¿Quién ganará la Casa Blanca después de Trump?
- Vladimir Gessen
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¿Cuáles son las tendencias y los escenarios de lo que va a ocurrir en las elecciones del Congreso en 2026 y en las presidenciales del 2028?... porque definitivamente Trump no puede ser candidato a la presidencia ni a la vicepresidencia.
En política, los nombres importan menos que las fuerzas históricas que los empujan al tope. Pero, al mismo tiempo, la historia no se mueve sola, necesita rostros, biografías, egos, heridas, sueños personales. Los estadounidenses, entre 2026 y 2028, entramos en una fase crítica donde no solo se preguntará qué país queremos ser, sino quiénes serán los hombres y mujeres encargados de conducir esa transición.
Mientras Donald Trump ejerce su segundo mandato con J.D. Vance como vicepresidente —un dato central del tablero actual— el sistema político ya mira hacia el 2028. Y lo que se perfila no es un simple relevo generacional, sino una batalla entre modelos de país, encarnados en liderazgos que representan identidades distintas dentro de cada partido. En el campo republicano, esa pugna se puede sintetizar en una ecuación: “Vance vs. Rubio” y, eventualmente, “Rubio + Vance”. En el campo demócrata, la tensión se expresa en el contraste Whitmer vs. Newsom, con otras figuras orbitando a su alrededor. Veamos un mapa psicológico y político de esos posibles presidenciables y vicepresidenciales.
Escenario 2026: ¿Quién gana el Congreso?
Las elecciones de mitad de mandato de noviembre de 2026 se presentan como un momento decisivo para el equilibrio político de EEUU. Aunque el partido del presidente históricamente pierde escaños en la Cámara de Representantes —la llamada “ley de hierro” de los midterms— la realidad estructural y emocional de 2026 sugiere que podrían confluir varios factores para una sorpresa.
Factores que influyen
El partido que sostiene la presidencia —en este momento el republicano— bajo el liderazgo del presidente Donald Trump, enfrenta la dinámica histórica de pérdidas en mitad de mandato. Un modelo de la LSE estima que los republicanos podrían perder alrededor de 28 escaños en la Cámara si se cumplen los patrones históricos.
Por otro lado, la geografía, el “redistricting” y la competitividad de distritos juegan un papel como determinante único. Un análisis reciente muestra que la polarización geográfica y la reducción de distritos competitivos favorecen a los partidos en el poder, pero también hacen más difícil la reversión rápida.
En el plano del ánimo del electorado, una encuesta de Reuters/Ipsos en noviembre de 2025 indica que los demócratas están significativamente más animados a votar en 2026 que los republicanos, 44% vs 26% entre quienes se declaran “muy entusiasmados”. Otro factor clave es que los republicanos están “jugando a la ofensiva”, identificando 26 distritos como blancos prioritarios para 2026, lo que indica que no solo se preparan para defender, sino a atacar.
¿Cómo se perfila un cambio en el Congreso?
En el mapa de la Cámara de Representantes para 2026 las proyecciones muestran que los demócratas necesitan ganar solo unos pocos escaños para recuperar la mayoría. La web “Race to the WH” estima que los demócratas necesitan voltear apenas 3 escaños para alcanzar la mayoría. Pero ganar esa mayoría exige más que cálculo matemático, requiere que el partido del presidente pierda terreno —lo cual es probable— y que el partido de la oposición canalice eficazmente el malestar, movilice a sus bases, y tenga candidatos competitivos en los distritos bisagra.
Mi lectura parte de que es moderadamente probable que los demócratas recuperen la mayoría de la Cámara en 2026. Las razones son el descontento con la economía, con la inflación, la casi imposible obtención de una vivienda, o de un buen empleo, la falta de entusiasmo relativo entre los republicanos, la ventaja para la oposición en midterms, y los errores tácticos que los republicanos podrían cometer.
