Sobre el despecho, o cómo abrirse en canal
- Máximo Rondón Aguirre
- hace 3 horas
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Cualquiera que haya sentido “malquerencia nacida en el ánimo por desengaños sufridos en la consecución de los deseos o en los empeños de la vanidad” ha sufrido un despecho. Al menos, según la Real Academia Española. Pero en ningún lugar del planeta se vive con mayor intensidad que en Latinoamérica, donde está profundamente relacionado con el desamor. Rancheras, corridos mexicanos y boleros son los clásicos heraldos musicales que permiten a un hombre o a una mujer abrirse en canal y mostrar su dolor tras el abandono de la persona amada.
En las rancheras, por ejemplo, suele haber un hombre entregado al llanto y a la quejumbre, siempre acompañado de tequila o aguardiente para ahogar sus miserias. Quiere mostrar su masculinidad de la forma más particular: mientras más sufre, más grande es su amor, y más dispuesto está a dar su vida en sacrificio por una atención no correspondida. Aunque es menos frecuente, también una mujer puede ser la protagonista de una escena como esta, en la que la vemos cantar su desamor. Y precisamente por ser menos común que una fémina entone una ranchera, por eso mismo se convierte en una muestra de empoderamiento, con la que ella dice: “yo también merezco un espacio entre los hombres. Soy fuerte, jineteo mi caballo y llevo mis pistolas al cinto”. En los boleros también suele haber despecho, aunque quizás con matices mucho más románticos.
Lo que está claro es que las emociones de los latinoamericanos suelen ser exacerbadas. Nos gusta el melodrama, la tragedia griega, los amores shakespearianos y la redención por el amor propio de algunas obras de Wagner. “Los latinos lo vivimos de manera desgarradora, y mientras más nos duela, mejor. Hay algo de masoquista en esta actitud”, me asegura la periodista venezolana Melina Lozada.
Inmadurez emocional, agregaría yo. Victimismo para no asumir responsabilidades. “Por eso aún estoy en el lugar de siempre, en la misma ciudad y con la misma gente. Para que tú al volver no encuentres nada extraño y sea como ayer y nunca más dejarnos”, declaraba Juan Gabriel en su canción “Se me olvidó otra vez”. Al escucharla, no puedo evitar preguntarme: ¿a qué mujer le gustaría compartir su vida con una persona que no es capaz de ofrecer novedad y que se mantiene en el inmovilismo absoluto? Sin embargo, el protagonista de esta ranchera llora, se queja, sufre y se consuela en su propio lamento.
Ironías aparte, el despecho ha inspirado melodías preciosas que, si nos apartamos del
pensamiento racional, nos regalan magníficos momentos de deleite y espacios para la catarsis y la expresión de una cultura rica en emociones, romanticismo y pasión. No
son estas letras para ahogar ningún despecho, sino para cantarle, exaltarle y elogiarle.