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¿Diplomacia de ultimátum?

Las potencias ya no negocian, presionan. Ucrania, Taiwán y Venezuela son piezas del mismo tablero donde domina la amenaza del ultimátum.


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El nuevo lenguaje del poder global

 

Cada época tiene su lenguaje del poder. La nuestra, acelerada por algoritmos, guerras híbridas y ciclos políticos frágiles, parece haber vuelto a un idioma primitivo, el del ultimátum. No es casualidad. Las tres potencias que definen la arquitectura bélica del siglo —Estados Unidos, China y Rusia— han abandonado progresivamente la negociación lenta, diplomática, multilateral. En su lugar, usan mensajes de fuerza que dejan poco margen para la ambigüedad. Se trata de un único mensaje: “Acepta nuestra lectura del mundo… o actuaremos.” Esta lógica de que el poder de hacer daño es poder de negociación, está detrás de los movimientos más tensos del momento, a saber, el estancamiento en Ucrania y las presiones a Kiev para aceptar un plan de paz bajo las reglas del tablero ruso. Las operaciones militares de China alrededor de Taiwán, cada vez más diseñadas para probar la determinación estadounidense. Y la advertencia tácita de Washington a Caracas: “o desmontan el sistema criminal, o actuarán otras fuerzas”, con Rusia —y China— pendientes y mirando de reojo. EEUU, China y Rusia se mueven hoy más por la coerción que por la negociación. En todos los casos hay una misma estructura psicológica, la de la convicción de que la fuerza comunica mejor que las palabras.

 

Ucrania: La primera línea del pulso entre Washington y Moscú

 

Ucrania se ha convertido en el escenario donde se miden las líneas rojas reales de los actores. Para Moscú, el mensaje es claro, está dispuesto a consolidar lo ganado cueste lo que cueste. Para Washington, el dilema es doble ya que no puede permitir una derrota total de Ucrania, porque sería una señal de debilidad global. Tampoco quiere un conflicto sin salida, porque lo desgasta interna y geopolíticamente. Por eso se habla cada vez más de un “acuerdo posible”, uno que Ucrania rechaza, pero que Washington ve como inevitable. Aquí aparece un ultimátum silencioso: si Kiev no negocia, la ayuda militar podría disminuir, si negocia, Rusia debe detener la expansión territorial. Así queda demostrado que la conflagración en Ucrania es menos una guerra clásica y más una estrategia de presión prolongada, donde Rusia busca forzar decisiones políticas. Ambos saben que no es una negociación entre iguales, es un choque entre percepciones de poder.

 

Venezuela: ficha de presión cruzada en el tablero mayor

 

Históricamente, América Latina ha sido utilizada como teatro indirecto de competencia entre grandes potencias, especialmente cuando EEUU está presionado en otros frentes. La coyuntura venezolana solo puede entenderse dentro del conflicto mundial. Estados Unidos ha decidido elevar el costo estratégico de lo que denomina un “Estado criminal”, y Rusia ha respondido intensificando su presencia, asesoría, inteligencia y respaldo político —y en alguna medida militar— al gobierno venezolano. Para Washington, Venezuela es una palanca. Para Rusia, un mensaje a EEUU: “No estás solo, si presionas a Ucrania, yo también tengo capacidad de incomodarte en tu propio hemisferio.” Así, la diplomacia del ultimátum opera de esta forma, no se responde en el frente principal, sino en los laterales. Un pulso en Kiev puede generar una maniobra en el Caribe. Igualmente, si China decidiera avanzar militarmente sobre Taiwán —bloqueo naval, cerco aéreo, control de puertos, ciberataque masivo o una “unificación por presión”, EEUU se vería obligado a responder. Pero China no está sola, tiene ahora un aliado político-estratégico —Rusia— que entiende que una presión sobre Pekín es también una presión sobre Moscú. En ese contexto, el Kremlin puede decidir responder… pero no en Taiwán, donde no tiene influencia directa. Respondería donde Estados Unidos sí es vulnerable y no lo puede ignorar porque está en su propio hemisferio. Y ese lugar es Venezuela... aunque el tablero es uno solo.

