¿Alguna vez has deseado vengarte?
- María Mercedes y Vladimir Gessen
- hace 6 horas
- 13 Min. de lectura
¿Te han herido?... Es humano querer la revancha como una forma de “justicia”, pero también perpetua o aumentará tu dolor… Hay otro camino...
Venganza: Cuando el dolor pide justicia
La venganza ¿es dulce?, y una de las emociones más poderosas, primitivas y paradójicas del ser humano. Surge cuando sentimos que nos han dañado de manera injusta, cuando la herida es tan profunda que nuestra conciencia exige una respuesta.
A lo largo de la historia, la literatura, la religión y el arte han reflejado su intensidad y sus consecuencias. Pero ¿qué nos dice la neurociencia contemporánea sobre este impulso? ¿Qué la activa? ¿Podemos evitarla? ¿Es posible que el perdón produzca una transformación aún más profunda que la venganza misma?
La venganza es un impulso tan antiguo como la humanidad. Desde tragedias griegas pasando por el Conde de Montecristo, hasta películas contemporáneas, la idea de restituir el equilibrio a través del castigo ha fascinado y dividido a sociedades. Pero más allá del juicio moral o cultural, la neurociencia ha comenzado a descifrar qué ocurre en el cerebro cuando alguien busca vengarse, qué lo inspira, quién es más proclive a hacerlo, y si existe una forma de neutralizar este impulso que, aunque natural, rara vez construye algo positivo.
La venganza en el cerebro: Una dulce trampa
¿Qué dice la neurociencia sobre la venganza? La venganza activa regiones específicas del cerebro, especialmente aquellas relacionadas con la recompensa. Un estudio pionero realizado por Dominique de Quervain y colaboradores (2004) en la Universidad de Zúrich, utilizando imágenes por resonancia magnética funcional (fMRI), mostró que cuando los participantes tenían la oportunidad de vengarse de alguien que los había perjudicado, se activaba el estriado dorsal, una zona asociada con el placer y la planificación de acciones dirigidas a metas.
Esto sugiere que la venganza no es solo un acto emocional, sino también instrumental, planificado, y que puede producir una satisfacción subjetiva temporal. Es decir, vengarse “se siente bien” al principio, pero su efecto es efímero y suele ser seguido de malestar emocional, culpa o consecuencias sociales negativas.
La amígdala, vinculada a la agresión reactiva y la detección de amenazas, también desempeña un rol. Cuando alguien experimenta una injusticia o una traición, esta estructura puede disparar una reacción emocional intensa que impulsa una respuesta vengativa, especialmente si la corteza prefrontal —la región del cerebro encargada de inhibir impulsos y reflexionar— no logra regularla eficazmente.
¿Por qué sentimos deseos de venganza?
¿Qué inspira la venganza? Suele originarse en una percepción de daño intencionado. No cualquier daño activa este deseo: debe percibirse como personal, injusto y deliberado. Además, debe suponer que el agresor no ha recibido el castigo merecido, lo cual genera una disonancia entre la experiencia de la víctima y su expectativa de justicia.
Algunos factores que inspiran la venganza como la traición de la confianza en parejas, familiares, amigos, o compañeros de trabajo o por una alguna humillación pública o privada, o cuando la desigualdad de poder hace que la víctima se siente impotente frente al daño sufrido. También porque no exista disculpa ni reparación.
La neurociencia social muestra que los humanos tienen una sensibilidad especial hacia la equidad y el trato justo, lo cual se observa desde la infancia. Cuando alguien rompe esa expectativa de justicia, se activa una respuesta de rechazo e indignación que puede derivar en actos vengativos.
Desde una perspectiva neuropsicológica y conductual, la venganza puede volverse adictiva, no en el sentido clásico de una adicción a sustancias, pero sí como una adicción comportamental, comparable a la ludopatía o al uso compulsivo de redes sociales.
