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Navidad en Venezuela


Foto: Pixabay

Los tiempos de navidad y de año nuevo son fechas análogas con la alegría, la felicidad y la esperanza. Es común que en la antesala de cada una de esas festividades nos dirijamos a nuestros seres queridos, amigos, e incluso, desconocidos, para desearles dicha y ventura. Sabiendo cómo está la situación actualmente en Venezuela, podrán comprenderme, los que leerán esta crónica, cuando digo que lo menos atinado es proclamar felicidades a un pueblo que vive en una constante zozobra, dentro y fuera de su territorio natal.


No puede estar feliz la madre que tiene a sus hijos lejos de sus alas maternales. Tampoco la abuela que no puede consentir a sus nietos y se debe conformar con verlos, a duras penas, por un aparatico telefónico, cuando, con algo de suerte, tiene posibilidades de conectarse usando las redes sociales en un país en donde nada funciona bien. Es lógico suponer que los mismos sentimientos de nostalgia experimentan esos hijos y nietos que añoran a sus padres y evocan querencias de sus ascendientes mayores.


No puede estar feliz esa madre que trata de mantenerse en pie, mientras atraviesa la desafiante Selva de Darién con el celo propio de una progenitora que lo daría todo por salvaguardar a su cría. Es imposible pedirle que sea feliz el padre que vio cómo se le escapaba de sus manos el amado hijo que terminó arrastrado por las indómitas corrientes que surcan el río Bravo. Imposible ver dibujada una sonrisa entre las comisuras de su boca a los padres de aquel bebé, Yaelvis Santoyo Sarabia, tiroteado en el Mar Caribe en momentos en que, junto a 20 personas, intentaban desembarcar en Trinidad, después de huir de la tragedia que los acorralaba en suelo patrio.


Un pueblo desgarrado por los efectos del destierro de más de 7 millones de venezolanos mal puede estar feliz en momentos en que se desatan tormentas sentimentales que nos abruman, como es natural que ocurra mientras escuchamos villancicos y nos iluminan las luces de los fuegos artificiales. Solo pensar en la familia lejana, en la calle del pueblo en que nacimos, de lo que pueden estar sufriendo nuestros compatriotas, hace de nuestro pecho un patio en donde los corazones danzan incesantemente. Nada fácil para el inmigrante que saca cuentas y no le cuadran los números para enviar la remesa a sus familiares en Venezuela, para juntar la paga de la habitación rentada, al mismo tiempo que lo apremian las tensiones pensando en los trámites del asilo, de los documentos que no terminan de ser formalizados, del trabajo que no consiguen y más aún, de la salud y la educación de sus muchachos.


Cómo se puede estar feliz en un país en donde el sistema de salud esta colapsado y no sabes qué mala suerte le toca a un ser querido al momento de requerir ser atendido como Dios manda. ¿Feliz, en un país en donde no hay agua potable, ni luz ni salarios dignos para poder vivir decentemente? Y que quede claro que la felicidad no está enajenada con la pobreza, porque bastante que supimos de esas realidades en las que en medio de necesidades elementales era posible ser un niño feliz porque, por lo menos, amanecíamos con el calor de la bendición de la madre que nos trajo a este mundo. Éramos felices en medio de carencias porque sobraban las posibilidades de surgir, de estudiar y de crear para poner en marcha emprendimientos, aprovechando las oportunidades que nos facilitaba la vida en libertad y democracia.


Por eso lo que corresponde es pedir fuerzas para no desfallecer en el intento de lograr la libertad de la patria amada. Ese es el petitorio clave que corresponde elevar con la esperanza de ser escuchados. Esperanza y fe para no claudicar, para no rendirnos ante los usurpadores de los poderes que secuestraron las instituciones para convertirlas en los cadalsos en los que ejecutan continuamente los principios que le dan forma y contenido a nuestra democracia ultrajada. Que la alegría que sobrevive en nuestras almas atraiga esa certidumbre e ilusiones con la determinación oportuna para procurar ese regocijo extraviado en medio de la barbarie que oscurece nuestros horizontes.



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