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Foto del escritorPedro Elías Hernández

Cuando el destino nos alcance


El petróleo para uso energético, tiene un horizonte cada vez menos auspicioso como fuente de valor económico. Foto: lalabell68, Pixabay

Desde finales del siglo XVIII hasta nuestros días, la humanidad experimentó un conjunto de revoluciones tecnológicas de inmenso calado económico, social y cultural.


Durante ese tiempo se produjeron distintas transformaciones técnicas y científicas. Es interesante resaltar cómo cada una de estas revoluciones reemplazó a la anterior en una secuencia de progreso sin precedentes.


Como bien nos explica la venezolana Carlota Pérez en su libro Revoluciones tecnológicas y capital financiero, en 1771 se inicia la primera revolución industrial y posteriormente en 1825 emerge la era de la máquina de vapor y el ferrocarril. Ya hacia finales del siglo XIX la época

del acero y la ingeniería pesada sustituye al proceso anterior y éste a su vez es reemplazado por la revolución tecnológica del petróleo, el automóvil y la producción en masa que se desarrolla a principios del siglo XX. Luego en los años 70 del siglo pasado, aparece el ciclo de transformaciones tecnológicas impulsadas por la informática, la micro computación y las telecomunicaciones.


Este conjunto de profundos cambios en la ciencia y la tecnología impactan significativamente los procesos productivos, generan importantes modificaciones en la vida de las personas y en la forma en que se relacionan unas con otras.


Sólo pensar que en 1900 (no estamos hablando de hace muchos años si pensamos en la historia de la civilización) no había redes de electrificación, ni vehículos automotores,

ni petroquímica, ni bolsas plásticas, ni penicilina, ni refrigeradores, ni cocinas eléctricas, ni televisores, ni ropa sintética. Igualmente, en los años 50 del siglo XX no conocíamos los cajeros automáticos, las micro computadoras, internet, la medicina nuclear, la fibra óptica

los celulares, la producción robótica, por citar algunos ejemplos. Es decir, hasta hace relativamente poco tiempo, innumerables cosas que no imaginamos cómo podríamos

vivir sin ellas, sencillamente no existían.


Venezuela, como nación y como sociedad, logró insertarse con éxito en aquella primera revolución tecnológica de la pasada centuria (donde el petróleo jugó un rol protagónico)

pero no así en la segunda, la cual todavía está en desarrollo, aunque en proceso de declinación.


La próxima revolución de esta naturaleza y que reemplazará a la que todavía permanece, se estima que estará signada por los avances en la nanotecnología, la biotecnología y la bioelectrónica.


Quedarse rezagada en lo que respecta a su alineación con los cambios productivos y tecnológicos en desarrollo, empezó a crear las condiciones para que nuestro país

mostrara síntomas de franca decadencia ya en la década de los 80 del siglo XX. Países como Corea del Sur, Taiwán, Singapur, China, Costa Rica y Chile, que hace 50 años vivían en el atraso y la pobreza en comparación con la próspera Venezuela, entendieron a cabalidad el recambio tecnológico que estaba en desarrollo y lograron exitosamente cabalgar el proceso.


Los venezolanos nos quedamos anclados a la revolución tecnológica del petróleo, el utomovil y la producción en masa. No pudimos o no quisimos tener el coraje cívico de cambiar y nos aferramos a las antiguallas de principios del siglo XX.


Distintos estudios como La Economía global: perspectivas del milenio realizado por la Organización para el Desarrollo y la Cooperación Económica, indican que el consumo

energético por unidad producida ha venido mostrando una tendencia decreciente en las últimas décadas. La investigación citada pone de relieve que el consumo de combustible de origen fósil para generar un dólar de PIB, será 35% menor en el año 2030, respecto a la cantidad que se requería en el año 2001. En otras palabras, el petróleo para uso energético, tiene un horizonte cada vez menos auspicioso como fuente de valor económico.


No se observa por ninguna parte un debate en el seno de nuestro país en relación a tan crucial asunto y mucho menos el diseño de políticas públicas con las prospectivas correctas que apunten a asumir el desafío de pasar de ser un país mono productor de energía a uno de economía diversificada en armonía con los tiempos que corren.


Vamos directamente a colisionar con una realidad que amenaza con alcanzarnos. Ya no se trata solamente de superar un mal gobierno o a un régimen que confunde los paradigmas con antiguallas. Venezuela, como colectividad, está expuesta a la fuerza de telúricos elementos, a un azaroso giro de eventos que están lejos de nuestro control.


Debemos lidiar con la posibilidad de no permanecer, de ver desdibujarse nuestro perfil nacional y de lo que aun conocemos como venezolanidad.


Vamos camino a convertirnos en una suerte de curiosidad sociológica. La trágica e inminente alternativa de constituirnos en un conglomerado humano de viabilidad dudosa, se asoma con toda su crudeza y truculencia.


Aquella distopía tenebrosa, reflejada en la célebre película de culto Cuando el destino nos alcance, de 1973, protagonizada por Charlton Heston y el legendario Edward G Robinson, podría en efecto alcanzarnos con su largo brazo. Un ejercicio de futurología marca un horizonte venezolano nada auspicioso si obstinadamente insistimos en buscar atajos para esquivar el camino correcto.


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