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La transición que no se produjo


Eleazar López Contreras, con su llamado a la "calma y cordura" fue clave para la transición a la muerte de Gómez. Foto: Wikipedia

La oposición venezolana, en su conjunto, se ha equivocado. Ha supuesto una superioridad moral que en realidad no tiene frente al régimen chavista, ha errado en la caracterización de la naturaleza de su adversario y no ha levantado un relato político que enganche y movilice a los votantes, es decir, una idea fuerza, que más allá de movimientos tácticos y diseños estratégicos, formule una narrativa de reemplazo a la corriente que ha significado la revolución bolivariana en este casi cuarto de siglo de duración.


El antichavismo como sentimiento, amargamente, hemos descubierto que tiene muchas limitaciones en su eficacia electoral e insuficiente aliento político. Hace falta un

conjunto de ideas fuerzas que conquisten corazones y mentes, como lo hicieron los adecos y Chávez en su momento. Nada más poderoso que una idea de cambio cuando le llega su época, decía sabiamente Victor Hugo.


En marzo de 2013 fallece Hugo Chávez. El régimen que se había levantado a la sombra de su arrollador liderazgo era de carácter personalista. El poder tenía como fuente de legitimidad la popularidad de su líder. Al igual que otros casos similares, la debida obediencia, subordinación y lealtad al caudillo, era una de las bases constitutivas del gobierno. Su muerte se produce en el cenit de su poder, por lo que para entonces, dada la fortaleza de su liderazgo y su relativa juventud (un hombre que no llegaba a los 60 años) no se veía en el horizonte ninguna necesidad de establecer una línea de sucesión. De allí, que al aparecer la

enfermedad que le aquejaba, se tiene que construir sobre la marcha un sustituto para reemplazarlo al frente del proceso revolucionario que lidera y garantizar su permanencia en el tiempo.


Surge así la figura de Nicolás Maduro, a mi juicio la más lógica y conveniente de las que estaban disponibles en esa terrible circunstancia para el chavismo y su continuidad. En

otras palabras, la desaparición física de Hugo Chávez constituía el desafío más exigente que podía tener ante sí la revolución bolivariana.


Hay ejemplos históricos que por su semejanza nos ilustran en perspectiva el momento que vivió Venezuela luego de la muerte del “presidente comandante”. Esta la circunstancia

de la muerte de Francisco Franco en España el 20 de noviembre de 1975. Existía en ese país de Europa una estructura de poder con características personalistas y caudillistas indiscutibles, y aunque el “caudillo por la gracia de Dios” ya murió en ancianidad, su ausencia física suponía siempre un

problema para regímenes de tal naturaleza. El franquismo ciertamente hacía sus esfuerzos para mantenerse en el poder, pero ahora sin Franco, y en la acera de enfrente el bando republicano o antifranquista pensaba que le había llegado su hora luego de décadas de su derrota en la guerra civil. Sin embargo, no fue así, la prudencia, el tino y una visión cabal de conjunto y de su historia permitieron que, lejos de desafiar al franquismo gobernante, la

oposición, ahora con viento a favor, no se precipitara y pactara una transición política pacífica y no traumática, tal y como ocurrió.


Otro ejemplo, es el nuestro, luego de la muerte del general Juan Vicente Gómez el 17 de diciembre de 1935. A pesar de una impaciencia inicial por parte de los jóvenes líderes democráticos de la generación del 28, la poderosa corriente cívica que demandaba reformas políticas en 1936, contuvo sabiamente su impetuosidad y comprendiendo que se abrían tiempos de libertad para Venezuela. De esta forma, pactaron con Eleazar López Conteras cooperar con la línea de sucesión gomecista, para administrar una exitosa transición que fue ejemplar durante 10 años, hasta que se produjo la interrupción del 18 de octubre de 1945, que a la postre significó una larga e innecesaria regresión política que duró una década.


La oposición venezolana en el año 2013, en vez de entender lo que tenía por delante luego de la temprana muerte de Chávez, embistió un trapo rojo y se consumió en sandeces como que si el comandante no había muerto en el hospital militar sino en Cuba varios meses antes, la presunta nacionalidad colombiana de Maduro y cosas por el estilo. Decidió disputar el poder y desafiar la pegada del chavismo, en vez de pactar en ese momento una transición

en el tiempo, como lo hicieron los republicanos en España con el franquismo y los demócratas venezolanos con el gomecismo.


Dicen que la historia no suele dar segundas oportunidades, pero en este caso fue generosa con la oposición en Venezuela. En 2015, luego de su clamoroso triunfo en las elecciones parlamentarias de ese año, tuvo la ocasión nuevamente de pactar un cambio político con el chavismo, pero nuevamente erró en la naturaleza del adversario. En vez de establecer una estrategia para tratar en lo posible de desactivar los resortes autoritarios del régimen, por el

contario los incentivó, con las consecuencias conocidas.


La Coordinadora Democrática y la Mesa de la Unidad Democrática fueron plataformas políticas constituidas para desafiar el liderazgo de Hugo Chávez en el poder. A partir de su fallecimiento, no se comprendió que era equivocado mantener las mismas premisas anteriores y no intentaron reconvertirse a propósito de los nuevos escenarios. Hoy, según dan cuenta los sondeos de opinión, 80% del país rechaza al gobierno, pero también a la oposición y le gustaría que un nuevo presidente en 2024 no provenga del chavismo, ni sea opositor.


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