¿Qué te revela la música cuando resuena en ti?
- María Mercedes y Vladimir Gessen
- hace 1 día
- 17 Min. de lectura
La música existió antes de la especie humana, y la ciencia nos explica por qué somos seres musicales y como vibra en nosotros y en el Cosmos
Cuando el Cosmos canta
En el principio no hubo palabra, sino un estremecimiento. Una vibración primordial dio origen al Universo. Una frecuencia tan pura que ni siquiera necesitaba oídos para ser escuchada. Esa vibración fue la materia prima del Cosmos, y de ella emergieron la luz, la forma, la energía, el tiempo, y el sonido… y mucho luego, la música. Las grandes tradiciones lo intuyeron milenios antes de que la ciencia pudiera explicarlo. “En el principio fue el Verbo” —dice el Evangelio de Juan— identificando el sonido con la razón sonora, o como un orden expresado en forma de palabra, o vibración inteligible. En la India, en los vedas, la Māṇḍūkya Upaniṣad describe al “Om” como el sonido que sostiene y dio origen el universo. Dicho en términos religiosos sería el eco del nacimiento de Dios.
Y en la Grecia antigua, para los pitagóricos, los planetas giraban en torno al Sol generando una sinfonía armónica, la música de las esferas, que representaba una arquitectura sistémica del cielo, que nadie podía oír, pero que todo lo contenía. “La música no surge de la Tierra: desciende de la energía primordial.”
Matemática, sonido y tiempo: La estructura universal de la música
La música, el tiempo y la matemática comparten la misma esencia, la vibración y la armonía cósmica. El Universo es una partitura en movimiento, y nosotros somos su eco consciente. Si alguna vez has sentido que una canción te ordena por dentro, que todo encaja, aunque no sepas por qué, probablemente escuchaste —sin saberlo— una ciencia exacta secreta del Universo porque desde el principio, la matemática estuvo presente y se volvió melodía. Los antiguos filósofos ya lo sospechaban. Después de Pitágoras, la ciencia descubrió que la materia no es sólida ni estática, sino vibración y en una relación existente entre la música y las matemáticas. El físico Brian Greene, en su libro The Elegant Universe, escribió algo que parece poesía: “Cada partícula es una nota vibrante; el universo entero es una sinfonía cósmica.”
Qué idea tan hermosa, que todo vibra. Desde las galaxias hasta las cuerdas vocales, el Cosmos entero se expresa en frecuencias. Y de esa danza de números, ritmo y vibración nació la música, el lenguaje más humano de todos… y, quizás, el más divino.
Cuando el sonido revela su alma
La luz tiene partículas llamadas fotones, el sonido, en cambio, es pura energía en movimiento. No tiene partículas propias, pero contiene un cuerpo invisible, la vibración. El sonido es el modo en que la materia respira. Cada nota es una presión que viaja, un impulso que atraviesa el aire, el agua, la piel. Por eso decimos que la música se siente tanto como se escucha. Y aunque el espacio esté en silencio, sus campos electromagnéticos vibran con frecuencias que, si las pudiéramos traducir, sonarían como coros de estrellas. De hecho, la NASA ha transformado esas vibraciones en audio, son los llamados “sonidos del cosmos”, grabaciones que no captan aire sino ondas energéticas convertidas en sonido. Lo impresionante es que cuando una canción nos emociona, nuestro cuerpo repite el patrón universal: Somos vibración sintiendo vibración. Somos, literalmente, el Universo escuchándose a sí mismo. La NASA grabó los sonidos de los planetas y del Sol y los podemos escuchar, aquí…
Cuando el tiempo se vuelve música
La música no existiría sin el tiempo. Tic Tac, Tic Tac, cada compás, cada silencio, cada nota… son pequeñas esculturas de tiempo, y las notas siguen un lapso con las redondas, las corcheas y las fusas, como si fueran los latidos del Universo marcando su propio pulso. Cada una representa una medida del instante, un modo distinto de respirar el silencio. Las redondas son los planetas girando con calma, las corcheas, los ríos corriendo entre las estrellas, y las fusas, el temblor de la luz al nacer. Así, el tiempo se vuelve audible, y el ritmo —esa matemática del alma— ordena el caos en una melodía. El Universo también vive en ese flujo de rotaciones, órbitas, expansiones, colapsos, ritmos de luz y oscuridad.
