Como decía mi difunto padre, siguiendo la historia se suelen encontrar respuestas a las circunstancias presentes y futuras, guiado por su consejo, volteo la mirada y me retrotraigo hasta el año 1900, donde el nuevo presidente de Venezuela, Cipriano Castro, ordenó apresar a los banqueros, porque le negaron un préstamo que había solicitado para cubrir deudas de la República. Siguiendo la cartilla de actuación de los autócratas, con la finalidad de sentar un precedente intimidatorio para todos sus adversarios, Castro ordenó a funcionarios del ejército que apresaran a los propietarios de los bancos, en sus oficinas, y los hizo desfilar encadenados por las calles de Caracas.
El general Manuel Antonio Matos, el banquero más poderoso de aquella época se negó a pactar con el gobierno para lograr su libertad, expresando lo siguiente: “¡Dígale a mi mujer que me deje ir hasta el fin de esta brutal infamia con la cabeza alta, como me corresponde a mí y es mi deber hacerlo, porque cuando uno dobla las rodillas una vez, debe seguir doblándolas todo el tiempo!”. Sin embargo, la esposa de Matos y los otros banqueros acordaron la entrega del préstamo y el gobierno los dejó libres. Este hecho que aparentaba no tener mayor relevancia, dejó profundas secuelas y enemistades peligrosas, las cuales se manifestarían posteriormente y fueron la causa de la que se conoció como la Revolución Libertadora.
Este hecho histórico, me sirve como base para reflexionar sobre el reciente intercambio de prisioneros entre Venezuela y USA. En diversos espacios de opinión, he sostenido que sigo creyendo en la autonomía del sistema de justicia americano, el cual vio entorpecida su actuación por una facultad constitucional que recae en la figura del jefe del poder ejecutivo americano. El gran ganador de esta partida de póker fue quien jefatura el régimen venezolano y recordando la frase del general Matos, quien se puso de hinojos fue el presidente americano, creando un grave precedente que presumo podría tener severas repercusiones en el futuro.