Dogma 95: cuando el cine decidió decir la verdad
- Juan E. Fernández, Juanette

- 23 jul
- 3 Min. de lectura

Hay veces que el cine se siente como un parque de diversiones. Todo es ruido, fuegos artificiales, imágenes perfectas y tramas vacías. No estoy en contra de eso —yo también disfruto un buen blockbuster—, pero hay días donde uno quiere otra cosa. Algo más crudo. Más real. Más humano. Ahí es cuando vuelvo a Dogma 95.
Este movimiento nació en 1995, cuando dos directores daneses —Lars von Trier y Thomas Vinterberg— firmaron un manifiesto con un nombre ruidoso: Dogma 95. Pero más que un manifiesto, era un grito de guerra. Un basta al artificio. Un “no más mentiras”. Porque el cine, decían, se había vuelto una trampa estética: todo era forma, nada fondo.
El corazón del Dogma era el famoso “Voto de Castidad”, una lista de reglas que hoy parecen imposibles pero que en su momento significaron libertad total:
Las 10 reglas del Dogma 95:
1. El rodaje debe realizarse en locaciones reales. No se puede añadir nada
que no esté allí (ni sets ni props).
2. El sonido no debe ser producido separadamente. Solo sonido directo.
3. La cámara debe ser en mano. Cualquier movimiento o quietud debe
seguir a la acción.
4. La película debe ser en color. No se permite iluminación especial o
artificial.
5. No se permiten efectos ópticos ni filtros.
6. No puede haber acción superficial (como asesinatos o armas).
7. No puede haber alienación temporal o espacial. La historia debe suceder
aquí y ahora.
8. No se permiten películas de género (nada de thrillers, westerns, etc.).
9. El formato debe ser 35 mm.
10. El director no debe aparecer en los créditos.
Radical. Loco. Hermoso.
Yo descubrí Dogma 95 cuando estudiaba cine en la Escuela Internacional de Cine y TV en San Antonio de Los Baños, en una época donde pensaba que lo importante era conseguir la mejor cámara, el mejor lente, el mejor presupuesto.
Pero ver Festen o Los idiotas me cambió el chip. Esas películas tenían una fuerza emocional que no venía de lo técnico, sino de lo humano. De mirar al dolor sin filtros. De no embellecer la miseria. De no disfrazar la verdad.
Y hoy, casi 30 años después, me pregunto: ¿no estamos volviendo al mismo dilema, pero desde el otro lado?
Vivimos en una era donde puedes filmar una película con tu celular. Donde una IA puede corregir el color, generar una canción original, o incluso escribir un guion decente. Las barreras técnicas ya no existen. Pero eso no quiere decir que estemos contando mejores historias.
La trampa ahora es otra: hacer que todo se vea perfecto, aunque no tenga alma.
Dogma 95, en su esencia, no era sobre reglas, sino sobre propósito. Sobre no esconderse detrás del estilo. Y esa idea, en este mundo saturado de imágenes "bellas”, me parece más vigente que nunca.
Así que, si quieres meterte en este universo de cine crudo, sin adornos y sin excusas, te dejo acá cinco películas fundamentales del Dogma 95, con sus miserias, sus aciertos y su verdad pelada:
1. Celebración (Festen) – Thomas Vinterberg (1998)
La joya fundacional. Una cena familiar se convierte en un campo de batalla emocional cuando el hijo mayor revela un secreto atroz sobre su padre. Brutal, sin anestesia, sin escape. Uno de esos relatos que te deja incómodo por días.
2. Los idiotas (Idioterne) – Lars von Trier (1998)
Una banda de jóvenes simula tener discapacidades mentales para provocar a la sociedad. Es ofensiva, bizarra y profundamente triste. Von Trier lleva el Dogma al límite de lo soportable.
3. Mifune – Søren Kragh-Jacobsen (1999)
Un ejecutivo huye de la ciudad y vuelve a sus raíces rurales para cuidar a su hermano. Hay humor, ternura y algo muy real detrás de su caos. Más accesible, pero sin perder el espíritu Dogma.
4. La camarera y el ladrón (Italiensk for begyndere) – Lone
Scherfig (2000)
Una comedia romántica... sí, dentro del Dogma. Un grupo de personajes rotos encuentra refugio en una clase de italiano. Cálida, íntima, humana. Demuestra que la belleza también puede ser sencilla.
5. Julien Donkey-Boy – Harmony Korine (1999)
Caótica y experimental. Un retrato de esquizofrenia contado con cámara nerviosa, edición sucia y dolor real. La primera incursión estadounidense en el Dogma, y una de las más desafiantes.
Dogma 95 murió oficialmente en 2005, cuando sus creadores lo declararon “cerrado”. Pero su espíritu está más vivo que nunca. Porque mientras existan historias que necesiten ser contadas sin maquillaje, habrá alguien con una cámara (o un celular) dispuesto a romper las reglas para decir la verdad.
Y eso, en este mundo lleno de filtros.






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