Einstein nos enseñó que el tiempo no es absoluto, que se curva con la energía y la gravedad. Y en cierta forma, los músicos lo intuyeron mucho antes ya que el tiempo también se dilata en la conciencia. Cuando escuchamos una melodía que nos conmueve, el reloj pierde poder. El pasado y el futuro se disuelven, y quedamos suspendidos en el presente, en ese “ahora musical” que Mihály Csikszentmihalyiv llamaba el estado de flow, que es cuando estamos tan inmersos en algo que desaparece la noción del tiempo. La música hace con el tiempo lo que la conciencia hace con la vida, la organiza, la expande y la vuelve eterna por unos instantes.
Cuando los antiguos cantaban al Universo
Mucho antes de que existieran las orquestas o los conservatorios, los pueblos aborígenes ya sabían que el mundo canta. Los nativos de Norteamérica, pueblo originario de las Grandes Llanuras de Norteamérica (parte de la nación sioux), tienen un canto considerado su Himno Nacional, conocido como “Lakota National Anthem” o “Sioux National Anthem”, también llamado en lengua lakota “Dakota Odowan”. Los quechuas en los Andes cantaban el Taki, que en su lengua, significa “canto sagrado”, y es un sonido que une lo humano con lo divino, y los aborígenes australianos cuentan que el mundo fue creado por los Ancestros del Sueño y que ellos se lo cantan a la existencia y su sonido ancestral nos recuerda el sonido de algunos planetas y estrellas. También los pueblos africanos entendían la música como una forma de diálogo con el Universo. En el Ártico, los inuit, asimismo, cantaron. Su música es una de las expresiones más antiguas y fascinantes de la humanidad, porque en ella el sonido no es espectáculo, sino supervivencia, memoria y espiritualidad, donde las antiguas tradiciones y el místico canto gutural chamánico cobran vida.
Todos estos pueblos ancestrales le cantaban al Universo, al Sol, a la lluvia, a la Luna, y a las auroras boreales, como actos de comunión con el Todo. Porque para ellos, cada canto era una manera de mantener el equilibrio del Cosmos.Nos gusta pensar que, cuando aquellos hombres y mujeres miraban el firmamento y cantaban, lo que hacían era reconocer en las estrellas su propio corazón vibrando. El canto era la primera astronomía emocional. Lo cierto, es que el Universo se expresa en ecuaciones, nosotros en melodías. Pero ambos —Cosmos y ser humano— vibramos en la misma frecuencia fundamental, la de la vida. La matemática la estructura, el sonido la anima y el tiempo la hace vivir. La música es, quizás, el lugar donde el número se vuelve emoción, y la emoción se vuelve conocimiento.
El sonido del Cosmos según la ciencia moderna
La física cuántica en el presente ha confirmado que todo vibra. La materia no es sólida, sino energía oscilante. En la teoría cuántica de campos, cada partícula es una excitación vibratoria del espacio, como si el universo fuera una gran cuerda resonante (Greene, The Elegant Universe, 1999). Los astrónomos también escuchan al cosmos. El eco del Big Bang, registrado en la radiación cósmica de fondo (CMB), muestra patrones de ondas acústicas —una especie de música primordial del universo temprano (Hu & Dodelson, Annual Review of Astronomy and Astrophysics, 2002). Las estrellas también “cantan”: la astrosismología descubre que muestran ricos espectros de oscilaciones similares a las solares, que se avivan y amortiguan intrínsecamente por la turbulencia en las capas más externas de las envolturas convectivas (Chaplin & Miglio, Annual Review of Astronomy and Astrophysics, 2013). Incluso, el espacio-tiempo vibra, como demostró la detección de ondas gravitacionales en 2015 (Abbott et al., Physical Review Letters, 2016), en una “nota” baja producida por la fusión de agujeros negros.
