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La torre de Spaghettis de Marta Minujín

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En Buenos Aires el arte tiene hambre. Y cuando Marta Minujín tiene hambre, cocina monumentos. El pasado sábado 8 de noviembre, durante la Noche de los Museos, la artista

argentina Marta Minujín levantó en la terraza del Centro Cultural Recoleta una escultura que

solo podía salir de su cabeza: una Torre de Pisa hecha con veinte mil paquetes de fideos secos.


Sí, veinte mil. No es una metáfora: son espaguetis de verdad.


Desde lo alto, Minujín gritaba su mantra de siempre —“¡Arte! ¡Arte! ¡Arte!”— mientras abajo

se formaban filas eternas de curiosos, turistas, fanáticos y vecinos que querían ver, tocar y,

finalmente, llevarse un paquete a casa. Porque la torre no se conserva: se reparte. Es arte

efímero en estado puro.


La obra se llama Torre de Pisa de Spaghettis y forma parte de la serie con la que Minujín

viene “derrumbando mitos” hace décadas. Esta vez tomó la torre más famosa de Italia

—símbolo de lo eterno, del turismo, de la postal perfecta— y la convirtió en una estructura

que se inclina y se desarma, literalmente, entre manos porteñas.


“Esta torre expresa mucho de lo que quiero decir sobre los grandes mitos”, declaró la artista al presentar la instalación. Su idea: transformar lo monumental en algo cotidiano, reemplazar el mármol por la harina, el mármol por el paquete de Lucchetti o Don Vicente (Marcas de pasta).


Durante la apertura, los visitantes podían recorrer una rampa interior con música y

proyecciones que simulaban el viaje de la torre desde Pisa hasta Buenos Aires. Después, cada uno se llevaba su porción. Logrando una especia de misa pagana con salsa.


El arte efímero según Minujín


Para entender esta torre, hay que mirar su árbol genealógico. Marta Minujín hace del arte una

experiencia compartida y fugaz: lo construye para verlo desaparecer.


Ya lo había hecho en 1979 con el Obelisco de pan dulce, recubierto con diez mil panettones

que luego se repartieron al público.


En 1983, celebrando el retorno de la democracia, levantó El Partenón de libros, hecho con

ejemplares prohibidos durante la dictadura, que también se distribuyeron tras la muestra.

Y en 2011, con la Torre de Babel de libros, construyó una torre de treinta metros con treinta

mil volúmenes en distintos idiomas para celebrar a Buenos Aires como Capital Mundial del

Libro.


En todas, el patrón se repite: materiales populares, participación masiva, demolición festiva. El

arte no queda colgado en una pared: se reparte, se toca, se lleva, se digiere.


La Torre de Spaghettis juega con la frontera entre el arte y lo cotidiano. Es un monumento a lo absurdo y a lo entrañable: la idea de que todo lo que parece eterno puede desmontarse, y que incluso lo sagrado puede cocinarse al dente.


El público no fue un espectador: fue un coautor. Al llevarse un paquete, completaba la obra.

Cada fideo que se fue en una bolsa de supermercado cerró un capítulo de esa torre.



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