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Llueve y no escampa


Llueve y no escampa. Foto: Dilia Díaz Cisneros, Wikipedia

Buenos amigos míos tuvieron la gentileza el año pasado de invitarme a participar en varios eventos y reuniones a propósito de la conmemoración de los 100 años del nacimiento de Carlos Andrés Pérez (CAP). Fue interesante compartir con ellos, reflexiones políticas y recuerdos personales sobre este conspicuo personaje de nuestra historia contemporánea.


Decir que Pérez fue una figura política de inmensa importancia en la vida nacional, sin duda es un lugar común. Como amante del estudio de la historia que soy, lo que realmente me seduce de su trayectoria es que pocos personajes del siglo XX venezolano dejan su marca de manera tan decisiva y dramática como lo hizo el exmandatario.


CAP es el epítome del líder político formado y desarrollado al calor de las ideas que hicieron posible el período de la llamada república civil en Venezuela. Fue una cabal expresión de las influencias de su tiempo y momento que le toco vivir. Una prolongada vida pública y su tenaz amor al poder, le permitió ejercer la jefatura del Estado en dos ocasiones y circunstancias tan distintas una de otra, tanto en el país, como en el contexto internacional. Así lo vimos como el trepidante líder del tercer mundo frente a los poderes mundiales en un período marcado por el nacionalismo económico y el gigantismo de los Estados, para luego, 10 años después, desempeñara la posición de máximo exponentes en Latinoamérica de las reformas neoliberales del Consenso de Washington.


Pérez jamás nadó contra la corriente, siempre se dejó arrastrar por ella y nos arrastró con él a todos nosotros.


Cuando estaba de moda el estatismo económico, lo abrazó con pasión y cuando se impusieron las corrientes neoliberales de signo contrario al anterior, las asumió sin titubeos.


Desde hacía tiempo en el país nadie había marcado la vida de los venezolanos con la intensidad que él le imprimió. Desde el meritorio programa becas Gran Mariscal de

Ayacucho, que hizo a Venezuela un país que se daba el lujo de tener de hecho una universidad en el exterior con más estudiantes en las aulas que toda la Universidad de

Oriente, pasando por la crisis de la deuda y la década perdida de los años 80 del siglo pasado, el estatismo salvaje de su primer gobierno, “el caracazo”, los levantamientos militares de 1992 y una destitución presidencial que representa la más vasta conspiración política en contra de alguien de la que se tenga memoria en nuestra nación, la cual reclutó en contra de CAP un espectro de factores que involucraron a la extrema izquierda, la cúpula de su partido AD, notables venezolanos de pensamiento conservador y sectores de la plutocracia mercantilista venezolana.


Los odios que desataba Carlos Andrés Pérez fueron verdaderamente proverbiales. Era un líder con muy mala prensa entre los formadores de opinión y medios intelectuales. Señalamientos de ministro policía, funcionario represivo (leyenda negra de la época de su combate a la insurgencia marxista), político acaudalado con dinero mal habido y vida privada disipada, constituyeron algunas de las difamaciones en su contra. A pesar de eso, en el

corazón de una porción enorme de venezolanos estaba sembrado un poderoso afecto hacia Pérez y tal cosa siempre fue refrendada por los votos.


Tal popularidad siempre hizo que le acecharan terribles rencores para pasarle factura. El sonado caso del barco frigorífico Sierra Nevada por el que en gavilla se le hizo juicio político y linchamiento moral luego de su primer gobierno, avisaba en ese momento sobre las futuras

turbulencias en las que se vería envuelto y que a la postre lo defenestrarían del poder, abriéndole las puertas de la cárcel, el destierro y la soledad política en medio de la cual murió en el año 2010, sin poseer importantes bienes de fortuna, sólo rodeado de familiares y algunos de sus antiguos amigos. Por ahora, el aguacero de calamidades que cayó sobre el país desde hace dos décadas, no ha amainado. Llueve y no escampa, parafraseando en

sentido contario una famosa expresión de CAP.


Con el expresidente Pérez no tuve amistad personal, pero sí mi padre Pedro Elías Hernández Figueredo, quienes juntos fundaron el PDN en 1936 y luego, en 1941, en los estudios Ávila de Caracas, a Acción Democrática. Me reuní con él en distintas oportunidades en Miraflores, a donde cordialmente nos invitara, junto a los parlamentarios del Partido Liberal Nueva Generación Democrática, liderado por Vladimir Gessen, para conversar sobre la marcha de su

programa económico, el cual apoyamos con nuestros votos en el Congreso Nacional.


Como se sabe, el insumergible Pérez finalmente se hundió y arrastró “cuesta abajo en mi rodada”, como dice la letra del célebre tango, a buena parte de quienes lo acompañaron en esa experiencia fallida de aproximación a un cambio estructural de la economía venezolana.

Tal vez su principal legado perdurable fuese la descentralización del sistema político y de gobierno con la elección directa de gobernadores y alcaldes. También su fidelidad al proyecto democrático en el cual creyó, de estricto acatamiento del poder civil sobre el militar.





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