Cada uno de estos descubrimientos respalda la intuición ancestral: el Universo es una orquesta cósmica.
La música como eco humano de la vibración universal
Si cada átomo pulsa como una nota y cada estrella resuena con su frecuencia, entonces la música humana es el reflejo consciente de esa sinfonía universal. La neurociencia muestra que escuchar música sincroniza nuestras ondas cerebrales, activa emociones y estimula el sistema de recompensa (Levitin, This Is Your Brain on Music, 2006). Es decir, cuando oímos una melodía, nuestro cerebro resuena como en el cosmos, las estrellas. De alguna manera el ser humano encontró esa sintonía universal, y reconoció en ella el ritmo que ya se encontraba en su interior como una huella del Universo que nos habita. Por eso, cada nota que nos emociona es una correspondencia universal, y si se quiere sagrada, entre el microcosmos espiritual de la conciencia, y el macrocosmos estelar de la Divina Providencia Universal.
La vibración de la Conciencia Universal
Desde el sonido sagrado hasta la ciencia del espíritu o de la conciencia todo lo que vive, vibra. Y lo que vibra, comunica, suena, entona, modula, contrapuntea, por eso, cuando una melodía nos conmueve, sentimos que algo mayor que nosotros nos está hablando. No se trata solo de placer estético, sino de una comunión vibratoria entre la espiritualidad humana y la Conciencia del Todo. (Guthrie, A History of Greek Philosophy, 1962). El sonido es vehículo de lo divino, una forma de elevar la conciencia. La tradición sufí, la cábala judía o el canto gregoriano comparten la misma intuición.
El filósofo místico Hazrat Inayat Khan, en (The Mysticism of Sound and Music, 1923), escribió: “Toda la existencia es sonido, la conciencia humana vibra en armonía con el Cosmos.”
Cuando la ciencia escucha la conciencia del Universo
En el siglo XXI, la física, la biología y la psicología convergen en una misma visión vibratoria de la realidad. La neurociencia espiritual —representada por autores como Andrew Newberg (How Enlightenment Changes Your Brain, 2016) muestra que la iluminación activa zonas cerebrales asociadas a la trascendencia, la empatía y la paz interior. Para la neurociencia las prácticas sonoras y musicales, también.
La teoría polivagal de Stephen Porges, explica que la música y el tono de la voz afectan directamente al nervio vago, generando calma, confianza y sensación de conexión social. De manera similar, investigaciones sobre musicoterapia (Koelsch, Brain and Music, 2014) demuestran que el ritmo y la melodía pueden reconfigurar los estados emocionales y cognitivos, facilitando la recuperación de traumas y la regulación del estrés. Así, la música no solo nos emociona: nos reorganiza internamente. Cada frecuencia musical genera un patrón neuronal distinto. Escuchar una pieza armónica equivale a sintonizar, aunque sea por un instante, con la Coherencia del Universo.
¿Por qué amamos la música que nos plena?
¿El cerebro musical nos indica cuál es la melodía que nos gusta? ¿La biología nos muestra cuál es nuestro placer sonoro? Pues, la respuesta es que cada cerebro responde de forma única a la música. Según investigaciones de Daniel Levitin publicadas en This Is Your Brain on Music, (2006) y de Robert Zatorre (McGill University), un neurocientífico cognitivo cuyo laboratorio estudia el sustrato neuronal de la cognición auditiva, nos indican que en dos habilidades complejas y típicamente humanas como el habla y la música, las diferencias en la estructura y conectividad cerebral determinan por qué unos disfrutan una sinfonía y otros un ritmo urbano.