La mayoría en el Senado, en cambio, parece menos probable que cambie en 2026, pues el mapa favorece actualmente al partido del presidente. Veamos ahora los factores de riesgo que podrían alterar el resultado. Si la economía entra en pleno auge y se revierte la desaprobación del presidente poco antes de los midterms, la lógica histórica de pérdida podría romperse. Si los republicanos logran entusiasmar a jóvenes, hispanos y afroamericanos podrían reducir o eliminar la pérdida de escaños esperada. Esto es difícil en al caso de los hispanos dada la represión a familiares, amigos o connacionales. Por el otro lado, si los demócratas fracasan en articular un mensaje claro de alternativa, más allá del rechazo al presidente, su ventaja emocional puede diluirse. Los cambios recientes en mapas de distritos en varios estados podrían beneficiar a los republicanos si es que logran capitalizarlos a tiempo.
En suma, en 2026, la Cámara de Representantes tiene una ventana real de cambio hacia los demócratas. Para los republicanos, la estrategia de defensa se convierte en una prueba de resiliencia más que de expansión. Si los demócratas consiguen traducir su entusiasmo en voto efectivo, recuperarían la mayoría de la Cámara. El Senado, sin embargo, es menos probable que se vuelque, lo que llevaría a un Congreso dividido, lo cual abriría el escenario de bloqueo legislativo y conflicto político hasta el 2028. Ganar el Congreso será, pues, uno de los primeros pasos esenciales del ciclo político que culminará con la elección de 2028. Y los psicólogos lo sabemos, una oleada de cambio en la Cámara puede preceder un tsunami de cambio más amplio dos años después.
Universo republicano: Heredar a Trump sin dejar de ser trumpista
El punto de partida será que Trump siga en el centro del escenario. Mientras Trump ocupe la Casa Blanca, cualquier conversación sobre futuros candidatos republicanos pasa, inevitablemente, por él. Es el “gran elector” del movimiento ya que controla la base, influye en la estructura del partido republicano, y marca los límites de lo que es aceptable o no dentro del espacio conservador.
J.D. Vance, hoy vicepresidente, es algo más que un acompañante de fórmula es el heredero ideológico más visible del trumpismo. Su trayectoria —de crítico feroz de Trump a defensor articulado de su proyecto— y su perfil de intelectual-populista lo han llevado a ser considerado por muchos analistas como uno de los posibles protagonistas del relevo republicano. A pesar de ello no está solo en esa carrera…
Tres tipos de herederos en el campo republicano
Desde una mirada psicológica y política, pueden distinguirse tres grupos de posibles sucesores de Trump. Los primeros serían los “coronados”, aquellos que Trump podría mencionar, apoyar o bendecir como sus posibles sucesores. En segundo término, los denominaremos “continuadores naturales”, que serían las figuras que, sin ser orgánicamente trumpistas que representan un conservadurismo compatible con el movimiento. Y de tercero, estarían los “rebeldes apropiadores”, es decir, los dirigentes capaces de hablar a la base y, eventualmente, apropiarse del relato populista, aunque no sean productos directos de Trump, como sería el caso del senador tejano, Ted Cruz, aquel rival formidable que en 2016 desafió a Trump hasta el final y que, pese a los años transcurridos, conserva una base ideológica intensa, y un reconocimiento nacional que ningún otro senador republicano posee. Psicológicamente, Cruz es un líder guiado por la convicción doctrinaria, rígido en principios, cerebral, combativo, con una autopercepción de “paladín constitucional” que lo impulsa a presentarse como guardián del conservadurismo clásico frente a los excesos del establishment y las derivas del populismo. Su discurso no nace del resentimiento ni de la seducción mediática, sino de una arquitectura intelectual que él considera moralmente innegociable. ¿Tiene hoy opciones reales de resurgir? Sí, pero en un escenario específico: si el campo republicano se fragmenta, si Rubio y Vance se neutralizan mutuamente, o si una parte del electorado conservador busca una figura más doctrinal que emocional. Cruz no es la corriente principal del post-trumpismo, pero sigue siendo un actor latente, listo para ocupar cualquier vacío que deje una derecha que, tarde o temprano, necesitará reconciliar sus raíces ideológicas con su nueva identidad populista.
