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Con el acuerdo entre Israel y Hamás, Trump está cerca de un gran logro diplomático

Para Trump, el éxito en esta empresa es la prueba definitiva de lo que él mismo ha denominado su objetivo como negociador y pacificador, y un camino hacia el Premio Nobel de la Paz que ha codiciado de forma muy abierta. Foto: Pixabay
Para Trump, el éxito en esta empresa es la prueba definitiva de lo que él mismo ha denominado su objetivo como negociador y pacificador, y un camino hacia el Premio Nobel de la Paz que ha codiciado de forma muy abierta. Foto: Pixabay

El presidente Donald Trump está a punto de conseguir el mayor logro diplomático de su segundo mandato el cese de la brutal guerra entre Israel y Hamás. El pasado miércoles por la noche 8 de septiembre dejó claro que estaba deseoso de volar a Medio Oriente para presidir el alto al fuego y dar la bienvenida a los rehenes que han pasado dos largos años en cautiverio bajo tierra.


Para Trump, el éxito en esta empresa es la prueba definitiva de lo que él mismo ha denominado su objetivo como negociador y pacificador, y un camino hacia el Premio Nobel de la Paz que ha codiciado de forma muy abierta. Casualmente, está previsto que el ganador de 2025 se anuncie apenas unas horas antes de su posible partida para dar su vuelta olímpica en Egipto e Israel.


Muchas cosas podrían salir mal en los próximos días, y en Medio Oriente, eso suele ocurrir. El acuerdo de “paz” que Trump anunció en Truth Social el miércoles por la noche podría parecer más bien otra pausa temporal en una guerra que comenzó con la fundación de Israel en 1948, y que nunca ha terminado.


Pero si Trump logra mantener este acuerdo, si Hamás entrega a sus últimos 20 rehenes vivos este fin de semana, renunciando a su poder de negociación, sería un paso extraordinario hacia el tipo de plan de paz que Trump, y su predecesor, Joe Biden han presionado para lograr, a pesar de muchas desviaciones por caminos oscuros. Y si Trump consigue que el primer ministro Benjamín Netanyahu retire los soldados de la Ciudad de Gaza y renuncie a su plan de hacerse con el control de los restos destrozados de Gaza, si consigue detener la carnicería que ha matado a 1200 personas en Israel y a más de 60.000 palestinos, habrá hecho lo que muchos antes que él intentaron: superar en astucia a un aliado difícil que ahora está aislado.


“Este alto al fuego y la liberación de los rehenes, si se produce, solo se han hecho realidad gracias a la voluntad de Trump de presionar al primer ministro Netanyahu”, dijo Aaron David Miller, de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional, quien a menudo ha criticado los vaivenes de Trump en Medio Oriente. “Ningún presidente, republicano o demócrata, se ha mostrado nunca más duro con un primer ministro israelí en cuestiones tan cruciales para su política o los intereses de seguridad de su país”.


Trump sabe que, por mucho, el mejor logro internacional de su primer mandato fueron los Acuerdos de Abraham, que normalizaron las relaciones entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos y Baréin, los primeros Estados árabes que reconocieron a Israel en un cuarto de siglo. Sudán y Marruecos se sumaron más tarde. Fue el temor a que Arabia Saudita, sede de muchos de los lugares más sagrados de la fe musulmana, estuviera a punto de unirse a esos acuerdos, lo que contribuyó a llevar a Hamás al horror del atentado del 7 de octubre de 2023.

Pero, en muchos sentidos, detener la carnicería de esta guerra —que destruyó el liderazgo de Hamás, el 90 por ciento de los hogares de Gaza y, al final, desgarró la posición de Israel en el mundo es un logro aún mayor.


