Democracia revocable

El gran pensador austriaco Friedrich Von Hayek decía con mucha propiedad que la democracia como sistema político era susceptible de ser revocada por medio de sus propios
instrumentos institucionales. Citaba el caso emblemático de Alemania ya que Hitler llegó al poder a través de medios democráticos.
Casi dos siglos antes, Thomas Jefferson reflexionaba sobre el tema y con lucidez acuño el apotegma que se le atribuye: “el precio de la libertad es la eterna vigilancia”. En una
lógica de análisis que va en la misma dirección, Ayn Rand decía que “el comunismo y el socialismo persiguen el mismo propósito, esclavizar a las personas, sólo que el comunismo lo hace haciendo uso de la fuerza y el socialismo a través del voto. Es la misma diferencia que existe entre el asesinato y el suicidio”.
No hay duda que las pulsiones liberticidas en el seno de la sociedad son permanentes y poderosas. El mismo régimen de libertades puede permitir que tales tendencias se
canalicen utilizando las formas democráticas para luego, en una suerte de autorevocatorio, ser sustituida por alguna clase de autoritarismo de alta o baja intensidad.
En la historia contemporánea venezolana políticos muy exitosos como Rómulo Betancourt y Hugo Chávez, recurrieron al expediente del cuartelazo armado para llegar al poder. Es curioso que haya sido un civil, como Betancourt, y no un militar como Chávez, quien haya tenido éxito en tales menesteres. Todos conocemos el desenlace del 18 de octubre de 1945 y del 4 de febrero de 1992.
Mucha hipocresía política solapa el hecho de que el llamado “padre de la democracia venezolana”, haya sido un golpista. Ciertamente recapacitó Betancourt más de una década después. Igual hizo Chávez, ya que desechó la ruta cuartelaría y orientó hacia el uso del voto sus esfuerzos para conquistar el poder.
Lo que llama poderosamente la atención respecto al pronunciamiento militar ocurrido hace más de tres décadas es que el sistema político instaurado a partir de 1958 haya sido tan vulnerable ante el primer ventarrón. La clase política de la época, a pesar de estar encabezada aun por dos de sus prominentes fundadores, como lo fueron Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera, no pudo procesar la turbulencia que se le vino encima y el liderazgo de un para entonces desconocido teniente coronel entró en el país como río en conuco.
La frase de Jefferson retumba en nuestros oídos, al igual que las reflexiones citadas de Ayn Rand y Hayek. La democracia, parafraseando a Bolívar, puede ser instrumento ciego de su propia destrucción, por lo que está lejos de ser un fin en sí mismo.