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Maracay: capital monetaria de Venezuela


El bolívar es una moneda enferma, de la cual huimos como si fuera una peste. Foto: Informe21

Hay una anécdota que cuenta las enseñanzas de un maestro de economía a sus alumnos. Le gustaba el método peripatético y salía a pasear con sus discípulos. Una vez los llevó a la casa de la moneda, lugar en donde se imprimía y acuñaba el dinero de circulación legal. Al llegar al sitio se oyó el ruido de las prensas en plena producción. El maestro les decía; “oigan bien, ese es el sonido de la inflación”.


Yo vivo en la ciudad de Maracay, Venezuela, y con frecuencia transitaba por la avenida Casanova Godoy a la altura de la llamada Hacienda La Placera, paraje que le da sede a la Casa de la Moneda de mi país. A veces me detenía en las proximidades de ese lugar, de acceso difícil y distante para los citadinos. Me imaginaba el sonido de las máquinas trabajando y de la inflación venezolana que allí se generaba. Las actividades de esa dependencia del Banco Central de Venezuela entiendo que están paralizadas o semiparalizadas. Los bolívares ya no se producen físicamente allí, pero desde luego la inflación continúa campante.


En materia monetaria Venezuela sufre una crisis inflacionaria. Los precios de los bienes y servicios suben incesantemente. La moneda pierde valor, capacidad de compra. La inflación tiene como consecuencia el incremento de precios, pero los precios no suben todos al mismo tiempo ni es un fenómeno neutral. Es un proceso desigual. La inflación es un fenómeno donde hay ganadores y perdedores. Es lo que en teoría económica se llama “el efecto

Cantillon”.


Muchos precios suben, pero el último que sube es el precio de la fuerza de trabajo, es decir, el salario. Al subir la mayoría de los precios y no el salario, entonces baja el precio relativo del salario, es decir, baja el salario real, ya que éste se hace más barato en comparación a los otros precios y pierde por consiguiente capacidad de compra. Y el salario real forma parte de los costos del Estado, por lo que la inflación hace que los costos salariales reales del gobierno disminuyan al compararlos con otros costos y así pueda ayudarse para cuadrar sus cuentas fiscales.


La inflación es una trasferencia de riqueza desde los que menos tienen a los que más tienen, desde los asalariados a los empleadores. En Venezuela y en muchas partes es un programa de gobierno mediante el cual el sector público se financia.


Realizando un Trabajo periodístico para la Revista “Criterios”, especializada en materia económica, entrevisté en 1991 al economista Armando León, quien para el momento se había

desempeñado como Director de Cordiplan (Oficina Central de Coordinación y Planificación de la Presidencia de la República). El alto funcionario de manera muy resumida y pedagógica me explicó algo que yo pensé que era muy complejo. Me expuso cómo se diseñaba el presupuesto de la república y su estructura de ingresos y gastos. Textualmente me dijo lo siguiente: “Como el ingreso del gobierno no está relacionado con la actividad económica

interna, especialmente la privada, el Estado se plantea su estrategia de gasto sin considerar el aparato productivo, más que como un eventual beneficiario de ese gasto. Lo que realmente importa para determinar los ingresos es el precio del petróleo y el Estado venezolano no puede hacer mucho para afectarlo. Se trata de determinar el ingreso en dólares que se producirá por las exportaciones de petróleo y la cantidad de bolívares que se requieren para cubrir el presupuesto, el resto es dividir”.


A partir de ese momento entendí cómo funciona monetaria y cambiariamente Venezuela. Los gobiernos tienen ingresos en dólares, gastos en bolívares y el control sobre el precio del tipo

de cambio. Esta formulita contable nos ha arruinado a los venezolanos y ha hecho que el bolívar sea una moneda extinta y haya perdido sus atributos como dinero.


La inflación y la devaluación son dos fenómenos que destruyen nuestro dinero, nuestra capacidad adquisitiva. El dinero es la propiedad privada más democrática, la propiedad privada de los pobres, ya que los sectores más desposeídos casi que solamente tienen como activo económico sus ingresos.


La inflación, específicamente, es un fenómeno netamente monetario. Pero no es propiamente que haya mucho dinero persiguiendo pocos bienes y servicios. A veces se explica mal la cosa. No siempre es la consecuencia de la expansión indiscriminada de la oferta monetaria por parte de los gobiernos para financiar su déficit fiscal. Puede haber inflación incluso sin emitir moneda. Son los llamados efectos diferidos de la inflación.


El asunto grave en el caso de la inflación venezolana presente es la terrible caída de la demanda de dinero por parte del público. Nadie quiere bolívares, los que llegan a nuestras manos inmediatamente los queremos gastar o usar para comprar dólares o convertirlos en un activo que sí sirva como reserva de valor, lo que alimenta la carestía y encarece el tipo de cambio. Es así como se produce una suerte de inflación inercial como consecuencia de no tener una moneda nacional sana, sino enferma, de la cual huimos como si fuera una peste.


Por ejemplo, la cantidad de liquidez monetaria que existe en nuestra economía es el equivalente apenas a 1,42% del valor total del PIB al medir las dos variables en dólares. En

otras palabras, la cantidad de bienes y servicios que producimos en Venezuela tienen un muy bajo nivel de monetización.


Las naciones con alta inflación o inflación crónica, tienden a evitar convertir lo que producen en moneda nacional, debido a que le han perdido confianza y no la demandan. Por eso buscan otras monedas extranjeras (fuga de capitales) o activos para su patrimonio. Las economías prósperas, que crecen, suelen tener más de 70% de su PIB monetizado, lo cual no genera un nivel de inflación preocupante ya que hay una oferta monetaria o un dinero

que inspira credibilidad y por tanto es demandado por la gente. De esta forma la riqueza que se genera es más líquida y circula mejor por la economía.


En nuestro país, las personas no quieren bolívares y el gobierno hostiliza el dólar y tolera una forma de dolarización perversa, informal y poco transparente que evita que la actividad económica se monetice como debe para fomentar que la riqueza circule libremente a través del sistema financiero, lo que impulsaría, el ahorro nacional, el crédito y la inversión.


Para corregir tal deformación monetaria y cambiaria, sería interesante ir a un sistema en el cual cada ciudadano decida libremente en qué moneda quiere tener su riqueza o

qué divisa, activo físico o instrumento de valor quiere utilizar como dinero. Esto nos llevará a un sistema multimoneda o de competencia libre entre monedas, en donde muchos escogerán el dólar. Igualmente, y en paralelo, podemos regresar a un esquema como el que

tuvimos desde 1918 hasta 1975 de caja de conversión perfecta, manteniendo una moneda nacional emitida por nuestro Banco Central, pero con riguroso anclaje y respaldo en divisa extranjera, o en un activo material, que podría ser el oro monetario, aprovechando nuestra

condición de país con enormes reservas auríferas.


Me encuentro en Maracay, capital monetaria de Venezuela, lugar de la Casa de la Moneda. Maracay también fue sede del gobierno y da morada a los restos del venezolano que más defendió el valor de la moneda nacional: Juan Vicente Gómez. Desde aquí, y utilizando a esta ciudad como símbolo, debería partir una cruzada nacional para el rescate del valor de nuestro dinero.


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