 

Taiwán: la otra mitad del espejo


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China ha aprendido la lección de Ucrania, la guerra total es demasiado costosa, impredecible y desgastante, incluso para actores con superioridad militar inicial, mientras que el cerco progresivo, en cambio, es eficaz. Por eso avanza con maniobras, bloqueos parciales, simulaciones de invasión y ensayos navales. No cruza la línea… pero se acerca a ella cada mes. El ultimátum chino no necesita palabras: “Taiwán terminará unificado, la única pregunta es si será por convicción, agotamiento o presión.” En el ínterin, los Estados Unidos responde con disuasión, con buques, alianzas, nuevas bases, y propone el rearme japonés. La tensión ya no es táctica, es civilizatoria.

 

La psicología del poder en tiempos de incertidumbre

 

Cuando la historia se acelera, los líderes toman decisiones no desde la estabilidad, sino desde el miedo. Miedo a perder influencia. Miedo a ser percibidos como débiles. Miedo a que el adversario interprete la prudencia como capitulación. Esa es la matriz psicológica del ultimátum, primero se ofrece una salida, luego se amenaza con una consecuencia, y al final se cuenta con que el otro retroceda para evitar el desastre. Pero esta lógica fracasa cuando el otro también está dispuesto a arriesgar. Es el síndrome de la “doble intransigencia”, donde son dos los actores que necesitan proyectar su fuerza al mismo tiempo. De esta manera comienzan las grandes crisis… sin que nadie —realmente— las desee.

 

La diplomacia del ultimátum tiene un defecto fatal.


Es altamente inestable. El riesgo no es la guerra declarada, sino el error de cálculo. En un mundo interconectado, donde un dron equivocado puede desencadenar una crisis, las señales ambiguas se vuelven peligrosas. El mayor desafío del siglo XXI no será evitar guerras totales sino evitar que los errores, las interpretaciones emocionales y los reflejos de orgullo, desencadenen un conflicto que ninguna potencia planificó. La historia demuestra que las guerras importantes no comienzan por la voluntad firme de los pueblos, sino por la suma de malentendidos de alguno de sus líderes. Hoy, más que nunca, necesitamos diplomacia sin amenazas, poder sin humillación y estrategias que entiendan que el planeta es demasiado pequeño para ultimatums… y demasiado vulnerable para errores de cálculo. Porque de alguna manera —detrás de los misiles, los mapas y los discursos— lo que está en juego no es el orgullo de las potencias, sino la vida de millones o del planeta. Ningún imperio, por poderoso que sea, tiene derecho a jugar con ese destino. La diplomacia del ultimátum no es solo un error estratégico, es una traición a la inteligencia humana, que debería servir para evitar el abismo, no para coquetear con él.

Ojalá los líderes que hoy se observan con desconfianza comprendan que la historia no perdona a quienes confundieron firmeza con arrogancia, ni poder con ceguera. Aún podemos elegir otro camino. Pero el Doomsday Clock (reloj del apocalipsis) —ese que no perdona ingenuidades— sigue avanzando.

 

Los escenarios posibles en la diplomacia del ultimátum


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La diplomacia del ultimátum no es un estado estático, es una dinámica que puede evolucionar en varios sentidos, según la percepción de fuerza, la estabilidad emocional de los líderes, y la capacidad de cada potencia para absorber costos. Hoy perfilamos cinco escenarios principales, cada uno con implicaciones profundas para el equilibrio mundial.

