Israel y Estados Unidos: ¿Estrategia política o religiosa?
- Vladimir Gessen
- hace 4 días
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¿Se están preparando judíos y cristianos para la guerra del Armagedón contra el ejército del “Anticristo”... Aunque esto pueda sonar a una locura de hace mil años, y dados los acontecimientos actuales, nos preguntamos: ¿Esto puede ser posible?... Veamos las evidencias…
El Estado diminuto que influye en gigantes
A simple vista, Israel es un país pequeño. No supera los 25.000 km² y su población está por debajo de los 10 millones. A pesar de ello, su peso en la política exterior de Estados Unidos es inmenso. Desde 1948, año de su fundación, Israel se ha convertido en el principal receptor de ayuda militar estadounidense, el aliado más cercano de Washington en Medio Oriente, y un punto neurálgico en la geopolítica global. Las preguntas son inevitables: ¿por qué la existencia de Israel es vital para Estados Unidos? ¿Qué ocurriría si dejara de existir? ¿Cambiarían los equilibrios de poder en la región? ¿Qué pasaría con los países árabes en el Medio Oriente?... y ¿qué tienen que ver las religiones?
¿Una confrontación religiosa?
Las cruzadas, una serie de campañas militares impulsadas principalmente por la Iglesia y varios reinos cristianos europeos entre 1096 y 1270 tenían el objetivo declarado de recuperar la Tierra Santa —especialmente Jerusalén— del control musulmán, aunque también tuvieron motivaciones políticas, económicas y comerciales. Simbólicamente, las Cruzadas y la situación actual entre cristianos, judíos y musulmanes comparten un mismo núcleo ideológico como es la sacralización del territorio y la convicción de que ciertas tierras —sobre todo Jerusalén y sus alrededores— tienen un valor no solo político, sino divino. En la Edad Media, las Cruzadas se justificaban como una “guerra santa” para liberar los Santos Lugares, sobre todo Jerusalén, que para los cristianos es el lugar de la crucifixión y resurrección de Jesús. Para los Judíos contiene el Monte del Templo, centro espiritual y el lugar del antiguo Templo de Salomón, y para los musulmanes, alberga la Mezquita de Al-Aqsa y la Cúpula de la Roca, lugares sagrados del islam. Hoy, aunque el lenguaje y las alianzas han cambiado, la carga religiosa y alegórica sigue presente. Muchos cristianos evangélicos, sobre todo estadounidenses ven en el retorno de los judíos a Israel el cumplimiento de profecías bíblicas. Los Judíos ortodoxos y nacionalistas consideran que controlar Jerusalén es un mandato divino. Y en el islam se percibe la defensa de Al-Aqsa como un deber religioso y comunitario. Ideológicamente, pareciera que se repite un patrón, la disputa no es solo por poder o territorio, sino por el “derecho divino” a poseerlo, lo que hace que los compromisos políticos sean frágiles y que cualquier concesión se perciba como traición a la fe.
Hoy es legítimo reconocer que, en el conflicto entre Israel e Irán, convergen múltiples factores —económicos, políticos y militares— que pesan de forma determinante en la dinámica de confrontación. No obstante, sería un error minimizar el papel de la religión en esta ecuación. En el caso de Israel, la identidad nacional está profundamente arraigada en su origen bíblico, hasta el punto de que la noción misma del Estado se entrelaza con una misión histórica y espiritual. En Irán, por su parte, el sistema político es una teocracia en la que el jefe de Estado no es un presidente secular, sino un líder religioso supremo, el ayatolá Alí Jamenei, cuya autoridad combina el poder espiritual con el control político absoluto. Por lo que es evidente que la Biblia, la Tora y el Corán están presente en las decisiones políticas de estos países. Esta configuración hace que el componente religioso no solo esté presente, sino que sea extremo y definitorio en la forma en que ambos países conciben su papel en la región y en el mundo. A este panorama se suma un elemento singular en la política estadounidense, como es que el presidente Donald Trump, quien en su discurso y en la percepción de parte de su base, ha llegado a presentarse —y ser visto por sus seguidores— como un enviado de Dios para “salvar” a Estados Unidos, lo que añade otra capa de simbolismo y carga ideológico-religiosa al ya complejo tablero geopolítico.
