Un mundo complicado
- Adolfo Salgueiro
- hace 14 horas
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Hoy día la geopolítica mundial se está moviendo con una fluidez pocas veces vista. Venezuela no es uno de los actores claves, pero aún así está sujeta al juego de los principales protagonistas. Lo malo es que nuestro país insista en querer alinearse casi siempre con el bando de los “malos” abrazando causas y consignas que no parecen ser las más convenientes en estos tiempos y menos aún desde nuestra ubicación geográfica.
Cierto es que la muy modesta producción petrolera actual ha servido para negociar algunas ventajas y promover extorsiones como lo son el intercambio de presos extranjeros o “narcosobrinos” por beneficios tales como la posible extensión de la licencia que favorece a la empresa Chevron, que no solo provee algunas divisas al gobierno, sino que también -y en mayor medida- contribuye a saldar la mil millonaria deuda que Pdvsa mantiene con dicha empresa que -a la vista está- tiene un lobby extremadamente eficiente que le permite ser oída en Washington.
Este mismo mundo de hoy nos presenta con situaciones muy difíciles que no permiten ofrecer alternativas limitadas al blanco o al negro sin que se presente un amplio matiz de grises que, como es de suponer, suelen no dejar complacidas a ninguna de las partes.
Veamos por ejemplo el drama que acontece en la Franja de Gaza, donde se confrontan el legítimo derecho de Israel a su propia defensa frente a los límites que dicho derecho impone y que hoy son objeto de intenso debate en todo el mundo.
Israel -siempre asediado por problemas con sus vecinos- enfrenta una situación de supervivencia. Si no se defiende será borrado del mapa y, sin embargo, para poderse defender debe hacerlo dentro de limitaciones que su enemigo Hamás no reconoce ni respeta toda vez que utiliza a la población civil como escudo de protección, sus efectivos son combatientes no uniformados ni identificados como tales. Mientras Israel despliega su ejército regular, Hamás utiliza edificios públicos, colegios, hospitales y hasta un edificio de Naciones Unidas como centros de comando y guarida para sus combatientes, etc. Es, pues, evidente que ante un cuadro de tácticas ajenas a toda limitación sea difícil hacerles frente con las limitaciones que imponen normativas internacionales para la conducción de conflictos armados.
Ello ocasiona que los enfrentamientos produzcan “efectos colaterales”, que en buen castizo significa que junto con los combatientes sufran daños quienes no lo son, con lo que se desatan críticas de buena parte de la comunidad internacional, además de agrios debates en el frente político interno aun dentro de Israel.
Pronunciarse por la moderación en las actividades de Israel, que incluyen algunos muy lamentables excesos, claro está que luce razonable como, por el otro lado, lo es justificar esos excesos a cuenta de que la alternativa es permitir que el conflicto dure indefinidamente con igual sufrimiento para quienes no son combatientes sino ciudadanos israelíes ajenos al conflicto, que habitan zonas muchas veces alejadas del escenario de violencia, pero sujetos a ataques misilísticos y acciones terroristas importantes.
Por otra parte, hay que tener en cuenta que Hamás ejerce el gobierno de Gaza como consecuencia de una elección democrática celebrada en 2006 en la que ese grupo obtuvo el triunfo y la mayoría de las bancas parlamentarias. Hamás, tanto entonces como ahora, tiene como primera prioridad política la aniquilación definitiva del Estado de Israel.
Pudiera plantearse aquí el argumento de la responsabilidad de los pueblos que en elecciones limpias prefieren opciones extremistas. ¿Existe o no la responsabilidad colectiva de una ciudadanía que toma decisiones equivocadas o malas? Ocurrió en Alemania en 1933 con la elección de Hitler y, desgraciadamente, en la Venezuela de 1998 cuando la elección de Chávez fue democrática y verificable. El pueblo eligió mal constitucionalmente, aun cuando pudiera abrazarse el texto de la carta magna: “(el pueblo) desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticas o menoscabe los derechos humanos». (art. 350).
En la Franja de Gaza no se conoce de ningún movimiento popular cuyo objetivo sea desalojar a Hamás del poder, como tampoco en Venezuela -con suficientes razones que hay- tampoco se ha gestado una rebelión que, teniendo rango constitucional, pudiera ser tanto legal como legítima. La razón es evidente: el precio en sangre que ello ocasionaría a través de la represión desatada por quienes desean conservar el poder a todo evento. De paso, recordemos que la lucha por la independencia de la América Hispánica no se ganó en una rifa sino al precio de grandes sufrimientos como el decreto de Guerra a Muerte emitido por Bolívar en Trujillo el 15 de junio de 1813, cuya proclama afirmaba “españoles contad con la muerte…etc…”
En definitiva, estas reflexiones nos conducen a la imposibilidad de decantar por blanco o negro cuando uno y otro conllevan su buena dosis de sufrimiento cuya justificación es opinable.
Dicho lo anterior, no podemos ignorar que buena parte de los gobiernos democráticos del mundo, incluyendo Estados Unidos, se han pronunciado por llamar a Israel a detener o moderar la intensidad de su actual operación militar permitiendo asimismo el ingreso de ayuda humanitaria a la zona y una posterior solución definitiva.
Estimamos que desde Washington, Madrid, París, Londres, Berlín y otras mecas de la democracia se hagan tales llamamientos, como es igualmente deseable que desde allí se promoviera la idea de que la misma moderación se exija a quienes desde siempre han jurado el propósito de que Israel sea borrado del mapa.
No estaría de más tampoco averiguar qué posición sostuvo Nicolás en su reciente visita relámpago a Moscú, adonde acudió a presenciar un megadesfile conmemorativo del octogésimo aniversario de la victoria de la Unión Soviética sobre el nazismo y no a un recibimiento bilateral con alfombra roja del jerarca ruso como se nos ha querido vender.