 

Escenario 1: La estabilización tensa. Este es el escenario más probable a corto plazo. Las potencias continúan presionando, pero ninguna cruza abiertamente la línea del conflicto mayor. En Ucrania, se avanza hacia un acuerdo imperfecto mediante el congelamiento del conflicto, concesiones territoriales implícitas, y un sistema de garantías ambiguo. En Taiwán, China intensifica bloqueos, ejercicios y presiones económicas, pero sin invadir. En Venezuela, Putin habla por teléfono con Maduro. Moscú mantiene apoyo simbólico y logístico. Mientras, Washington aumenta el cerco financiero y militar, e incautan buques de petróleo sancionados, y Caracas se convierte en territorio de advertencias cruzadas. Este modelo recuerda a la Guerra Fría tardía, con alta tensión, pero presente la contención. A diferencia de la Guerra Fría clásica, hoy hay múltiples actores, múltiples frentes y múltiples factores emocionales, lo cual hace este equilibrio menos estable de lo que parece.

 

Escenario 2: La escalada por error de cálculo. Es el más peligroso y, paradójicamente, el más coherente con la psicología del ultimátum. Cuando los líderes están obligados a “parecer fuertes”, cualquier gesto puede interpretarse como agresión. Aquí el riesgo no nace de la intención, sino del malentendido como un misil interceptado que Beijing considere una provocación. Un ataque ruso táctico interpretado por Washington como expansión ofensiva. Un movimiento estadounidense en el Caribe que Moscú perciba como amenaza directa. Un dron que ingresa donde no debe, una comunicación que no llega a tiempo, un aliado que actúa por iniciativa propia. Las guerras modernas tienen menos que ver con decisiones racionales y más con errores acumulados. Lo trágico es que este escenario podría desatar un conflicto mayor sin que los jefes de Estado realmente lo deseen. Sería el retorno involuntario del “momento Sarajevo” con el choque que nadie quería, pero que precipitó un orden nuevo… y brutal.

 

Escenario 3: La negociación forzada. En ciertas circunstancias, la diplomacia del ultimátum puede llevar a un punto de saturación donde alguna potencia decide que el costo de seguir tensando es más alto que el de pactar. Frente a un orden mundial cada vez más fragmentado y a la necesidad de gestionar crisis como las de Ucrania, Taiwán y Venezuela, Washington ha considerado —en diversos foros académicos y diplomáticos— la posibilidad de buscar mecanismos más amplios de diálogo que incluyan a potencias como Rusia y China, no necesariamente como aliados tradicionales, sino como contrapartes inevitables en el manejo de riesgos globales Estados Unidos, agotado por frentes múltiples, podría buscar un acuerdo global que incluya a Rusia y China para “estabilizar el siglo”. Rusia, si percibe límites en su capacidad económica y militar, podría aceptar un armisticio más estructurado en Ucrania. China, si sufre un impacto económico profundo, podría optar por una reunificación lenta con Taiwán, más política que militar, y Venezuela, ante presiones simultáneas, podría convertirse en moneda de intercambio en un paquete más amplio de desescalada. Este escenario es posible, pero requiere algo, un poco escaso en el panorama geopolítico contemporáneo, ya que requiere líderes capaces de distinguir firmeza de arrogancia, y realismo de orgullo. En estos años todo dependerá de Xi Jinping, Vladimir Putin y Donald Trump.

 

Escenario 4: La fragmentación global. Consiste en una variante más oscura, donde las potencias no van a una guerra abierta, pero sí a un mundo dividido en esferas de influencia rígidas. Un mundo donde Taiwán viviría bajo un cerco permanente. Ucrania queda congelada en una frontera inestable. América Latina se fragmente entre alianzas contradictorias. África se convierta en campo de competencia feral entre China, Rusia, EEUU, y otros países. Es el retorno encubierto a un “neo-yaltismo”, con el renacimiento de una lógica similar a la de la Conferencia de Yalta (1945) donde las potencias se repartieron el mundo, pero adaptada al siglo XXI, no formal, pero sí real, un planeta parcelado por presiones y amenazas, que no por acuerdos.

