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El discreto encanto del socialismo


Abrazamos un sano y fundado optimismo respecto a la aparición en Venezuela de un relato de de reemplazo al socialismo. Foto: geralt, Pixabay

En Venezuela existe un gobierno que ejerce el poder en nombre del socialismo. Curiosamente, muchos de quienes combaten a la revolución bolivariana lo hacen en nombre

de las mismas ideas. Desde luego no reconocen al chavismo como el ariete de una auténtica transformación social o que ella sea de carácter socialista. Por eso se niegan a calificar como tal al desempeño de Chávez y de Maduro.


El socialismo, en sus diferentes versiones, ya sea en su forma socialdemócrata, revolucionaria o entendido en su sentido amplio, constituyó el ideario en base al cual se levantaron la mayoría de los proyectos políticos venezolanos durante el siglo XX y también en lo que va de

siglo XXI. El país todavía espera un nuevo consenso cultural e ideológico sustentado en los principios del gobierno limitado, los mercados libres y el respeto a la propiedad privada. Los nefastos resultados del esquema económico que se instaló en la nación desde la estatización

petrolera de 1975, demanda un recambio de ideales y procedimientos.


El problema con el socialismo no es que sea bueno o que sea malo. No concita necesariamente un rechazo moral hacia sus propósitos. El asunto es que ese sistema de

ideas, cuando se pone en práctica, es sencillamente imposible. Constituye un error intelectual. Se basa en la equivocada concepción del valor trabajo, sólidamente

refutada ya desde finales del siglo XIX. Ronald Reagan, expresidente de EE.UU, decía algo muy sencillo: “El socialismo sólo funciona en el cielo, donde no lo necesitan.”


Historiadores muy acuciosos acerca de la vida de Carlos Marx sostienen que, desde la aparición de los trabajos de economía realizados por los austriacos Carl Menger y

Eugen Böhm Von Bawerk , donde exponen su teoría subjetiva del valor, el padre del llamado socialismo científico habría quedado emocionalmente tan devastado, que casi que no volvió en lo sucesivo a publicar nada importante, a pesar de lo prolífica que había sido hasta ese

momento su obra intelectual.


Negarse a admitir la verdadera naturaleza del proyecto político de Chávez y de Maduro, pensar que sus ideas son incoherentes y delirantes, ha sido un craso error de

apreciación de la oposición venezolana que obstinadamente se resiste a entender que se enfrenta a una revolución socialista en el poder, sólo que ésta no tuvo un origen violento, sino electoral, lo que de alguna forma todavía deja espacio para combatirla en el terreno de los votos.


Ya vamos para un cuarto de siglo diciendo que el chavismo representa un régimen autoritario y que la alternativa frente a él es la democracia. No ha sido posible en este esquema tener éxito. Tal vez si entendemos que lo que está planteado en el país más bien es formular el conjunto de ideas que promuevan el cambio hacia un modelo económico, que no destruye riqueza, sino que más bien la fomente, podamos obtener mejores réditos políticos.


Tal vez, en condiciones económicas más confortables, las reformas políticas democráticas que demanda Venezuela puedan encontrar hacia el fututo un terreno más fértil para su desarrollo. Sin embargo, de lo que sí estamos muy seguros es que el socialismo resulta “duro de matar”. Suele resistirse obstinadamente el peso de la evidencia. Tiene un halo místico, constituye un credo, una suerte de religión civil. Posee el discreto encanto que suele pavimentar el camino hacia el desastre.


Tengo una percepción casi intuitiva. En los países en donde se ha desarrollado de manera más virulenta el socialismo del siglo XXI, allí precisamente germinará con más fuerza su némesis ideológica. Justamente en esos sitios en los cuales se cuentan por millones las víctimas depauperadas del estatismo económico, del colectivismo y del avasallamiento a la libertad individual, posiblemente emergerá con enorme impulso la contraoferta al socialismo.

A mi juicio esos países son Argentina y Venezuela.


En las tierras rioplatenses se divisa una luz liberaría muy auspiciosa. Se trata del avance político y electoral de opciones liberales de muy acerada coherencia y solidez. En nuestro país aún se encuentra en pañales un fenómeno semejante, pero creo que es cuestión de tiempo que aparezca con vigor y fortaleza.


No recuerdo quién lo decía, pero comparto el siguiente pensamiento: “soy un hombre lleno de ilusiones, pero no soy un iluso”. Sabemos que las circunstancias políticas y en líneas generales la vida misma, impone restricciones. Por tal motivo abrazamos un sano y fundado optimismo respecto a la aparición en Venezuela de un relato de reemplazo al socialismo.


La lucha cultural se ha venido dando y se ha venido ganado en forma hasta ahora imperceptible. Los agentes emergentes de la transformación política, social y económica para el inmediato futuro, por lo general son muy desconocidos en el inmediato pasado.


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