Para la psicología evolutiva, este impulso o emoción pudo haber tenido una función de supervivencia adaptativa a efectos de disuadir futuros ataques y restaurar el estatus social. Pero en el mundo actual, ese mecanismo puede volverse disfuncional y destructivo.
¿Quiénes son más vengativos: mujeres o hombres?
Estudios psicológicos y neurobiológicos han mostrado que existen diferencias de género en la forma y frecuencia con que se manifiesta la venganza, aunque no en la capacidad de sentirla.
Los hombres tienden a manifestar la venganza de forma directa y física, lo cual puede estar influido por mayores niveles de testosterona y por normas culturales que asocian la masculinidad con la agresividad.
Las mujeres suelen expresar la venganza de forma indirecta o relacional, como a través de la exclusión social, la manipulación emocional o la difusión de rumores. Estas formas son más difíciles de rastrear, pero igualmente destructivas.
Distintos análisis sugieren que los hombres puntúan más alto en medidas de venganza y agresión reactiva, pero que las mujeres tienden a pensar más los agravios, lo cual puede prolongar el deseo de venganza en el tiempo.
Venganza prohibida en la civilización
Tanto en Estados Unidos como en Italia, la venganza privada está prohibida —aunque diferentes en estructura. El Common Law en EE.UU., y el derecho civil en Italia— donde en ambas naciones el Estado posee el monopolio de la justicia. Quien se venga por mano propia incurre en delitos de agresión, daño, o amenazas, entre otras fechorías. El derecho establece mecanismos legales como la denuncia, la reparación, y la justicia restaurativa. Por lo que la venganza legalmente no es justicia. Es lo contrario del debido proceso.
Sin embargo, en Italia, en el Museo di Capodimonte en Nápoles, se encuentra la obra de Judith decapitando a Holofernes, de Artemisia Gentileschi quien la pintó entre 1614 y 1620, en un momento de consolidación artística y de reconocimiento público. Para la época, el mundo europeo estaba dominado por hombres, y ella logró no solo abrirse camino como artista profesional, sino también desarrollar una voz poderosa, personal y profundamente emocional en sus obras, muchas de las cuales están marcadas por temas de violencia, justicia, poder femenino y resistencia. La pintura está inspirada en el relato bíblico del libro de Judit, y muestra a la heroína israelita asesinando al general asirio Holofernes. Para muchos estudiosos, la obra es una sublimación pictórica de la venganza personal de Artemisia, quien fue violada en su juventud por Agostino Tassi, un pintor italiano del barroco temprano, más famoso por su estupro que por sus pinturas. La fuerza expresiva de esta Judith es única en la historia del arte.
Perdonar es una victoria sobre el dolor
El perdón también libera dopamina, oxitocina y serotonina. Pero a diferencia de la venganza, produce calma, paz interior y equilibrio emocional. Es una medicina que no destruye al otro, sino que cura a quien la toma.
Para nosotros perdonar es un acto de autorregulación emocional, empoderamiento y libertad. Permite quitar el papel de víctima y dejar de reaccionar al pasado.
Soltar la piedra
Si en vez de seguir cargando la piedra del rencor se suelta —como en la imagen— al hacerlo, alivia el peso que lo ataba al sufrimiento. Aunque cuesta, ese acto de soltar el puño cerrado, ese gesto silencioso pero poderoso, tiene el potencial de convertirse en la verdadera victoria. No sobre el otro. Sino sobre tu propio dolor.
Debemos tomar en cuenta que la venganza no se trata de vencer al otro. Se trata de liberarse del dolor. Porque el perdón no es una victoria sobre quien nos hirió. Es una victoria sobre la herida misma. No es un acto de debilidad ni de sumisión. De hecho, es el momento en que una persona herida decide que su vida presente y futura vale más que su pasado, que su paz vale más que una revancha.
Cuando alguien perdona, no cambia al agresor… se transforma a sí mismo. Apaga el incendio que lo consumía por dentro. Y en vez de seguir cargando la piedra del rencor, la suelta, y al hacerlo, alivia el peso que lo ataba al sufrimiento.