En realidad, hoy quienes cuentan, son los nombres que ha sugerido el propio Trump y son dos: Marco Rubio, senador de Florida, antiguo rival de Trump en 2016, y luego aliado, hoy con un perfil fuertemente geopolítico. y J.D. Vance, actual vicepresidente, símbolo de la “revolución populista” desde la derecha. Entre los que se han barajado pública o extraoficialmente estarían Elisse Stefanik, que representa la lealtad plena a la narrativa MAGA y podría ser vista como heredera simbólica del movimiento en clave femenina. Kristi Noem, con fuerte arraigo en el electorado rural y conservador tradicional y permanentemente en campaña. Ambas, figuras leales al trumpismo, con potencial para encarnar una continuidad femenina del movimiento. Mike Pompeo, ex secretario de Estado, representante del ala más dura en política exterior. Greg Abbott, gobernador de Texas, con fuerte énfasis en migración y seguridad. Tucker Carlson y Vivek Ramaswamy, como exponentes del ala más mediática e insurgente, conectados con el descontento antielite.
En el panorama rumbo a 2028, diversos analistas coinciden en que Ron DeSantis enfrenta un camino complejo para reposicionarse nacionalmente, no por falta de estructura política propia, sino porque dentro del Partido Republicano la influencia determinante sigue siendo la de Donald Trump cuyo respaldo —o la ausencia de él— continúa moldeando el futuro del movimiento conservador. En ese contexto, y sin afirmar que exista una decisión tomada, algunos observadores señalan que no puede descartarse por completo un escenario en el que Donald Trump Jr., adquiera mayor protagonismo, incluso como posible aspirante a la vicepresidencia, especialmente si el expresidente busca mantener cohesionada y bajo su órbita la siguiente generación del liderazgo republicano. Esta posibilidad no implica una predicción, sino el reconocimiento de que la sucesión dentro del trumpismo sigue siendo un factor central para entender las configuraciones futuras del partido.
Rubio vs. Vance
A pesar de que todo puede ocurrir en tres años, pienso que por la posición que ocupan en el presente, y por la densidad estratégica y potencial de fórmula, destacan dos polos encaminados claramente hacia la casa Blanca: Marco Rubio y J.D. Vance, este último con alguna ventaja por su posición vicepresidencial.
Marco Rubio: el conservador institucional
Rubio representa la continuidad del partido republicano. Su biografía —hijo de inmigrantes cubanos, abogado, senador, ex candidato presidencial en 2016 y la relevancia como el hombre destacado en el gabinete del presidente Trump, quien lo ha avalado— lo sitúa como la encarnación del conservadurismo de segunda generación que representa la idea de que Estados Unidos sigue siendo tierra de oportunidades si se preservan ciertos valores tradicionales. Psicológicamente, Rubio es de pensamiento estratégico, disciplinado, poco dado a la improvisación impulsiva. Religioso y guiado por un fuerte sentido del deber. Sensible al orden institucional y a la imagen internacional de Estados Unidos. Desde la política exterior, se proyecta como un halcón clásico, duro con China, Rusia, con Cuba, con Venezuela, con Irán, y alineado —hasta cierto punto— con la OTAN, y defensor de una presencia activa de EEUU en el mundo. Rubio es, en síntesis, el candidato de un país que quiera orden, tradición y estabilidad, más que transformación, y nunca revolución.
J.D. Vance: el insurgente intelectual
Vance procede de otro mundo, el de la clase trabajadora blanca del Medio Oeste, marcada por el declive industrial, la precariedad y la ruptura familiar. Su libro Hillbilly Elegy lo convirtió en cronista de esa América herida, y su salto posterior a la política lo situó como la voz intelectual de la derecha populista. Psicológicamente, Vance es intensamente narrativo, convierte su biografía en manifiesto político. Desconfiado de las élites financieras, tecnológicas y académicas. Partidario de un nacionalismo económico más proteccionista. Escéptico ante compromisos militares extensivos en el exterior. Mientras Rubio mira el mundo desde la lógica del liderazgo global estadounidense, Vance lo ve desde la lógica de la nación que debe proteger primero a su pueblo de la globalización, la desindustrialización y las guerras ajenas. Si Rubio encarna la viabilidad institucional, Vance encarna la identidad emocional del trumpismo.
