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Un fracaso llamado Putin


A Vladímir Putin la invasión a Ucrania no le salió como sus generales y

asesores le habían dicho, y como él mismo –que se considera un

estratega militar brillante debido a su larga pasantía por el KGB- había

pensado. Pasados siete meses de la invasión el panorama se le ha

revuelto en varios frentes.


La llamada "Operación Militar Especial" no ha servido para

cohesionar a sus oficiales y a su ejército, la promesa de que sería una

maniobra rápida y sin mayores consecuencias para los soldados,

tampoco cristalizó, y durante las semanas recientes ha ido perdiendo

territorios que había tomado durante los meses iniciales de la incursión,

en el noreste ucraniano. En Járkov lo han obligado a retirarse de forma

humillante. Actualmente, hasta la península de Crimea, cuya anexión los

rusos consideraban irreversible, se encuentra amenazada. Los sucesivos

éxitos de la contraofensiva ucraniana le ha permitido pensar a Volodímir

Zelenski en la posibilidad de recuperar ese territorio donde los invasores

se encuentran firmemente asentados.


La demora en alcanzar los objetivos previstos, el elevado costo que

está teniendo para la economía rusa y el Ejército y, más reciente, las

sucesivas derrotas militares, que el régimen no logra ocultar, han creado

un descontento interno que va extendiéndose desde los opositores más

firmes hasta grupos y sectores que lo habían acompañado en la aventura

de forma discreta o guardando un silencio cómplice. Plutócratas que

amasaron sus fortunas con el apoyo del autócrata han manifestado su

descontento con la forma como ha sido conducido el conflicto.

Concejales de Moscú, San Petersburgo y otras ciudades rusas rechazaron

la incursión en un documento público. Sin ser masivas las denuncias y

protestas, distintos factores sociales han manifestado de forma abierta el

descontento. En el frente de guerra están produciéndose deserciones y

claudicaciones consideradas vergonzosas. Los jóvenes soldados y

oficiales piensan mucho más en preservar sus vidas, que en morir para

satisfacer las ansias imperiales del autócrata. Las diferencias entre este

ejército y el que combatió a los nazis son abismales. En la Segunda

Guerra Mundial se peleaba a muerte por defender la Patria; ahora se

lucha por "desnazificar" un territorio que "siempre" ha sido ruso. ¿Quién

puede movilizarse con pasión por semejante desvarío?


Además de los numerosos problemas políticos y militares que

Putin confronta en el plano interno, durante las semanas recientes han

surgido importantes dificultades con sus aliados en el escenario

internacional. En la reciente Cumbre de la Organización de Cooperación

de Shanghái en Samarcanda, India y China encararon de formas distintas

al jefe del Kremlin. Narendra Modi, primer ministro indio, le dijo que

“no es época de guerras”; y el líder chino, Xi Jinping, mostró sus

"preocupaciones" por la guerra de Ucrania. Las actitudes de Modi y Xi

obligaron a Putin a urdir unas explicaciones que no suele conceder. Se

considera el nuevo zar de la Madre Rusia. Hasta Recep Tayyip Erdogan

–primer ministro turco- le pidió en una entrevista que devuelva todos los

territorios ocupados en Ucrania.


Aunque, dice Zelenski, la victoria total está lejos de obtenerse, el

cuadro nacional e internacional que enmarca la acción de Putin luce muy

complicado. Las críticas provienen de todos lados. Las derrotas militares

y políticas aunque parciales, son continuas. Su respuesta dentro de Rusia

ha sido la habitual: mayor represión y control de los medios de

comunicación; reproches cada vez más agresivos a los oficiales y

soldados que se encuentran en el frente de batalla; amenazas con usar

armas atómicas, declarar el Estado marcial y movilización general de los

rusos, lo cual le permitiría decretarle la guerra total a Ucrania, ahora sí

sin eufemismos. Ha organizado unos referendos para darle un viso de

legalidad a la anexión de los territorios de Donestk y Lugantsk, en la

zona del Dombás, como si este formalismo jurídico resolviese el

problema real representado por la invasión.


Por el lado de sus adversarios, la pintura se ve muy diferente. El

presidente Zelenski disfruta de un altísimo grado de aceptación y

legitimidad interna e internacional. Su liderazgo no muestra fisuras. La

moral de sus oficiales y soldados parece indestructible. Cada vez se

planean metas más ambiciosas, pero factibles de alcanzar debido a los

persistentes errores de sus enemigos y a las fortalezas internas de los

ucranianos. Los aliados de Kiev se mantienen cohesionados, a pesar del

alto costo que está teniendo el conflicto para Europa en inflación,

especialmente por el aumento de la energía y los alimentos. La OTAN,

en vez de quedar fracturada, tal como se planteaba Putin, se ha

expandido y mantenido unida. Esa firmeza le ha permitido a Zelenski

asestarles varios y duros golpes a los rusos.


La respuesta de Occidente, sobre todo de Estados Unidos, ante las

amenazas atómicas de Putin ha sido categórica: ¡no se le ocurra, señor,

utilizar ese tipo de armas! El contexto internacional (y también el

doméstico) no favorecen esa clase de recursos extremos. Aunque con

personajes como él, mejor es estar prevenido.


A Putin resulta indispensable obligarlo a fracasar totalmente.


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