De esta forma el perdón se convierte en un acto radical de libertad. No para olvidar lo que pasó, sino para que eso que pasó no lo siga definiendo. Es el momento en que el deseo de venganza se disuelve, y da paso a algo más profundo como es la sanación de la conciencia.
La venganza es una adicción cerebral
¿Cómo puede volverse adictiva la venganza? Por la liberación de la dopamina que provoca el acto de vengarse. Muy probablemente esto explica por qué las novelas o las películas de venganza gustan tanto y son celebradas por quienes las ven. Este circuito neuronal es el mismo que se activa con el sexo, el azúcar, las drogas o una apuesta ganadora. Esta activación genera una descarga de dopamina, lo que produce una sensación gratificante inmediata.
También ocurre por el reforzamiento conductual. Ese placer que causa la dopamina suele convertirse en un refuerzo. Porque al vengarse se produce una satisfacción y una euforia, por lo que el cerebro aprende que esa conducta "funciona", y buscará repetir la misma conducta ante cada nueva ofensa, generando un ciclo de respuesta automática ante cualquier agravio.
Con la conducta vengativa la persona puede quedar atrapada en pensamientos resentidos constantes que generan un estado de activación emocional. Esta actitud se vuelve un ciclo, del dolor pasamos al pensamiento vengativo, lo que nos procura un alivio anticipado, pero nos provoca más dolor al mantener vivo la acción que suscitó el sufrimiento. Así, se convierte en un modo de funcionamiento emocional, y en casos extremos, en un trastorno de personalidad, donde la venganza es el eje de la identidad.
A este fenómeno se le llama "rumiación vengativa", y estudios como los de Kevin Carlsmith (2008) han mostrado que quienes “rumian” más son menos capaces de perdonar y más propensos a seguir sintiendo resentimiento incluso después de vengarse.
La venganza se vuelve patológica cuando se repite de forma compulsiva, es desproporcionada al daño recibido, se idealiza como forma de justicia, genera más sufrimiento que alivio, se convierte en una fuente de identidad —"soy quien castiga a los que me hacen daño"— o cuando se traslada a personas inocentes o no relacionadas con el hecho original. En todos estos casos, la venganza deja de ser una respuesta puntual y se transforma en un patrón de personalidad o de comportamiento disfuncional, a veces vinculado con trastornos como trastorno paranoide de la personalidad, trastorno límite o antisocial o trastorno obsesivo-compulsivo en su forma moral.
Los psicólogos —dependiendo el caso— cuentan con herramientas como la terapia cognitivo-conductual (TCC) para identificar y reestructurar los pensamientos vengativos.
Además, con el Mindfulness que permite reducir el pensamiento continuo o rumiación y aumentar la autorregulación emocional, o con la psicoterapia profunda o la educación emocional y ética, enfocada en empatía, el perdón y en fortalecer la resiliencia.
Venganza y creencias
A pesar de ser una conducta tan humana y común, la venganza sigue siendo un terreno complejo. La ciencia ha avanzado en mapear las rutas cerebrales, las bases evolutivas y las consecuencias emocionales de este comportamiento, pero aún existen preguntas abiertas sobre ¿Cómo influyen los contextos culturales y religiosos en la justificación o condena de la venganza? ¿Puede el sistema legal ofrecer alternativas reales para canalizar el deseo de justicia?
La neurociencia moral contemporánea, representada por investigadores como Joshua Greene (Harvard), propone que nuestras intuiciones sobre castigo y justicia son una mezcla de respuestas automáticas y racionalizaciones posteriores, lo que implica que podemos cambiar esas respuestas si educamos nuestras emociones y razonamientos.
La venganza en las creencias religiosas
En cuando a las religiones, en el Judaísmo, la Torá permite el castigo proporcional del bíblico "ojo por ojo". En Éxodo 21:23-25 (Antiguo Testamento) se indica: "Pero si hubiere daño, entonces pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe."