¿Rivales o fórmula conjunta? El escenario Rubio+Vance
La hipótesis más interesante no es solo que compitan entre sí, sino que terminen compitiendo unidos con una fórmula Rubio+Vance o Vance+Rubio. En términos de psicología política, esa alianza tendría una lógica poderosa porque Rubio aporta la credibilidad institucional, el voto latino, y de moderados y suburbanos. Vance, por su parte aporta conexión con la base populista, clase trabajadora blanca, mundo rural, electorado antiélite. Si ambos decidieran anunciar antes de las primarias un acuerdo público que contemple que sea quien gane la nominación llevará al otro como vicepresidente en la boleta, el mensaje a la base sería claro, unidad del movimiento, y evitarían la confrontación interna, y crea un compromiso de continuidad estratégica más allá de los egos personales. Un pacto así, Trump lo aceptaría y ya señalo que podrían ir juntos: "Tenemos a JD (Vance), obviamente el vicepresidente es genial. Marco (Rubio) también. No estoy seguro de que alguien se enfrente a esos dos. Creo que si formaran un grupo sería imparable", y se presentaría no como un reparto de cargos, sino como un acuerdo moral de unidad conservadora. En términos de estructura de poder y psicología del relevo, el eje entre los actuales vicepresidente y secretario de Estado resume bien el equilibrio del futuro republicano entre el institucionalismo vs. la transformación permanente.
Una salvedad que unificaría este escenario, es que si por razones de salud Donald Trump tuviese que retirarse de la presidencia, antes de las elecciones de 2028, J.C. Vance asumiría la presidencia de EEUU, en cuyo caso la papeleta electoral lógicamente favorecería la reelección de Vance a la presidencia y muy probablemente con Rubio a la vicepresidencia, en este hipotético escenario.
El espejo demócrata y la lucha por el alma del partido
Así como los republicanos parecen oscilar entre Rubio y Vance, los demócratas empiezan a reflejar una tensión análoga en el posible duelo Gretchen Whitmer vs. Gavin Newsom, sin olvidar a figuras como Kamala Harris, Pete Buttigieg o Alexandria Ocasio-Cortez.
Gretchen Whitmer: la pragmática del Medio Oeste
Gretchen Whitmer, gobernadora de Michigan desde 2019, se ha consolidado como una de las figuras demócratas más relevantes del norte industrial. Se presenta como progresista en políticas sociales, pero con fuerte énfasis en empleo, la industria y la clase media. Ha buscado un discurso de cooperación pragmática, incluso frente a medidas económicas de Trump, matizando las críticas a los aranceles cuando estos conectan con el sentir de los trabajadores de su estado. En varias ocasiones ha sugerido que prefiere un papel de apoyo o de construcción de consensos más que una candidatura personal, y declara que no se presentara como candidata a la presidencia en 2028, aunque su nombre reaparece constantemente en listados de contendientes demócratas para ese año. Psicológicamente, Whitmer encarna una regulación emocional alta, un sentido práctico, una capacidad de contención en contextos de crisis, y un liderazgo maduro que prioriza soluciones antes que grandes discursos ideológicos.
Gavin Newsom: el progresismo tecnocrático y mediático
Gavin Newsom, gobernador de California, se ha posicionado ya abiertamente como potencial candidato para 2028, indicando que evaluará una campaña presidencial tras las elecciones de mitad de período. Su perfil combina una imagen poderosa, fuerte carisma y una importante presencia mediática nacional. Posee un discurso progresista en derechos civiles y medio ambiente, aunque con matices en temas culturalmente sensibles —como su reciente postura sobre la participación de personas trans en el deporte femenino— que lo ha diferenciado de sectores más a la izquierda de su partido. Ha destacado su papel cada vez más visible como crítico del estilo de gobierno de Trump, especialmente en lo que considera riesgos para la democracia y el equilibrio institucional. Psicológicamente, Newsom proyecta una alta autoconfianza, una fuerte presencia funcional, en el sentido de proyección hacia el 2028, una visión de futuro asociada a la tecnología y al cambio climático, y una narrativa de “avance o retroceso” civilizatorio.
Otros nombres en el banco demócrata
Un análisis reciente del Washington Post sobre posibles contendientes demócratas para 2028 menciona, además de Whitmer y Newsom, a figuras como Kamala Harris, Pete Buttigieg, Cory Booker, Jared Polis y, en el extremo progresista, la siempre influyente Alexandria Ocasio-Cortez.