La neurociencia nos explica que el sistema límbico (centro de las emociones) se activa con las melodías intensas o nostálgicas, que el cerebelo y la corteza motora responden con entusiasmo al ritmo y al movimiento. Y que el núcleo accumbens, asociado con el placer, libera dopamina, la misma sustancia que interviene en el amor o el enamoramiento. “La música es un atajo biológico hacia el placer emocional.”
Personalidad y música: el eco de quiénes somos
Tu tipo de música favorita dice mucho sobre ti. Estudios de Rentfrow y Gosling (The Do Re Mi’s of Everyday Life, 2013-2022) establecen una relación directa entre rasgos de personalidad y preferencias musicales en Estados Unidos, asociando comportamiento reflexivo y complejo con el Jazz, clásica, blues y folk.
En el gráfico de Peter J. Rentfrow and Samuel D. Gosling de la Universidad Texas podemos asociar a las conductas rebeldes e intensas con música alternativa, y al Rock y heavy metal. Para los optimistas y convencionales, la música preferida es la pop, la country y la religiosa, y las personas rítmicas y energéticas se ubican en la música hip-hop, el rap, soul funk y electronic dance. La música que amamos no solo expresa lo que sentimos: refleja cómo pensamos y cómo queremos vivir.
Nuestra cultura, memoria y emociones serán siempre la banda sonora de la vida porque desde la cuna, la música moldea nuestro cerebro emocional. Los sonidos del entorno infantil —canciones familiares, rezos, fiestas, o nanas— crean huellas indelebles neuronales de placer y seguridad por su alta exposición en nuestra vida (Zajonc, Journal of Personality and Social Psychology, 1968).
Por ello, la música nacional o tradicional genera emoción inmediata ya que activa recuerdos, pertenencia y afecto. Cada canción puede ser una cápsula de tiempo que reactiva memorias autobiográficas. El hipocampo y la amígdala se encienden como si volviéramos a vivir ese instante. La música no solo acompaña nuestra historia, la cuenta con emoción y forma parte de nuestra felicidad.
¿Escuchamos igual los hombres y las mujeres?
Desde el punto de vista neurocientífico, hombres y mujeres procesan la música con patrones cerebrales distintos, aunque el placer que produce suele ser universal. La dopamina, la oxitocina y la serotonina —los neurotransmisores de la emoción y el bienestar— se activan por igual en ambos sexos cuando escuchan música que les gusta. Sin embargo, las rutas neuronales que entran en funcionamiento muestran matices. En estudios con resonancia magnética (Blood & Zatorre, PNAS, 2001; Koelsch, Nature Reviews Neuroscience, 2014), se observa que los hombres tienden a movilizar más regiones analíticas y espaciales, como la corteza parietal y la frontal, mientras las mujeres muestran mayor actividad en áreas límbicas y del hemisferio derecho, asociadas con la empatía y la respuesta emocional. Lo cual sugiere que los hombres tienden a enfocarse más en la estructura, el ritmo o la técnica, mientras las mujeres suelen conectar más con la melodía, la voz y la carga emocional.

No obstante, las diferencias culturales pesan más que las biológicas, mientras que la psicología social y la antropología musical, coinciden en que las diferencias no son absolutas. En sociedades donde se educa emocionalmente por igual a hombres y mujeres, las preferencias se vuelven muy parecidas. Un metaanálisis (North & Hargreaves, Psychology of Music, 2010) halló que las diferencias de gusto musical entre géneros disminuyen en contextos con mayor igualdad educativa y cultural. En cambio, en culturas con roles más rígidos, los hombres suelen preferir géneros instrumentales, rítmicos o asociados al poder como el rock, la música electrónica, y el hip-hop), y las mujeres se inclinan más hacia géneros melódicos y expresivos como el pop, soul, y las baladas. En el fondo, todos buscamos lo mismo. Lo que cambia no es tanto el tipo de música, sino cómo nos conecta con nosotros mismos. Y cuando una canción logra tocarnos de verdad, deja de tener género: se vuelve humana, universal.
