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Entre la autocrítica y lo inalcanzable


Nunca alcanzaré a Teresa de la Parra, ni su talento, sensibilidad, cultura ni temperamento. Pero sí puedo reconocerme en su modestia e inseguridad. Image: IA Copilot
Nunca alcanzaré a Teresa de la Parra, ni su talento, sensibilidad, cultura ni temperamento. Pero sí puedo reconocerme en su modestia e inseguridad. Image: IA Copilot

Releer Las memorias de Mamá Blanca, de la insigne escritora venezolana Teresa de la Parra, me llevó a una conclusión incómoda: no me gusta cómo escribo. Cómo puede haber tanta belleza, delicadeza y frescura en una obra que, con tanta facilidad y sin carecer de idealización, nos transporta a la Venezuela de principios del siglo XX. Aquella sociedad rural y pacata, demasiado conservadora para una Teresa nacida en París, pero suficientemente idílica como para sembrar en su alma los recuerdos más tiernos.


Al reflexionar sobre mis propios escritos, me llenan de pudor las opiniones que salpican cada línea. Me siento como si vociferara ideas que responden más a un momento emocional concreto que a la racionalidad de los datos.


Es como una conversación de bar, donde un grupo de colegas habla de todo sin escrúpulos, sin aportar soluciones ni conocimiento profundo. Lo que está bien para compartir unas cervezas, pero no para exponer en una tribuna pública tan saturada de ruido e inconsistencias intelectuales.


Sin embargo, lectores generosos y a veces indulgentes me interpelan y preguntan sobre mi silencio de estos meses: “¿Vas a volver a escribir? ¿Lo has dejado? ¿Has escrito algo y no nos lo has enviado?”. Explico mis razones y me animan a volver. Me recuerdan que no debo imitar a otros, que debo tener mi propio estilo, y que escribir sobre mis opiniones es algo

legítimo. En mi mente, la voz impertinente de “no eres suficiente” y la odiosa comparación con quienes han hecho del ejercicio de la pluma una necesidad del alma, no un simple divertimento, no cesan de insistir. Pero reconozco que las razones de quienes me animan son tan válidas como mis pudores. Por eso, me abro a una nueva temporada de escritos sobre los más diversos temas, cotidianos, inspiraciones que surgen de la conversación con

amigos y compañeros, en el tránsito del día a día.


Nunca alcanzaré a Teresa de la Parra, ni su talento, sensibilidad, cultura ni temperamento. Pero sí puedo reconocerme en su modestia e inseguridad, como reflejan sus cartas al editor colombiano y amigo Carlos García Prada en 1932, donde confesaba un “lirismo innecesario” y una “musicalidad forzada” en las páginas de Ifigenia. A veces, ella tampoco se reconocía y se cuestionaba si su estilo era auténtico o producto de una época. Ni yo me reconozco en mis líneas. Quizás llegue a encontrarme, sin embargo, en el ejercicio de la palabra espontánea, honesta a veces y torpe otras.


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