Kamala Harris como exvicepresidenta, tiene peso institucional y simbólico, pero con un desgaste significativo en su imagen. Pete Buttigieg, un tecnócrata joven, con perfil moderado y alta preparación, que podría estar posicionándose más hacia 2028 que hacía cargos intermedios. Ocasio-Cortez, aunque sigue sin confirmar aspiraciones presidenciales inmediatas, sostiene una enorme influencia en la agenda de la izquierda demócrata, especialmente entre los jóvenes. En conjunto, el partido demócrata parece debatirse entre un centrismo progresista pragmático —Whitmer, Buttigieg—, un progresismo tecnocrático carismático —Newsom— y una izquierda transformadora y generacional con Ocasio-Cortez y sus aliados.
Whitmer vs. Newsom como reflejo de Rubio vs. Vance
Si reducimos el tablero republicano–demócrata a los cuatro nombres que mejor condensan las tensiones internas de cada partido, aparece una suerte de “cuarteto simbólico”, tendríamos en el partido republicano a Marco Rubio —conservadurismo institucional con sensibilidad geopolítica— y J.D. Vance con el populismo nacionalista y emocional.
En el partido demócrata jugarían Gretchen Whitmer —pragmatismo progresista orientado a clase media y cohesión social— y Gavin Newsom a través del progresismo tecnocrático y mediático, con vocación de liderazgo nacional.
El conservador Rubio y la demócrata Whitmer representarían, cada uno en su partido, la apuesta por orden, moderación y gobernabilidad. Y, el MAGA Vance y el demócrata Newsom representan, cada uno en su organización, la apuesta por identidad fuerte, narrativa transformadora y cambio estructural, aunque en direcciones ideológicas y partidistas opuestas.
En términos psicológicos podríamos decir: Rubio y Whitmer hablan al deseo de estabilidad. Mientras que Vance y Newsom hablan al deseo de transformación.
Escenarios de fórmulas presidenciales y vicepresidenciales
A partir de estos perfiles, pueden imaginarse varios escenarios de boletas presidenciales y vicepresidenciales, siempre en registro hipotético: En el campo republicano se abren dos posibilidades dependiendo quien quede presidente y quien vicepresidente. En la papeleta Rubio–Vance se votaría por el equilibrio entre institucionalismo y populismo, con un pacto público de unidad. En la opción Vance–Rubio por la continuidad ideológica del trumpismo con un contrapeso moderado en la vicepresidencia. Son dos fórmulas alternativas, una con Vance acompañado por una figura más leal al núcleo MAGA o con Rubio optando por un perfil más tradicional e institucional. Cada cual conllevarían el regreso al institucionalismo republicano con Marco Rubio o a una profundización del trumpismo con Vance.
En el campo demócrata
La papeleta Whitmer–Buttigieg sería una fórmula de centro progresista tecnocrático, con fuerte énfasis en reconstrucción del país y gestión eficiente. Y la de Newsom–Whitmer sería una fórmula de alto perfil mediático con equilibrio de tendencias económicas y sociales.
Una eventual fórmula más a la izquierda surgiría si el partido vira hacia una lectura de crisis que exija cambios estructurales más profundos con Ocasio-Cortez a la cabeza. La viabilidad de cada fórmula dependerá de factores que van más allá de la psicología individual, como el desempeño de la economía, el manejo de crisis internas o internacionales, la percepción de seguridad, y, sobre todo, del grado de polarización y de la fatiga social acumulada. María Mercedes, mi esposa, me acota que en todos los casos, todo apunta que en 2028, Estados Unidos podría regresar a la normalidad en política electoral.