Por otro lado, la profecía según Juan en el Nuevo Testamento sobre la guerra del Armagedón, unido a la posesión de Jerusalén por parte de Israel, son claves dentro del imaginario bíblico que alimenta el apoyo ferviente de millones de cristianos en Estados Unidos al Estado de Israel. Este respaldo no es meramente simbólico. Ha tenido implicaciones directas en la política exterior estadounidense durante las últimas décadas, y ha sido uno de los pilares ideológicos del alineamiento incondicional con Israel, incluso en contextos de alta tensión global. Se supone que las Iglesias no interfieren en las decisiones de Estado, pero la religión o la creencia que profesa cada persona sí. Tomemos el ejemplo más reciente: Donald Trump: En su ceremonia de reelección del 20 de enero de 2025, Trump declaró: “Fui salvado por Dios para hacer a América grande otra vez… para los ciudadanos estadounidenses, este día es el Día de la Liberación”. Luego, en el discurso ante el Congreso reiteró: “Fui salvado por Dios para ‘Make America Great Again’”, reforzando la narrativa de un propósito otorgado por lo divino. En mayo de 2025, tras un juzgado bloquear los aranceles denominados “Liberation Day”, Trump publicó en Truth Social una imagen suya con la frase: “Está en una misión encomendada por Dios y nada puede detener lo que se avecina”.
Nacionalismo cristiano y proteccionismo religioso
El 6 de febrero de 2025, durante un desayuno nacional de oración, Trump ordenó formar una “task force” contra el “sesgo anticristiano” en el gobierno federal, a cargo de “la primera dama espiritual” Paula White y la fiscal general Pam Bondi. Declaró que protegería la religión cristiana del "radical left" y garantizó defender los valores sociales desde ese marco religioso. Asimismo, la narrativa providencial entre sus seguidores cristianos es notoria: Tras sobrevivir al intento de asesinato en julio de 2024, algunos pastores evangélicos y seguidores interpretaron su supervivencia como una señal de protección divina. Trump lo asumió públicamente, reforzando su rol como un agente escogido por Dios. Además, figuras como Lance Wallnau lo han comparado con un “Ciro bíblico moderno”, referido a Ciro el Grande (Ciro II de Persia) que fue un rey que vivió en el siglo VI a. C. y que, según la Biblia, fue escogido por Dios para liberar al pueblo de Israel del exilio babilónico.
Otros pastores evangélicos, especialmente desde 2016, han señalado que Trump fue “elegido por Dios” a pesar de no ser un cristiano ejemplar. Sin embardo señalan que Trump cumple un propósito providencial ya que defiende a Israel. También , el actual presidente ha nombrado jueces conservadores que restringen el aborto y refuerzan los valores tradicionales. Al mismo tiempo de que respalda al cristianismo como identidad nacional estadounidense.
Entre los que han popularizado esta idea están además de Wallnau, autor del libro God’s Chaos Candidate, Paula Michelle White‑Cain (nacida en 1966, en Tupelo, Mississippi) que es una televangelista carismática y defensora del “prosperity gospel”, ampliamente conocida por su largo vínculo con Donald Trump. Fue líder de la New Destiny Christian Center en Florida y, desde 2016, consejera espiritual del magnate republicano. En marzo de 2025 fue designada oficialmente como directora del White House Faith Office, oficina creada por Trump mediante orden ejecutiva para coordinar la relación entre la Casa Blanca y los líderes religiosos. También Mark Taylor, exbombero afirmó haber recibido una “profecía” en 2011 sobre la presidencia de Trump. En 2017 publicó The Trump Prophecies: The Astonishing True Story…, un relato sobre sus visiones y predicciones cumplidas hasta ese momento.
Sí, definitivamente en sus mandatos, Trump ha reforzado consistentemente la narrativa de que su presidencia tiene un propósito trascendental, divino. Desde proclamarse salvado por Dios hasta usar redes sociales para transmitir un mensaje de inevitabilidad divina, su discurso político está profundamente imbricado con una cosmovisión que fusiona política, religión y predestinación, y buena parte de la extensa comunidad cristiana en los Estados Unidos lo cree así, y usan el lema: “Making Israel stronger and her people safer”.
