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¿Y si el miedo fuera una oportunidad?

El problema no es tener miedo; el problema es quedarnos a vivir en él. Imagen: Vectores OpenClipart, Pixabay
El problema no es tener miedo; el problema es quedarnos a vivir en él. Imagen: Vectores OpenClipart, Pixabay

Resulta innegable que, en el momento histórico que atravesamos, cada uno de nosotros necesita aprender a gestionar sus emociones. No desde la negación ni la victimización,

sino desde la conciencia de que cada emoción —especialmente el miedo— puede

convertirse en una herramienta invaluable de crecimiento humano, personal y espiritual.


Hoy, el miedo parece estar en todas partes. Los titulares nos abruman: conflictos

armados, amenazas nucleares, incertidumbre económica, violencia cotidiana. La guerra

en Ucrania, las tensiones en Medio Oriente, el psico-terror político... La sensación general

es que caminamos sobre una cuerda floja. Y en medio de tanto ruido, el miedo no solo es

comprensible: es humano.


Pero ¿qué hacemos con ese miedo? ¿Lo dejamos crecer hasta paralizarnos? ¿O lo

reconocemos, lo sentimos, y decidimos usarlo como un motor?


He comprendido que el miedo, bien entendido, puede convertirse en una brújula. Nos

obliga a pausar, a observar, a repensar. Nos vuelve más cautos, más analíticos, incluso

más creativos. Por mi parte, tal vez por mis cualidades distintas, he podido ver en cada

obstáculo una oportunidad. No porque no tenga miedo, sino porque he decidido no dejar

que me domine.


El problema no es tener miedo; el problema es quedarnos a vivir en él. El contexto global

nos afecta, sí, pero no puede ser el único marco desde el cual soñamos o construimos

nuestras vidas. En vez de depender de las decisiones erráticas de líderes con sed de

poder, necesitamos volver a nuestras metas personales, a nuestras emociones, a

nuestros vínculos reales.


Uno de los grandes aprendizajes de los últimos años —especialmente desde el 2020,

cuando la pandemia nos recordó nuestra fragilidad— es que la verdadera fortaleza no

está en aparentar control, sino en la capacidad de adaptación, en la empatía, en la

resiliencia y en la gestión emocional.


No se trata de negar la gravedad del momento. Se trata de preguntarnos: ¿qué puedo

hacer yo desde mi lugar? ¿Cómo puedo cuidarme y cuidar al otro, emocional y

socialmente?¿ Qué significa realmente ser solidario en un mundo donde cada quien lucha

por sobrevivir?


Hoy más que nunca necesitamos líderes empáticos, que no respondan solo a intereses

de poder sino a la urgencia de la vida. Porque el poder sin humanidad es solo ruido. Y el

miedo sin contención se convierte en violencia.


Sí, todos tenemos miedo. Pero también todos tenemos la capacidad de elegir cómo

respondemos a él.


Humanicemos nuestras emociones. Escuchemos más y juzguemos menos. Seamos parte

de un mundo donde el miedo no se use para manipular, sino para construir conciencia. Tal

vez entonces descubriremos que, más allá del miedo, hay algo aún más poderoso: la

esperanza que nace del coraje cotidiano.


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