La química de los gustos musicales
Las diferencias de gusto también dependen de la neuroquímica individual. Quienes producen más dopamina y oxitocina sienten placer con melodías suaves o armónicas. Las personas que tienen altos niveles de adrenalina o testosterona prefieren ritmos rápidos, fuertes y disonantes. Según Chanda & Levitin (The neurochemistry of music, 2013), “Escuchar música activa los mismos circuitos cerebrales que las recompensas naturales como comida, afecto o logro.” La elección musical puede igualmente entenderse como una autorregulación emocional. De manera que escuchamos lo que necesitamos sentir, sea energía, calma, nostalgia o esperanza.
Música, identidad y conciencia
Cada estilo musical responde a una búsqueda de identidad. El jazz simboliza libertad creativa. El pop, conexión social. La música clásica, armonía interior. El rock, rebelión. La música electrónica, expansión de la conciencia. Ninguna es superior, todas son frecuencias psicológicas con las que la conciencia de cada quien se identifica en distintos momentos de la vida. Desde la psicología, la música es una extensión del cada uno. Desde la espiritualidad, es el modo en que la conciencia se escucha a sí misma. “No hay oídos más sabios que los de esa voz que escuchamos en nosotros. Cada quien vibra en la frecuencia de su conciencia.”
Pensamos que existe una afinación única por cada ser humano. A algunos les conmueve Bach, a otros Billie Eilish o Rubén Blades. No se trata de gusto solamente, sino de resonancia emocional y cognitiva. La música nos elige tanto como nosotros la elegimos. Nuestro cerebro es el instrumento y nuestra vida, su melodía.
La resonancia entre espíritu, cerebro y cosmos
La conciencia humana podría ser una forma de resonancia cuántica del cerebro con los campos de energía universales (Hameroff & Penrose, Physics of Life Reviews, 2014). En esa visión, pensar, sentir y crear música serían manifestaciones de una misma vibración cósmica traducida a escala biológica.
Desde la psicología transpersonal, la música funciona como canal de integración entre lo personal y lo trascendente. Carl Jung ya intuía que el arte sonoro conecta al individuo con el inconsciente colectivo. Hoy lo confirma la neuropsicología, donde observamos que la emoción musical activa regiones asociadas con la empatía, la memoria afectiva y la percepción del sentido vital.
Para nosotros, escuchar música es participar del sonido del Universo. No hay separación entre la vibración del Cosmos y la del humano, porque en ambos casos vibrar es existir. La música se revela entonces como la voz de la conciencia universal manifestándose a través de la materia. El ser humano no crea esa vibración, la interpreta. Como un instrumento sensible, amplifica el canto del Cosmos. Y así, cuando un violín tiembla, cuando un coro entona un himno o cuando un simple tambor marca el compás, el Universo parece reconocerse a sí mismo. Somos, literalmente, frecuencia consciente, la vida hecha sonido.
La vibración de la Conciencia Universal
Al escuchar una melodía que nos emociona, sentimos que algo más grande que nosotros nos está hablando. No se trata solo de placer auditivo, es una conexión ancestral con la conciencia del Todo. El Cosmos está regido por proporciones musicales, y las conciencias se mueven al compás de su armonía. En el Oriente, los sabios enseñaron que el sonido es la forma más pura del espíritu. Incluso hoy, la neurociencia espiritual comienza a estudiar cómo los cantos religiosos o la música para meditar alteran las ondas cerebrales y amplían la percepción. Quizás escuchar música sea una forma de oración sin palabras. Una afinidad vibratoria entre lo humano y lo divino. En ese instante, la frontera entre el cerebro y el Cosmos desaparece, y somos resonancia pura. Y en esa reverberación habita la paz, la alegría, la sensación de sentido.