La profecía del Armagedón
En el libro del Apocalipsis (Revelación), capítulo 16, versículo 16, se menciona una batalla final en un lugar llamado Armagedón, en la que se enfrentarían las fuerzas del bien —Jesucristo y su ejército celestial— contra las fuerzas del mal —el Anticristo, la Bestia y sus aliados— en todo el mundo. Esta visión apocalíptica ha sido interpretada por corrientes evangélicas como una guerra real y próxima, que ocurrirá en el valle de Meguido, situado en el extremo occidental del Valle de Jezreel, al norte de Israel, cerca de la ciudad de Haifa bombardeada por Irán en 2025, y sería el fin de la historia humana tal como la conocemos. Según esta interpretación, para un sinnúmero de cristianos, el restablecimiento del Estado de Israel en 1948 fue el cumplimiento de una profecía clave, y cada conflicto en Medio Oriente —incluidas las guerras con Irán o los palestinos— es visto como un peldaño hacia ese desenlace final. Incluso, existen organizaciones cristianas unidas a favor de Israel que lo indican así.
Adicional a esta creencia, Jerusalén no es solo una ciudad histórica o política, es para millones de evangélicos, la “ciudad de Dios”. La teología apocalíptica sostiene que Cristo regresará a la Tierra y reinará desde Jerusalén durante mil años, según Apocalipsis 20:1-6. Por ello, apoyar a Israel en su control sobre Jerusalén, incluida la Ciudad Vieja y el Monte del Templo, es para estos creyentes cristianos un deber espiritual. Cualquier cesión de soberanía —por ejemplo, a los palestinos— es vista como una traición a los planes divinos. No olvidemos que para interpretaciones cristianas el Viejo Testamento es parte de la Biblia, por lo que lo del “pueblo elegido” no sería solamente el judío, sino abarca a los seguidores de la Biblia que contiene al libro sagrado judío. En corrientes evangélicas, especialmente en Estados Unidos, se promueve la idea de que Dios tiene dos pueblos elegidos distintos pero simultáneos: Israel, los judíos, con un plan terrenal, político y profético, y los cristianos, con un plan espiritual y eterno. Por eso defienden la existencia del Estado de Israel como parte de una promesa divina que aún está en curso.
Tradicionalmente, muchas iglesias cristianas enseñaban la "teología del reemplazo", según la cual la Iglesia cristiana había sustituido a Israel como el pueblo elegido de Dios. Sin embargo, desde finales del siglo XIX, y especialmente en EEUU, se popularizó el sionismo cristiano, una teología que restaura a Israel como el pueblo clave en los planes divinos. Según esta visión, el regreso de los judíos a su tierra es una condición previa para la segunda venida de Cristo. Por esto, apoyar política, militar y económicamente a Israel no es solo un gesto diplomático, sino una colaboración con la voluntad divina.
¿Por qué esta visión es tan influyente en Estados Unidos?
Más del 25% de los estadounidenses se identifican como evangélicos, y dentro de este grupo, el sionismo cristiano es ampliamente aceptado. Líderes religiosos como Jerry Falwell, Pat Robertson, John Hagee y el vicepresidente Mike Pence han promovido estas creencias en la política. Organizaciones como Christians United for Israel (CUFI) cuentan con millones de miembros y tienen acceso directo a congresistas y presidentes.
Durante el gobierno de Donald Trump, esta visión religiosa ha sido decisiva para el traslado de la embajada de EEUU a Jerusalén (2018), que fue celebrado como un acto profético, hasta el bombardeo de EEUU a las plantas nucleares (2025) de Irán. Sí, las creencias religiosas han estado presentes en un buen número de las guerras de la humanidad, y de esta confrontación en particular.
Una relación forjada en la historia, la fe y la estrategia
La alianza entre Estados Unidos e Israel no es solo política, es a la vez cultural, religiosa y emocional. El respaldo estadounidense se consolidó con fuerza tras la II Guerra Mundial, y especialmente después de la Guerra de los Seis Días (1967), cuando Israel demostró su capacidad militar y se convirtió en un muro de contención frente a la expansión e influencia soviética en la región. Pero más allá de lo militar, hay una dimensión ideológica, religiosa ya que el sionismo judío encontró simpatía en el cristianismo evangélico estadounidense, que ve en Israel el cumplimiento de profecías bíblicas. En paralelo, la diáspora judía en Estados Unidos consolidó una influencia notable en los ámbitos político, económico, mediático y académico, contribuyendo al apoyo casi incondicional del Congreso a Tel Aviv.
