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Mi recuerdo ucevista


La conversación con los otros son mecanismos de enriquecimiento de los individuos. Foto: fernandozhiminaicela, Pixabay

El mes pasado se realizó el Primer congreso Iberoamericano de Descartes en la Universidad

del Valle en la ciudad de Cali, al cual tuve la oportunidad de asistir. Las actividades del

congreso terminaban medianamente entre las 6 y 7 pm. A esa hora se podía ver grupos de

estudiantes que permanecían en las instalaciones ya sea conversando, comiendo y hasta

escuchando música, lo que me hizo recordar mis años de estudiantes en la Universidad Central de Venezuela (UCV), a pocos años de la llegada de Chávez al poder. Durante esa época aún se impartían clases nocturnas hasta las 9 pm, por ejemplo. Carreras como filosofía, derecho, psicología mantenían ofertas académicas tanto diurnas como nocturnas, también en horarios similares se dictaban los cursos de extensión, como eran los dados por la escuela de Idiomas Modernos. A esa hora de la noche se solía ver estudiantes sentados en la famosa "tierra de nadie", que rara vez se encontraba sola. Hoy cuando visitamos la UCV en el horario matutino-vespertino encontramos estacionamientos de profesores con pocos vehículos, cafetines sin comensales y la tierra de nadie como su nombre… sin nadie. Y en el horario nocturno solo queda la sombra.


Son varios los mecanismos que este gobierno ha utilizado, tanto para controlar como vigilar y

someter a los venezolanos. Sabemos del control a través de leyes, el carnet de la patria, los

Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), los consejos comunales, los cuerpos policiales. Pero este sistema ha usado otros mecanismos que no se perciben tan evidentemente, y ha sido la costumbre. El sistema se aprovechó de la maleabilidad de la naturaleza humana, y muy especial del venezolano para acostumbrarnos a condiciones que nos parecían inimaginables.


En mi artículo anterior, Sin humanismo no hay democracia, señalé la necesidad de una

educación humanista para formar ciudadanos, afirmando que el individuo puede aprender a

comprometerse con los otros, siempre que modifiquemos la conducta y lo estimulemos para

tal objetivo. Pero esa modificación de conducta puede tomar otro rumbo y es lo que ha sabido hacer este sistema. En nuestro caso, el gobierno ha logrado que nos acostumbremos a sobrevivir, aprendimos a vivir sin recibir agua continuamente, hacer colas por una bombona

de gas o para obtener gasolina, tener fallas en el servicio eléctrico, servicio de internet

intermitente, la ausencia de maestras en las escuelas públicas, por mencionar sólo necesidades básicas. Esta situación y condición de vida se fue implementando paulatinamente, en un mar de confusión entre unos que adoraban al gobernante y no protestaban por tal situación y otros que protestaban pero sin ser tomados en cuenta. Tal forma de vida se convirtió en una rutina, en un hecho cotidiano. Poco a poco el venezolano se fue acostumbrando a una vida diferente, especialmente precaria, e irónicamente a veces se da gracias por poder comprar una bombona de gas cada quince días, pues en el interior del país con mucha suerte se compra una vez al mes o se debe cocinar a leña, porque sorprendentemente en Venezuela siempre existe alguien que está peor. Esta estrategia de costumbre y cotidianidad le ha rendido frutos al sistema, pues pareciese que hemos olvidado que se puede vivir de otra manera, por el contrario, planificamos nuestras actividades tomando en cuenta los días que nos toca comprar gas o gasolina, la llegada de agua a la casa. Situación que nos limita en el control y programación de nuestros días, nuestras decisiones están condicionadas de cierta manera por estas limitaciones impuestas desde el poder. Así, sin percatarnos fuimos perdiendo la comodidad que brindaba la cotidianidad y su sencillez, pues en otra época al salir del trabajo o de clases podíamos decidir tomar un café e ir al cine sin preocuparnos si el agua llegaría o no, estudiar una carrera en horario nocturno. Nuestra cotidianidad cambió y no precisamente para mejorar, sino para acercarnos cada vez más a lo incivilizado, a lo más básico de la existencia humana.


Al panorama dibujado se le suma otro elemento que debemos ver con atención, y es la pérdida del encuentro con los otros individuos. Nuestra cotidianidad se ha convertido en una cadena de actividades que buscan satisfacer la inmediatez, lo cual implica alejarnos de los otros, aislarnos en nuestra supervivencia. El encuentro y la conversación con los otros son

mecanismos de enriquecimiento de los individuos, conversar sobre estética, sobre las

profesiones convenientes para el futuro de los hijos, sobre los avances tecnológicos, todo esto lo hemos perdido. Vivimos como decía Eudomar Santos en la famosa telenovela Por estas calles… como vaya viniendo vamos viendo, nos quedamos encerrados en la inmediatez que lamentablemente se caracteriza por la miseria y no podemos proyectarnos al futuro. Por ello es de vital importancia mantenernos en un hacer constante, es decir, no limitarnos solamente a satisfacer las necesidades mínimas, sino buscar placeres que vayan más allá de lo básico, actividades que se sobrepongan a la supervivencia. Y en este punto es importante que el espacio público brinde actividades de reflexión y disfrute para sus ciudadanos, como lo era en su momento Filosofía en la Ciudad con la alcaldía de Chacao. Por tanto, es responsabilidad de alcaldes y gobernadores opositores brindar experiencias y condiciones que nos brinden placer más allá de lo básico, más allá de la supervivencia.


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