Este principio, conocido como lex talionis (ley del talión), promovía la venganza, pero como el castigo proporcional dentro del sistema judicial de la época. Su propósito era limitar la represalia, impidiendo que se tomara más de lo que se había perdido. En contextos posteriores ha sido invocado como justificación para venganzas personales o incluso institucionales. El Talmud lo interpreta como compensación simbólica y no violencia. En el libro Proverbios de la Biblia se insta de manera clara y reiterada al perdón, a la contención de la ira y al rechazo de la venganza personal. Una de las tantas contradicciones de la Biblia en cuanto a la venganza, la encontramos en Proverbios 20:22 leemos: “No digas: ‘Me vengaré del mal’; espera en el Señor, y Él te salvará.” Este versículo es una exhortación directa a no tomar la justicia por mano propia. Invita a la confianza en la justicia divina en lugar de la reacción impulsiva.
En el cristianismo en el Nuevo Testamento, se condena la venganza. Jesús revirtió el “talionismo” y propone "poner la otra mejilla", y el perdón es central. En Mateo 5:38-39 en el sermón del Monte Jesús de Nazaret señala: "Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra."
Este contraste marca el tránsito de la justicia retributiva a una ética del perdón y la no violencia, en coherencia con otras enseñanzas como "Amad a vuestros enemigos", en Mateo 5:44. En el mensaje de Jesús, se rechaza explícitamente la venganza y promueve el perdón radical como camino hacia la transformación personal y espiritual.
El cristianismo ortodoxo, católico y protestante han hecho del perdón un pilar ético central, aunque la historia ha mostrado contradicciones entre el ideal espiritual y las prácticas políticas o militares de sociedades cristianas.
El islam, por su parte permite la represalia justa —qiṣāṣ— aunque exalta el perdón como el acto más noble. Muhammad perdonó a sus enemigos. El Corán reconoce el derecho a represalia cuando se ha cometido una injusticia grave, especialmente en casos de asesinato, daño físico o agresión, pero establece que la venganza debe ser proporcional y no debe exceder el daño recibido. En el Corán 2:178: "¡Oh vosotros que creéis! Se os prescribe la ley del talión respecto a los asesinados: el libre por el libre, el esclavo por el esclavo, y la mujer por la mujer. Pero a quien se le perdone algo por parte de su hermano, que se actúe conforme a lo reconocido y que se le pague con benevolencia”. Aunque la ley permite la venganza, el perdón es considerado superior y más cercano a Dios. El islam distingue entre el derecho a la justicia y la virtud del perdón. Como reza en el Corán 42:40: "La recompensa del mal es un mal semejante, pero quien perdona y se reconcilia, su recompensa está con Alá. Él no ama a los injustos." En Corán 5:45 explica: "Escribimos para ellos en la Torá: vida por vida, ojo por ojo... Pero si alguien perdona, será para él una expiación."
En la jurisprudencia islámica —sharía— se contempla la posibilidad de venganza legal, pero bajo procedimientos judiciales. La víctima o su familia pueden pedir venganza proporcional, solicitar una compensación económica (diya) o perdonar sin pedir nada a cambio. La opción del perdón se considera la más recomendada espiritualmente. De hecho, el profeta Muhammad —según los hadices— perdonó a muchos de sus enemigos, incluso en momentos en que tenía poder para vengarse.
El budismo considera la venganza una manifestación de ignorancia, deseo y odio, es decir, una de las causas del sufrimiento humano —dukkha— y de la rueda del samsara.
En Dhammapada 5 leemos: "El odio no cesa con más odio. El odio cesa con amor. Esta es una ley eterna." Buda enseña que responder al daño con daño perpetúa el sufrimiento, tanto para quien recibe la venganza como para quien la ejecuta. El ideal del budista es cultivar la compasión —karuṇā— incluso hacia el agresor, y romper así el ciclo de acción y reacción kármica.
En la práctica, eso implica no aferrarse al dolor, no buscar castigo, superar el ego herido y perdonar sin esperar reciprocidad.
