuego, abrazo y sentido.

Hoy esa necesidad no ha cambiado. Hoy los depredadores no tienen colmillos, pero existen. Están allí, son la ansiedad crónica, la depresión silenciosa, la desconexión emocional, el estrés que asfixia, el individualismo que aísla. Hoy más que nunca necesitamos nuestra tribu emocional.

Necesitamos volver a mirar a nuestros padres como compañeros de ruta, no como obstáculos. A nuestros hermanos como cómplices de vida. A nuestros amigos como anclas en la tormenta. A nuestra pareja —si la hay o cuando llegue— como hogar, no como proyecto. A nuestros pares, como espejo y sostén, no como competencia. No hablar de más, sino de hacerlo con nuestras verdades. No se trata de estar juntos, sino de sentirlos presentes. No es la cantidad de vínculos, sino la calidad de los encuentros.

La conciencia humana no florece sola. Somos seres diseñados para el abrazo, el consejo, la risa compartida, el silencio acompañado, el amor y para compartir con la tribu.  Vuelve a llamar a tus padres. Escríbele a ese amigo con quien perdiste contacto. Abrázale fuerte a quien aún te espera, aunque no lo diga. Permítete sentir y necesitar. Y ama... Porque cuando la pantalla se apaga, lo que queda —y lo que siempre ha salvado a la humanidad— es el calor humano. Tú lo mereces, y tú también puedes ofrecerlo… Con afecto verdadero esperamos volver a verte en nuestra próxima entrega… Si deseas profundizar sobre este tema o consultarnos, puedes escribirnos a psicologosgessen@hotmail.com. Que la Divina Providencia del Universo nos acompañe a todos…

 

 

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