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PDVSA: De la esperanza al colapso


El documental honra la memoria de los 18.000 empleados de PDVSA despedidos arbitraria e inmisericordemente. Foto: Archivo 
El documental honra la memoria de los 18.000 empleados de PDVSA despedidos arbitraria e inmisericordemente. Foto: Archivo 

El documental PDVSA de la esperanza al colapso, revela con aguda profundidad y sistemática deconstrucción, la realidad de un espectro que apostó por la destrucción de Venezuela. Aunque en los inicios de la democracia venezolana éste lo intentó infructuosamente, siendo derrotado después en los años sesenta del siglo XX por las Fuerzas Armadas Venezolanas. Atrás había quedado las guerrillas de la ultraizquierda que mataba, asaltaba bancos y dinamitaba oleoductos petroleros. Sin embargo, décadas después, el temido espectro habría de regresar de las tinieblas como un barco fantasmal

conducido por un temible pirata de barba roja, a la consecución de su objetivo preñado de avaricia que lo llevaría a saquear y degradar a Venezuela hasta convertirla en una horrorosa pesadilla.


Al principio del documental, la obertura de las primeras imágenes y una voz acuciosa (de una Venezuela que pareciera que va recordándose asimisma), descorre el relato con certera y deslumbrante puntualidad, desgranando lo que constituyó la construcción del mito fundacional de un país que fue configurando su política, economía y cultura, a partir del oro negro que atesoraba en sus entrañas esa tierra prometida. La esperanza y la prosperidad se anidaba en ello, y también un funesto designio que acechaba entre las sombras: El paradigma de la llamada revolución que había prendido su hoguera en una isla del Caribe, con la figura del pirata tribal arrebatada de incontinencia verbal y delectación por los fusilamientos, rodeada de barbudos que lo celebraban sudorosos, presas de un frenesí eléctrico y criminal. La impronta del quiebre de la historia se había desatado y ningún venezolano iba a poder escapar de ese destino porque el mismo ya había hecho prisionera su alma en un campo de concentración. No obstante diez millones de esas almas escaparían de la tortura, la ejecución, el hambre, la degradación y la tristeza.


Nunca antes se había logrado visibilizar desde el universo artístico venezolano, entre finales del siglo XX y principios del siglo XXI, la naturaleza del mal que se había apoderado de esa tierra de gracia, a través de su corazón energético que le había garantizado su existencia vital con la cual habría de inaugurar su modernidad: PDVSA. Fundada en 1975. Magno aporte de este fabuloso documental de cinceladas imágenes donde confluyen la marea del petróleo con la marea de la sangre derramada. Como ese cuerpo de imágenes del desalojo de las familias de los técnicos petroleros de la refinería el Cardón, que vivían en la comunidad de Los Semerucos, echados de sus casas una madruga por un pelotón de guardias nacionales y colectivos armados, entre los gritos y chillidos de los niños asfixiados por gases lacrimógenos. De su poderosa factura estética que cautiva al espectador, para propiciar en éste una comprensión más sustantiva de la memoria, siempre a riesgo de ser asaltada por el olvido. La música y la fotografía potencian este hallazgo de la narración. Un mérito ganado también por los miembros de PDVSA AD HOC, creada en 2019, impulsadores de esta película, expresión de una historia esculpida ahora en el tiempo del cine que contrapone peso con levedad.


El trazado histórico por donde avanza la narrativa del documental, expone con atinada eficacia, los núcleos dramáticos más determinantes y crueles con los que se instrumentó la destrucción de Petróleos de Venezuela. Para ello, sus realizadores y productores, Thaelman Urgelles y Malena Roncayolo, junto con el magnífico guion de Luis Roncayolo, eligieron como

centro narrativo la polifonía testimonial de las voces de aquellos gerentes que habían conducido a PDVSA hasta convertirla en una de las empresas más importantes y eficiente del mercado de los hidrocarburos del mundo. Así el testimonio es la representación de un protagonista de los hechos que progresivamente converge en una elipsis reveladora, con la que se junta las piezas del caos para poder escapar del mismo. Entonces, el registro tonal de

cada voz, suma la emoción y la desgarradura del testigo y con ello, la del colectivo de esa épica trágica. Destaca entre el testimonio de esas voces, la de Horacio Medina. Con una claridad meridiana y empuje libertario ejemplar. De una personalidad magnética. Pero sencillo y sin egocentrismo. Defiende incansablemente, junto con los demás miembros de PDVSA AD HOC, los intereses de la República de Venezuela representados en la refinería de

CITGO ante la vorágine de aquellos acreedores y litigantes. Honra la memoria de los 18.000 empleados de PDVSA despedidos arbitraria e inmisericordemente desde la pantalla de un televisor, al invocar en la restitución de la democracia venezolana, resarcir sus derechos y la dignidad para con esas víctimas que fueron canibalizadas por el simio de Sabaneta.


El documental logra hacer un levantamiento estructural de lo que significa la naciente de la tragedia venezolana en los últimos veinticinco años, desmontando los secretos ocultos de un plan maquiavélico que se gestó con el fin de posicionar y expandir una aberración ideológica llamada el socialismo del siglo XXI. La reunión a la que es llamado a la Habana el general

Guaicaipuro Lameda (presidente de PDVSA) en ese entonces, con Fidel Castro, nos da la muestra del horror de aquél que fue el verdadero dramaturgo maestro que gestó la conspiración que se había desatado contra Petróleos de Venezuela y el destino del país todo. “Que las ganancias de PDVSA sirvan para mantener en niveles de subsistencia al pueblo venezolano, y el resto de las ganancias, quémelo. Comprando voluntades, conciencia y aliados para el proyecto revolucionario nuestro.” Demandó Fidel Castro en esa insólita escena Shakespereana ante el estupor de Guaicaipuro Lameda. Sin embargo, Guaicaipuro Lameda se resistirá con hidalguía y ética ante las pretensiones de la avaricia totalitaria tropical del pirata barbudo. Pero tal resistencia no fue suficiente porque el poder del estado venezolano ya había sido asaltado por esa caricatura servil de Fidel Castro: Hugo Chávez.


En la óptica del riguroso análisis comparativo, percibimos en el documental, el asomo de dos dibujos caracterológicos de personajes sobre el poder devastador, prefigurados por William Shakespeare: Fidel Castro fungió en esta historia como un Ricardo III, inescrupuloso, sanguinario y sin culpa, porque su conciencia tenía mil lenguas de ferocidad y maldad; y Hugo Chávez, como un Macbeth blando y manipulable, que al saberse cobarde hasta el

tormento, se vuelve despiadado haciendo sonar un silbato ensordecedor, mientras ejecutaba histéricamente las órdenes de su mentor mayor, uno de los genocidios más pavorosos contra un país en medio del desamparo: Venezuela.



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