Israel como “portaaviones terrestre” de Estados Unidos
Desde una perspectiva geoestratégica, Israel funciona como una base de operaciones no declarada de Estados Unidos en el Medio Oriente. Posee tecnología de punta, servicios de inteligencia altamente eficaces como el Mossad, y una ubicación privilegiada para vigilar a Irán, contener a Siria, y contrarrestar la influencia de Rusia y China en la región. La cooperación va más allá de la defensa ya que incluye inteligencia artificial, ciberseguridad, medicina, agricultura y armamento de última generación. Israel prueba sistemas que luego el Pentágono integra, y viceversa. Es por eso por lo que cuando Israel se siente amenazado —ante el programa nuclear iraní—, EEUU actúa no solo como aliado, sino como protector proactivo. El reciente bombardeo a instalaciones iraníes, aunque oficialmente enmarcado como acción preventiva, responde al interés de asegurar la supremacía israelí en la región, y evitar una escalada que ponga en jaque al equilibrio militar, además de no permitir que Irán disponga de armas nucleares.
¿Qué pasaría si Israel dejara de existir?
La hipótesis de un mundo sin Israel crea escenarios perturbadores tanto para Washington como para el equilibrio del Medio Oriente. Si Israel desapareciera —por guerra, colapso interno o presión internacional extrema—, el vacío de poder sería inmediato y profundo lo que significaría que Arabia Saudita, Irán, Egipto y Turquía competirían por el liderazgo regional. El eje chiita —Irán-Hezbolá-Siria— ganaría terreno, debilitando a Occidente. Los acuerdos de Abraham —entre Israel y varios países árabes— se disolverían, y con ellos, la esperanza de una integración económica regional. El prestigio global de Estados Unidos se vería erosionado, mostrando incapacidad para proteger a su aliado más emblemático y la OTAN perdería influencia estratégica en la región. Además, La desaparición de Israel podría generar una carrera armamentista entre países árabes e incluso estimular que otros desarrollen armas nucleares por temor al desequilibrio. También emergencias humanitarias, desplazamientos masivos y una reactivación del yihadismo radical. Un informe de Atlantic Council advierte que, sin Israel, la región perdería un eje de estabilidad. Esto podría potenciar la influencia iraní y debilitar a Occidente frente a nuevos conflictos armamentísticos o vacíos de liderazgo.
¿Qué ocurriría con los países árabes si desapareciera Israel?
Paradójicamente, la existencia de Israel ha servido de elemento cohesionador para muchas naciones árabes que, de otro modo, estarían enfrascadas en disputas internas, sectarias o territoriales. La "causa palestina" ha funcionado como unificador simbólico. Sin Israel, ese enemigo común desaparecería, y podrían emerger con mayor fuerza las fracturas entre sunitas y chiitas, entre monarquías y repúblicas, entre ricos en petróleo y naciones empobrecidas.
Asimismo, Israel ha impulsado indirectamente el desarrollo militar y tecnológico de varios Estados árabes, obligándolos a modernizar sus fuerzas armadas. Su ausencia podría generar un caos o un nuevo ciclo de conflictos entre ellos.
¿Por qué EEUU apoya tan decididamente a Israel
La respuesta es triple: en primer lugar, por interés geoestratégico histórico, dado que Israel protege los intereses occidentales en Medio Oriente y actúa como primera línea de defensa frente a Irán, Rusia y China. Segundo, por la influencia doméstica, gracias al lobby proisraelí —AIPAC, entre otros— que es uno de los más poderosos en Washington, con influencia transversal en demócratas y republicanos.
El tercer punto, es por el vínculo cultural-religioso. Como hemos señalado para millones de cristianos evangélicos estadounidenses apoyar a Israel es una cuestión espiritual y religiosa. Para otros, el apoyo a Israel es un deber moral tras el Holocausto. Incluso, cuando las acciones de Israel —como la reciente ofensiva contra Gaza o los ataques preventivos a Irán— generen rechazo internacional, Washington mantiene su respaldo, temeroso de perder influencia en una región donde la crisis siempre está al acecho.