 

Escenario 5: El punto de inflexión histórico. Hay épocas en que la geopolítica se reordena de un golpe como en 1815, 1919, 1945, 1991. El siglo XXI podría estar acercándose a otro de estos momentum. Si la diplomacia del ultimátum se vuelve la regla, no la excepción, podríamos estar ante un nuevo sistema internacional de alianzas rígidas. La desaparición del multilateralismo real. El retorno de la ley del más fuerte como principio rector. La emergencia de armas autónomas que reduzcan aún más el control humano. Este escenario sería el preludio de un cambio civilizatorio donde los márgenes para el error son mínimos, y las consecuencias irreversibles.

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Venezuela: el laboratorio hemisférico del ultimátum

 

En este tablero de presiones crecientes, Venezuela se está convirtiendo en el escenario hemisférico donde se proyectan las tensiones externas mundiales que se expresan con fuerza inédita. Estados Unidos ha vuelto a considerar el Caribe como espacio de seguridad nacional —más aún frente al avance ruso— mientras Moscú utiliza su presencia en Venezuela como mensaje estratégico hacia Washington. Este juego de advertencias cruzadas puede desembocar en una intensificación del cerco estadounidense, que combine sanciones, acciones de inteligencia y presión militar indirecta. Asimismo, una mayor “cooperación de Rusia y probablemente de China” para blindar al aliado caribeño de Caracas. En un punto de saturación interna, donde el conflicto entre las potencias abra una ventana inesperada puede surgir una negociación política real en Venezuela. En todos los casos, el país deja de ser un conflicto aislado, y entra de lleno en la lógica global del ultimátum, donde cada gesto local tiene un eco geopolítico que lo trasciende.

 

El cambio desde adentro

 

Otro escenario es que el actual régimen puede cambiar… pero solo bajo ciertas condiciones decisivas. El poder del gobierno venezolano actual se apoya en tres pilares fundamentales: El aparato militar y de inteligencia, un ecosistema ilegal y transnacional (oro, drogas, petróleo, contrabando), y el respaldo estratégico de Rusia, China e Irán, que utilizan a Venezuela como punto de influencia contra EEUU. Mientras estos tres pilares permanezcan alineados, el cambio es difícil… pero no imposible, porque ningún régimen autoritario es estable para siempre. Se desgasta, se fragmenta, o se vuelve demasiado costoso para sus aliados. El escenario más probable históricamente en regímenes autoritarios ocurre cuando las élites del mismo dejan de percibir al líder como garantía de supervivencia. Cuando el costo de sostener el modelo supera los beneficios. O también cuando surge una división entre los “duros” y los “pragmáticos”. En casi todos los autoritarismos de larga duración como el de Pinochet, Fernando Marcos, Fujimori, Mubarak, o los regímenes comunistas soviéticos, el quiebre vino desde dentro. Puede suceder si se combina con una caída acelerada de ingresos, la pérdida de protección de la potencia que lo respalda, como fue en el caso del retiro del apoyo a Marcos Pérez Jiménez en Venezuela, por la presión militar y financiera de la potencia que desea el término de su mandato. Otros factores son la erosión del control territorial por disputas o la pérdida de cohesión dentro de la fuerza militar que sustente a una dictadura. Este escenario no está fuera de la realidad.

 

El cambio desde afuera

 

También existe un escenario provocado por la presión geopolítica externa. En el caso de Venezuela como hemos señalado es parte de un tablero mayor donde juegan Rusia y EEUU, y observa con atención China. Si Washington y Moscú entran en una negociación estratégica por Ucrania, no podemos desconocer que Venezuela podría convertirse en ficha de intercambio, tal como sucedió durante la Guerra Fría con otros países periféricos. Lo cual nos indica tres vías posibles: Una concesión rusa donde Moscú reduce el apoyo operativo a Caracas para obtener beneficios en otros frentes como Ucrania. O un acuerdo tácito EEUU y China buscando estabilidad energética a cambio de la contención bélica contra Venezuela.

