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La hegemonía política


Por el momento, no pareciera existir un rival político que comprometa la hegemonía del chavismo. Foto: Twitter @NicolasMaduro

Para que una hegemonía política prevalezca en el tiempo son necesarios dos prerrequisitos: Por un lado, que el sector que obtiene el poder haya vencido militarmente a las fuerzas que le antecedieron. Por otro lado, que igual cosa haya ocurrido en el terreno económico. Dicho de otra forma, las armas y el dinero deben cambiar de manos.


Las hegemonías políticas más prolongadas de la historia republicana de Venezuela han sido el liberalismo amarillo, comandado por Antonio Guzmán Blanco; el poder andino militar instaurado por Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez y la llamada república civil fundada por Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba y Rafael Caldera. La primera se enseñoreó en el país desde 1870 hasta 1899. La segunda duró de 1899 hasta 1945 y la tercera se mantuvo desde

1959 a 1999.


Tales tramos históricos experimentaron una extensión temporal sin que fuera necesaria siempre la presencia de sus fundadores y mentores en el gobierno. Junto a las ya

mencionadas, la otra hegemonía política venezolana que ha sido más prolongada es la que comienza con el ascenso de Hugo Chávez al poder.


Por ahora, y no hay signos distintos en el horizonte, la revolución socialista bolivariana, como forma de hegemonía política instaurada por Chávez, ha podido desafiar la ausencia física de su principal líder y mentor. Como suele ser característico en estos casos, durante más de dos

décadas, se ha dado un lento pero sostenido proceso de transferencia de poder militar y económico, desde quienes lo tenían a principios de 1999, a quienes lo detentan hoy.


Desde luego, surge una pregunta: ¿Cuán efectivo e irreversible ha sido ese proceso de trasferencia de poder militar y económico? Esa es la interrogante clave que tendrá que ser respondida al calor de los venideros eventos políticos que vivirá el país.


El gobierno de Nicolás Maduro exhibe una imagen de estabilidad política interna con un aparente control sobre los diferentes hilos del poder a pesar de su turbulento inicio. Una gran dosis de pragmatismo económico, motivado más por la necesidad que por la convicción, han

ayudado a este propósito, a pesar de que se observa una notable carencia de calificación por parte de los operadores que manejan los puestos de mando de la economía.


Cuando el “comandante presidente” anunció al país por primera vez sobre los graves trastornos de salud, el asunto de la sucesión era realmente un problema delicado. A la

vista no había para ese instante ningún líder del chavismo que tuviera las características necesarias para asumir su reemplazo. Pero desde ese momento hasta el día de hoy

las cosas cambiaron y el ungido Nicolás Maduro ha consolidado alianzas internas y externas importantes. La muerte de Chávez no fue cualquier cosa, constituyó un enorme desafío, el cual se encaró con gran eficacia.


“El comandante Presidente”, que hasta mediados de 2011 suponía indefinida y sin trastornos su permanencia al frente del poder, construyó a toda prisa una línea de sucesión que le permitiera a su designado reemplazante salir airoso frente a lo que muy posiblemente iba a venir. Estamos hablando de una nueva elección presidencial, como en efecto ocurrió, para suplir su falta absoluta y un proceso de reacomodo interno en el liderazgo chavista.


Con toda seguridad, los últimos movimientos políticos hechos por el máximo líder revolucionario antes de morir, algunos conocidos y otros aun por conocerse, ayudaron a

instalar inicialmente a Maduro al frente de Miraflores y con ello tratar de asegurar que la hegemonía política bolivariana iniciada en 1999 fuera tan longeva como las que la precedieron.


Como suele decirse, la política es la ciencia de las posibilidades. Igualmente, nunca se puede descartar que el curso de los eventos nos conduzca hacia lo impredecible. Sin embargo, salvo imponderables, el chavismo aspira a cumplir sus tres décadas en el poder. La elección

presidencial de 2024 constituye una estación por la que se tendrá que transitar. En el horizonte, por el momento, no pareciera existir un rival político que comprometa su hegemonía. Pero la terquedad de la economía (como decía Lenin) y el rebelde fenómeno de la inflación, pueden hacer otros planes.


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