Elogio del aburrimiento
- Máximo Rondón Aguirre
- 7 may
- 2 Min. de lectura

Temido, vilipendiado, evadido: así es el aburrimiento para muchos. Está mal visto.
Hoy en día es muy difícil aburrirse, porque lo que sobra es entretenimiento: redes
sociales, series y películas, música, compras; en definitiva, consumo. Vivimos
abrumados por una avalancha de estímulos y posibilidades que nos generan estrés.
Y, además, está mal visto aburrirse, porque hay que ser productivos: tanto en el
ámbito laboral como en el doméstico. Siempre debemos estar haciendo algo: frente al
ordenador, en la línea de producción, con la escoba en mano, o —en esferas más
intelectuales— con un libro.
Este afán por la acción constante se justifica, en parte, por la idea de que el ocio es
refugio de vagos o desorientados, y muchas veces, fuente de ocurrencias poco
afortunadas. Las primeras reglas monásticas impulsaron la disciplina del “orar y
trabajar”, con el objetivo de recogerse ante Dios y no dar cabida al demonio en las
mentes de los monjes. Siglos después, la Revolución Industrial nos convirtió a todos
en engranajes de una gran máquina de producción en serie.
Pero, en realidad, el mayor temor al aburrimiento es porque nos enfrenta al vacío: ese
que cuestiona, desnuda e interroga. Un espacio que revela la crudeza de una
insatisfacción, ya sea crónica o momentánea. Es cuando te das cuenta de que esa
persona, ese trabajo, esa rutina vital ya no te llenan; de que deseas hacer algo que va
más allá de lo que hoy te limita mentalmente. Un vacío que puede parecer sinónimo
de muerte, pero que también es nacimiento, fuente de todo lo que existe.
Por todo ello, benditos sean quienes se aburren, porque en ellos están las esperanzas
de la creación. Son ellos quienes, al enfrentarse al silencio y al vacío, encuentran la
chispa que enciende la imaginación y despierta nuevas ideas. En ese espacio
aparentemente muerto, lejos del ruido constante y la distracción, florece la reflexión
profunda y la conexión con uno mismo. El aburrimiento, lejos de ser un enemigo, se
convierte así en un aliado imprescindible para el crecimiento personal y colectivo, un
recordatorio de que en la pausa y la quietud se gesta el verdadero impulso hacia el
cambio y la innovación.
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