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La política no funciona en blanco y negro, sino en gris

La política es como un territorio de distintos tonos de gris derivados de consensos logrados con esfuerzo -a veces con el trapo en la nariz pero con la vista puesta en el futuro de la patria. Imagen: IA Copilot
La política es como un territorio de distintos tonos de gris derivados de consensos logrados con esfuerzo -a veces con el trapo en la nariz pero con la vista puesta en el futuro de la patria. Imagen: IA Copilot

Dada la extraordinaria fluidez de los acontecimientos regionales la atención se mantiene centrada en cuál será la decisión definitiva del presidente Trump en el caso venezolano. ¿Invadirá o no? De hacerlo ¿cuál pudiera ser el ámbito de tal acción?


Lo que venimos leyendo y escuchando no permite hacer ninguna predicción informada tanto más cuanto que la impredictibilidad de Mr.  Trump ha revelado ser una muy relevante característica de su estilo de negociación.


Así pues, los medios de comunicación informan que en estos últimos días el presidente ha tenido reuniones con sus más importantes funcionarios y asesores sin que hasta el momento se conozca si ya ha tomado alguna decisión y, de ser el caso, cuál sería esta.


Lo anterior nos recuerda un pasaje del libro autobiográfico Decisions cuyo autor es el expresidente George Bush (h).  En dicho libro relata cuán difícil fue para el primer magistrado de Estados Unidos tomar una decisión que a la vez fuera al mismo tiempo correcta, beneficiosa para su país y entendida o aceptada por el mayor número posible de ciudadanos.


Bush comenta que las disyuntivas que terminan llegando al escritorio presidencial en la Casa Blanca (Oficina Oval) tienen como característica común que: a) son sobre temas importantes, pues de no serlo no llegarían a ese nivel; b) vienen precedidas por los más informados análisis desde todos los ángulos posibles llevados a cabo por los más calificados asesores disponibles para cada caso; c) contienen apreciaciones muy completas acerca del costo/beneficio que implicaría decantarse por una opción o por otra.


Así pues, no deja de ser posible que en las evaluaciones previas puedan haber variables o datos inexactos que a la hora de la decisión promuevan la comisión de errores que, obviamente, pueden ser muy costosos. El caso emblemático es el de la Segunda Guerra con Irak (1991) en la que la mejor información de inteligencia recabada sostenía que el dictador Saddam Hussein disponía de armas de destrucción masiva, lo cual era inexacto. Sin embargo, fue clave para la decisión final de invadir Irak, lo que resultó en una guerra sangrienta, costosa, con consecuencias imprevistas y sin una solución definitiva aun al día de hoy.


Es por ello que Bush afirma que a ese nivel siempre interviene el propio juicio definitivo del jefe del Estado, que en definitiva será el responsable. Es allí cuando, según él, se siente solo ante su conciencia y como responsable final.


A lo anterior se agrega el hecho de que la decisión que se pondera seguramente influirá en la evaluación final de la gestión presidencial, además del pasivo de no complacer a grandes números de ciudadanos con previsibles consecuencias electorales.


Lo anterior conecta con el dilema que afronta Trump en cuyo análisis seguramente debe tener en cuenta: a) ¿es función de Estados Unidos reponer o garantizar la democracia en Venezuela? b) ¿es políticamente conveniente llevar a cabo una acción de fuerza contra Maduro siendo que la aceptación popular de esa variante apenas llega a 29%? c) ¿es deseable para Estados Unidos exponer la vida de sus soldados en un evento que muchos no ven como importante para su vida cotidiana? e) ¿es pertinente comprometer equipos y recursos como los ya desplegados? f) ¿cómo afectará su imagen para las elecciones de medio término que se realizarán en 2026, en las cuales el control de una o ambas cámaras legislativas se debate en márgenes ínfimos en el número de legisladores? g) ¿qué pasa si el evento sale mal (Vietnam) o no termina nunca? (Irak, Medio Oriente, etcétera).


Lo anterior nos tienta a extrapolarlo a la Venezuela de hoy, en cuyo escenario político impera una desmesurada polarización en la que existen quienes desean la sustitución completa y quirúrgica de todo el equipo chavista-madurista hasta quienes favorecen un aterrizaje suave o una transición consensuada de mayor o menor duración y profundidad.


Pulsando los ánimos de hoy, no luce aventurado pensar que cualquiera de las opciones anteriores seguramente no complacería a todos y, para peor, pudieran ser insatisfactorias para amplios sectores. Tal riesgo existe en el actual clima en el que los enconos acumulados contribuyen a nublar el juicio.


No es que sea imposible. Nelson Mandela lo logró en Suráfrica en 1994 a la hora de la abolición del apartheid y Václav Havel lo consiguió en Checoslovaquia (1989), a la hora de sacudirse el yugo soviético que había dominado a su país después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial.


Muy cierto es que en Venezuela somos muy dados a etiquetar y hasta poner en duda las intenciones de Edmundo González Urrutia y María Corina, o evaluar las piruetas de la tal Plataforma Unitaria o los alacranes, o los tibios o los demás clanes cuya convivencia ha peligrado y peligra en un marco de intolerancia irreductible. Solo haber sido testigos del canibalismo que devastó el interinato de Guaidó y las acusaciones o rumores que se esparcen sobre la dupla EGU/MCM no promueven una visión auspiciosa del futuro. Es por ello que en nuestra visión de la política la interpretamos como un territorio de distintos tonos de gris derivados de consensos logrados con esfuerzo -a veces con el trapo en la nariz pero con la vista puesta en el futuro de la patria. ¿Será posible?




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