Un super vínculo que podría cambiar el orden mundial
No podemos olvidar que comenzando este siglo, el 16 de septiembre de 2001, en un momento simbólico de oración y unidad nacional, en la Catedral Nacional de Washington, tras los ataques del 11 de septiembre, el entonces presidente George W. Bush pronunció una frase que causó gran controversia: “Esta cruzada —esta guerra contra el terrorismo— va a durar un tiempo”. y Osama bin Laden, ya había advertido a los fieles islámicos que Occidente tenía la intención de una nueva cruzada para apoderarse de tierras musulmanas. En 1998, apodó a su red de grupos terroristas el "Frente Islámico Internacional para la Yihad contra los Judíos y los Cruzados".
La alianza entre Estados Unidos e Israel ha sido, al mismo tiempo una roca y un volcán, sólida en su compromiso, pero capaz de desencadenar erupciones que sacuden al planeta. Para unos, es el último bastión de estabilidad en una región no solo geográfico, sino también político y moral. Para otros, es el epicentro de un conflicto sin fin, un nudo que ninguna diplomacia ha podido desatar. Israel no es solo un aliado, más bien es la extensión avanzada de los intereses estratégicos de Washington en el corazón del Medio Oriente. Desde sus laboratorios de ciberseguridad hasta sus unidades de élite del Mossad, desde su tecnología agrícola hasta sus sistemas de defensa como la Cúpula de Hierro, la simbiosis con Estados Unidos ha sido tan profunda que ambos países se han convertido en engranajes de una misma maquinaria económica-política y militar.
Esta super-alianza no está exenta de riesgos porque lo que para uno es defensa preventiva, para otro es agresión injustificada. Lo que para un lado es cooperación indispensable, para el otro es dependencia estratégica. La historia nos recuerda que ninguna alianza, por sólida que parezca, es eterna ni incondicional. Si Israel se convirtiera en un detonante incontrolable —poniendo en jaque la seguridad global—, o si Estados Unidos decidiera redefinir su política exterior y su papel en el mundo, el vínculo podría mutar de socio vital a carga estratégica. No obstante, hoy la existencia de Israel sigue siendo vital para EEUU, no solo para la arquitectura de seguridad de Norteamérica sino para el delicado diseño del orden geopolítico de este siglo. Si Israel desapareciera, no quedaría un vacío, sino un torbellino, una carrera armamentista regional, un reacomodo brutal de poder en el Medio Oriente, el colapso de acuerdos frágiles como los de Abraham, y el regreso de un yihadismo envalentonado. El tablero cambiaría, y con él, las reglas mismas del juego global. Por ello, en este ajedrez geopolítico, Israel no es solo una pieza, es, al mismo tiempo, la torre y el rey de un mismo flanco. Y mientras en Washington y Jerusalén se sigan alineando intereses, valores y visiones —religiosas, políticas, económicas y estratégicas— la alianza seguirá marcando el pulso de la región.La pregunta no es si esta relación continuará, sino cuánto podrá resistir la presión de un mundo que cambia más rápido que las alianzas que lo sostienen. Porque si algún día este vínculo se rompe, no será solo una página más en los libros de historia, será el inicio de un capítulo donde el orden que conocemos se derrumbe… y el mundo, una vez más, tenga que aprender a vivir en la incertidumbre, porque en las sombras, lejos de los titulares, otro reloj avanza, el de Irán. La posibilidad de que, en secreto, esta nación complete la producción de armas nucleares no es un simple ejercicio de especulación, sino un escenario que alarma y perturba a los estrategas militares. Un Irán con armas nucleares no solo trastocaría de forma irreversible el equilibrio de poder en el Medio Oriente sino que abriría la puerta a una carrera armamentista sin precedentes y llevaría al límite la determinación —y la cohesión— de la alianza entre Estados Unidos e Israel. Llegado ese momento, ya no se hablaría de disuasión, sino de una cruda ecuación y estrategia de supervivencia, porque en un enfrentamiento nuclear entre Teherán y Jerusalén, el primero que dispare podría ser el único que quede en pie… Allí, en el Armagedón —aunque sea el escenario menos probable según todos los análisis estratégicos— donde la Biblia, en la profecía cristiana de Juan, lo describe como el lugar donde las fuerzas del bien se enfrentarán con las fuerzas del mal en la antesala del fin de la humanidad… una batalla en la que, paradójicamente, nadie sabrá con certeza quiénes son realmente los buenos y quiénes los malos…
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