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Lecciones de los ríos para fluir hacia la felicidad


El flujo constante de las corrientes nos enseña cómo vivir


La trayectoria de un río y su paralelismo con la vida humana nos ofrece valiosas lecciones sobre el desarrollo personal y el fluir de nuestras experiencias. Al igual que un río, que nace de una fuente y viaja hacia su destino final en el mar, nosotros comenzamos nuestra existencia con el nacimiento y avanzamos a través de diferentes etapas hacia el final de nuestro camino.

El río, en su trayecto, experimenta cambios y transformaciones constantes. Se encuentra con obstáculos como rocas o barreras naturales, pero tiene la capacidad de adaptarse y, si es necesario, cambiar su curso para superarlos. Esta capacidad de adaptación es también una característica fundamental de la experiencia humana. A lo largo de nuestra vida, nos enfrentamos a desafíos y transiciones que nos obligan a crecer y a desarrollarnos en diferentes aspectos: físico, cognitivo y emocional.

La interacción del río con su entorno es otro aspecto que podemos relacionar con nuestra propia vida. Así como el río se nutre y se ve afectado por los afluentes y las condiciones ambientales, nosotros también somos influenciados por nuestras relaciones y experiencias. Estas interacciones moldean nuestra personalidad y contribuyen a nuestro desarrollo integral.

En última instancia, tanto el río como los seres humanos llegamos a un destino final. La manera en que navegamos por la vida, enfrentando obstáculos y adaptándonos a los cambios, define nuestra trayectoria y el legado que dejamos a nuestro paso y nos invita a reflexionar sobre nuestro propio viaje de vida, resaltando la importancia de la resiliencia, el crecimiento y la adaptabilidad en nuestro camino hacia la realización y el bienestar.



En otro aspecto, el río y el ser humano interactúan constantemente con su entorno. El río alimenta a la flora y fauna que lo rodea, proporcionando sustento y hábitat. Del mismo modo, los seres humanos nos relacionamos con el mundo que nos rodea, estableciendo vínculos sociales, afectivos y culturales. Río y ser humano son parte integral de un ecosistema más amplio y desempeñan un papel en su sostenibilidad y equilibrio. Al avanzar en su trayectoria, el río busca su destino final. Del mismo modo, los seres humanos buscamos un sentido y un propósito en nuestras vidas. Nos preguntamos acerca del significado de nuestras existencias, nuestras contribuciones al mundo y nuestra conexión con algo más grande que nosotros. Finalmente, tanto el río como el ser humano cumplen su destino. Para el río es el mar. Para el ser humano, el final puede ser interpretado de diversas maneras según las creencias y perspectivas individuales. Nosotros lo concebimos como una transformación o una continuidad de vida en otra forma de existencia, siendo quizás nuestro destino un mar cósmico. (“Maestría de la Felicidad”, Pág. 205, 2024).



El estado de “Flujo”

 

El estado de absorción y gratificación en una actividad se refiere a una experiencia en la cual una persona se encuentra completamente inmersa y concentrada en una tarea o actividad, sintiendo un alto grado de satisfacción y disfrute en el proceso. Este estado se conoce también como “estado de flujo” o “flujo”. El concepto fue desarrollado por el psicólogo Mihály Csíkszentmihályi. Según su teoría, el flujo ocurre cuando hay un equilibrio entre el nivel de habilidad de una persona y el nivel de desafío de la actividad que está realizando. El flujo se experimenta cuando alguien se enfrenta a una tarea que es lo suficientemente desafiante como para requerir su atención y habilidades, pero que no es tan difícil como para generar frustración o aburrimiento. Cuando experimenta este estado de flujo, apreciamos una sensación de estar completamente absorto en lo que está haciendo y la persona se siente plenamente comprometida y disfruta de un sentido de control sobre la actividad, lo cual a su vez genera un satisfacción y agrado. Este momento puede ocurrir en una amplia gama de actividades, como el arte, la música, el deporte, los juegos, la lectura, el trabajo creativo o cualquier otra tarea que despierte un alto grado de interés y compromiso.



No nacimos para sufrir sino para ser felices

 

Es válido preguntarse si realmente nacemos para ser felices y entender que sí podemos reprogramarnos para alcanzar ese estado. Cada ser humano tiene la capacidad inherente de buscar y alcanzar la buenaventura. Optar por ello es el primer paso para culminar la realización de nuestro propósito más íntimo y profundo: la mayor felicidad posible.

Algunos credos religiosos o autores argumentan que el sufrimiento es parte de vivir. El filósofo alemán Friedrich Wilhelm Nietzsche razonó que el sufrimiento es una parte esencial de la vida y que la única forma de encontrar la felicidad es aceptar el sufrimiento como una parte natural de la experiencia humana. Las personas recordamos más fácilmente las experiencias relevantes, sean estas negativas o positivas. Lo cual sugiere que poseemos un sesgo de estos acontecimientos. De esta forma, si los momentos de negatividad superan a los positivos, el sufrimiento puede ser más prominente en nuestra experiencia diaria que la felicidad.

Por su parte, la psicología positiva se centra en el estudio de las emociones positivas y el bienestar. Sugiere que los seres humanos tienen la esperanza y un impulso natural que apunta hacia la felicidad.



El propósito de ser feliz

 

La mayoría de la humanidad nos planteamos este dilema desde tiempos pretéritos. Es una pregunta que ha sido debatida a través de los años. Algunos —como nosotros— argumentamos que los seres humanos estamos en la Tierra para ser dichosos y bienaventurados aunque tengamos que trabajar por ello, mientras que otros sugieren que el sufrimiento es el sentido de la vida. Desde que Aristóteles planteó que la felicidad es el objetivo último de la vida humana, en su obra “Ética a Nicómaco”, se ha argumentado que la felicidad es la búsqueda constante de la humanidad y que el propósito final de la existencia es encontrarla.

Lo que no es admisible —en nuestra opinión— es suponer que nacimos para ser infelices o para ser desdichados. ¡No!... Podemos ser felices y alcanzarlo. Habrá, sí, instantes de tristeza, desconsuelo, angustia, de sufrimiento, duelo: de infelicidad, pues. Por ello tenemos que buscar los instantes contrapuestos y multiplicarlos, e ir al encuentro de la alegría, el consuelo, la tranquilidad, el deleite, la satisfacción, la esperanza, y la ventura hasta llegar a nuestro destino de ser felices.

 







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