El budismo promueve una transformación profunda de la mente para eliminar las raíces de la agresión, no solo su manifestación exterior. Considera que solamente el perdón y la compasión rompen el ciclo del sufrimiento.
La mayoría de las creencias consideran que la venganza nunca debe ser personal ni descontrolada, y que el perdón es un camino de elevación espiritual.
Como psicólogos, hemos visto que la venganza suele dejar cicatrices más profundas que el agravio original. Como periodistas, sabemos que las sociedades que apuestan por el rencor perpetúan la violencia. Pero como seres humanos, afirmamos que hay otra forma: la de la comprensión, la empatía y la evolución emocional.
El perdón como revolución interior
El perdón se convierte en un acto radical de libertad. El perdón es un acto consciente y deliberado de transformación emocional, mediante el cual una persona decide liberar la ira y el resentimiento hacia alguien que le ha causado un daño injusto. Lejos de implicar olvido o justificación, el perdón parte del reconocimiento claro de la ofensa y de la elección voluntaria de no quedar atado al dolor. Es una forma de sanar, no de absolver y de recuperar la paz interior sin negar lo ocurrido. No es para olvidar lo que pasó, sino para que eso que pasó no lo siga definiendo. Es el momento en que el deseo de venganza se disuelve y da paso a algo más profundo como lo es la sanación de nuestra conciencia. Hay heridas que supuran silencio durante años. Ofensas que se enquistan en lo más hondo de nuestra conciencia y susurran, una y otra vez, la promesa de venganza como si fuera redención. Pero la historia, la psicología, la espiritualidad y la ciencia nos gritan lo contrario, que la venganza nunca cura. Solo se perpetúa. Solo se reproduce. Solo se alimenta de sí misma.
Sí, vengarse puede parecer justo. Puede parecer necesario. Incluso parecer glorioso. Pero al final, ¿qué deja? ¿Un cuerpo más? ¿Una palabra más cruel? ¿Un vínculo más roto? ¿Una víctima convertida en agresor?

Uno de nuestros abuelos una vez nos dijo: “Siéntate en la puerta de tu casa y verás pasar afligido y abatido a quien les agredió”. Esa frase es un antiguo proverbio chino, ampliamente citado y atribuido popularmente a la sabiduría oriental. No celebra la venganza activa, sino que ilustra la idea de que el tiempo y la justicia, sea divina, natural o karmática, se encargarán de quienes obran con vileza. Transmite un mensaje cercano al budismo, y al taoísmo. Se trata de que no actúes impulsivamente, que confíes en el equilibrio del Universo y en la consecuencia natural de las acciones.
La verdadera revolución emocional —y humana— no ocurre cuando respondemos al dolor con más dolor, sino cuando nos atrevemos a no repetir el ciclo. Cuando, heridos, miramos al otro no para herirlo de vuelta, sino para entender de los infortunios y las desdicha de donde proviene su violencia.
Actuemos con la dignidad de quien pudo vengarse y eligió no hacerlo, reclamemos para nosotros mismos una paz más profunda que la del castigo al otro, la del perdón consciente, la de la conciencia que se rehúsa a hundirse con el barco enemigo. Porque al final, lo que nos define no es lo que nos hicieron, sino lo que decidimos hacer con esa congoja que se nos causó. Y si hay grandeza en el ser humano, si hay redención posible, si hay algo que nos acerca a lo divino —sea cual sea el nombre que le demos— es precisamente eso, el saber que siempre podemos elegir no devolver el golpe. Y en esa elección, quizás, comienza nuestra verdadera libertad… Nos vemos en la próxima entrega. Si quieres profundizar sobre este tema, consultarnos o conversar con nosotros, puedes escribirnos a psicologosgessen@hotmail.com. Que la Divina Providencia del Universo nos acompañe a todos…
María Mercedes y Vladimir Gessen, psicólogos
(Autores de “Maestría de la Felicidad”, “Que Cosas y Cambios Tiene la Vida” y de “¿Qué o Quién es el Universo?”)