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Guerras fratricidas


Pospongamos las ambiciones personales y actuemos responsablemente con la gallardía que el momento exige. Foto: geralt, Pixabay

Dos minutos y cinco segundos dura un video que circula profusamente por las redes cual pieza oratoria de Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba o Rafael Caldera, en sus luchas por la democracia en la segunda mitad del siglo pasado. Dos minutos y cinco segundos discursivos llenos de improperios, soez, indigno de nuestro gentilicio.

Uno supondría que el mensaje, mil veces reproducido, va dirigido a quienes hoy y desde hace casi un cuarto de siglo, despachan desde Miraflores con el objetivo casi logrado de destruir el andamiaje institucional del país a fuerza de represión, persecuciones, delitos de lesa humanidad y saqueo vergonzoso del erario público, en contra del pueblo venezolano. Pero no, el hablante dispara contra uno de tantos líderes opositores ayer excelso y hoy denigrado, en esa molienda contra sí misma que ha caracterizado a buena parte de la oposición venezolana, dentro del país y fuera de él, incapaz de entender que el adversario no está entre nosotros sino frente a nosotros y que es a éste a quien debemos dedicarle nuestra rabia y nuestros reclamos.

Es cierto que nuestros líderes opositores no siempre han estado a la altura del devenir político en este período oscuro de la vida nacional. Su fracaso es el fracaso de toda la oposición, de todos nosotros. Hay un sentimiento general de enfado por metas no logradas, por explicaciones no ofrecidas, por cansonas peleas intestinas, que se traducen en fatiga de quienes estamos en el terruño, golpeados a diario por los avatares de una revolución destructiva, y en desesperanza de quienes han tenido que abandonar el lar patrio, en aras de proteger sus vidas o de sobrevivir.

Uno quisiera ser optimista y pensar que para todos es obvia la necesidad de una lucha unitaria en pro de un cambio que hará posible la andadura del barco del progreso, de la democracia y la libertad; que no valen aventuras unilaterales; que ese 75% de población, que según todas las encuestas está harta del régimen y en busca de una propuesta esperanzadora, va a converger por acción de un liderazgo generoso en una opción unitaria que podría derrotar ampliamente al adversario solo si suma al pote común los porcentajes microscópicos que cada actor está en condición de aportar.

Tenemos ejemplos históricos de desprendimiento y grandeza que concluyeron en períodos de transición hacia la democracia y el progreso, luego de largas y feroces dictaduras. Los Pactos de la Moncloa en España o la Concertación chilena entre partidos ideológicamente antagónicos o localmente, la Junta Patriótica clandestina de URD, AD, PCV y COPEI y el Pacto de Puntofijo en 1958 entre AD, URD y COPEI, son ejemplos de lo que puede lograrse con un mínimo espíritu conciliador que impulse una negociación cuyo fin es superior a los propósitos individuales de las partes.

¿Y qué decir de la experiencia barinesa hace poco más de un año? La unión de todos contra el abuso del régimen hizo viable un triunfo opositor clarísimo, imposible de manipular, en el estado natal del "prócer" del chavismo. Esa victoria ha sido relegada al olvido por los mismos actores de ayer, ahora dispersos irresponsablemente en grupúsculos rivales, cuya derrota en unas elecciones presidenciales estará cantada; para ganar, el régimen solo tendrá que agitar las aguas de nuestra división.

En tales circunstancias, es obvia e imperativa la necesidad de unidad, de un movimiento unitario. Tenemos un adversario común a derrotar y mecanismos para consolidarnos en una plataforma unitaria y una comisión de primarias.


¿Que no estamos de acuerdo en todo? Es verdad, cada cabeza es un mundo. Pero… ¿no nos basta con las piedras que pone el régimen para dificultar el acto de votar? ¿Qué puede ser más importante que la derrota del régimen? ¿Por qué las distintas facciones opositoras dispersas no pueden encontrar un lenguaje mínimo de consenso hacia el objetivo común, como sí lo hicieron los venezolanos del siglo pasado o los barineses de ayer? ¿Será que no hay tal empeño común?

Construyamos a partir de estructuras unitarias, ya en funciones, constituidas por personas honorables, que en afán de romper el nudo gordiano en el que estamos, nos invitan a dialogar, reducir las distancias y lograr ese consenso (tragando sapos, si hiciera falta) que haga factible un país de progreso, en democracia y libertad. Pospongamos las ambiciones personales y actuemos responsablemente con la gallardía que el momento exige. La desunión es el mejor regalo que la oposición hace al régimen para perpetuarlo.

"Estamos olvidando que (…) esta ha sido una patria donde han predominado los largos períodos de gobiernos de fuerza y que, en los interludios de gobiernos democráticos, los distintos sectores políticos se dedicaron a un entredevorarse feroz, caníbal, que concluyó siempre (…) en el establecimiento de un gobierno de fuerza". Hagamos que estas palabras del presidente Betancourt en su mensaje a la nación (13/09/1960), a pocas semanas de un intento de magnicidio en su contra, no se conviertan en profecía cainita.





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