Cuatro personalidades para un país en búsqueda de sí mismo
Como estadounidense y psicólogo pienso que Rubio, Vance, Whitmer y Newsom no son solo nombres, son en realidad opciones existenciales que tiene Estados Unidos frente a sí. Porque el electorado estadounidense ahora no vota solamente por programas de gobierno. Vota por personalidades que tengan patrones de conducta que encarnen sus miedos, sus valores, sus heridas y sus esperanzas. Es un país donde la psicología del líder pesa tanto como su plataforma, y donde la elección del rostro importa más que la elección del partido. Debemos recordar que de esto se dieron cuenta Barack Obama y Donald Trump, y por ello, llegaron dos veces a la Casa Blanca. Asimismo, las últimas elecciones a la alcaldía de Nueva York demostraron con mayor claridad que la ciudadanía eligió a la persona que sentía que representaba mejor su identidad, más allá de la etiquetas partidistas o las que le endilgaron sus oponentes —incluso el presidente Trump— de comunista y musulmán. Este hecho confirma que la política estadounidense es en el presente, sobre todo, una batalla de temperamentos antes que de ideologías y de promesas ideológicas. Se busca a alguien en quien se pueda creer y en propuestas concretas que resuelvan los problemas de las personas y de las familias. Por eso, el debate sobre quiénes serán los candidatos presidenciales y vicepresidenciales en la era posterior a Trump es, en realidad, el debate sobre qué rostro queremos ver. Y así, cuando Estados Unidos se acerque al umbral de 2028, no estará eligiendo simplemente a un presidente ni a un vicepresidente. Estará decidiendo qué rostro llevará su ansiedad, qué voz interpretará su cansancio y qué carácter sostendrá su esperanza. Porque un país no se redime con discursos, sino con líderes que representen su conciencia. En esa próxima elección —entre el orden, la revancha, la serenidad o la reinvención— los estadounidenses nos buscaremos a nosotros mismos como quien busca una luz en medio de una tormenta. Y solo entonces, al reconocer en un nombre la posibilidad de renacer, sabremos hacia dónde caminar. Porque al final, la política es eso, es el arte de elegir al ser humano que nos acompañará cuando el país se atreva, por fin, a volver a creer en sí mismo… Si desea darnos su opinión o contactarnos puede hacerlo en psicologosgessen@hotmail.com... Que la Eterna Providencia Universal nos acompañe a todos…
Puede publicar este artículo o parte de él, siempre que cite la fuente del autor y el link correspondiente de Informe 21. Gracias. © Fotos e Imágenes Gessen&Gessen
Apéndice: ¿Puede Trump volver a ser presidente en 2028 mediante alguna “argucia legal”?
La respuesta clara es: NO. La Constitución de los Estados Unidos permite dos mandatos, no necesariamente consecutivos. La 22ª Enmienda establece que nadie puede ser elegido presidente más de dos veces. Por lo que si un presidente ha sido elegido una sola vez, puede volver a competir. Sin embargo, si un presidente ha sido elegido dos veces, no puede volver bajo ninguna fórmula legal, truco, tecnicismo, ni vacío jurídico. No existe ninguna “argucia”, laguna o interpretación que permita una tercera elección. Tampoco puede regresar como vicepresidente para luego asumir. ¿Podría un expresidente con dos mandatos ser vicepresidente y luego asumir la presidencia si renuncia el presidente? La respuesta, según la doctrina constitucional dominante, es no puede ocupar la vicepresidencia si no es elegible para la presidencia porque ajo la 12ª Enmienda, un vicepresidente debe cumplir las mismas condiciones que un presidente. Si no puede ser elegido presidente de nuevo, tampoco puede asumir la vicepresidencia.
Por el otro lado, no existe un mecanismo judicial, administrativo o legislativo que lo pueda permitir. En EEUU no se puede reinterpretar la Constitución a través de decretos, decisiones judiciales creativas o maniobras partidistas para habilitar un tercer mandato. Para ello se requeriría una reforma constitucional, que debe ser aprobada por 2/3 del Congreso, lo que hoy es imposible de lograr y ratificada por 3/4 de los estados. También imposible en el clima político actual.
Desde una lectura psicológica del poder Trump —como figura política y psicológica— siempre busca ampliar su margen de maniobra, pero incluso su estilo transgresor tiene límites. Y este es el límite institucional absoluto descrito en la Constitución y sus enmiendas. Además, intentar forzar un tercer mandato sería políticamente tóxico, jurídicamente inviable y constitucionalmente bloqueado. Trump puede influir, elegir, moldear al sucesor, intervenir como “gran elector” …
Pero no puede volver legalmente a la presidencia una tercera vez. El “trumpismo” puede sobrevivir, pero Trump como presidente, no. Lo que si puede hacer Trump, si su salud se lo permite dada su avanzada edad, es decidir construir un sucesor total, no solo un candidato, sino un heredero emocional. Se convertiría así en un padre simbólico, guía y constructor psicológico de su reemplazo. Ese heredero puede ser Vance, Rubio, Stefanik, su propio hijo Donald Jr., o incluso una figura emergente que hoy nadie imagina. Pero quienquiera que sea, sería percibido como extensión del patriarca, lo cual lo debilitaría.











