Paolo Sorrentino en Buenos Aires: Crónica de mis 48 horas junto al director italiano
- Juan E. Fernández, Juanette
- hace 7 horas
- 3 Min. de lectura

Todo empezó con un posteo que vi en la cuenta de Instagram de Playlab Films. Es
increíble cómo, a veces, una simple notificación abre la puerta a un universo paralelo.
Apenas supe que Paolo Sorrentino —sí, el de La Grande Belleza, el poeta de la melancolía italiana— llegaría a Buenos Aires para el Creator Lab “Filming Your Wonder”, no dudé un segundo: le escribí directamente a Estephania Bonnett, fundadora y productora ejecutiva de Playlab Films.
Y acá tengo que detenerme: Playlab no es “una productora más”. Es una fábrica de talento internacional, un laboratorio de cine que ha trabajado con gigantes como Abbas Kiarostami, Werner Herzog, Apichatpong Weerasethakul y ahora Paolo Sorrentino. Una productora que ha impulsado y distribuido más de 300 cortometrajes, y que desarrolla largometrajes y series —de ficción y documentales— con reconocimiento y premios en festivales de todo el mundo.
Esa es la casa creativa que trajo a Sorrentino a mi ciudad.
Y yo iba a ser su productor de campo en Buenos Aires.
Todavía lo escribo y no lo creo.
Semanas después de aquel mensaje impulsivo y valiente, estaba sentado con Estephania en un café de Recoleta, planificando la visita de un ganador del Oscar como si fuera lo más natural del mundo. Ahí empezó todo.
Día 1: La Boca, Maradona y la emoción inesperada
Cuando Paolo aterrizó, todos sabíamos que había un lugar que tenía que conocer antes que cualquier otro: La Boca. Porque si hay una figura que Sorrentino venera casi tanto como a Fellini, es Diego Armando Maradona. Lo nombró incluso en su discurso del Oscar en 2014, agradeciendo a su familia, a sus maestros… y a Maradona.
Así que armamos un plan épico. Caminito, colores, turistas, el alma boquense vibrando.
Paolo Sorrentino caminó entre los puestos como un chico curioso, se compró muchos
souvenirs y observó todo con esos ojos que editan el mundo como si fuera cine.
Y después, lo imposible: la visita al palco de El Diego en la Bombonera.

Gracias al contacto con la familia Maradona, no solo entró al estadio, sino que pisó ese pequeño templo íntimo desde el cual el 10 veía los partidos: El palco de Diego. Paolo estaba emocionado. Yo también, pero disimulé como pude.
Esa noche cerró con una cena oficial organizada por el Embajador de Italia en Argentina, un recibimiento elegante y cálido para darle la bienvenida al director.
Día 2: La rueda de prensa y el Teatro San Martín
El segundo día fue una coreografía de agendas, llamados, periodistas y café.
Organizamos la rueda de prensa del Creator Lab para presentar las actividades que Sorrentino haría junto a 50 cineastas seleccionados en San Martín de los Andes.
Apenas terminó la conferencia, volamos (casi literal) al Teatro San Martín, donde preparamos la Masterclass gratuita de Paolo. Más de 600 personas agotaron la sala. Verlo en ese escenario —hablando de la mirada, del tiempo, de la fe en las imágenes — fue estar frente a un maestro que enseña sin darse cuenta de que está enseñando.
Esa última noche en Buenos Aires la pasamos en La Brigada, la emblemática parrilla de San Telmo. Fue una cena íntima, cálida, donde Paolo se mostró como yo lo había ido descubriendo a lo largo de estos días: humilde, divertido, espontáneo, un tipo que se ríe fuerte y escucha en silencio.
Ahí entendí algo: a veces uno crece admirando a los artistas desde la distancia, imaginando un aura intocable. Y después la vida te sorprende sentándolo a tu lado, comiendo, brindando y contando chistes.
Hoy escribo esta crónica desde mi casa en Buenos Aires, mientras 50 nuevos cineastas de todo el mundo ya están con Paolo en San Martín de los Andes, filmando sus historias y cumpliendo sus sueños.
Y yo… cumplí el mío.
Fui parte.
Estuve ahí.
Acompañé a un ganador del Oscar, pero sobre todo, conocí a un hombre luminoso.
Ser el Productor de Campo (Fixer) de Playlab Films en esta visita no fue solo un trabajo: fue un regalo, una experiencia que guardo en el corazón como una película que no quiero que termine.



