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Vivimos en una eternidad sin cambios


En Venezuela el tiempo se quedó congelado. Imagen: KELLEPICS, Pixabay

Decía San Agustín: el presente, si fuese siempre presente y no pasase a ser pretérito, ya no

sería tiempo, sino eternidad. La noción y consideración del tiempo es un elemento

fundamental para la apreciación y valoración, tanto de la vida de los individuos como de la

vida colectiva. En la vida personal cuando revivimos ese tiempo que ya no está rememoramos las experiencias del pasado, los recuerdos, los logros, lo superado, los fracasos. Mirar el tiempo pasado nos permite medir nuestro desarrollo y los avances que hemos logrado en la vida personal, pensar dónde estuvimos hace 10 años y si estamos mejor o peor con las metas planteadas, ver si eso lo pensado y propuesto logró concretarse en el presente o si el presente no es lo que se pensó en el pasado. Es decir, desde el presente inspeccionamos el pasado, evaluamos, medimos resultados y planteamos otros horizontes o continuar completando lo que aún no se han alcanzado. Lo logrado se convierte en un impulso para la evolución personal, por lo que haber alcanzado algún grado de formación, una vivienda, crecimiento profesional, estabilidad laboral nos anima con vistas al futuro.


Pero este intento de completar o plantear nuevos proyecto es dependiente de cierta manera de las condiciones del presente. Lo actual nos sugiere ciertas posibilidades del futuro, ver lo que tenemos en este momento y plantear lo que pudiese ser en el tiempo venidero. El futuro

aunque aún no es y no podemos tomarlo con tanta seguridad como el presente, no deja de ser importante para nuestra configuración personal. Si cada uno de nosotros hace un ejercicio personal de lo planteado en su vida hace 5, 10 o 15 años muy probablemente esté más en del lado insatisfecho que de lo logrado. Algunos ya ni metas se plantean.


El tiempo en Venezuela, psicológicamente, pareciera dar dos mensajes a los individuos: que el tiempo a nivel de logros personales se ha detenido, la deficiencia de las universidades hacen cuesta arriba terminar algún grado académico, la falta de crédito hipotecario anula la

aspiración de vivienda, el cierre de empresas ha conducido a la poca oferta laboral por lo que

el conocedor de alguna área casi que hace un remate de sus conocimientos al mejor postor.

Pero en cuanto a la supervivencia, el tiempo va rápidamente y sin permitirnos un respiro.

Diariamente el venezolano está pensando en cómo llegar a fin de mes sin morir en el intento. Y en esta rapidez de la sobrevivencia el venezolano ve cómo le están pasando los años, pero a su vez pareciese que no ha pasado el tiempo, porque sus proyectos se han quedado estáticos. Pareciera que vivimos paralelamente dos dimensiones que no se relacionan y que hasta parecen contradictorias. El tiempo no pasa porque estamos en el mismo lugar viviendo del mismo modo que hace 25 años, pero la supervivencia nos hace sentir en una prueba de

velocidad de atletismo, donde cada segundo cuenta.


En cuanto a la vida colectiva no estamos muy alejados de lo que sucede en la vida personal. Si echamos un vistazo a las infraestructuras de función social como hospitales, colegios,

universidades, plazas, parques, centros deportivos, servicio de transporte; apreciamos que no

han cambiado mucho más allá de un toque de pintura, no han sido modificados para mejorar,

por el contrario, en su gran mayoría están en creciente deterioro. Lo que nos hace pensar que las condiciones vida de los ciudadanos también se han detenido y deteriorado.


En las dos últimas décadas Venezuela ha vivido momentos convulsos, complejos, críticos que

han puesto la vida de muchos venezolanos en una encrucijada. Hemos tenido tiempos de

protestas, de apagones, de escasez, de polaridades, de pandemia, pero cuando vemos el

resultado todo se mantiene sin mostrar un cambio para bien, porque ya sabemos que hemos experimentado cambios para mal. Veamos rápidamente ciertos hecho relevantes en nuestro país, en el 2010 tuvimos una crisis diplomática con Colombia, y en el mismo año muere a raíz de una huelga de hambre Franklin Brito, 2013 Nicolás Maduro asume la presidencia, en enero del 2014 Venezuela se conmocionó por el asesinato de la actriz Mónica Spear y su esposo, y al siguiente mes se desatan una serie de manifestaciones por parte de la sociedad civil, 2015 la oposición obtiene mayoría en la Asamblea Nacional, 2017 vivimos meses de protestas, y así varios hechos que han marcado los tiempos en Venezuela pero sin lograr avances y mejoría social. Pareciese que la base o el fundamento en el cual han configurado la sociedad venezolana, miseria y sometimiento, es incambiable, inalterable y eterna, a pesar de las diversas situaciones que hemos vivido.


Otra manera de ver cómo el tiempo pasa pero sin mostrar muchos cambios, es ver los

mandatos presidenciales. Desde hace 25 años en Venezuela sólo hemos tenido dos presidentes y una sola inflación permanente, mientras que en otros países, en el mismo período de tiempo, han tenido por lo menos cuatro presidentes. Lo vemos en Uruguay, en México, en Ecuador. A pesar de los infinitos procesos electorales que ha vivido Venezuela, el discurso se mantiene aunque sea en el aire, pues tenemos 20 años luchando contra el imperio, aunque no hemos enviado ni un militar a batallar. Esta imposición de invariabilidad y falta de progreso en la sociedad nos hace sentir que vivimos una nefasta eternidad, porque lo propio de la vida humana es el cambio, la dinamicidad, el movimiento que tiene que ver con el futuro. Cuando el ser humano incorpora la eternidad es porque renuncia a su cualidad de humano, cambiante, dinámico, vivo. Es nuestra responsabilidad para con nosotros mismos y con la sociedad no olvidar el pasado, tomar el presente y convertirlo en posibilidades de cambios futuros tanto en lo personal como en la vida colectiva, pues ambas dimensiones son co-dependientes.


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