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Un orden internacional post occidental


La poderosa capacidad de generación de riqueza de los sistemas occidentales no es suficiente para seguir financiando la burocracia estatal. Imagen: geralt, Pixabay

La idea del socialismo estaba bastante enterrada luego de la caída del Muro de Berlín, era casi un anacronismo intelectual. Inmensas bibliotecas privadas de prominentes profesores, pensadores e intelectuales de occidente, con innumerables textos influidos por la economía política marxista, eran rematadas en ventas de garaje o en mercados de segunda mano. Pero poco más de una década después, la misma ideología, bajo el nombre de socialismo del siglo XXI, resurge con inusitada fuerza, y de la mano de Hugo Chávez, camina vigorosa por buena parte de América Latina.


Los países que abrazaron con pasión este ideario han sido también los más devastados económicamente, a saber: Venezuela y Argentina


Como una forma de reciclaje intelectual, la revolución bolivariana nos está proponiendo otra vieja fórmula, el Estado de bienestar, un invento de finales del siglo XIX que surgió en Alemania, que se potenció con fuerza luego de la segunda mitad del siglo XX y que ahora, en la tercera década del siglo XXI anuncia una crisis de consecuencias globales.


Los Estados de bienestar empiezan a mostrar sus signos de agotamiento a principios de los años 70 con el fenómeno de la estanflación, es decir, inflación con estancamiento económico, una mezcla letal que combina lo peor de los dos mundos de la economía, aumento de precios y enorme desempleo. El modelo económico keynesiano no daba respuesta para conjurar tal amenaza.


De allí que a principios de la década de los 80 del siglo pasado, impulsada por la revolución conservadora de Ronald Reagan en EE.UU y Margaret Thatcher en el Reino Unido, las idas del liberalismo clásico toman fuerza. En la década anterior, reciben el premio Nobel de Economía Friedrich Hayek y Milton Friedman, pensadores que habían estado eclipsados por el auge keynesiano. Se adelantan políticas fiscales un poco más prudentes, menos regulación, privatizaciones y reducciones de impuestos.


Sobreviene a principios de la década de los 90 del siglo XX el fin del socialismo llamado real con la disolución de la Unión Soviética. De manera casi simultánea, el modelo escandinavo, de intervención y planificación estatal, también denominado equívocamente socialismo democrático, hace crisis y se introducen reformas liberales. Sin embargo, los países prósperos de occidente ya habían visto crecer demasiado el tamaño y el costo de sus Estados.


Un evento inesperado sacude a EE.UU a principios del siglo XXI, (26 de febrero de 1993): el ataque a las torres gemelas de New York. El impacto global de tal suceso fue tan grande, que temiendo una recesión mundial, las autoridades económicas apelan al expediente de la expansión monetaria y crediticia. La Reserva Federal de EE.UU decreta una baja sustancial de los tipos de interés durante varios años. La receta es copiada por los bancos centrales de muchos países de Europa y Japón. Sobreviene en 2008 la crisis de las hipotecas subprime, la cual se hace viral y global.


Esta expansión monetaria y crediticia de la Reserva Federal norteamericana también impulsa el auge de precios de las materias primas en la primera década del presente siglo. Hay dinero para invertir y consumir. Desde la última década del siglo XX y comienzos de la primera década del 2000, simultáneamente a estos eventos de occidente, empiezan a crecer a ritmo de vértigo las más grandes economías del Indo-Pacífico, la de China y de la India principalmente.


Singapur, Hong Kong, Corea del Sur y Taiwán, terminan de consolidar su exitoso modelo de crecimiento hacia afuera basado en las exportaciones y que venía desarrollándose con mucha antelación. Tal cosa protege bastante a las economías de los efectos de la burbuja inmobiliaria de 2008.


Hacia finales de la segunda década de la presente centuria empiezan a verse turbulencias políticas en Europa occidental y central y aparecen fenómenos de un llamado populismo de derecha. Crece la insatisfacción de las clases medias europeas y de Norte América por un proceso de empobrecimiento.


Ciertamente, según el Foro Económico Mundial, se comienzan a evidenciar unos datos importantes. Los sectores medios de la población en Norteamérica, que en 1974 percibían el 65% del ingreso agregado total, en 2015 la participación en ese ingreso por parte del referido segmento social se reducía a 29%. Un fenómeno semejante se producía en el viejo continente. También los síntomas de cierto estancamiento económico se visualizan en Europa occidental e igualmente en EE.UU.


