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Un caso de sanación y resiliencia


“Cuando tenía 41 años ejercía una responsabilidad de Estado donde corría riesgos importantes por el peligro que implica el combate a la mafia, al crimen organizado y al narcotráfico. Luego de 15 años en estas condiciones estresantes, fui diagnosticado de cáncer en un examen general anual, con un hipernefroma en mi riñón izquierdo. Fui operado y se me extrajo el riñón, la glándula suprarrenal izquierda y parte del peritoneo, además de dos costillas para hacer el procedimiento por la espalda, según me explicó el cirujano que me operó. Poco tiempo después del procedimiento, me trasladé a Ottawa, Canadá, como embajador de mi país, donde viví junto a mi familia por dos años. Una de las cosas que hice al llegar fue verme con un médico que le hiciera seguimiento a mi dolencia. En la primera consulta en 1991, lo primero que me preguntó el doctor fue: ‘¿Qué hace usted?’. Y la segunda: ‘¿Qué come usted?’. Le respondí a ambas. Entonces me analizó las probabilidades de metástasis, y los porcentajes de supervivencia, e inmediatamente afirmó: ‘Su trabajo y lo que come le produjeron el cáncer, si se quiere curar y sobrevivir y no tener metástasis tiene que cambiar de empleo y su menú. ‘Somos lo que comemos y lo que hacemos’, me dijo.

Solamente le agregue: lo tercero doctor, es que creo absolutamente que lograré superarlo, y asintió.

 Así, —para dejar de ser quién era— renuncié a mi carrera política y diplomática, y retorné al ejercicio de la psicología y del periodismo.

 

'Somos lo que comemos'

 

Igualmente asumí la dieta del doctor canadiense sin proteínas rojas, y rica en vegetales, verduras, aves y pescados. Entre sus recomendaciones me prescribió exámenes preventivos cada seis meses durante los siguientes 5 años y luego sería un examen anual, me recetó una serie de vitaminas y de minerales y de algo que no se hablaba el siglo pasado como son los antioxidantes. Ya llevo siguiendo esta indicación 33 años.

Tuve 23 años después un segundo incidente, también detectado a tiempo y curado, y en 2018 el tercero, el cual fue atendido, y al abrir el 2024 cumple 5 años sin nueva aparición.

Pienso que las claves de haber dejado atrás tres veces estas incidencias han sido detectar a tiempo las enfermedades, los exámenes preventivos, y lo que para mí es lo más importante: contar con la permanente compañía de la Divina Providencia, y de mis seres queridos. En estas más de tres décadas, mis hijos —todos varones— se casaron, y conocí a las 4 nuevas hijas adoptivas que ellos trajeron a la familia, y a los ocho nietos que llegaron. Todavía aspiro a conocer a los bisnietos que lleguen.

En cuanto a la alimentación este acto trasciende el simple hecho de consumir, es una declaración de intenciones hacia nuestro cuerpo. Al elegir alimentos nutritivos y balanceados, estamos manifestando respeto y amor hacia nosotros mismos, recordando que cada alimento ingerido tiene un impacto en nuestra salud y energía.

Una dieta como la prescrita por los médicos o nutricionistas tiene como objetivo promover una buena salud y fortalecer el sistema inmunológico, reduciendo al mismo tiempo el riesgo de desarrollar enfermedades”. Testimonio de Vladimir Gessen en el libro “Maestría de la Felicidad”, (Gessen y Gessen, 2024)


 

La dieta “Provida” de los Gessen

 

Entre los alimentos que sugerimos para una dieta sanadora y que fortalezca el sistema inmunológico, que exceptúa las proteínas rojas pero que contiene aves, pescados, vegetales y verduras, pueden ser los siguientes:

 

1. Aves y pescados: pollo y pavo, preferiblemente de corral u orgánico, entre otras aves. Los pescados seleccionados son el salmón, la sardina, la caballa y el arenque, todos ricos en omega 3. También mencionamos el bacalao, el hálibut, el lenguado, el pargo y la trucha. En menor grado el atún y el pargo.

2. Vegetales y verduras: todas las crucíferas: brócoli, coliflor, col de Bruselas y col rizada. Por otro lado ajo, cebolla, puerro y cebollín. Igualmente, espinaca, acelga y mostaza verde. Pimientos, zanahorias, remolachas, calabacines y champiñones.

3. Legumbres y granos: lentejas, garbanzos, frijoles negros y frijoles blancos. Quinoa, cebada, avena y arroz integral.

4. Frutas: bayas (fresas, moras, arándanos, frambuesas). Cítricos (naranjas, limones, pomelos o melones). Manzanas, peras, uvas, kiwis, plátanos y lechosa.

5. Semillas: almendras, nueces, pistacho, maní, semillas de chía, semillas de lino, semillas de calabaza y semillas de girasol.

6. Aceites: saludables como el aceite de oliva extra virgen, y aceite de aguacate.

7. Hierbas y especias: cúrcuma, jengibre, albahaca, romero, cilantro, tomillo, menta, manzanilla, moringa y más. Bajo consumo de sal si no puede suspenderla.

8. Lácteos y sustitutos: yogur natural (preferiblemente bajo en grasa). Leches vegetales como la de almendra, soya o avena.

 9. Bebidas: té verde, té blanco, té negro y te de manzanilla. Agua, agua de coco y jugos naturales sin azúcar añadido. Además se debe eliminar o minimizar la ingesta de azúcares y sales ya que consumirlas en exceso es definitivamente perjudicial para la salud. Una taza de café preferiblemente en la mañana.

 

Por otra parte, es bueno optar por métodos de cocción saludables como cocinar al vapor, hervir o asar, porque conservan la mayoría de los nutrientes en los alimentos. Evitar los alimentos procesados y aquellos con conservantes, colorantes y otros aditivos químicos.

Debemos estar conscientes de que la dieta es solo una parte de un enfoque integral para la prevención de enfermedades. Es fundamental combinar una alimentación adecuada con otras prácticas saludables, como el ejercicio regular, evitar el tabaquismo y —al menos— reducir el consumo de alcohol. Además, siempre es una buena idea consultar con un médico o nutricionista antes de hacer cambios significativos en tu dieta.

 

El estrés: más allá de la mente

 

El estrés no solo ataca nuestra paz mental, sino que tiene repercusiones tangibles en el cuerpo. Neurotransmisores como la adrenalina y los adrenocorticoides, liberados en exceso ante situaciones estresantes, pueden comprometer el sistema inmunológico. Por ello, radica la importancia de adoptar prácticas y rutinas que modulen nuestra respuesta al estrés, garantizando un sistema inmunológico robusto y un cuerpo resiliente. Lo trataremos próximamente… Más información en nuestro libro Maestría de la Felicidad


 




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