Del sonido del Cosmos al pensamiento humano
La música desciende a la materia a través del cerebro. El sistema nervioso traduce las vibraciones externas en emoción, memoria y movimiento. En un estudio de PET se observó que la intensidad del placer musical se correlacionaba con el aumento de flujo sanguíneo en regiones del sistema de recompensa, entre ellas el ventral striatum incluido el núcleo accumbens. Al escuchar una canción, se activan regiones de la corteza auditiva, del sistema límbico, del hipocampo y del cerebelo, la dopamina se libera en el núcleo accumbens, y el placer se extiende como una ola eléctrica.
La experiencia musical involucra más regiones cerebrales que cualquier otra actividad humana. (Levitin, Daniel. This Is Your Brain on Music, 2007). O lo que llamaba “la alquimia del sonido” Oliver Sacks.
Para nosotros la música es, literalmente, una arquitectura de la conciencia que integra emoción, cognición y corporalidad en una unidad armónica. Cuando una melodía nos conmueve, no es solo nuestro cerebro quien vibra. Es toda nuestra historia emocional. El ritmo nos recuerda el compás de los latidos de nuestra madre durante la gestación. El tono evoca la voz ancestral del clan, tribu o la familia a la que pertenecemos. Por eso la música no es un adorno cultural, es más bien el espejo acústico de nuestra evolución psicológica.
Psicología de lo que sentimos cuando oímos
¿Qué ocurre cuando una melodía nos hace llorar, cuando un acorde nos reconcilia con la vida? La música nos atraviesa porque se expresa en el mismo lenguaje de la conciencia junto con el de la emoción. Investigadores como Patrik Juslin y John Sloboda han mostrado que la música evoca estados emocionales tan auténticos como los vividos en la realidad.
De esta forma, la tristeza en un adagio de Albinoni, la alegría en una guitarra, la nostalgia en un bolero, no son simples imitaciones, son experiencias psíquicas completas.
Desde la psicología positiva, Martin Seligman y Mihály Csikszentmihalyi explican que la música puede inducir estados de flow: concentración plena, placer y trascendencia.Así, cuando cantamos o tocamos un instrumento, disfrutamos en grado superlativo esta experiencia. En la terapia psicológica, la música actúa como mediadora entre la emoción y la palabra y permite expresar lo que la mente mantiene en silencio. Por otro lado la música calma el sistema nervioso (Porges, Stephen The Polyvagal Theory) y restablece la coherencia entre cuerpo y mente. En suma, la música no solo acompaña la vida: la reordena. Una melodía puede curar lo que el lenguaje no logra decir.
Los otros oyentes: animales y el misterio del canto
Las ballenas “cantan”, las aves trinan, los lobos aúllan al unísono. En todos ellos reconocemos ritmo, tono y estructura. Las aves cantoras (songbirds) tienen repertorios que muestran formas de secuenciación, repeticiones y variaciones que recuerdan estructuras musicales. Pero ¿podemos llamar a eso música? Aquí entran dos dimensiones que los humanos tenemos muy desarrolladas, la intención estética y el simbolismo. En gran parte de los animales, los sonidos “canto”, “trino” o “aullido” cumplen funciones cruciales, tales como atraer pareja, delimitar territorio, alertar de peligro, coordinar objetivos de grupo. Como es el caso de los lobos que aúllan para coordinar manadas o marcar territorio. Estos sonidos, por tanto, tienen un propósito biológico y comunicativo, más que estético. En cambio, el ser humano transforma el sonido en arte, ya que le añade intención estética, sentido y belleza. Esa transformación incluye la reflexión sobre el sonido, el simbolismo, y la intención de evocar emoción, memoria o trascendencia.
¿Dónde está el salto de lo animal a lo humano?