En 2016 asciende al poder Donald Trump, con un discurso de reivindicación para los perdedores de la globalización. En 2018 multitudes de chalecos amarrillos ponen contra la pared al gobierno de Macron en Francia. Crecen los movimientos de derecha bastante “iliberales” en Francia, Hungría, Polonia, Italia y Alemania. En 2020, como consecuencia de las restricciones económica por la pandemia, se produce el intento de toma violenta del Reichstag por movimientos derechistas alemanes. Y en enero de 2021, los ya históricos sucesos de violencia en el capitolio estadounidense por parte de los seguidores de Trump, cuyas consecuencias pueden constituir una carga de profundidad en el seno de la sociedad estadounidense.

Un trabajo muy importante, publicado en la prestigiosa revista Foreign Affairs en el 2018, pone de relieve un dato significativo. El trabajo titulado, “El fin del siglo democrático”, escrito por los profesores de Harvard y Yale Yascha Mounk y Roberto Stefan Foa, expone en base cifras del FMI, que dentro de poco la participación en el PIB global por parte de los países con gobiernos no democráticos superará al de las naciones democráticas de occidente. El FMI proyecta que dentro de una década esto será 66% contra 33% a favor de los Estados con regímenes “iliberales”. Tal cosa no había ocurrido antes en los últimos 130 años y es un dato de una relevancia enorme.

Otros datos de este trabajo citado indican, según estudios realizados por los propios autores, que sólo 33% de los menores de 35 años en EE.UU considera al sistema democrático como un valor importante y que en Francia, Italia, Alemania, España y otros países europeos, las preferencias hacía un gobierno militar se han triplicado entre las personas de todas las edades.


El solo hecho que un estudio sea publicado por Foreign Affairs, le confiere una importancia significativa. En esta revista publicó Samuel Huntington en 1993 su trabajo “Choque de civilizaciones” que revolucionó la forma de entender las relaciones internacionales luego de la caída del comunismo y tuvo un componente profético impresionante.

Las democracias de occidente, al parecer, han perdido su encanto y se manifiestan impotentes para contener el proceso de empobrecimiento de sus capas medias. El costoso Estado de bienestar, financieramente quebrado en sus sistemas de pensiones, endeudado y con déficit fiscales crónicos, está llevando al regazo de movimientos populistas de ultra derecha, poco amigo de las formas democráticas, a millones de damnificados del proceso de globalización. Sus países no pueden competir en el largo plazo con China y otras naciones, que han abrazado sin titubeos el sistema de producción capitalista, con Estados menos costosos y que además ponen en ejecución políticas públicas que no son sometidas al escrutinio de sus poblaciones.

En el largo plazo las democracias occidentales pueden ser arrinconadas. Niall Ferguson, uno de los más grandes e influyentes historiadores de los últimos tiempos, nos pone también frente a una reflexión con su libro, “El fin del orden internacional liberal”, que expone este fenómeno de manera descarnada.

El Estado de bienestar, no persigue ni hostiliza a la propiedad privada, ni a las fuerzas productivas capitalistas, pero sí las parasita. La democracia como sistema tiene la tendencia a ser vulnerable a la demagogia de políticos de derecha e izquierda que prometen muchos almuerzos gratis. La poderosa capacidad de generación de riqueza de los sistemas occidentales no es suficiente para seguir financiando a una burocracia estatal que consumen 48% promedio de su riqueza en gastos de funcionamiento.

Los socialistas de todos los partidos siguen creyendo que la producción de bienes y servicios está separada de la distribución de esos bienes y de esos servicios, cuando en realidad son procesos simultáneos. Si intervienes mucho con políticas redistributivas, a la larga inhibes los incentivos productivos de ahorro, inversión e innovación, lo cual impacta negativamente el crecimiento.

Aquí en Venezuela nos quieren llevar ahora, en sustitución del socialismo del siglo XXI, al Estado de bienestar, un anacronismo que está sepultando a las otrora atléticas democracias occidentales y nos está asomando, tal vez, a un orden internacional post occidental.





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