Drácula va y viene, pero nunca muere…
- Aquilino José Mata
- 16 sept
- 2 Min. de lectura

Han sido incontables las versiones de todo tipo llevadas al cine de Drácula, el mítico vampiro creado por el escritor irlandés Bram Stoker, en su novela de 1897. Bien sea tomándolo como personaje central o secundario para contar algo más, y a veces hasta reinventando su historia, como acaba de hacerlo el director francés Luc Besson en Drácula: una historia de amor, al alejarla del terror tradicional para convertirla en un forzado y poco afortunado relato romántico. Este personaje ha dado para esto y mucho más, cinematográficamente hablando.
Nosferatu, el vampiro (1922), fue la primera película basada en la novela de Bram Stoker. El director de la cinta, el germano F. W. Murnau, al no disponer de los derechos de la obra, tuvo que modificar los nombres de sus protagonistas, así como su aspecto. Drácula pasa a ser el conde Orlok, el vampiro Nosferatu, y la trama no sucede en Londres sino en Wisborg, una ficticia ciudad de Alemania. Aún con estos cambios, el filme fue recibido entusiastamente y ha quedado como una de las piezas más importantes del cine de aquella época, además de situarse entre las películas de culto más populares.
Pasaron casi diez años para que se produjera una nueva adaptación del libro de Stoker. Hablamos de Drácula (1931), dirigida por el estadounidense Tod Browning. Al contar con todos los derechos de la novela, pudo rodar una versión mucho más acorde con la historia original. Sin embargo, para muchos seguidores de la obra del escritor irlandés, se trata más que todo de una precuela, con lo cual el mito de Drácula termina desvirtuándose un poco. El encargado de encarnarlo fue el húngaro Bela Lugosi, quien ya había interpretado al vampiro en Broadway. Su interpretación resultó tan celebrada, que muchos la consideran la principal atracción de esta producción, por encima de todo lo demás.
En Drácula (1958) aparece el personaje por primera vez a full color y mucho más fiel al relato original. Los encargados de encarnar al vampiro y al profesor Van Helsing, el cazador de monstruos, fueron Christopher Lee y Peter Cushing. Sus interpretaciones resultaron tan eficaces, al igual que las dosis de erotismo que se le añadieron, que la película permanece como una de las mejores adaptaciones realizadas hasta ahora. El director británico, Terence Fisher, la consideraba una pieza imprescindible de su filmografía.
De Drácula de Bram Stoker (1992), del norteamericano Francis Ford Coppola, estelarizada por un soberbio Gary Oldman, se dice que es la guinda que corona este cuadro de versiones. Reunió a grandes figuras de la actuación, como Anthony Hopkins, Keanu Reeves y Winona Ryder. El resultado fue sencillamente sublime. Supo no solamente respetar la esencia de la novela original, sino también situar al cine de culto en un punto notablemente alto. Estos cinco títulos podrían compendiar una ajustada síntesis de todo lo que en la gran pantalla se ha producido en torno a Drácula, un personaje inagotable que se niega a desaparecer. ¿Lo hará algún día?