El salto humano implica varias innovaciones como la intencionalidad artística, más allá que solo transmitir información. Interiorizó el sonido porque además de oírlo lo tradujo en melodía. Luego, tuvo una reflexión simbólica porque convierte el sonido en un símbolo, sea éste de lo divino, lo humano, o de lo natural. Poco a poco, el humano descubrió que el ruido del mundo podía volverse una emoción hasta que en cada uno de estos gestos nació la conciencia sonora de la humanidad.
Evidencia científica reciente
Aunque muchos animales muestran vocalizaciones complejas, los estudios más recientes apuntan a que esas vocalizaciones no tienen necesariamente las características que definimos como “música” humana. Una investigación revisa patrones de modulación temporal en el canto animal y encuentra similitudes y diferencias respecto a la música humana (Filippi et al., 2019). Otros trabajos muestran que ciertas aves pueden sincronizarse con ritmo, pero solo en especies muy específicas como los periquitos budgerigars.
En zoo-musicología —el estudio interdisciplinario de música y animales— se documenta que algunos animales pueden imitar sonidos humanos o responder a ritmos como algunos loros, pero eso no implica que su producción esté “pensada” como los humanos producen música con intención poética, o con sentido musical.
Aun así, aunque los animales vibran como parte del Universo por lo que participan en un mundo sonoro y vibratorio, los humanos además lo interpretamos y le otorgamos forma, intención, y arte. La música fue, desde ese momento, el lenguaje más profundo de la conciencia humana.
La música como lenguaje universal de la especie
Ningún idioma, religión o ideología ha unido y compenetrado tanto a la humanidad como la música. Desde los tambores tribales hasta los himnos olímpicos, la música crea identidad y cohesión. Un himno patriótico hace llorar a quien ama su tierra, una nana calma a un niño de cualquier cultura, una misa de Bach o un tambor africano despiertan la misma vibración de asombro y recogimiento. La música sincroniza emociones. Literalmente. Estudios de neurociencia social muestran que las pulsaciones cardíacas y las ondas cerebrales de los músicos o espectadores se sincronizan durante un concierto, además de los aplausos. Cuando un pueblo canta, su historia se organiza, su dolor se libera y su esperanza resuena. La música es, en esencia, una forma colectiva de conciencia. Es el sonido que tiene la conciencia cuando se sabe compartida.
El silencio: La nota invisible
Pero no hay música sin silencio. Entre nota y nota, en ese intervalo breve donde nada suena, habita lo más sagrado: la conciencia. El silencio es la respiración del Universo, el espacio donde la vibración se recoge para volver a nacer. Como enseñó John Cage, incluso el silencio tiene sonido. Como diría un místico, el silencio no es ausencia, es el fondo de la creación. Y quizás allí reside esa verdad de que somos oyentes de un Universo que canta. Somos parte de su coro e instrumentos de una sinfonía universal, porque aunque a veces callamos, aún resonamos. Es el Universo que canta y se expresa a través de nosotros…
Luego de esta lectura, esta noche cuando te acuestes haz silencio un instante. Cierra los ojos. Detrás del ruido cotidiano, el Universo sigue vibrando. Está allí, en el compás de tu respiración, en el murmullo de la sangre, en la oscuridad de la luz apagada. Entonces oye la misma melodía que escucharon tus padres, tus abuelos y los antiguos sabios cuando llamaron a ese sonido la música de las esferas. No necesitas telescopios, ni partituras, basta tu conciencia. Porque escuchar, en su sentido más profundo, es recordar quiénes somos. Y si todo vibra, entonces oír es existir. Escucha… al Universo que canta, y descubrirás que su canción es para ti… Estamos seguros de que te sorprenderás… Si quieres profundizar sobre este tema, consultarnos o conversar con nosotros, puedes escribirnos a psicologosgessen@hotmail.com. Hasta la próxima entrega… Que la Divina Providencia del Universo nos acompañe a todos…
María Mercedes y Vladimir Gessen, psicólogos. (Autores de “Maestría de la Felicidad”, “Que Cosas y Cambios Tiene la Vida” y de “¿Qué o Quién es el Universo?”)
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