La feroz reacción de Israel al ataque, el peor contra personas judías desde el Holocausto, dejó al país en un lugar insólito: más poderoso que nunca, y también más aislado. En las últimas semanas, la campaña militar de Israel en Gaza llevó a muchos de sus aliados más cercanos a pedir la creación de un Estado palestino, aunque no tuvieran un plan concreto sobre dónde se ubicaría o quién lo dirigiría. Y en todo el mundo, la devastación de Gaza por parte de Israel, su disposición de matar a decenas de palestinos para acabar con un solo dirigente de Hamás y las conversaciones sobre expulsar a los palestinos de su refugio causaron un enorme daño moral y político al Estado israelí. Podría llevar una generación o más repararlo, reseña el portal web nytimes


También podría cambiar la política de la región.


Con la guerra aún en curso y 48 rehenes aún en cautiverio, de los que se cree que 28 han muerto, Netanyahu ha estado en un momento político álgido. Dijo tanto a sus partidarios como a sus críticos que había cumplido su promesa de acabar con los dirigentes de Hamás.


Utilizó buscapersonas y walkie-talkies explosivos para matar y mutilar a altos dirigentes de Hizbulá, ayudó a debilitar al gobierno de Bashar al Asad en Siria hasta que se derrumbó y mató a una generación de científicos nucleares y dirigentes militares iraníes en una guerra de 12 días que terminó con un ataque estadounidense contra las principales instalaciones nucleares de Irán.


Pero Netanyahu también se extralimitó, y Trump y sus ayudantes vieron su oportunidad para refrenarlo. El alcance de la destrucción en Gaza provocó el rechazo de la comunidad mundial. Su decisión de bombardear a los negociadores de Hamás en Catar conmocionó a la Casa Blanca de Trump. Trump, quien nunca se disculpa, obligó a Netanyahu a hacer justamente eso con los dirigentes de Catar, e incluso publicó imágenes de la llamada. Y en el proceso hizo que Netanyahu aceptara un plan de 20 pasos, que el dirigente israelí apostaba que Hamás rechazaría.


Para sorpresa de muchos, aceptó los primeros pasos. No tenía otra opción. El alcance de los daños, humanos y físicos, socavó el menguante apoyo de Hamás entre los gazatíes supervivientes. Los Estados árabes y Turquía insistieron tardíamente en que se rindiera.


Trump declarará ahora que este capítulo ha terminado, y con suerte podría tener razón.

Si el plan de paz sigue adelante, Trump podría tener un derecho tan legítimo a ese Nobel como los cuatro presidentes estadounidenses que han ganado el premio de la paz en el pasado, aunque con menos bombo y platillo y menos presión. (Se trata de Theodore Roosevelt, Woodrow Wilson, Barack Obama y Jimmy Carter, quien recibió uno décadas después de abandonar la Casa Blanca).


Pero no está nada claro que el conflicto esté realmente terminando. Las declaraciones de Trump, y las de Netanyahu, se referían solo al primer paso, los intercambios de rehenes por prisioneros y la retirada de las tropas israelíes a una línea aún por definir. Llegar a la siguiente fase, en la que Hamás tendría que renunciar a sus armas y, lo que es aún más difícil, a su pretensión de gobernar Gaza, puede resultar aún más difícil que traer a casa a los rehenes vivos y muertos. Es muy posible que Hamás se resista a avanzar en esos pasos, y también Netanyahu, quien sostiene que la misión no estará cumplida hasta que todos los combatientes de Hamás involucrados en los ataques del 7 de octubre sean capturados.


Cualquiera de esos factores podría hacer que se desmorone el frágil alto al fuego.


No está claro cómo Estados Unidos y sus aliados van a formar un liderazgo interino “tecnocrático”, ni cómo se asegurarán de que se depure de simpatizantes de Hamás. Parece poco probable que Israel se marche mientras queden restos de Hamás, y tal vez incluso después de que hayan desaparecido. Nadie parece capaz de explicar qué papel desempeñará la Autoridad Palestina, si es que desempeña alguno.


La historia de la región sugiere que elaborar acuerdos de paz para poner fin a los conflictos es un poco como limpiar después de las erupciones volcánicas: existe la certeza de que volverá a ocurrir. Solo que es difícil saber cuándo, o con qué ferocidad.




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