 

El ultimátum estadounidense

 

Se hace presente si la presión militar pasa de activa a gradual, con presión financiera, judicial que vuelva el costo del régimen impagable. Este escenario se vuelve más probable mientras más crezca el conflicto global. Aunque el régimen ha demostrado resiliencia económica, el país está en un estado que podríamos llamar “en vías de colapso”, con la probable caída de la producción petrolera por sanciones, o con la intervención de tanqueros, la ruptura de importaciones básicas, el quiebre del dólar paralelo, la implosión del sistema de servicios (agua, luz, salud) y el incremento de la migración masiva que reduzca aún más la base laboral. Estos factores coinciden con tensiones políticas y abre una ventana de cambio. La historia del mundo muestra que las élites autoritarias solo negocian cuando sienten que pierden el control, y solo acontece si convergen la presión internacional coordinada, con garantías para sectores del régimen con una justicia transicional, una oposición cohesionada y una crisis que obligue a buscar salida. Analizando con mi esposa María Mercedes este escenario, pensamos que es posible, pero requiere una diplomacia y presión multilateral efectiva a nivel global, algo que no se ha logrado por la falta de liderazgo de la oposición en el exterior de Venezuela. Quizás, si María Corina Machado —ahora premio Nobel de la Paz— se abocase a ello, podría obtener mejor resultado.


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Qué puede sobrevenir

 

Todo esto nos lleva a considerar la posibilidad de que el régimen no caiga a corto o mediano plazo, mientras tenga el control del territorio por las redes de poder (FAES, colectivos, sindicatos del oro, y guerrillas aliadas del régimen), por el apoyo ruso–iraní–chino, por la desarticulación de la oposición promovida por la represión permanente, la capacidad de adaptación de la economía subterránea e ilegal y el aprendizaje autoritario de años aprendiendo a cómo sobrevivir. No es el escenario deseable, pero sí el que el gobierno autócrata considera más probable, y trabaja diariamente para obtenerlo.

Hoy, con la diplomacia del ultimátum en ascenso global, el escenario más realista sería una combinación de presión geopolítica, desgaste interno y negociación condicionada. No parece que caerán por elecciones obviamente controladas, por protestas, o por implosión repentina, sino por un proceso de reacomodo del poder, producto de presiones externas junto a fracturas internas, que abra una transición controlada. A pesar de ello sí existen posibilidades de cambio porque todo régimen que depende de alianzas externas y economías ilícitas está condenado a enfrentar, tarde o temprano conflictos entre sus élites, el desgaste territorial, poderosas presiones globales, y la toma de decisiones que exceden su capacidad de maniobra. Y lo más importante es que el régimen gobernante no controla las principales variables de este estratégico juego de ajedrez ya que no tiene Torres, ni Reina, Ni Rey, ni Caballos, si acaso un Alfil y algunos peones. Y un régimen que no controla su entorno ni su tablero siempre enfrenta riesgo de sustitución.

Por cierto, recientemente Vladimir Putin dejó filtrar información según la cual había conversado telefónicamente con Nicolás Maduro sobre el apoyo estratégico del Kremlin a Caracas. Sin embargo, Aleksandr Lukashenko, el sempiterno gobernante de Bielorrusia terció en el tablero, e informó públicamente que estaría dispuesto a ofrecer asilo a Maduro si este decidiera exiliarse en ese país. Como es sabido, Lukashenko no daría un paso de este calibre sin la anuencia —o la instrucción— de Moscú. Interpretamos que Rusia, mediante esta señal diplomática indirecta, envió a Maduro un mensaje inequívoco… “just in case”… Si desea darnos su opinión o contactarnos puede hacerlo en psicologosgessen@hotmail.com... Que la Eterna Providencia Universal nos acompañe a todos…

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